Aristocracia
¿Quién manda en México? Desde luego, no el pueblo cuya soberanía, regateada siempre, parece ahora un símbolo de la demagogia que nos golpea en cada discurso oficial cuando ya es costumbre dar traspiés por el desconocimiento profundo de la geopolítica nacional. ¡Cuánto les cuesta entender a quienes integran los tres poderes federales la distinta idiosincrasia de las treinta y una entidades del país y la del Distrito Federal!
Es tal el absurdo que hasta la reforma para desaparecer el ente amorfo llamado “distrito federal” y constituir una entidad nueva –ahora que el presidente se inventa cuantas quiere por resbalarse en sus profundas lagunas mentales–, la Ciudad de México, con escenarios paralelos a los de las gubernaturas, se convirtió en un mitote aplacado por la prioridad de sacar adelante las elecciones turbias de 2015, con tres nuevos partidos en la escena –dos de ellos inventos del sistema para “contrarrestar” a los adversarios del partido en el poder, desmantelándolos y dividiéndolos–, y cuando menos cinco entidades en estado de ingobernabilidad. Una burda burla.
Los mexicanos estamos ante una indefensión plena de cara a la clase política voraz y totalmente alejada de su función esencial, la representatividad del colectivo, convertida en una veleta de propósitos partidistas que nacen y mueren en las ambiciones personales de postulantes y funcionarios. El maridaje es tal que sólo así pueden entenderse las alianzas turbias entre enemigos ideológicos históricos y totalmente separados entre sí por la doctrina, y las que debieran ser cauces hacia una praxis honesta. Los partidos maniobran, el presidente negocia y la sociedad asimila. Tal es el signo de la nueva aristocracia mexicana rebosante de hipocresías.
Pareciera no existir voluntad alguna para la recuperación de los valores intrínsecos de la República, entre ellos la justicia perdida entre los sueldos millonarios de Ministros y Magistrados y las aplicaciones armadas al gusto de los gobernantes y sólo de éstos, cuando las consignas se imponen a los criterios jurídicos, o la riqueza obra para aplastar a quienes sólo cuentan con la defensa de un abogado de oficio ramplón, atascado de trabajo y descuidado en sus procedimientos. Los resultados, claro, son siempre los mismos.
No sirve ya el “sistema” como tampoco aportan gran cosa los partidos políticos, mucho menos el que retornó a la Presidencia en 2012 asegurando una imaginaria renovación que fue, en realidad, una vuelta hacia atrás desde cualquier perspectiva, con la carga impúdica de las viejas mafias. El señor peña clamó pretendiendo credibilidad en sus primeros andares como mandatario:
“Puedo asegurarles que en México NO hay intocables”.
Debe haberle quedado la lengua agujereada por tantas mentiras bajo el peso de la mayor impunidad que hemos atestiguado en varias décadas. No hubo quien le creyera a cambio de acercarse a los peores para sacar raja de ellos, brindándoles protección arcaica, en plena debacle moral y en ausencia de principios que redimieran el ahora caduco término “patria”; dicen que el mundo, al globalizarse, derribó las fronteras en beneficio de las grandes potencias. Los demás sólo conservan el sagrado derecho de aplaudir con las espaldas encorvadas, como cuando se hace una reverencia ante los monarcas europeos, asiáticos y africanos. ¡Pobres de aquellos republicanos que deben aceptar tal protocolo en aras de su propio estatus! Deben vivir con las conciencias cremadas.
Si el Partido Nacional Revolucionario (PNR), fundado el 4 de marzo de 1929 a instancias del Maximato del General Plutarco Elías Calles, terminó con los caudillajes posrevolucionarios destinados al golpismo permanente, el General Lázaro Cárdenas del Río exilió a Calles para iniciar el periodo presidencialista que pervive, cada vez más autoritario, integrado por una suprema voluntad que sólo se limita a sí misma cuando la ignorancia, la torpeza y el desconocimiento de sus funciones, atrae a otros a llenar los vacíos de poder. Esto sucede ahora con un mandatario cuyos sellos son los traspiés y, sobre todo, la barbarie injustificada que ha encendido la indignación mundial.
México, observado en los noticiarios del primer mundo como una nación violenta, ha sido motivo de una peculiar atención por parte de los inversionistas foráneos ávidos de comprar ofertas y ganar largas plusvalías al corto y al mediano plazo. Por ejemplo, el consorcio bancario español BBV-Argentaria suele declarar que gracias a su filial mexicana, Bancomer, ha podido sortear los efectos de la crisis del euro y asegurarse con el sesenta por ciento de sus utilidades provenientes de sus sucursales en nuestro país. Todo ello, claro, sin la menor intervención de la pueril e inútil, entreguista y antinacionalista Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Y allí vamos.
