
- 496 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Tangomán
Descripción del libro
Tangomán cuenta en primera persona la historia de Pedro Muros, un hombre que desde su madurez repasa los hitos esenciales de su vida en busca de la propia identidad. Hijo de una viuda, crecerá; sin el cariño necesario para afrontar la vida. Convencido por sus hermanas de su propia fealdad, huirá; de la familia y llevará; una vida solitaria y poco instruida, donde las lecturas caóticas de revistas de serie B se combinan con un trabajo gris. De esa monotonía solo consiguen sacarlo sus clases de baile, disciplina en la que despuntará; tanto, que se convertirá; en la atracción de una decadente academia donde la mayoría de las alumnas sienten una irresistible atracción por Pedro, que pasará a ser Tangomán.
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Información

Pero ¿de dónde venía todo esto que sentía como nuevo? Podría decir que quizá era la mente que me traía recuerdos olvidados. También podría ser que empezara a verlo todo de otra forma, una vez que me pregunté por esa incapacidad de amar tan mía, tan propia, y que se apoderaba de mí y se apropiaba de mi cuerpo a todas horas.
Había visto en las revistas que hombres mucho más feos que yo llevaban su físico con orgullo. Lo llevaban además con una diferencia que les hacía aparecer ante sus vecinos, ante los demás, tal como eran. Alguno de ellos había transformado esa carencia en todo un triunfo, convirtiéndose en un político de prestigio o en un actor de comedias.
Pero ¿dónde me colocaba yo? Nada en mi vida era rentable, ni mi pasado ni mi presente, y tampoco me atrevía a mirar mi futuro. Mis carencias eran la fuente de mi infortunio. La falta de amor de mi madre, por ejemplo, que veía en mí algo desastroso. La falta de cariño y el desprecio que sufría por parte de mis hermanas, cada vez que sus amigos les preguntaban si ese chico era su hermano, podría ser otra de las razones de mi aprensión hacia ellas, con el consiguiente olvido de un pasado familiar que, como se ve, jamás fue idílico. Era evidente que su belleza no estaba reñida con la mía, pero ellas optaron por marginarme, apartarme y olvidarme al final.
No fui traspasado a otra familia, pero me sentía tan solo que podría decir que nunca hubo a mi alrededor más que silencio. Un silencio complejo que luego adopté como arma arrojadiza contra todos. Contra todo lo que se moviera a mi alrededor. Contra mí y los demás. Contra el mundo.
Pero ¿qué demonios tenía que ver el mundo con mi rencor y con mi odio? Esto no lo supe hasta más tarde, cuando reflexioné sobre la posibilidad de seguir vivo mientras iba cumpliendo años sin más, metido en varios líos a la vez, creyendo que de ese modo huiría de todo.
Huía de mí y de mi familia, de los compromisos en el trabajo. Vivía aislado en medio de un vecindario bullicioso que había terminado también por olvidarme. Y me habían olvidado incluso las mujeres que me habían amado.
Ser bello podría ser algo excepcional, pero ser feo no era desde luego algo para avergonzarse tanto. Decidí que debía abrirme al mundo cuando entendí que este no era el culpable de mis desgracias. Y había que intentar ser feliz –o incluso medianamente infeliz– una vez que supe que podía vivir con mis «cosas»: esas manías personales que me habían derrumbado toda la vida, pero que a su vez me habían salvado de la derrota más radical.
Estaba vivo y había que aprovecharlo. No estaba enfermo ni tenía una de esas taras incontrolables. La mía era una de esas de andar por casa, que se podía llevar con deportividad si uno salía de casa y llevaba una vida normal a los ojos de sus vecinos. Una vida más o menos sana dentro del ritmo normal de la vida y que me hacía mantener el cuerpo a flote y la mente a salvo. Por regla general lo que media entre hacer lo que me dejaban y lo que me venía en gana.
