CFT 03 - Hombre: Su grandeza y su miseria
eBook - ePub

CFT 03 - Hombre: Su grandeza y su miseria

Curso de formación teologica evangelica

  1. 224 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

CFT 03 - Hombre: Su grandeza y su miseria

Curso de formación teologica evangelica

Descripción del libro

El tema del hombre es siempre de singular relevancia. El hombre es, ante todo, un proyecto existencial con un destino eterno. A diferencia del resto de seres ¡vos, el hombre razona y se pregunta: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde me dirijo?. Sólo la Palabra de Dios tiene las respuestas correctas a estas inquietantes preguntas. Por ello, la antropología cristiana es un elemento esencial dentro de los estudios teológicos. El presente texto analiza al hombre en sus aspectos orales y espirituales en cuatro fases: su creación, su estado original, su caída y su regeneración

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a CFT 03 - Hombre: Su grandeza y su miseria de Francisco Lacueva Lafarga en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Teología cristiana. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
1976
ISBN del libro electrónico
9788482677477
Cuarta parte
El pecado personal
LECCION 19.ª
NOCION DE PECADO
1.El pecado, en contraste con la santidad
Es la santidad de Dios la que marca el carácter abominable del pecado. El más ligero repaso al Antiguo Testamento, nos convence de que el atributo preponderante en Dios es la santidad (V. Is. 6:3).
Resumiendo lo que ya hemos explicado en detalle en otro lugar,1 podemos definir la santidad de Dios diciendo que es la ausencia total de imperfección. Dios es, en su misma esencia, infinitamente distante de todo pecado, impureza, imperfección y limitación (transcendencia), al par que infinitamente cercano, en su amor misericordioso, a toda miseria, a toda desgracia, a toda desdicha, a toda esclavitud (inmanencia).
Ahora bien, desde el momento en que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, para vivir en comunión con su Hacedor, su carácter y su conducta han de ser también santos (V. Lev. 11:44; 19:2; 1 Jn. 3:3), si ha de ser fiel a su destino eterno. Si la justicia es lo que se ajusta al carácter santo de Dios, el hombre ha de ser también justo, para realizar su verdad (V. Ecl. 12:13), a base de mantener una correcta relación con Dios.
Así, pues, lo mismo que en Dios, también en el ser humano el concepto de santidad abarca dos aspectos: a) una santidad posicional o legal, por la que somos puestos aparte, separados de lo que mancha y limita, para ser consagrados a Dios; b) otra santidad moral, interior, por la que, mediante la renovación de nuestro entendimiento (Rom. 12:2), somos regenerados (Jn. 3:3-8) y conducidos por el Espíritu Santo (Rom. 8:14), para producir fruto de obras buenas (Gál. 5:22-23; Ef. 2:10).
El pecado, por oponerse directamente al carácter santo de Dios, se opone también a nuestro verdadero carácter humano, a nuestro destino eterno, a la vida plena que Jesucristo vino a traer en abundancia (Jn. 10:10).
2.Cómo adquirimos conciencia de pecado
El Apóstol Pablo asegura que «por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20), hasta tal punto que, «sin la ley, el pecado está muerto» (Rom. 7:7-8). Es precisamente la ley la que da al pecado su carácter de iniquidad («anomía»). Por eso, los que carecen de la Torah, son inexcusables, como dice el Apóstol Pablo, precisamente porque «aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos» (Rom. 2:14-15).
Como el mismo Apóstol dice, ello no implica que la ley de Dios sea mala, puesto que dicha ley es la expresión de la santa voluntad de Dios. La ley nos es dada para encarrilar nuestra conducta; por eso, cuando el Espíritu Santo toma las riendas de nuestro corazón, la Ley no tiene nada que hacer (Gál. 5:23b).
En cuanto obligación, la Ley ata en la medida de nuestra necesidad de ser santos: a mayor necesidad, mayor obligación. Por tanto, como quiera que el pecado es una contravención de la ley de Dios, es también la mayor frustración de nuestro destino, la mayor alienación del ser humano.