Estamos mal, muy mal, porque los mexicanos, en su hartazgo, se separan de las cuestiones públicas, optan por no informarse y, sin percatarse de ello, conceden un aval silencioso a quienes fijan medidas contrarias a los propósitos generales... como las reformas peñistas viciadas de origen, esto es sin el menor consenso popular. Se nos impusieron sin siquiera ser consideradas como partes de las ofertas de campaña o de las trece “decisiones presidenciales” anunciadas por peña en la hora de su apoteósica asunción, pero en Palacio Nacional, en donde sólo asistieron los amigos, desde líderes amorales hasta empresarios multimillonarios pasando por la corte diplomática y política. Acabamos en la dirección opuesta a la que se nos había señalado en los días de proselitismo; y esto no puede sino ser considerado el mayor de los fraudes contra la voluntad de los mexicanos.
Más allá de las urnas, recipientes donde llegan las papeletas amañadas –muchas de ellas compradas en donde se dispone de la voluntad hasta de los emigrantes, quienes conocen el procedimiento: gracias a sus credenciales de elector, sus familias pueden sobrevivir dos o tres semanas a causa de las ofertas de los dominantes de las distintas zonas casi desérticas, en Guanajuato, Oaxaca, Michoacán y Veracruz, principalmente–, que pretenden una democracia de papel –o de despensas y monederos electrónicos–, de ningún modo se modifica el deplorable estado de cosas; al contrario, lo deprimen y hasta lo destruyen.
Así y todo hay millones de personas creyentes en los sufragios aunque, a través de sus existencias, sólo han atestiguado desaseos, fraudes, imposiciones y usurpaciones corrientes. Ya lo decía un yucateco, Carlos Rubén Calderón Cecilio, delegado del PRI en las elecciones de Chihuahua en 1986, quien muy ufano me confió:
“Esto es como la guerra: espacio que no ocupas, lo ocupamos. Hicimos un trabajo irreprochable. Ellos –el PAN y sus abanderados– nos dejaron las manos libres donde no se presentaron sus representantes. Y lo aprovechamos. ¿Cómo pueden quejarse ahora, a toro pasado?”.
La ley de la selva, nada menos, aplicada a la demagogia más sofisticada. Y con ella se encumbraron algunos de quienes mantienen feudos intactos y se dan ahora el lujo de convertir a sus juniors en diputados o senadores, de acuerdo con la forma en que se den las cosas. El nepotismo, tan rechazado en la era de lópez portillo sobre todo cuando promulgó que su hijo, José Ramón, era el “orgullo”, se admite en todas las profesiones pero es terriblemente mal vista entre los políticos por cuanto a la erección de sombríos cacicazgos familiares.
Hagamos una breve lista: los Cárdenas en Michoacán, los Figueroa en Guerrero, los Rojo y los Lugo en Hidalgo, los González Blanco en Chiapas, los Santos en San Luis Potosí –ya en vías de extinción– los Murat en Oaxaca, los Sansores en Campeche, los Madrazo en Tabasco, los salinas en Nuevo León, los Creel en Chihuahua, los Hank en el Estado de México y Baja California, los cervera en Yucatán y los Moreira en Coahuila, por mencionar algunas muestras solamente, insaciables y prepotentes. De ellos está repleto el palenque nacional sin olvidar a quienes aspiran a lo mismo, como los calderón, en busca de atrapar a los michoacanos en sus redes, y los Yunes, en Veracruz, disparando hacia todos los partidos. Puros “revolucionarios” vestidos en el Jockey Club con cabalgaduras “pura sangre”, sin un pelo de indígenas ni de nada que indique, siquiera, el atávico mestizaje.
Los sinvergüenzas se dan en macetas porque, por desgracia, hay quienes los riegan, atrapados en el tobogán de la sumisión y buscando de ellos las migajas. ¿Cuántas humillaciones deben sufrir los destechados para ser escuchados? ¿Y cuántos kilómetros deben andar quienes reclaman una causa justa? En mayo de 2015, un grupo de meridanos, encabezados por el exgobernador panista, Patricio Patrón Laviada, decidió marchar desde la capital yucateca hasta Tekax, en el sur de la entidad, para exigir la atención de las autoridades federales quienes abandonaron la obra muerta del hospital destinado a la segunda ciudad mencionada. ¿Y saben por qué? Sencillo: la obra se había iniciado bajo la égida panista y los priistas subsecuentes no quisieron dotar al centro hospitalario del mobiliario necesario, al considerar que tenían otras prioridades; pero robaron lo suyo: del presupuesto inicial, de cincuenta millones de pesos, los egresos se elevaron a ciento sesenta millones... sin ponerlo a funcionar. Un descaro sin límites.
Desde luego, los panistas en campaña dejaron solo a su exgobernador de la misma filiación; optaron por no “mover el río” con tal de evadirse de cualquier responsabilidad. Pesan más las ambiciones personales que los intereses colectivos. Así se maneja la demagogia, infecunda siempre, en el país de las grandes simulaciones. Por eso, claro, han llegado a la Presidencia desde asesinos –como carlos salinas, quien lo fue desde la infancia–, hasta ladrones consumados que se dieron a la tarea de entregarnos a los extranjeros, entre ellos zedillo, el más influyente ante los vecinos poderosos, y el extinto miguel de la madrid quien sirvió como cabildero del Fondo Monetario Internacional para erradicar la posibilidad de que al sur del Bravo se formara un “club de deudores” para combatir el agio inmoral de los acreedores... en 1986. Hace ya casi treinta años de la ignominia sin castigo.
