Anatomía de una epidemia
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Anatomía de una epidemia

Robert Whitaker

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Anatomía de una epidemia

Robert Whitaker

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Cuando el galardonado periodista científico Robert Whitaker se percató de que entre 1987 y 2007 el número de pacientes con discapacidad por enfermedad mental se había casi triplicado, en paralelo a un espectacular aumento en la producción de droga psicotrópica, comenzó a reflexionar.Parece como si estos psicofármacos fueran "balas mágicas" que dejan fuera de juego a la enfermedad mental, reinsertando a los pacientes a las filas de la ciudadanía productiva. Pero numerosos estudios clínicos publicados hace más de 50 años en prestigiosas revistas científicas, revelaban una anomalía sorprendente: en repetidas ocasiones, las drogas psiquiátricas empeoran la enfermedad mental, y disparan los riesgos de daño hepático, de aumento de peso, de colesterol, o de azúcar en la sangre. Realmente no se sabe qué causa la enfermedad mental, no hay cura o tratamiento paliativo que se encuentre en esas píldoras. Las conclusiones de Whitaker, tras examinar estos medicamentos a través del prisma de los resultados a largo plazo, exponen el brutal engaño de una industria que mueve miles de millones.

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Información

06
Una paradoja desvelada
«Si pretendemos basar la psiquiatría en medicina
apoyada en la evidencia, corremos auténtico peligro
al examinar más detenidamente lo que se ha considerado
desde mucho tiempo atrás hecho probado.»
Emmanuel Stip,
European Psychiatry, 2002121
Uno de mis lugares preferidos en Boston es el sótano de la Biblioteca Countway de la Facultad de Medicina de Harvard. Al salir del ascensor entras en una sala inmensa, un poco tétrica, cargada del olor polvoriento de los libros antiguos. Me paro muchas veces a pocos pasos de la entrada y contemplo el grandioso espectáculo: una hilera tras otra de revistas médicas encuadernadas que abarcan desde principios del siglo XIX hasta 1986. El lugar está casi siempre vacío, a pesar de que hay auténticos tesoros que descubrir aquí, y enseguida, en cuanto empiezas a articular una narración médica concreta, saltas de una revista a la siguiente y el montón de libros de tu mesa es cada vez más alto. Está la emoción de la caza y parece además que esta sección de la biblioteca no defrauda nunca. Todas las revistas están ordenadas cronológicamente y cuando encuentras en un artículo una cita que te interesa, sólo tienes que dar unos pasos para localizar la revista que necesitas. Parece que la Biblioteca Countway ha adquirido todas las revistas médicas publicadas, hasta hace muy poco tiempo, al menos.
Aquí es donde podemos iniciar la búsqueda para determinar los resultados a largo plazo de los fármacos psiquiátricos. El método de búsqueda que necesitamos seguir es sencillo. Primero, tendremos que rellenar lo mejor posible el espectro natural de resultados para cada trastorno concreto. ¿Cómo evolucionarían con el tiempo sin medicación antipsicótica las personas diagnosticadas de esquizofrenia? ¿Qué probabilidades —si había alguna— tendrían de recuperarse? ¿Podrían arreglárselas bien en el medio social? Pueden plantearse las mismas preguntas respecto a la ansiedad, la depresión y el trastorno bipolar. ¿Cuáles serían los resultados sin ansiolíticos, antidepresivos y estabilizadores del estado de ánimo? Después de que tengamos una base de referencia para un trastorno, podemos rastrear la literatura de resultados que haya de él, y es de esperar que explique una historia coherente y creíble. ¿Alteran el curso a largo plazo de un trastorno mental los tratamientos con fármacos—en la población enferma como un todo— mejorándolo? ¿O empeorándolo?
Puesto que el fármaco que inició la revolución psicofarmacológica fue la clorpromacina (Thorazine), parece adecuado investigar primero la evolución clínica de la esquizofrenia.
Historia natural de la esquizofrenia