Entonces, ¿no estaríamos mejor sin ninguna ley? A esta pregunta es preciso responder que, sin ninguna ley, el ser humano viviría en la anarquía moral, sin brújula que marcase el rumbo ético a su conducta, puesto que, siendo un ser relativo, el ser humano no tiene en sí mismo el norte de su obrar, de la misma manera que no tiene en sí mismo la fuente de su existir. Por eso, el Apóstol Pablo, al afirmar que él ya no está bajo la Ley, se apresura a añadir que no por eso está sin ley, puesto que está «dentro de la ley (“énnomos”) de Cristo» (1.ª Cor. 9:21, comp. con Jn. 13:34-35; 1.ª Jn. 3:23).
3.La triple dimensión del concepto de pecado
De acuerdo con la triple dimensión espiritual del hombre: relación con Dios, con el mundo y consigo mismo, todo pecado comporta un triple aspecto de maldad: injuria, desorden y mancha. En efecto, el pecado es:
A)Una injuria personal contra el carácter santo de Dios. Por eso, sólo después de contemplar, como Isaías (V. Is. 6:1ss.), la gloria de Dios, nos percatamos de nuestra miseria moral y de la horrible iniquidad que el pecado comporta. En este sentido, la Biblia llama al pecado: a) impiedad (hebreo: «reshá»; griego: «asébeia»); b) iniquidad (griego: «anomía» o «paranomía» = disconformidad con la ley de Dios); c) injusticia (griego: «adikía»).
B)Un desorden, o subversión del orden moral establecido por Dios; una calamidad cósmica, ya que el pecado «solitario» no existe; toda defección moral constituye una lacra social. En este sentido, la Biblia llama al pecado: a’) perversión o depravación (hebreo: «avon»; griego: «ponería»); b’) maldad (hebreo «ra»; griego: «kakía»); c’) rebelión, transgresión, prevaricación (hebreo: «pesha»; griego: «parábasis»); d’) delito, error, falta (griego: «paráptoma»).
C)Una mancha moral en el ser humano. En este aspecto, la Biblia lo llama inmundicia, impureza (griego: «akatharsía»).
La Sagrada Escritura denomina también el pecado con dos vocablos cuyo sentido metafórico ayuda a percibir lo terrible del pecado: a”) tinieblas u oscuridad (griego: «skotía»), como una «herida en la luz»; y b”) errar el blanco, fallar el destino (hebreo: «jattath»; griego: «hamartía»).
Resumiendo, y desde otro ángulo, podemos decir que el pecado es: 1) en su forma, un fallo en el blanco; 2) en su sustancia, una actitud de resistencia a Dios; 3) en sus resultados, un estado de perversión moral.
Por consiguiente, el pecado no es una mera calamidad, sino que siempre es una maldad moral. Tampoco es una mera negación, privación o pasividad, sino que siempre supone una actividad rebelde.2 Aun los pecados de omisión suponen una rebeldía activa, y son tanto más graves en un creyente cuanto que la Nueva Ley del amor pone un énfasis especial en hacer el bien, no sólo en evitar el mal. Nótese que Mt. 25:31-46 presenta el juicio de Dios sobre las naciones a base de cinco actos de amor y de cinco pecados de omisión.
CUESTIONARIO:
1. ¿Qué elemento es el que determina el carácter inmoral del pecado? — 2. ¿Por qué está el ser humano obligado a comportarse santamente? — 3. ¿Por dónde nos viene el conocimiento del pecado? — 4. ¿Cómo llama la Biblia al pecado en función de la triple dimensión moral del hombre? — 5. ¿Qué metáforas usa preferentemente la Biblia para darnos a entender la terrible maldad del pecado? — 6. ¿Qué característica más distintiva encontramos entre la formulación de la Antigua Ley y de la Nueva?
line
1. En Un Dios en tres Personas, pp. 111-116.
2. V. E. Kevan, Dogmatic Theology, Correspondence Course, vol. II, VIII, p. 2.
LECCION 20.ª
ORIGEN DEL PECADO
1.El pecado es el mal absoluto
El problema del origen del pecado se reduce al problema del origen del mal en su aspecto más radical. Sin embargo, hay una diferencia esencial entre el mal físico y el mal moral. El mal físico es una penalidad que el hombre sufre como consecuencia del pecado original, pues toda la creación ha sido sometida a vanidad («mataióteti») y a la esclavitud de la corrupción («pthorás»), hasta que se realice la redención completa de los hijos de Dios (Rom. 8:20-22). Así, toda penalidad es un mal, como nos enseña el original de 2.ª Tim. 2:3,9; pero es un mal relativo, porque, para los que aman a Dios, todo, incluidos los males relativos, converge, en los designios de la divina Providencia, hacia el bien absoluto (Rom. 8:28).
