El libro de la oración
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El libro de la oración

Cómo y por qué rezar

Lawrence Lovasik

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  1. 232 páginas
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El libro de la oración

Cómo y por qué rezar

Lawrence Lovasik

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"Quien sabe orar, sabe vivir", dijo san Agustín.Lawrence G. Lovasik, bien conocido por los lectores de Patmos, se propone en este libro facilitar algunas nociones sobre el arte de la oración: qué es orar, cómo hacerlo, cómo lograr que sea realmente eficaz y que tenga fruto, a pesar de los numerosos obstáculos que podemos encontrar en nuestra vida diaria. Porque "nada hay más útil que la oración" -recuerda san Vicente de Paúl-; por eso hemos de estimarla, amarla mucho y poner esmero en hacerla bien.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146589
Edición
1
Categoría
Christianity
1. ENTIENDE EN QUÉ CONSISTE LA ORACIÓN
La oración consiste en elevar nuestra mente y nuestro corazón a Dios para alabar su bondad, agradecerle su amor, reconocer nuestros pecados e implorar su perdón, pedirle ayuda para nuestra salvación y darle gloria.
Fíjate en las palabras mente y corazón. No todo pensamiento acerca de Dios es oración. Podemos pasarnos horas y horas pensando en Él y no estar rezando. Cuando rezas, actúan tu mente y tu voluntad o tu corazón: la mente se ocupa en pensar en Dios y en tu relación con Él; tu corazón o tu voluntad lleva a cabo actos de adoración: son, por así decir, las dos alas con las que tu alma se alza hacia Dios. La alondra sube hasta el cielo para entonar sus hermosos cantos; cuando rezas, también tu mente y tu corazón se dirigen al cielo: piensas con devoción en Dios y hablas con Él con devoción.
Si cuando charlas con un amigo te olvidas de todo lo demás, también cuando rezas debes olvidarte de las cosas de este mundo: tu corazón habla únicamente con Dios. «La oración es conversación con Dios», escribió san Clemente de Alejandría[5] en el siglo II. Teniendo conciencia de Dios, contemplándole con los ojos de tu alma, te acercas a Él para hablarle, para darle lo que tienes, para unir tu voluntad a la suya. Le adoras, le alabas y le das gracias; le pides ayuda y su perdón. Confías en Dios con toda sencillez, revelándole cuanto hay en el fondo del corazón: penas y alegrías, esperanzas y miedos, deseos y proyectos. A cambio recibes de Él ayuda, consuelo y consejo.
En la oración habla con Dios con toda sencillez de lo que más te importa, a veces sin sentimientos o emociones: lo esencial es que lo hagas con sinceridad y fervor; rezas bien cuando le dices a Dios qué tienes en el corazón. Orar es comunicarse de espíritu a espíritu: una comunicación entre el hombre y Dios.
«El principal ejercicio de la oración —dice san Francisco de Sales[6]— es hablar con Dios y escuchar hablar a Dios en el fondo de tu corazón». Dirígete a Él con la misma sencillez y naturalidad con que hablarías con tu madre: no olvides nunca que el amor de Dios es aún mayor que el suyo; que a Él le debes cuanto tienes; que toda tu felicidad depende de su bondad y de su generosidad; y que, por ser tu Padre, desea que le cuentes todo lo que llevas en la mente y en el corazón.
La oración es la expresión de culto más sencilla y natural. Todas las criaturas inteligentes tienen el deber de pensar en Dios y de conversar con Él: de orar, en definitiva. Para rezar no hacen falta conocimientos ni elocuencia: lo único necesario es comprender quién es Dios y quién eres tú, la grandeza de la bondad paternal de Dios y la hondura de tu miseria. La fe te enseñará cuanto necesitas; pero, para que tu oración sea verdadera oración, tiene que brotar de tu corazón.
Puedes rezar en cualquier momento y en cualquier lugar: siempre te hallas en presencia de Dios; su amor por ti es siempre el mismo. Incluso cuando estás enfrascado en los asuntos materiales y en tus afanes personales, Él sigue cerca de ti: siempre lo encontrarás esperando para escucharte y dispuesto a responderte.
La oración te une a Dios, fuente de la paz y la alegría. Y no hallarás mejor modo de dar descanso a tu cuerpo y a tu mente que elevando tu mente y tu corazón a Dios en la oración.
EN LA ORACIÓN TE COMUNICAS CON DIOS
Es un honor y una gracia inefables que Dios te escuche y te permita buscar su presencia. En ningún otro lugar te reciben tan de corazón y con tanto amor. Procura valorar el inmenso privilegio de poder hablar con Él.