La esquizofrenia se considera en general hoy día una enfermedad crónica, que perdura toda la vida, una idea procedente de la obra del psiquiatra alemán Emil Kraepelin. Kraepelin siguió sistemáticamente, a finales del siglo XIX, la evolución de los pacientes de un manicomio de Estonia, y observó que había un grupo identificable de ellos que era de suponer que degenerarían en demencia. Eran los que al ingresar en el centro mostraban una falta de emoción. Muchos estaban catatónicos, o irrremediablemente perdidos en mundos propios, y tenían a menudo graves problemas físicos. Caminaban de una forma extraña, tenían tics faciales y espasmos musculares, y eran incapaces de completar actos físicos voluntarios. Kraepelin escribió en su tratado de psiquiatría (Lehrbuch der Psychiatrie, 1899) que estos enfermos padecían dementia praecox, y, en 1908, el psiquiatra suizo Eugen Bleuler acuñó el término esquizofrenia como término diagnóstico sustituto para los enfermos que se encontraban en ese estado de deterioro.
Sin embargo, como argumentó de forma muy convincente la historiadora británica Mary Boyle en un artículo publicado en 1990, «¿Es la esquizofrenia lo que era? Una reconsideración de la población de Kraepelin y Bleuler» [«Is Schizophrenia What It Was? A Re-analysis of Kraepelin’s and Bleuler’s Population»], muchos pacientes de la dementia praecox de Kraepelin padecían sin duda encefalitis letárgica, enfermedad vírica que no se había identificado aún a finales del siglo XIX. Esta enfermedad hacía que las personas deliraran o se sumieran en un estupor o empezaran a caminar de forma espasmódica, y, en cuanto el neurólogo austriaco Constantin von Economo describió la enfermedad en 1917, los enfermos de encefalitis letárgica dejaron de formar parte del grupo de la esquizofrenia, tras lo cual, los enfermos que quedaron eran muy diferente del grupo de dementia praecox de Kraepelin. «Los pacientes inaccesibles, los catatónicos estuporosos, los deteriorados intelectualmente», ese tipo de enfermos de esquizofrenia, señaló Boyle, desaparecieron en gran parte. En consecuencia, las descripciones de esquizofrenia cambiaron en los libros de texto de psiquiatría durante las décadas de 1920 y 1930. Todos los viejos síntomas físicos —piel grasa, andares excéntricos, espasmos musculares, tics faciales— desaparecieron de los manuales diagnósticos. Los que permanecieron eran síntomas mentales: alucinaciones, delirios e ideas estrambóticas. «Los referentes de la esquizofrenia —escribió Boyle— cambiaron poco a poco hasta que el diagnóstico pasó a aplicarse a una población que sólo guardaba un parecido leve y tal vez superficial con la de Kraepelin».122
Así que ahora tenemos que preguntarnos: ¿Cuál es el espectro natural del curso de la enfermedad para ese grupo de pacientes psicóticos? Nos encontramos aquí, desgraciadamente, con un segundo problema. Desde 1900 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, las actitudes eugenésicas hacia los enfermos mentales eran muy comunes en Estados Unidos, y esa filosofía social afectó drásticamente al curso de la enfermedad. Los eugenistas sostenían que había que mantener recluidos en hospitales a los enfermos mentales para impedir que tuvieran hijos y propagaran sus «malos genes». El objetivo era mantenerlos confinados en manicomios, y, en 1923, un editorial del Journal of Heredity informaba con satisfación que la «segregación de los locos es bastante completa».123 Así que muchas personas diagnosticadas de esquizofrenia en la primera mitad del siglo fueron hospitalizadas y jamás recibieron el alta, y esa política social se consideró erróneamente como el curso natural de la enfermedad. El hecho de que los esquizofrénicos no salieran nunca del hospital demostraba que la dolencia era una enfermedad crónica incurable.
Pero la eugenesia cayó en desgracia después de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de la misma «ciencia» que habían aceptado Hitler y la Alemania nazi, y después de que Albert Deutsch revelara las atroces condiciones de los hospitales psiquiátricos del país, a los que comparaba con campos de concentración, muchos estados empezaron a considerar la posibilidad de tratar a los enfermos mentales en la comunidad. La política social cambió y los índices de altas se dispararon. En consecuencia, hay un breve espacio de tiempo entre 1946 y 1954 en el que podemos ver cómo les iba a los pacientes diagnosticados con esquizofrenia y hacernos una idea de la «evolución natural» de la esquizofrenia antes de la llegada del Thorazine.124