Así que, en último término, el origen de los males físicos no constituye problema. El problema queda, pues, centrado en el origen del pecado, que es un mal absoluto (es decir, no puede ser un medio lícito para un fin bueno), por ir directamente contra el carácter santo de Dios y contra el destino final del hombre. La magnitud del problema se percibe al tratar de responder a estas dos preguntas: 1) Si el pecado es un mal absoluto, ¿cómo puede ser algo real, puesto que toda realidad es un ser y todo ser tiene su bondad? 2) Si el pecado es una realidad, si tiene razón de ser, ¿acaso no provendrá también del Supremo Ser?
2.Dios no puede ser el autor del pecado
Este es un a priori que la Biblia jamás discute.3 En efecto, ya de entrada podemos decir que, si el pecado siempre procede de un error en la estimativa o de un fallo en la voluntad (corrupción o debilidad), Dios no puede ser autor del pecado, porque El es infinitamente sabio, bueno y poderoso; su voluntad está ineludiblemente orientada hacia el bien; su propio ser se identifica con el bien, por la infinitud de su perfección esencial. Yahveh, el «YO SOY», está infinitamente distante del mal, del pecado, de la imperfección, del límite. El es la luz, sin mezcla de tiniebla (Sal. 27:1; 1.ª Jn. 1:5), el tres veces santo, o santísimo, puesto que el hebreo expresa el superlativo con la triple repetición del adjetivo (Is. 6:3).
De ahí que, ya en Hab. 1:13, leemos acerca de Dios: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el mal, ni puedes ver el agravio». Y Santiago tiene por error fatal atribuir a Dios el pecado: «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie» (Sant. 1:13). La Biblia repite una y otra vez4 la palabra «abominación», para expresar el odio que Dios tiene al pecado. Abominar equivale a detestar de todo corazón (de «ab» = separación, y «omen» = presagio, a base de escrutar las entrañas de un animal).
La Biblia entera está llena de afirmaciones acerca del grado infinito en que Dios aborrece el pecado. Balaam se ve forzado a confesar: «Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta» (Núm. 23:19). En Job 34:10 encontramos: «Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad». David canta en el salmo 5:4-6: «Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad... Aborreces a todos los que hacen iniquidad... Al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová». En Is. 55:8, Dios da la razón de su distanciamiento del pueblo, diciendo: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos». (Es decir: hay una contradicción entre mis criterios y los vuestros, entre vuestra conducta y la mía). Y el mismo Isaías expresa la misma verdad al decir: «He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír» (Is. 59:1-2).
Por eso, Dios no puede dejar impune el pecado. Dan. 9:14, tras dejar bien claro el concepto de «justicia» de Dios, da razón del castigo que ha sobrevenido al pueblo: «Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros». Así que la idea de abominación del pecado por parte de Dios, está necesariamente conectada con la idea de juicio, precisamente porque la infinita santidad de su carácter esencial obliga a Dios a preservar el orden moral. En este sentido, tanto Hab. 1:13, como Sant. 1:13, implican que es blasfemo atribuir a Dios el origen del pecado.
¿Por qué, pues, permite Dios el pecado? Es cierto que Dios permite el pecado, no en el sentido de una con...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. INTRODUCCION
  6. PRIMERA PARTE: CREACION DEL HOMBRE
  7. SEGUNDA PARTE: ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE
  8. TERCERA PARTE: LA CAIDA DE NUESTROS PRIMEROS PADRES
  9. CUARTA PARTE: EL PECADO PERSONAL
  10. BIBLIOGRAFIA