
- 144 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
El humor de Jesús y la alegría de los discípulos
Descripción del libro
En el nombre de la rosa, Umberto Eco pinta una discusión entre un monje y un franciscano sobre el humor de Jesús. Que Jesús tuviera sentido del humor es una faceta que ni por asomo pasa por las mentes de la mayoría de las personas. La primera parte de este libro es el resultado de una lectura curiosa de los evangelios en clave de humor y en la segunda, se centra en la alegría y la fiesta en la vida del cristiano a la luz de los testimonios del Nuevo Testamento.
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Información
PRIMERA PARTE
EL HUMOR DE JESÚS
Muchas veces se ha preguntado por la conciencia que Jesús de Nazaret tenía de sí mismo. Algunos han tratado de estudiar su carácter y temperamento. Se han hecho perfiles de su personalidad y, por cierto, de su religiosidad. Los evangelios apócrifos –antiguos y modernos– son un testimonio de ese tipo de intereses; muchos libros de piedad y predicaciones se han dedicado a elucubrar por esos vericuetos, y no pocas veces han apelado a los evangelios. Pero la atención se centra predominantemente en lo teológico o lo magisterial, y con tono severo y grave, o con una fuerte carga emotiva si son exposiciones «piadosas». La impresión general que se tiene de Jesús es la de una persona seria, de porte hierático, con tono magistral, que ocasionalmente cedía a cierta familiaridad con algunas personas o tenía misericordia 7 de un «pobrecito». La iconografía ha plasmado esa impresión, y a la vez ha ayudado a alimentarla: ese Jesús bien afeitado y serio, con mirada penetrante y catadura solemne 8. Otro tanto se observa en muchas de las películas hechas sobre Jesús y en las «vidas de Jesús» que se han escrito, en las cuales cada autor lo presenta según su particular percepción y desde sus prejuicios y personal experiencia de la vida y sus orientaciones ideológicas 9. Pero rara vez se ha preguntado siquiera por su sentido del humor. Para algunos, incluso la sugerencia de que Jesús pudiera tener sentido del humor les suena a blasfemo, como antaño algunos contemporáneos suyos se escandalizaron al constatar que disfrutaba de las comidas y lo calificaron de «comilón y borracho» (Lc 7,34).
¿Tiene algún interés preguntar por el sentido del humor en relación con Jesús? ¿Es correcta la impresión que tenemos de que fue una persona sumamente seria y solemne? ¿Era esa su visión de la vida? El humor es una dimensión posible en la vida, y es una pregunta que debe ser integrada en nuestras presentaciones de Jesús de Nazaret. Preguntar por el humor de Jesús no es solo una cuestión de pasajera curiosidad: toca el sentido de su predicación para la vida misma de las personas. Es el ropaje con el que revestía su predicación, el tono que le daba y con el que se debe tomar. Es lo no dicho con palabras y que las matiza. La comunicación oral se da mediante el conjunto de sonidos (palabras), tonos (ánimo), acentos (énfasis) y a veces gestos acompañantes. Un guiño de ojo puede indicar que lo dicho no debe tomarse literal y seriamente. La voz levantada indica el grado de seriedad de lo dicho.
Pero, además de eso, preguntarse si Jesús tuvo sentido del humor es importante porque él es maestro, y para muchos es paradigma de vida. El que era criticado por los carentes de humor de ser un «comilón y borracho», amigo de esos «sueltos de huesos» que son los tildados de pecadores (Mt 11,19), nos invita a aprender de él, que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Y ser discípulo suyo significa asumir su visión de la vida, lo que incluye el sentido lúdico y la dimensión festiva de la misma.
Cuando se habla de la humanidad de Jesús generalmente se destacan sentimientos como el llanto ante la tumba de Lázaro, la ira en el templo, la indignación en ciertos conflictos con fariseos y maestros de la Ley, la angustia en la pasión, pero nunca se menciona la alegría o se sugiere expresamente que pudiese haberse reído o hecho reír –como Nietzsche le reclama en la cita del epígrafe de este libro–. Cierto, no lo dicen tampoco los evangelios. Pero hay muchas otras cosas que tampoco dicen, por ejemplo que tuviera (o no) cabello largo o barba. Y es que los evangelios, que no son obras biográficas como tales 10, no describen su carácter, temperamento y personalidad.