He aquí los datos. En un ensayo clínico dirigido por el Instituto Nacional de Salud Mental, el 62% de los pacientes con un primer episodio psicótico ingresados en el Warren State Hospital de Pennsylvania desde 1946 hasta 1950 recibieron el alta en doce meses. Al cabo de tres años, estaban fuera del hospital el 73%.125 Un estudio de 216 enfermos de esquizofrenia ingresados en el Hospital Estatal de Delaware entre 1948 y 1950 dio resultados similares. El 80% recibió el alta en cinco años, y el 1 de enero de 1956 —seis años o más después de la hospitalización inicial—, el 70% vivía con éxito en la comunidad.126 El Hospital Hillside de Queens (Nueva York) hizo también un seguimiento de los 87 pacientes de esquizofrenia que recibieron el alta en 1950, y verificó que algo más de la mitad no recayeron nunca en los cuatro años siguientes.127 En ese mismo periodo, los ensayos clínicos realizados en Inglaterra, donde la esquizofrenia se definía con mayor precisión, describían una situación esperanzadora similar: el 33% de los enfermos disfrutaba de una «recuperación completa», y el 20% de una «recuperación social», lo que significaba que podían mantenerse y vivir por su cuenta.128
Estos ensayos daban una visión bastante sorprendente de la evolución de la esquizofrenia durante el periodo. Según la opinión generalmente aceptada, fue el Thorazine lo que permitió que las personas con esquizofrenia vivieran en la comunidad. Pero lo que encontramos es que la mayoría de los enfermos ingresados por un primer episodio de esquizofrenia durante los últimos años de la década de 1940 y los primeros de la de 1950 se recuperaron hasta el punto de poder volver a la comunidad en los primeros doce meses. Al cabo de tres años, el 75% de los pacientes había hecho otro tanto. Sólo un reducido porcentaje —el 20% más o menos— tuvieron que seguir hospitalizados. Además, los que se reincorporaron a la comunidad no vivían en hogares y centros de acogida, ya que ese tipo de servicios aún no existía. No recibían prestaciones del gobierno por discapacidad, porque los programas del SSI y el SSDI aún no se habían creado. Los que recibían el alta de los hospitales volvían en la mayoría de los casos con sus familias y, a juzgar por los datos de recuperación social, muchos trabajaban. Había, en conjunto, razones para que las personas diagnosticadas con esquizofrenia en aquel periodo de posguerra se sintiesen optimistas y confiaran en recuperarse y desenvolverse bastante bien en la comunidad.
Es importante subrayar también que la llegada del Thorazine no aumentó las altas hospitalarias en la década de 1950 de las personas recién diagnosticadas de esquizofrenia, ni disparó el número de los pacientes crónicos dados de alta. En 1961, el Departamento de Higiene Mental de California revisó los índices de altas de los 1.413 pacientes hospitalizados en 1956 por un primer episodio de esquizofrenia, y descubrió que el 88% de aquellos a los que no se había prescrito un neuroléptico había recibido el alta en dieciocho meses. El índice de altas de los que sí habían sido tratados con un neuroléptico, casi la mitad de los 1.413, era inferior: sólo el 74% recibió el alta en dieciocho meses. Se trata del único estudio a gran escala de la década de 1950 que comparaba los índices de altas de los pacientes tratados con y sin fármacos, y los investigadores llegaron a la conclusión de que los pacientes «tratados con medicamentos tienden a pasar más tiempo hospitalizados […] Los pacientes no tratados muestran regularmente un índice de internamiento un poco más bajo».129
El dar de alta a los pacientes con esquizofrenia crónica de los hospitales psiquiátricos —y el comienzo de la desinstitucionalización— empezó en 1965 con la legislación de Medicare y Medicaid. En 1955, había 267.000 enf...

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