Empiezo a creer que es mentira
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Empiezo a creer que es mentira

  1. 350 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Empiezo a creer que es mentira

Descripción del libro

La ficción nos engaña, nos hace creer, nos ayuda a vivir. No es posible sobrevivir a la mediocre y aburrida realidad. El arte existe porque la vida no es suficiente. Es en la línea que separa lo concreto de lo abstracto, en lo inefable, donde se establecen la mentira y la literatura. Se abrazan, se necesitan, se retroalimentan. Mentira y literatura son caras de una misma moneda.En Empiezo a creer que es mentira Carlos Mayoral, devorador de libros, y escritor compulsivo, nos ofrece un juego de espejos en el que mezcla experiencias propias con anécdotas literarias. Dónde empieza su vida y dónde la de los autores y sus textos es el enigma que tendrá que resolver el lector en este libro apasionante que ahora publica Círculo de Tiza. Carlos Mayoral,  que triunfa bajo el personaje de @LaVozDeLarra, habita en la  literatura y se mueve dentro de ese paisaje como en una patria propia.   No hay anécdota ni experiencia vital de los grandes escritores que no registre su archivo y su biblioteca, al punto de que su memoria se mezcla con la de sus lecturas para configurar una identidad individual.  Empiezo a creer que es mentira se desdobla en un juego de espejos que reflejan vida y literatura, huyendo de cualquier aspiración académica.  La lectura de este libro se convierte en un juego cuyas reglas son la ironía y el descubrimiento.   Por sus páginas desfilan historias conocidas u olvidadas que desvelan conexiones asombrosas entre autores de distintos estilos, generaciones y orígenes: Hemingway y Pío Baroja, Virgnia Woolf y Alejandra Pizarnick, Borges y Joyce, Faulkner y Delibes, Roberto Bolaño y Antonio Machado, y tantos otros. "Cuentan que un moribundo Pío Baroja se deshacía poco a poco en su cama cuando Ernest Hemingway fue a visitarlo… Hemingway vestía un traje y una corbata que ocultaban su desaliño tras la todavía más desaliñada figura de Baroja. Llevaba tres regalos: una bufanda, unos calcetines e, importantísimo dato, una botella de whisky marca Johnnie Walker para el moribundo. El vasco recogió los regalos con una media sonrisa. Cuentan también que el diálogo se desarrollaba en estos términos:-¡¿Qué coño hace este aquí?! –exclamó Baroja.-He venido a decirle que el Premio Nobel se lo merecía más usted que yo, e incluso se lo merecían más Unamuno, Azorín o don Antonio Machado –contestó Hemingway.-Bueno, basta, basta; que como siga usted repartiendo el premio así vamos a tocar a muy poco."
Para amantes de los libros, para universitarios, para vividores, para bebedores, para cuerdos y para locos…este libro de Carlos Mayoral es un canto apasionado a todos los que han dedicado su vida al arriesgado y complejo arte de escribir, mujeres y hombres, renombrados u olvidados, españoles y foráneos.Empiezo a creer que es mentira es una guía imprescindible para los infectados por el virus de la literatura y una invitación para reencontrarse con aquellos los libros que han marcado una huella en su mapa literario y en su memoria.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788412039160
Edición
2
Categoría
Literature
El casarse pronto y mal (otra vez)
Siempre he creído que el amor es un fuego artificial, la patita del lobo que asoma con piel de abuela, la más triste de las caretas. El enamorado, ese indigno ser mitológico, se ofrece a él con la guardia baja, reclamando para sí la flecha de Cupido que habrá de traspasar su razón... Es ahí, en ese preciso instante, cuando ya no hay nada que hacer. Así, uno refina su verbo, perfuma las solapas de su engañada elegancia, encuentra al otro lado del espejo lo que antes ni siquiera buscaba y bebe veneno por licor suave a precio de oro molido. Son los rigores de una enfermedad milenaria, esa que te lleva a conversar con Eros mientras olvidas que Tánatos vigila en la sombra, esperando el momento perfecto para poner fin al esperpento. Siempre he creído que hay amores que matan, como reza el célebre dicho popular. Me hubiera gustado pensar que no hay verdad en aquello que lleva años incrustado en el imaginario, pero lo cierto es que ese enamorado al que nos referíamos renglones atrás va sintiendo poco a poco cómo el verbo se embarra, el perfume que aspira su pareja ya es de otro, busca pero no encuentra al que una vez se paseó por el espejo y el licor es cada día más venenoso y menos suave. Ha llegado a su relación el tedio. Pronto, uno de los dos se percatará de que eso que roza en sueños es una puerta y se decidirá a abrirla. Adiós. Fin. Eros se ha ido y ha llegado Tánatos.
El poeta recurre a la literatura para salvar sus almas del más triste de los descalabros. Las mejores historias, los mejores versos y los mejores capítulos están escritos justo en el momento en el que termina el párrafo anterior. El desamor ha arrasado con todo; ahora sólo queda decepcionarse. La única forma de no abrazarse a la muerte es escribiendo, imaginando lo que hubiera sido de nosotros si el amor no existiera o descargando sobre la página todas las románticas venganzas que nunca cumpliremos. Porque todos los grandes alcanzaron la decepción amorosa antes de plasmar el amor ideal en sus obras.
