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¿Te atreverías a ir a Chile?
Una semblanza de Adolfo Rodríguez Vidal
- 372 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro
Relato de los comienzos del Opus Dei en Chile, de la mano de Adolfo Rodríguez Vidal. Elegido por san Josemaría para comenzar allí la labor apostólica, se trasladó inicialmente solo en 1950. Diez años antes había descubierto su llamada divina, cuando era un joven estudiante de Ingeniería Naval en Madrid. Más tarde, obtendría también la Licenciatura en Ciencias Exactas. Fue ordenado sacerdote y tras un breve período en Barcelona, dirigió el Opus Dei en Chile entre 1950 y 1962, y posteriormente entre 1965 y 1988. Ese año fue nombrado por san Juan Pablo II obispo de Santa María de los Ángeles, diócesis del centro sur de Chile. Falleció en 2003 tras una dura enfermedad.
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Información
¿TE ATREVERÍAS A IR A CHILE…?
Una sorpresa
La vida de intenso trabajo pastoral de don Adolfo se vio interrumpida momentáneamente por una llamada telefónica, el 19 de enero de 1950 a eso de las cinco de la tarde. Al otro lado del auricular estaba don Francisco Botella, entonces consiliario del Opus Dei en España —lo que hoy se llama también vicario regional—, que le pedía que viajara inmediatamente a Madrid. Aún se dejaban sentir las consecuencias de la guerra y no era fácil conseguir pasaje con rapidez. Pero don Adolfo se subió a un tren hacia las siete de la tarde de ese mismo día.
Al llegar a Diego de León, don Francisco le entregó una carta manuscrita de san Josemaría en la que se leía:
Roma, 18 de enero, 1950
Para Adolfo Rodríguez Vidal
Queridísimo: Que Jesús te me guarde.
Dos letras, para que me respondas con entera libertad, a través de tu Consiliario: hijo mío, ¿te atreverías a ir a Chile de Consiliario de esa “Quasiregión”?[1] El viaje sería casi inmediato. Desde luego es predilección de Dios y mía. Un abrazo muy fuerte. Te bendice tu Padre
Mariano.
La respuesta afirmativa de don Adolfo fue inmediata, aunque se llevó una gran sorpresa, ya que nunca había pensado en partir a otro país, pero estaba dispuesto. No se había planteado la posibilidad de que el Padre se fijara en él para la expansión mundial del Opus Dei. Quizá porque considerara que era uno de los mayores —aunque siempre pensó que no era de los primeros de la Obra, pero hacia el año 1950 ciertamente lo era— y tenía ya una labor estable en España, o porque le parecía que no podía dejar Barcelona, sencillamente porque no había otro sacerdote de la Obra en esa ciudad.
Aunque la carta del Padre le sorprendiera en un primer momento, se sintió privilegiado: el fundador se había fijado en él para llevar la semilla del Opus Dei a uno de los países más australes y lejanos del mundo. Poco después de volver a Barcelona, sintió la necesidad de escribir al fundador para dar rienda suelta a sus emociones, y confiarle: «Ya, “a través de mi Consiliario y con entera libertad” le contesté a usted que sí, que me atrevo. Yo no sé, Padre, qué es lo que pasa dentro de mí: no sé si es inconsciencia, frescura, confianza en Dios o soberbia: el caso es que estoy bastante más tranquilo de lo que se podría esperar. Quizás sea una mezcla de todas esas cosas junto con una confianza plena en sus deseos, Padre».
Y poco más adelante, después de decirle que dejaría Barcelona con cierto desconsuelo, le expresaba: «¡Es curiosa esta mezcla de alegría y de pena! Una cosa que me asusta, Padre: el marchar a Chile sin verle a usted y sin recibir de usted el consejo y la orientación. ¿Verdad que le veré antes, Padre? Y ahora en serio, Padre: a pesar de todo aquello que le decía de mi tranquilidad, sí que me da bastante miedo el no corresponder a esa “predilección de Dios y mía” de que usted me habla en su carta. Muchas gracias, Padre, por haber querido cargar sobre mí una parte de la responsabilidad del gobierno de la Obra».