El Nuevo Testamento menciona pocas veces algún rasgo de la personalidad de Jesús. No era la preocupación de esos escritos hacerlo. Por cierto no era un profeta de calamidades ni un juez severo. Era notablemente distinto de Juan Bautista, hombre ascético y severo (Mt 3,4; 9,14; 11,18). Es conocido su carácter místico y su cercanía a Dios, su «Padre». Jesús era un hombre de gran sentido de la justicia y de compasión, de calor y sensibilidad humanos. Conversaba mucho con aquellos cercanos a él, y aceptaba las invitaciones a cenar. Pero, ¿y su humor? Si la gente venía a él, en particular los niños, que saben leer las actitudes de los adultos, no era tanto por su doctrina ni por sus milagros, sino porque su persona misma transmitía una buena nueva: confianza serena en Dios, calor y sensibilidad humanos, a la par que rechazo de la hipocresía y de la «dureza de corazón». En otras palabras, podemos suponer que Jesús era una persona de espíritu alegre que irradiaba paz y confianza, y eso es inseparable de una buena dosis de sentido del humor, de un espíritu festivo.
Si el amor y la compasión eran los sentimientos dominantes de Jesús –que, por lo mismo, conlleva la indignación, incluso la ira, ante los atropellos y la prepotencia–, entonces tenemos razones para pensar que sería un hombre con buen humor, con comunicativa alegría, de fácil (son)risa. Rasgos estos que explican bien el eco que encontró en su sufrido pueblo, y el festejo de los que lo oían criticar a los severos maestros de la Ley incapaces de compasión.
Pero, ¿qué entendemos por humor? No es simplemente comicidad, diversión, broma. El Diccionario de la Real Academia lo define como «jovialidad, agudeza». Tiene mucho que ver con el amor y la comprensión, y con la felicidad (o amargura) que se vive. El humor es la disposición de ánimo –del alma–; es un don del corazón. Se refleja en una actitud frente a la vida. El Diccionario define el buen humor como: «Propensión más o menos duradera a mostrarse alegre y complaciente».
El vocablo «humor» es originalmente latino, y designa la humedad, los líquidos que emanan del cuerpo y, por extensión, se aplica al estado anímico que emana de la persona, cual jugo de la vida. Es, pues, un estado afectivo. No se reduce a emociones –no es irracional–. Hay humor agrio y humor dulce, hay humor pesimista y lo hay optimista. Pero también hay humor reflexivo, donde, tras la superficie graciosa, hay una observación o reflexión seria. Piénsese en las tiras cómicas de Mafalda o Peanuts en inglés 11. Por eso el Diccionario de la Real Academia define la expresión comunicativa del humor como la «breve composición poética, de aspecto paremiológico, que encierra una advertencia moral o un pensamiento filosófico, en la forma cómico-sentimental propia del humorismo».
El humor –que no hay que confundir con el chiste ni con la simple hilaridad– nace y se capta desde el corazón, no desde la razón; es, por lo mismo, espontáneo, no calculado. El humor rompe a menudo los esquemas lógicos. Los adultos matamos el humor con la razón; sabia es la advertencia de que solo «si os hacéis como niños [sencillos] entraréis en el reino de Dios» (Mt 18,3). El reino de Dios tiene que ver con la celebración de la vida (cf. Lc 16,16ss Q) 12. De hecho, la gente sencilla, a menudo la más arraigada en la vida misma, es la que más sentido del humor tiene. Los intelectuales suelen carecer de sentido del humor: todo lo filtran por la razón. Por eso las personas que leen los evangelios solo con la cabeza, buscando doctrinas o restos históricos, no verán el sentido del humor que sostiene diferentes escenas y pronunciamientos de Jesús, que vienen del corazón. Porque lo vivía, ese Jesús podía decir: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste todas estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los sencillos [niños]» (Lc 10,21 Q).
El humor es espontáneo, natural, y es jocoso cuando pone de relieve lo absurdo o ilógico, que provoca hilaridad –por cierto, según el humor del que lo observa o escucha, pues no faltarán quienes en cambio desesperen o se angustien–. Más aún, la (son)risa, reacción natural ante lo jocoso, es muchas veces la mejor respuesta a determinadas conductas o afirmaciones. Y, como veremos, Jesús supo responder no pocas veces con humor, delineando o provocando una sonrisa.
En pocas palabras, humor es la capacidad de reírse ante una situación apremiante; es cuando, «a pesar de todo», uno se ríe. Siempre responde a situaciones y acontecimientos de la vida. El buen humor resulta de una visión positiva y optimista en cualquier circunstancia de la vida. Es importante tener esto presente cuando nos preguntamos por el humor de Jesús. El colmo del buen humor es reírse de las propias desgracias, lo cual las relativiza. Es expresión de tranquilidad y de confianza positiva. Es reflejo de libertad anímica y de afirmación afectiva.