Y, sobre todas las cosas, permea el narcotráfico. ¿Cuántos priistas se han involucrado hasta el cuello? Sabemos de algunos exgobernadores: Mario Villanueva Madrid, de Quintana Roo, y Andrés Granier Melo, de Tabasco, quienes han sido como los chivos expiatorios para reducir los escándalos. Pero la lista es muy larga: Tomás Yarrington Ruvalcaba, de Tamaulipas, prófugo; Manuel Cavazos Lerma y Eugenio Hernández Flores, de la misma entidad y bien protegido el primero con su escaño en el Senado; Fidel Herrera Beltrán, de Veracruz; Roberto Madrazo Pintado, de Tabasco, quien fue secuestrado en 1995, en condición de mandatario, como si se tratara de una vendetta entre mafias; Mario López Valdés, de Sinaloa, apoyado por una alianza turbia que incluyó al PRD y el PAN, despacha a unos metros de donde se lava el dinero, en plena calle, en Culiacán; Mario Anguiano Moreno, en Colima, quien desde el Palacio de Gobierno protege a los grandes jefes de los cárteles de las metanfetaminas y al exgobernador Fernando Moreno Peña –uno de los posibles responsables del crimen del también exmandatario Silverio Cavazos Ceballos a plena luz del día y con un testigo oficial de por medio, Rafael Gutiérrez Villalobos, secretario de Fomento Económico del Estado–. No hay que olvidar al extinto víctor cervera pacheco quien dio refugio y protección al huidizo Villanueva Madrid, y muy orondo se convirtió en anfitrión –durante su mandato espurio– de ernesto zedillo y William Jefferson Clinton durante la visita de éste a Yucatán en calidad de Presidente de los Estados Unidos, el 14 de febrero de 1999, día de la amistad. Todos revueltos y con sucios valores entendidos.
En realidad, en cada entidad por donde pasamos las quejas son similares. En Sonora señalan al exgobernador Manlio Fabio Beltrones Rivera quien, en su defensa, arguyó ser víctima de una campaña difamatoria llevada a cabo por el New York Times y armada por Ricardo Canavati Tafich, primo hermano de Bitar Tafich, éste operador financiero del gran capo Amado Carrillo Fuentes, el primero de los “muertos vivientes” que integran hoy el “cártel del Paraíso”, libres de persecuciones policíacas. Una especie de péndulo que va dejando rastros por sendos extremos: Beltrones, coordinador de la bancada priista en la Cámara baja, quien ha hecho mancuerna con otro deplorable sujeto, yucateco, emilio gamboa patrón, quien a su vez está ligado al pederasta de Cancún, Jean Succar-Kuri, son otros ejemplos evidentes de las infiltraciones sucias.
Pero acaso lo más terrible es constatar que, en cada sexenio, alguno de los miembros de la “primera familia” queda expuesto como malhechor: Rubén Zuno Arce, el cuñado de echeverría; el tunante raúl salinas, hermano de carlos; Federico de la Madrid, hijo del siniestro miguel y socio descarado del hijo del general juan arévalo gardoqui; este último ensució sus galones mezclándose con el cártel de Ciudad Juárez al que también sirvieron otros secretarios de la Defensa, sobre todo Enrique Cervantes Aguirre –quien prohijó los encuentros entre Carrillo Fuentes y Ramón y Benjamín Arellano Félix a cambio de cincuenta millones de dólares, la mitad de los cuales fueron a parar a los bolsillos del pretendido impoluto zedillo, a quien llaman “demócrata” los panistas ciegos por haberles cedido el sillón presidencial–.
Por si fuera poco, el suegro Fernando Velasco Márquez y el cuñado de zedillo, Fernando Velasco Núñez, se adueñaron de Colima y concedieron todas las canonjías imaginables a los hermanos Beltrán Leyva, precisamente los reyes de las metanfetaminas. El defenestrado general Jesús Gutiérrez Rebollo me confió en la prisión de alta seguridad de Almoloya:
“Una de las causas por las que estoy aquí es porque informé sobre una reunión del suegro y el cuñado del presidente Zedillo con Arturo Beltrán Leyva, con motivo de una fiesta en Colima”.
Por cierto, el veintidós de diciembre de 1996, Fernando, hermano de Nilda Patricia, la esposa de zedillo –a quien trataba de secuelas psicológicas el Dr. Ramón de la Fuente Muñiz, padre de Juan Ramón de la Fuente Ramírez, este último exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México y Secretario de Salud durante el periodo de zedillo–, sufrió un accidente mortal, presuntamente una vendetta de quienes pretendían disputar territorios y fuerza a los Beltrán Leyva y como un aviso, por demás claro, al cuñado de la víctima: el presidente. A diferencia de los de los perros, los aullidos de los narcos sí avisan del ataque.
El narcotráfico, operado d...