Al otro lado del Atlántico
Antes de seguir adelante, volvamos un poco atrás en el tiempo para comprender mejor esta petición de san Josemaría a su hijo sacerdote. En septiembre de 1946, don Raúl Pérez Olmedo, un sacerdote que era secretario general de la Acción Católica en Chile, hizo un viaje a Europa en calidad de secretario particular del obispo de La Serena, monseñor Alfredo Cifuentes, quien iba en visita ad limina con el objeto de informar al Santo Padre Pío XII.
En Roma se encontraron con monseñor Giovanni Battista Montini, entonces importante colaborador de la Secretaría de Estado y futuro Pablo VI. Monseñor Cifuentes y su secretario confiaron al prelado algunas necesidades de su patria, y él les recomendó que se pusieran en contacto con don Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Así lo hicieron, y al visitar Madrid monseñor Cifuentes se acercó a Diego de León, donde fue invitado a comer más de una vez. En uno de esos almuerzos, el 15 de diciembre de 1946, también fue convidado el obispo de Madrid, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, y con toda probabilidad estuvo presente Adolfo —quien aún no era sacerdote— junto a otros de la Obra. Si fue el Padre quien desde Roma, donde se encontraba entonces, quiso que Adolfo estuviera presente porque ya pensaba que en el futuro podría ir a Chile, o fue mera casualidad, no podemos saberlo.
Más tarde, don José Luis Múzquiz acompañó a monseñor Cifuentes a conocer la residencia de La Moncloa. El obispo quedó muy entusiasmado y con ganas de que la Obra fuera cuanto antes a Chile. Poco después fue a Diego de León don Raúl Pérez Olmedo, para enterarse de qué modo podía ayudar con el fin de que el Opus Dei comenzara a trabajar en esa nación. Y comentó que, en cuanto volvieran a su país, el cardenal escribiría al fundador una carta oficial pidiéndolo.
Durante su viaje por América, don Pedro Casciaro y los otros dos miembros de la Obra habían permanecido en Chile desde el 16 al 26 de agosto de 1948. Allí, entre otras personas, estuvieron con el cardenal arzobispo de Santiago, monseñor José María Caro, quien les hizo ver la conveniencia de que visitaran a monseñor Carlos Casanueva, rector de la Universidad Católica, fundada en 1888, que se mostró muy interesado en la llegada del Opus Dei al país. Además fueron recibidos por el nuncio monseñor Mario Zanin; el rector de la Universidad de Chile, casa de estudios estatal fundada en 1842, Juvenal Hernández; el historiador Jaime Eyzaguirre y algunas otras personalidades. También visitaron Valparaíso y Viña del Mar.
El cardenal les dio una fotografía dedicada para que llevaran al fundador de su parte. Además, una vez que estuvo en Roma con san Josemaría le pidió expresamente que la Obra viniera a Chile, ofreciéndose para acoger en su casa a él o a los primeros sacerdotes que llegaran. Al parecer, monseñor Cifuentes hizo la misma petición a san Josemaría, para que enviara un sacerdote a La Serena.
El fundador, en carta del 2 de octubre de 1948, agradeció al cardenal la fotografía que le había enviado y «la acogida verdaderamente paternal» que dispensó a los miembros de la Obra que le habían visitado recientemente. Además le decía que después de esa mayor información de las circunstancias que providencialmente existen en Santiago de Chile, para que el Opus Dei pueda desarrollar sus fines de apostolado, era su gran deseo que dentro del próximo año de 1949, pudieran ir los primeros a trabajar y servir en esa diócesis.
