La canción pop
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La canción pop

  1. 128 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La canción pop

Descripción del libro

Una novela sobre el paso del tiempo y la inocencia perdida. El libro de cabecera de una generación desencantada.
Simón tiene que viajar de Londres a Barcelona para asistir al funeral de Carlos, uno de sus mejores amigos. La noche después del entierro, todos se dan cita en el piso que sirvió de punto de encuentro en su juventud y la reunión termina fuera de control. Las desilusiones, el rencor, las esperanzas, el desencanto, el choque con la realidad, el amor, las drogas y el sexo entran y salen de la mano de unos personajes desorientados y en permanente estado de duda.
Utilizando referentes que van desde Sigur Rós a Radiohead, de Rafa Spunky a Marilyn Manson o de la nouvelle vague al cine de Xavier Dolan, La canción pop es una novela sobre el paso del tiempo y la inocencia perdida.
El reencuentro entre un grupo de amigos que han crecido (casi sin darse cuenta) y a quienes les duelen los huesos de tanto correr le sirve a Raúl Portero para evocar con precisión y melancolía la tristeza, la crueldad y la desolación de esa generación nacida en los ochenta que se busca a sí misma en las grandes ciudades.

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Información

Editorial
Dos Bigotes
Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788494682445
Edición
1
Categoría
Literatura
La realidad
—Hace unos meses fui a una entrevista de trabajo y la entrevistadora, que tendría veinticinco años e iba maquillada para atacar, ya sabes, al estilo de «soy una niña buena pero te voy a joder vivo», que tenía la actitud típica de quien tiene veinticinco años y cree que está a tiempo de comerse el mundo o de que, al menos, puede llevarse un buen pedazo, entonces, ella, me preguntó: «Bueno, llevas seis meses en el paro. ¿Has pensado ya hacia dónde quieres orientar tu vida?».
León conducía con la vista clavada en la carretera. Había oscurecido y empezaba a llover. Los cristales del coche se empañaban y Simón había optado por bajar un dedo la ventanilla para que entrase el aire.
—María quiere que llevemos provisiones por si viene mucha gente —dijo León haciendo un inciso—. ¿Crees que vendrá mucha?
—¿Mucha gente? No, creo que no. ¿Qué vamos a llevar?
—Alcohol. Todo el que podamos. Lo necesitaremos —contestó León—. El caso es que me quedé mirándola sin saber qué pensar. Mirando a la entrevistadora, quiero decir. A lo mejor era una broma eso que decía, pero no sonaba como si fuera una broma. Pensé: ¿qué se cree esta tía, que tiene diez años menos que yo, de lo que es la vida, de lo que es crecer, de cuáles son mis circunstancias, de lo que quiero, de si estoy desorientado o no lo estoy? ¿Y cómo se cree capaz o con derecho para hacerme semejante pregunta? ¿A ella qué le importa? ¿Qué tiene que ver eso con darme o no un trabajo? Porque a lo mejor no me apetece explicarle lo que espero de mí mismo. Me entraron ganas de cogerla de la coleta y estrellarle la cabeza contra la mesa y hacerle comer su pintalabios hasta incrustárselo en la garganta. He estudiado una carrera y un postgrado, voy camino de los treinta y cinco y no tengo por qué aguantar a tiparracas de recursos humanos que se creen con derecho a juzgarme. En ocasiones me veo entrando en una oficina de desempleo con un rifle y disparando a todo el mundo al más puro estilo matanza de instituto norteamericano. ¿Estoy chalado?
—Chalado no, León. Solo nos hemos hecho mayores. ¿Al final te dieron el trabajo?
—Sí. De cajero. Créeme, después de esto he aprendido que la gente es muy maleducada con los cajeros de los supermercados, que unos y otros te tratan siempre con superioridad. Creen que ganan más dinero que tú o que tienen más estudios que tú, como si esos fueran motivos de peso para despreciarte. Lo curioso es que no saben nada de ti, que lo hacen por simples prejuicios. Está claro, amigo mío, que la educación, o los valores, en todo caso, no son algo que se aprende en la universidad.
—¿Cómo lo llevas?
—Solo se puede llevar de una forma. —León resopló—. Me merecía otra cosa.
Simón no supo qué decir. Tampoco sentía la necesidad de añadir algo más.
—Intento no pensarlo —dijo León—. A nuestra edad ya deberíamos haber hecho algo con nuestra vida, algo grande, si es que alguien sabe a lo que se refieren los demás cuando dicen que hay que hacer algo grande en esta vida. Tú al menos has sacado un disco y no has sido un diletante. Nuestra generación, si es que existe o si es que puede hablarse de generación, ni siquiera está perdida; es mucho peor. Y esos que tienen veinticinco años y que se creen que el mundo es un lugar que les necesita, esos que ni siquiera saben que mañana mismo podrían estar en el paro, como tú, como yo, me sacan de quicio. Pero luego los hay que a pesar de todo se compran un piso, se casan y tienen hijos. A lo mejor es a eso a lo que se refería la hija de puta aquella sobre lo de encaminar mi vida, si pensaba tener una familia y tal.
—Casarse y tener hijos, ¡vaya una cosa!
—Te apuesto lo que quieras a que duermen mejor que nosotros. A fin de cuentas han hecho lo que debían, o se supone.
—Ganamos tan poco que vivir por encima de nuestras posibilidades es sencillísimo. Lo último que necesitamos es tener hijos.
León detuvo el coche en un semáforo. Se palpó los bolsillos buscando el tabaco, pero no lo llevaba encima.
—Dame un pitillo —le pidió a Simón.
Simón sacó el paquete y le dio uno. León se acodó en la ventanilla como si estuviera en la barra de un bar. Las gotas de lluvia le manchaban las mangas del jersey.
—A ver, Simón, sé que no soy más inteligente que los demás (aunque podría serlo) sino que la gente, en general, es tonta de remate. La ironía es que no lo saben y por eso siguen a gente aún más tonta. Me resulta agotador, porque quieras o no tienes que escucharles, están por todas partes. Son como un virus. Están en el tren, en el restaurante, en la universidad, fuera de ella, en las calles, en esa calle, en esta misma calle, aquí y ahora. Debe de haber un nombre para lo nuestro, las farmacéuticas lo catalogan todo para ver si pueden sacar un medicamento y ganar dinero. Pero como eso no lo sé (no soy farmacéutico) me atrevería a empezar con dos: sentido crítico y sentido común.
—Esa es la clave: no saben que son así y creo que no les interesa saberlo. Se tendrían que cuestionar muchas cosas que dan por sentadas —murmuró Simón.
—El mundo está en manos de las personas más simples que te puedas imaginar. Los demás han (hemos) claudicado. Solo tienes que mirar la prensa, el sistema educativo y, sobre todo, cualquier partido político para darte cuenta. La gente tiene que cuestionarse estas cosas. Descubrirían ...

Índice

  1. Londres
  2. Barcelona
  3. Las ilusiones (de los años universitarios y algunos más)
  4. La realidad
  5. Agradecimientos