Y ¿qué hacía yo últimamente? ¿Golpear aquellos sacos como si odiara a todo el mundo? Podría quemar mi neurosis con aquellos sacos, podría recurrir a una mentira piadosa que me obligara a seguir sin más. Podría buscar a alguien que me dijera por una vez una mentira, algo dulce, que no era tan feo por ejemplo, que dentro de lo que cabe los había más feos. Estaba decidido a cambiar, yo podía ser un hombre diferente, un poco más tierno, más sensible y no tan duro como esa piedra que hacía honor a mi nombre, Pedro.
Debía volver a la parte de mi identidad que me hacía sentirme libre y un tanto feliz, medio feliz podría decir. Prefería a Tangomán sobre Chiquito de Mariturri y Chiquito de Mariturri era mejor que Pedro.
Y Pedro, pues ya no tenía remedio, debía olvidar su pasado. Me hicieron lo que me hicieron, me trataron como me trataron, pero no era sano volver a ello a los cuarenta. En una edad en la que la mente se abre a los recuerdos más sorprendentes. Ya no era un niño, ya no era un adolescente atontado –no recuerdo que lo fuera–. Era lo que era: un tipo feo que vivía como podía y que salía de su aislamiento mientras no pensara demasiado en ello.
Volver a los brazos de mi madre, volver a los recuerdos extraños e intermitentes de mi padre, volver a las caricias impasibles de mis hermanas, ¿para qué? Esas cosas eran parte del pasado. De un pasado que ya no tenía remedio. Debía volver a los brazos de aquellas mujeres que nunca me dieron el pecho, pero me ofrecieron el jugo de su interior con las piernas abiertas. Debía volver a esos cuerpos que me desnudaron con las venas abiertas. Sin disimulos, sin carantoñas que no vengan a cuento, sin maldades, más que las permitidas. Esas mujeres que nunca me dieron la espalda.
¿Por qué las había abandonado? ¿Por aquella derrota, una más, en el plató de televisión? ¿Por aquel fiasco que me hizo rodar por los suelos? ¿Por aquellas jugarretas del destino que cruzaban las miradas de dos amazonas en mi frente de burro? ¿Por las disparatadas y enrevesadas lianas que me hicieron caer al suelo como un mono? o ¿por los enrevesados meandros de una tierra que, en sus profundidades, me hacía correr como una hormiga, de un lado a otro, hasta enfrentarme a un espejo donde algunas veces se me veía bailando y otras simulando un combate?
Mi vida había sido eso: un combate imaginario donde, sin ningún riesgo, yo asumía mi derrota de antemano. Me dejaba llevar por mis parejas, por mi madre o mis hermanas. Hasta que un día cualquiera desaparecían de mi vista. Así me pasó con todas… Pero, aunque ya no tuviera remedio, algo en mí me decía que estaba confundido.
No veía la razón para que desaparecieran de mi vida. Debía volver, debía dejarme seducir y debía dejar que alguna de ellas me sometiera. Debía recuperar mi papel, una vez que entendí que lo mío no era amar ni ser amado. La historia con Rosana me llegó hasta la médula; me hizo daño, pero la pude olvidar (aunque no tan rápido como pensaba). Y sin embargo, asumida mi condición y asumida mi rendición definitiva, podría –o eso imaginaba– salir victorioso.
Si no era así, por lo menos cabía la posibilidad de mirar a Juan o a mí mismo con Rosana, incluso a Rosa o a la Gitana y la Noruega juntos. Todos nadábamos en ese mar de los sentimientos más contradictorios. Y lo hacíamos intentando guardar la ropa, aunque el único que se disfrazaba para la ocasión era yo. A veces, como Fred Astaire y otras, como un Clay de tez blanca, venido a menos. Aunque realmente creo que iba desnudo. Desnudo de to...
Índice
- UNA MÚSICA DIFERENTE
- DE UNA ESQUINA A OTRA
- SERÁ LO QUE TÚ QUIERAS QUE SEA