Pero no se pudo viajar ese año sino el siguiente. Habitualmente procuraba el fundador que, desde el primer momento, fuesen juntos varios hijos suyos a los nuevos países. Sin embargo, don Adolfo fue uno de los pocos que comenzó sin compañía: el Padre confiaba plenamente en las condiciones de ese hijo sacerdote.
Los últimos días de enero y los primeros de febrero de 1950 los pasó don Adolfo en Barcelona, ocupado en su labor sacerdotal y en el traspaso a quien iba a reemplazarle. Mientras tanto, averiguaba posibilidades para su mantenimiento económico en Chile. El 14 de febrero se encontraba ya en Madrid y, con su llegada a la capital de España, comenzó a crecer su deseo de llevar a cabo cuanto antes la empresa.
El sacerdote quería viajar pronto, pero antes deseaba ver al Padre: irse al fin del mundo le hacía suponer, en aquella época y con la pobreza en que vivían, que no volvería a encontrarle en muchos años o, quizá, nunca más. «Padre: ¿me iré a Chile sin verle? ¿Verdad que no? Porque entonces sí que... ¿hasta cuándo?», le escribía. En todo caso, ni una cosa ni otra parecían posibles: el papeleo previo al viaje se alargaba y no había dinero para otro recorrido que no fuera al nuevo país, y ni siquiera para este último era suficiente...
Un viaje sin dinero, pero con la riqueza de la fe
Con su estilo directo, y limitándose siempre a lo necesario, señalaba don Adolfo en sus recuerdos que la rapidez de su salida hacia Chile, y la extrema pobreza de aquellos años, impidieron que pudiera ir a Roma a ver al Padre, que por esa razón no pudo ni darle su bendición personal ni entregarle la imagen de la Santísima Virgen, como solía hacer con los que iniciaban la labor en nuevos países.
San Josemaría y don Adolfo eran conscientes de que muchas almas esperaban encontrarse con Dios en la vida corriente y descubrir su llamada a la santidad en medio del mundo en esa nueva nación: no había tiempo que perder. Don Adolfo preparó lo necesario en unos días de bastante actividad: idas y venidas, visitas y despedidas. Escribió una carta a sus padres y hermanos, y se dejó agasajar por el director de la Escuela de ingenieros navales y sus colegas en una comida muy agradable.
A primera hora de la mañana del 28 de febrero de 1950 comenzó el viaje. Se trataba de un largo recorrido, que en aquella época exigía varias escalas. Desde esa jornada comenzó don Adolfo a recoger los detalles de su aventura en un diario personal.
Por fin a las siete y veinticinco, hora local, despegó el DC 4 de la FAMA (Flota Aérea Mercante Argentina) hacia Lisboa. En el aeropuerto de Lisboa conoció a un sacerdote salesiano polaco, que se dirigía también a Santiago de Chile: el padre Bruno Rychlowski, profesor de la Universidad Católica de Santiago. Quedó entusiasmado cuando supo que el Opus Dei iba a trabajar en Chile.
Salieron de Lisboa a medianoche y llegaron a Dakar a las seis o siete de la mañana. Le fue, por tanto, imposible celebrar la Misa. El pueblo estaba muy lejos y no era viable salir del aeropuerto, de modo que los sacerdotes se quedaron sin poder celebrar y sin comulgar. El vuelo se desarrolló en un día muy tranquilo, que don Adolfo aprovechó para vivir sus habituales prácticas de piedad y conversar con el padre Bruno. Le enseñó Camino, que le gustó, y el salesiano le habló con palabras animantes diciéndole que haría buena labor en Chile.
Llegaron a Natal, en territorio brasileño. Después del papeleo de rigor, trasladaron a los viajeros al “club”, unas barracas cercanas, instaladas por los estadounidenses en la época de la guerra, y habilitadas por FAMA para que pernoctaran los transeúntes. Antes de irse a la cama cenaron y dieron una vuelta por Natal en el bus de la Compañía. Además, don Adolfo tuvo tiempo para poner un telegrama al Padre: «Viaje espléndido. Bendígame. Adolfo», y envió una postal a don Francisco Botella. En eso se gastó los últimos cinco dólares que traía.
