El texto y la imagen
Reflexionar sobre la relación que existe entre los primeros textos y las primeras imágenes que llegaron a Europa del Nuevo Mundo nos obliga a plantearnos la complejidad del problema, ya que necesariamente tenemos que hablar de diversos niveles de construcción de la imagen.
En primera instancia, surge la pregunta de la temporalidad: ¿qué se da primero, la imagen verbal construida a través del texto, o la imagen gráfica esbozada como un apoyo para que el cronista, testigo presencial de la empresa, logre enviar a sus destinatarios europeos la referencia sobre un mundo recién descubierto y nunca antes descrito?
El potencial de las imágenes como fuentes de documentación del pasado ha sido ya ampliamente abordado por historiadores como Peter Burke en su obra Visto y no visto y por Ivan Gaskell en su artículo “Historia visual” publicado por el mismo Burke en Formas de hacer Historia. Ambos se detienen a analizar las imágenes como vestigios de la historia y reflexionan sobre las diferentes dificultades para que una imagen, elaborada con ciertos fines y para ciertos destinatarios, pueda ser leída por el historiador del presente como una más de sus fuentes de interpretación del pasado.
Pero no es éste el tipo de acercamiento al que se hará referencia aquí, sino a la relación que existe entre los textos y las imágenes en el siglo XVI, cuando los mismos cronistas utilizaron la imagen gráfica como apoyo de sus textos, o cuando los artistas y cartógrafos europeos utilizaron los textos de la conquista para elaborar imágenes en las que el tema central era el Nuevo Mundo: su paisaje, sus productos, sus habitantes y las costumbres de éstos. Es un tipo de reflexión que resulta pertinente hoy en día, en una época en la que nadie niega el poder de representación que las imágenes pueden llegar a tener y en la que vivimos dominados por la cultura de la imagen. En nuestro caso particular la reflexión se hará desde ese espacio en el que se combinan las imágenes que se construyen a través del texto para describir el territorio visitado, con las imágenes gráficas que de alguna manera se elaboran para complementar o ampliar la descripción, ya sea ésta de un territorio, de la flora y la fauna que lo habita, o bien de los diversos grupos humanos, de su hábitat, o de sus prácticas culturales.
Existe una marcada tendencia a destacar la presencia de la descripción como uno de los factores distintivos de los relatos de viajes; y sabemos también que un factor predominante para caracterizar el género se encuentra en la tensión que se da entre los elementos narrativos y los elementos descriptivos en el texto. El viajero que narra tiene la necesidad de dar cuenta del espacio que recorre y para ello suele recurrir a amplios paradigmas de los cuales selecciona la información que desea comunicar, utilizando la descripción como su principal operación discursiva. El narrador testigo recurre a la creación de imágenes visuales mediante las cuales va pintando, como en un telón de fondo, el espacio que recorre, para destacar sus características distintivas. El viajero que, además de describir, dibuja lo que encuentra, decide utilizar dos códigos descriptivos distintos para comunicar su experiencia. Por una parte hace uso del código verbal mediante el que, a partir de constructos descriptivos, va ensartando imágenes visuales con las que comunica sus experiencias; y por otra parte, al trazar sus bocetos, utiliza la imagen gráfica para conseguir una comunicación más eficiente.