Cervantes había conocido la pasión de la mano de Ana Franca de Rojas mucho tiempo antes. Ella, casada con un tabernero que regentaba uno de los locales de moda entre la caterva de poetas madrileños, le había mostrado el camino de la lujuria, de la pasión y de las tórridas y oscuras alcobas de la calle Tudescos. Entre aquellas sábanas, Cervantes descubrió que el amor no puede, a menudo, hacerse cargo de las aspiraciones humanas. Sólo sobrevivió a aquel romance una hija, Isabel, única descendiente del más tarde célebre manco (a pesar de no ser manco). El resto se quedó para siempre oculto en la oscuridad de las habitaciones de taberna, escondiéndose de un marido, ese Alonso, el tabernero asturiano, y de una clase social a los que Cervantes no quería enfrentarse. Pocos meses más tarde, don Miguel contrajo matrimonio con Catalina Salazar, la mujer de su vida a la que nunca amó, con el recuerdo de Ana siempre presente. Detrás de aquel matrimonio con Catalina se alojaban su amor por Ana, la limpieza de sangre y el sonido de sus bolsillos.
Con el paso de los años, don Miguel se inventó la figura de Dulcinea, la inalcanzable imagen que del amor construye un triste loco. Dulcinea representa las aspiraciones de un Cervantes que nunca pudo hacer del deseo una realidad, sumido en el abismo al que la relación conyugal le había condenado y añorando, siempre, el recuerdo de aquella alcoba de la calle Tudescos. Cuando el enamorado recupera la cordura y consigue desmitificar a la amada, despojarla de su idealismo, muere. ¿Hay una metáfora más perfecta del amor?
Has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes las acciones y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores se trata son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa.
Don Quijote de la Mancha, segunda parte
Tampoco amó a su esposa, Anne Hathaway, el bardo inglés por excelencia. Junto a William Shakespeare, casado también por apariencia y comodidad, viajó siempre la certeza de que el verdadero amor se alcanza de manera efímera, sin la constancia que permite etiquetar algo como «feliz», para más tarde dejarte caer al oscuro abismo de la soledad y el desafecto. Es por eso por lo que su figura se ha relacionado con mujeres de la corte, con prostitutas de distintos lupanares, damas de la más alta alcurnia, actores (más que actrices) de su propia compañía... Hasta Oscar Wilde tenía claro que, en su desesperado intento de huir de una muerte por tedio amoroso, Shakespeare había arremetido con todo su deseo sobre las espaldas de un tal William Hughes.
Hay algo que queda claro: Shakespeare, por continuar con la teoría de Wilde, es un esclavo de la belleza, entendida esta como un movimiento efímero que deja en el corazón del poeta su huella más honda. Pero no trasciende al instante, no se perpetúa más allá de la siguiente página. Por eso, el día que Julieta decidió clavar la daga en el centro de su corazón, liquidaba de un golpe la esperanza de un amor que nunca hubiera funcionado. Porque el amor nunca funciona más que durante el instante que protagoniza este párrafo, y que el bardo reflejó para siempre en sus inigualables sonetos. El resto, el idealismo, es cosa de la memoria.
Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.
«A un día de verano compararte»,
fragmento
Como todas las de los aquí presentes, la historia comienza con un espejismo en forma de evento nupcial. Un joven Zorrilla se había lanzado de cabeza al estrellato gracias a unos versos que el vallisoletano leyó durante el entierro de Mariano José de Larra, el despechado más famoso de nuestras letras. Zorrilla había desembarcado en Madrid huyendo de un padre literalmente absolutista. Al advertir la tendencia bohemia de su hijo el padre le envió a cavar zanjas a los viñedos de Castilla, pero el reo consiguió escapar en el último momento. Ya formando parte del escaparate social madrileño, decide casarse con Florentina Matilde de O’Reilly, una viuda casi veinte años mayor que él.
Nunca aceptó José este casamiento, al menos interiormente. Por eso sacó de su alma al Don Juan que llevaba dentro, símbolo de la libertad amatoria que él no llegó a tener. Porque Zorrilla creyó en la elegancia de la pasión donjuanesca, en esa manera caricaturesca de retratar la superficialidad del amor. Don Juan es un golfo, sí. Un estafador. El propio Tirso de Molina, su creador dos siglos atrás, lo había enviado al infierno. Sin embargo, Zorrilla lo salva, y el personaje se eleva junto a Doña Inés para ocupar su lugar en el paraíso. ¿Por qué Zorrilla salvó a semejante burlador? Porque hay en ese juego de seducción algo de verdad: es en ese punto, con el enamorado absolutamente engañado, cuando la felicidad asoma.
Doña Inés
Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura.
Pocos años más tarde, un sevillano agoniza sobre la cama totalmente consumido por la enfermedad. Es en este último estertor cuando solicita que quemen sus cartas pero publiquen sus versos, que le parecen muy dignos. Bécquer no se equivocaba: estos versos pondrían patas arriba el Romanticismo tardío con una expresión poética que nada tenía de culterana (valga en este caso el adjetivo despectivo acuñado por Quevedo) y sí mucho de lenguaje mundano. Por fin un poeta hablaba directamente al corazón del lector. Desgarrado en la mayoría de sus rimas, dejó que el abatimiento al que le había sometido su destino terminara destruyéndolo prematuramente, que es como ha de destruirse todo juntaversos decimonónico que se precie. ¿De dónde salía ese desgarro? ¿De dónde ese abatimiento?
El tiempo retrocede. El joven Gustavo Adolfo Bécquer se ha enamorado perdidamente de una cantante de ópera: Julia Espín. Aquí florecen sus primeras rimas, las que no serían publica...

Índice

  1. Índice
  2. ¿LES HA PASADO ALGUNA VEZ?
  3. Preludio
  4. Cuando me hablan de Gertrudis, cuando me hablan de feminismo
  5. El casarse pronto y mal (otra vez)
  6. El capitán Nemo o mi personaje favorito
  7. Títulos publicados