Al principio creyó que le habían timado, pero al poco descubrió que no fue así, y que incluso pudo ser que el cambio en cruceiros lo favoreciera. El sacerdote se había quedado sin nada; sin embargo, consideró bien empleados los últimos dólares gastados en un acto de unidad con el Padre y el consiliario de España. Allí tampoco fue posible decir Misa a pesar de todas las gestiones, y de la buena voluntad de los empleados de FAMA.
A las seis de la mañana despegaron con destino a Buenos Aires, aunque hicieron escala para comer en Río de Janeiro, donde hacía un calor tropical. Llegaron a la capital argentina a las siete y media, después de treinta y ocho horas de vuelo. A las nueve y media estaba en el centro de Buenos Aires y con cuarenta escudos como todo capital. Afortunadamente un matrimonio francés que esperaba al padre Bruno lo convidó a cenar con ellos y, luego, el salesiano lo llevó a dormir a su convento.
Al día siguiente celebró Misa y desayunó con los religiosos, que fueron muy amables con él. Después acudió con el padre Bruno a las oficinas de FAMA. Llovía a cántaros, como hacía muchos años no había visto llover. Al salir subieron a un taxi que dejó a don Adolfo en la oficina de Javier Serra, un catalán muy amable, pero de pocas palabras, conocido por don Pedro Casciaro. Como tenía ese día mucho trabajo, fue al grano: «¿Cuánto necesita usted?». «El viaje a Santiago son trescientos pesos», respondió el sacerdote. «Entonces tome usted quinientos, y mañana a las doce y media le espero aquí para almorzar en casa».
Don Adolfo compró una libreta para escribir el diario, otra para cuentas y papel de avión. Más tarde encontró la iglesia de los redentoristas, donde rezó ante el Santísimo, y acudió a la casa de José Vicente Puente, otro amigo de don Pedro. El señor estuvo amabilísimo, mandó reservar una habitación para el sacerdote en el hotel Alvear, y lo citó a las siete para ir a buscar las maletas al convento y acompañarlo al hotel. Mientras tanto, don Adolfo fue a retirar su pasaje aéreo con destino a Chile para el domingo, y siguió a Telégrafos para avisar a don Raúl Pérez Olmedo de su llegada. También escribió a Madrid, a don Francisco Botella, y visitó la catedral.
En la carta a don Francisco narraba los sucesos que había vivido en el viaje, y relataba cómo la falta de dinero y de alojamiento lo llevaron a confiar totalmente en la Providencia divina, que lo ayudó con la aparición del padre salesiano.
Al día siguiente celebró la Misa en el convento de los agustinos. Después del desayuno visitó la Embajada de España y almorzó con Javier Serra. Él y su señora fueron muy atentos y demostraron gran interés y cariño por las cosas de la Obra. Por la tarde le dejaron el auto y don Adolfo se dedi...
Índice
- PORTADA
- PORTADA INTERIOR
- CRÉDITOS
- CITA
- ÍNDICE
- NOTA DEL AUTOR
- NIÑEZ Y JUVENTUD
- EL OPUS DEI
- EL SACERDOCIO
- ¿TE ATREVERÍAS A IR A CHILE…?
- EN FAMILIA
- SE COMPLETA LA FAMILIA
- LA FAMILIA CRECE
- LEJOS DE CHILE
- EL PADRE EN SUDAMÉRICA
- CONTINUIDAD Y FIDELIDAD
- LA LLAMADA DEL PAPA
- LA LLAMADA DE DIOS
- EPÍLOGO
- FUENTES
- RESEÑAS DE PERSONAS
- ÍNDICE DE FECHAS DE LA VIDA DE ADOLFO RODRÍGUEZ VIDAL
- ARCHIVO FOTOGRÁFICO
- CRISTIÁN SAHLI LECAROS