En este punto deseo aclarar que cuando hablo de imágenes verbales no me refiero a la amplia gama de constructos comunicativos que podemos identificar en el ámbito de la retórica como “imágenes poéticas”, sino, exclusivamente, a una de las cinco posibilidades que la lengua nos brinda para construir imágenes sensoriales, que se elabora a partir de los mecanismos propios de la descripción en la que se apela al sentido de la vista, esto es: la imagen visual. En este orden de cosas las lenguas nos dan posibilidades de construir imágenes auditivas, gustativas, olfativas, táctiles y, desde luego, imágenes visuales, en cuya formación se utilizan marcadores textuales que hacen alusión al sentido de la vista. Este tipo de imágenes visuales constituye un tópico recurrente en todo relato de viaje y en particular en los relatos de viaje al Nuevo Mundo, y se encuentra en relación directa con la función testimonial que es una de las características distintivas de los relatos de viaje. Aparece en los textos de los viajeros a partir de formas verbales como “se puede ver” o “se encuentra”. Se trata entonces de aludir a descripciones visuales que se presentan con fuerza de testimonio y con prestigio de verosimilitud, sobre todo cuando el emisor siente la necesidad de retratar con palabras el espectáculo que está presenciando. Hernán Cortés nos proporciona muy buenos ejemplos de las imágenes visuales de las que estamos hablando. Uno de los textos con los que de mejor manera podemos describir esta operación es el correspondiente a la descripción que intenta hacer el conquistador de la ciudad de México, en la que ya desde la introducción se dirige al monarca con marcadores discursivos que destacan la necesidad de describir lo que se ve:
Porque para dar cuenta [...] a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitlán [...] serían menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cien partes una de las que dellas se podrían decir, más como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender (Cortés, 232).
Cortés está hablando de su incapacidad para describir lo visto. Parecería que al conquistador le queda claro que, dada su competencia lingüística, no tiene la capacidad de dar cuenta de la magnificencia de lo que ve, y no sólo eso, sino que también declara que las características de lo visto exceden a las posibilidades de la propia comprensión. La ciudad construida en el centro de un lago no sólo resulta a Cortés maravillosa e inefable, sino incomprensible. Es asombroso que ante un espectáculo como el que pudo haber sido la gran ciudad de México, el conquistador declare que no puede dar cuenta de la realidad a la que se está enfrentando.
Otro ejemplo interesante es aquél en que el mismo Cortés describe al monarca los magníficos volcanes con los que se encuentra antes de llegar a la ciudad de México:
a ocho leguas de esta ciudad de Churultecatl están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra anda siempre muy recio viento, no lo puede torcer (Cortés, 198).
Estas formas, “se parece”, “según parece”, dichas sobre un cosa, equivalen en el español moderno a “dejarse ver” o “aparecer” y funcionan en el texto como marcadores visuales. Con ellas, Cortés, a la vez que introduce las peculiaridades de lo descrito, va hilvanando una serie de elementos que apelan al sentido de la vista para matizar las características de los volcanes que tanto han llamado su atención. Lo primero que destaca es la altura que se reitera con la descripción de sus cumbres nevadas; en seguida recurre a la apariencia o el aspecto de la fumarola que el volcán despide y para ello vuelve a recurrir a estímulos visuales: “tan grande como una casa”, “tan derecho como una vira” y el “muy recio viento, no la puede torcer”.
Ahora bien, en la descripción de los volcanes sólo contamos con la imagen construida a través del texto, pero existen otros casos en los que la descripción va acompañada de imágenes gráficas que complementan a la imagen textual. La imagen gráfica suele apoyar a la descripción verbal para lograr una descripción más eficiente de la nueva realidad. El dibujo no sólo complementa, sino que amplía y agrega detalles al texto. En algunos casos el dibujo concreta y hasta supera a la descripción textual, y en otros, su función es sintetizar los elementos que se enumeran en el texto dado; de tal manera que, parafraseando a Peter Burke, podríamos decir que en los relatos de viaje al Nuevo Mundo las imágenes permitían al entonces destinatario del texto, y por lo tanto a nosotros los lectores del presente, “imaginar” el espacio descrito de un modo más vivo. Burke considera que este tipo de obra realizada a modo de documento es relativamente fiable, pero aun así aconseja ser cauteloso en su interpretación:
No sería prudente atribuir a estos artistas-reporteros una “mirada inocente”, en el sentido de una actitud totalmente objetiva, libre de expectativas y de prejuicios de todo tipo. Literal y metafóricamente estos estudios y pinturas reflejan un “punto de vista” (Burke, Visto 24).
El hecho de que las imágenes gráficas fueran utilizadas para complementar el texto hace que éstas puedan dar testimonio de una realidad que resulta extraña para el viajero narrador y por lo tanto difícil ...