Hay gente que, cuando reza, piensa que está haciendo mucho por Dios. ¡Qué necedad! Dios no necesita nuestras oraciones: somos nosotros los necesitados de su gracia y de Él.
Cuando alguien obtiene autorización para hablar con el Santo Padre, decimos que le han concedido una audiencia, y a todos nos parece un favor y un honor inmensos. Cuando rezas, te están autorizando a hablar con Dios, y es Él quien te concede la audiencia. ¿Vas a desperdiciar un favor y un honor tan especiales? Tienes permiso para dirigirte a Dios a cualquier hora del día y de la noche: siempre está dispuesto a recibirte. Y, si hoy rezas, algún día tendrás permiso para adorarle por toda la eternidad, junto con los ángeles y los santos del cielo.
El Antiguo Testamento recoge el sueño de Jacob, en el que unos ángeles suben y bajan por una escala que va desde la tierra al cielo[7]. La oración es la escalera que une el cielo con la tierra: por ella ascienden y descienden los ángeles llevando tus plegarias hasta el trono de Dios y trayéndote su gracia.
La oración es el puente que salva el abismo infinito entre el cielo y la tierra, entre el tiempo y la eternidad: el puente de oro por el que Dios desciende hasta ti. San Agustín llamaba a la oración «la llave del cielo», porque nos abre los tesoros de la gracia divina y nos permite entrar en él. «Dadme cada día un cuarto de hora de oración y yo os daré el cielo», decía santa Teresa[8].
Tus pensamientos y tus deseos son el alimento de tu vida espiritual. Si solo te alimentas de lo material y visible, nunca trascenderás lo pasajero. La facilidad en la oración demuestra tu dominio de los deseos materiales y de la sensualidad de tu naturaleza, pues en ella elevas tus pensamientos a Dios y te acercas a Él.
Aparte de la sagrada comunión, no existe unión con Dios más íntima que la de la oración. Si piensas en Dios y tienes ansias de Él, participarás de su grandeza. Rezar es el acto más sublime que puedes llevar a cabo.
Sin la oración te falta valor para afrontar la vida. Si pierdes el contacto con Dios, con la Virgen y los santos, no podrás trabajar, ni llevar tus cargas, ni esperar la vida eterna. Te ahogarás, te marchitarás y morirás miserablemente, como quien se priva del aire y el agua.
LA ORACIÓN ES UNA ACTITUD DEL ALMA
La oración no es necesariamente cuestión de palabras. Al estar inspirada por el Espíritu Santo, consiste ante todo en una actitud activa del alma, en un ferviente anhelo de gracia. Se trata de presentarle a Dios humilde y confiadamente tus verdaderas necesidades: de suplicarle que las satisfaga y de disponerte a recibir esos dones de Dios; y, sobre todo, de abandonarte con prontitud y en todo a su voluntad. La verdadera oración implica la voluntad sincera de cambiar una vida según la naturaleza por una vida según Dios, de vivir con un espíritu de dependencia filial de un Creador y Padre celestial.
Una oración como esta es la llave de la felicidad. Eres infeliz porque no pones tus anhelos en Dios. No buscas «primero el Reino de Dios y su justicia»[9]. Él está más dispuesto a darte que tú a recibir lo que te hará feliz en este mundo y en el futuro. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados»[10].
En este mundo hay dos clases de personas: las que buscan los placeres mundanos y las que buscan a Dios. Estas hallan la felicidad conociendo, amando y sirviendo a Dios en la tierra para poder estar con Él en el cielo. El mundo no es capaz de proporcionar la verdadera felicidad, la felicidad plena y duradera, porque el hombre no está hecho para él. Dios hizo al hombre para que solo en Él hallara la felicidad y nos dio el instrumento para permanecer a su lado: la oración. Por eso, después de muchos años de íntima unión con Dios en la oración, pudo escribir san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti»[11].
Son dos, por lo tanto, las lecciones que hemos de aprender sobre la oración. En primer lugar, la sencillez: es fácil rezar si pones buena voluntad. No hacen falta conocimientos, ni facilidad de palabra, ni rapidez mental, ni el fervor del sentimiento. Mira a Dios y dale lo que tienes; y lo que tienes es, ante todo, tu buena voluntad. Eso es oración.
La segunda lección es el deber de armonizar conducta y oración. El centro de la actividad de la vida cristiana, su principal interés y su mayor privilegio es la oración. Este debe ser el pr...

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