En cristiano, el humor no es lo agrio del sarcasmo ni de la burla hiriente, porque brota del amor. ¿Cuál era el humor de Jesús reflejado en su mensaje? Jesús no era un showman, un payaso que recurría a lo jocoso con el fin de hacer reír. Recurría al humor, y era capaz de ver el lado gracioso como una actitud personal frente a la vida, que a menudo desmontaba la seriedad con la que ciertas costumbres y comportamientos habían sido revestidos por la cultura, especialmente por la religión. Era su manera de leer la vida. La seriedad de los fariseos y maestros de la Ley en particular contrasta con la soltura y la jovialidad de Jesús (no solo contrasta, sino que lleva precisamente a pensar con seriedad sobre lo realmente importante en la vida, que no era lo que ellos exigían, sino más bien lo que Jesús defendía). Ese contraste, en sí mismo, a menudo hace sonreír. Y es que lo humorístico se descubre precisamente en los contrastes, en lo inesperado y sorpresivo, incluso en lo absurdo. A menudo lo gracioso viene de la sorprendente desproporción entre lo que se contrasta, entre el mosquito y el camello (Mt 23,24), o de lo ilógico rayano con lo ridículo, como querer pasar un camello por el ojo de una aguja (Mc 10,25).
Como ya he mencionado, al hablar del sentido del humor en Jesús no estoy preocupado con doctrinas, sino más bien con la imagen de Jesús que se proyecta, con la apreciación de su personalidad y su relación con las personas, su manera de ver y vivir la vida, y lo que esto significa como paradigma para el cristiano. Es elocuente la acusación de que era «un comilón y un borracho» (Lc 7,34 Q). Cierto, estamos centrándonos en la humanidad de Jesús de Nazaret, no en su divinidad como tal. Y la queremos tomar en toda su seriedad y realismo 13.
Puesto que Jesús mismo no ha dejado nada escrito y los evangelios no son crónicas de su vida, no podemos simplemente tomarlos como reportajes histórico-cronísticos. Por lo tanto, no es fácil descubrir con absoluta certeza los rasgos de su personalidad. Pero su vida compartida con sus discípulos ha dejado muchas huellas claras en sus memorias, muchas impresiones, quizá tantas o más que los recuerdos de frases y sentencias concretas. Los discípulos ciertamente se quedaron con una determinada apreciación de la personalidad de Jesús, ciertos rasgos de su carácter estarían en primer plano. Lo que se hace y cómo se es queda generalmente más vivo en el recuerdo que lo que se dice con palabras. Eso se refleja entre líneas en los evangelios, pues viene del sustrato de la tradición que fijó ciertas memorias de su tiempo. Eso han proyectado los evangelistas, tributarios de tradiciones sobre Jesús, en sus presentaciones del Señor. En el humor que se tenga se refleja su visión de la vida, y en los evangelios claramente se proyecta una determinada visión de la vida, esa visión que básicamente tuvo y compartió Jesús de Nazaret. Hablar del humor de alguien es hablar de la persona, de su humanidad, de su sentido relacional con el mundo, de su optimismo (o pesimismo) y sus esperanzas, de su cercanía.
No me detendré a indagar acerca de los detalles del Jesús histórico 14. El Cristo en quien creían los escritores del NT, el Resucitado, es el predicador galileo Jesús de Nazaret. De todos esos escritos, los que más aportan en términos del Jesús histórico son los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo, Lucas), en particular la versión de Marcos y la llamada «fuente Q» (colección de sentencias conocida por Mt y Lc), por ser los más antiguos. En ellos me apoyaré en especial. El evangelio según Juan, por su lado, presenta a un Jesús estilizado de acuerdo a la teología del redactor, un Jesús joánico, el Jesús de los solemnes «yo soy…». Cierto, los otros evangelistas también presentan a Jesús según su visión teológica. Pero el cuarto evangelio fue escrito con el fin de poner de relieve el sentido y el valor salvífico de la persona de Jesús, por eso difiere notablemente de los sinópticos y apenas si se interesa en el Jesús histórico de Galilea 15. Pero, como veremos, el propio evangelista tiene un gran sentido lúdico que marcó su obra, pero pocas veces se aprecia.
Como tantas otras dimensiones de la vida, el humor se comprende como tal dentro del contexto de una determinada cultura. El humor sajón nos suena tonto a los latinos. Los «chistes de Otto y Fritz» contrastan con los de «Condorito». Esto es más cierto aún cuando de sutilezas lingüísticas y juegos de palabras se trata, como bien sabemos. Es muy probable que no poco del humor original de Jesús se haya perdido en el proceso de traducción de un idioma a otro: los evangelios están escritos en griego, pero Jesús hablaba en arameo, y la predicación y las catequesis al salir de Palestina eran en griego, además de que suponían interpretaciones más bien teológicas que humanas de Jesús.
El carácter «típico» mediterráneo es notablemente alegre, f...
Índice
- Portadilla
- Dedicatoria
- Introducción
- Primera parte. El humor de Jesús
- Segunda parte. La alegría como actitud básica del discípulo
- Reflexiones finales
- Notas
- Contenido
- Créditos