Mi suicidio
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Henri Roorda

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Mi suicidio

Henri Roorda

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En Mi suicidio, libro de una sinceridad profunda y decisiva, Henri Roorda desgrana las preguntas esenciales de la vida, del amor, la sociedad, el trabajo, el placer, mientras prepara su fin.Henri Roorda no era un ser enfermo, desesperado o embargado por una pasión imposible. Había sido un dandi, un degustador de "los alimentos terrestres", un hombre sensual que gozaba con los placeres mundanos.Este texto existencialista avant la lettre, sobrio, conciso, tan puro como la belleza que le ataba a la vida, nació con el título de "El pesimismo alegre".Sus escritos constituyeron un irónico compendio de la estupidez humana que, sin embargo, destilan un profundo sentido de la solidaridad. En noviembre de 1925 decidió poner fin a su vida. Mi suicidio es la justificación de este acto.

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Información

Año
2014
ISBN
9788492755783
Categoría
Literatura

ÚLTIMOS PENSAMIENTOS ANTES DE MORIR

Todo es fisiología. Las razones por las que estoy decidido a abandonar este mundo serían insuficientes para alguien que no fuera yo. Mi manera de sentir no es, pues, la de todo el mundo.
Algunos amigos se han ofrecido a prestarme ayuda para continuar viviendo. Pero me he acostumbrado tanto a la idea de la cercana muerte que la he rechazado. No me tienta la perspectiva de reiniciar una vida en la que aún tenga que enfrentarme con ciertas preocupaciones y en la que incluso tenga que ser sometido a frecuentes humillaciones. Debo suponer que hay en mí un resorte esencial que está muy gastado. Sin embargo, las razones que doy no lo explican todo. La verdad, tal y como la expone un escritor que quiere ser sincero, es siempre algo más o menos «apañado».
Hay existencias anormales que conducen de manera natural al suicidio. Eso es todo.
Voy a matarme pronto. No merezco este castigo. Estoy seguro de que he tenido menos pensamientos despreciables que la mayoría de esos buenos ciudadanos que triunfan y que jamás pensarán en suicidarse. Los hermosos versos que me recitaba a mí mismo teñían de pureza mi espíritu. Todos los días me han procurado un minuto de emoción. ¡Ay, yo bien quisiera seguir en la tierra!
Aún estando totalmente desprovisto de maldad, se puede hacer no obstante un enorme mal. Quisiera pedir perdón a alguien, pero las palabras que debiera pronunciar no existen.
A lo largo del día mi humor varía a menudo. Hay momentos en que me olvido de que voy a morir. Entonces sonrío y canturreo las melodías que me gustan, pues todavía hay en mí una gran provisión de alegría. Destruir todo eso es un despilfarro. Pero nunca aprendí a ser ahorrador.
Escribir este librito me causa placer a pesar de que trata de mi Suicidio. Mientras trabajo, mis pensamientos son tan puros como los de un niño.
Muchas personas consideran el suicidio como un crimen. Pero es que no piensan que hay dos clases de chabacanería: la de los criminales y la de las personas honradas. Para vivir es indispensable un mínimo de chabacanería.
Un filósofo dijo una vez: «Ignoro cómo pueda ser un hombre malvado, pero el corazón de un hombre honrado es espantoso».
No tengo ningún miedo del porvenir desde que oculté un revólver cargado entre los muelles de mi cama.
Amo enormemente la vida. Pero para gozar del espectáculo hay que ocupar una buena butaca. Y en la tierra la mayoría de las butacas son malas. Aunque es verdad que, en general, los espectadores no son muy difíciles de contentar.
Hay ciertos momentos en que mi suicidio me parece tener algo de «farsa». Ay, ¿por qué no está más nítidamente marcada la frontera que separa las cosas fútiles de las cosas serias?
¿Soy desdichado, o es que las palabras desesperadas que me digo a mí mismo me hacen creer que lo soy? Resulta imposible distinguir nuestros males reales de nuestros males imaginarios. ¿Qué es lo real? ¿Qué no lo es?
La música me tranquiliza. Siento perdón al escucharla. Sé que todos los poetas me perdonarían. (No me refiero, se entiende, a esos patriotas que componen poesías en elogio del Estado.)
Hace días que no siento ya interés por ciertas cosas. Todo lo que es literatura me parece verdaderamente vano, y me resultaría difícil tomar parte en las discusiones que enardecen a los hombres. Las conversaciones me parecen más insípidas que nunca.
Pero sí me hago una idea acertada de las cosas infinitamente preciosas que voy a perder. Me parece que ahora distingo mejor lo que posee valor en la vida. Soy feliz viendo el cielo, los árboles, las flores, los animales, los hombres. VER me hace feliz. Soy feliz por estar vivo todavía. Quisiera acariciar una vez más los senos de Alicia para no estar solo.
Para no sentir en mi última hora
Que mi corazón se parte;
Para no llorar, para que el hombre muera
Como nació el niño.
Durante más de veinticinco años me preocupé apasionadamente por un problema que consideraba muy importante. Hoy reconozco que estaba equivocado: no me interesaba por el hecho de reconocer su importancia, sino que, sin sospecharlo, afirmaba su importancia sencillamente porque me ocupaba de él.
Observen a aquellos que desde hace mucho tiempo se ocupan de la defensa nacional, o de la higiene pública, o de las escuelas, o del «arte para el pueblo»: todos ellos son víctimas de la misma ilusión y todos realizan su tarea con gran ardor sin dar mucha importancia a lo que hacen los demás.
La importancia real de los problemas no puede medirse.
El universo tendrá mucha menos importancia cuando ya no esté en él.
Al no tener ninguna obra que emprender...

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