La delirante familia Tosco
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La delirante familia Tosco

  1. 80 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La delirante familia Tosco

Descripción del libro

Estamos ante una obra infanto-juvenil planteada desde la narrativa del "nonsense", donde el sinsentido o la ruptura de sistema irrumpen en la trama aportando un tono surrealista al argumento. Otro recurso antiquísimo empleado por el autor es la Caja China: así una historia tiene adentro otras historias que continúan en otros cuentos. También abundan en el libro los traslados temporales donde el punto de vista del narrador cambia del presente al pasado y viceversa consiguiendo una ilusión de totalidad cronológica y de autosuficiencia temporal para la fábula literaria. La Editorial Costa Rica pone en manos de niños y jóvenes una lectura delirante que despertará el asombro y el gozo en sus lectores.

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Información

ISBN del libro electrónico
9789930519509
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El Eco tenía los ojos saltones y el pelo corto. Era alto, alto como un pino y pesaba menos que un comino. Tenía los brazos largos y el corazón por fuera.
Al Eco no lo hicieron de madera como a Pinocho, ni salió a recorrer el mundo con sus piernas de pino y de bisagras.
El Eco estaba hecho del aire con que se inflan los globos, y era blanco en Alaska, amarillo en China y negro en Haití. Se metía en lo que no le importaba, y cuando tu decías chirimoya, el decía oyaaa… y si tu decías obelisco, decía iscooo… y siempre parecía más lejos de lo que realmente estaba.
Todos lo han oído alguna vez, pero casi nadie lo ha visto, porque el Eco es como los eclipses, que se pueden ver una vez cada doscientos años.
Y sucedió que sin más allá ni más acá, apareció una tarde en el patio de Luis Tosco y lo invitó a jugar a la viola.
—A la una, mimula –saltó Luis Tosco.
—A las dos, mi reloj –saltó el Eco.
Y en un minuto se hicieron amigos. El Eco se quitó el corazón, que lo llevaba por fuera, y se lo dio a Luis Tosco, pero como Luis Tosco no se podía sacar el corazón, le ofreció una bota, y el Eco se la puso de lo más contento.
Desde que Luis Tosco tocó el corazón del Eco, se volvió invisible, porque el corazón del Eco, vuelve transparente al que lo toque.
Entonces Luis Tosco solo atinaba a jugar y jugar a la viola, de tal manera que cuando Camisón pasó llamándolo: ¡Luis Tosco!, ¡Luis Tosco!, el mismo Luis Tosco le respondió: ¡osco, osco, osco! como si fuera el Eco.
No se sabe qué tiempo siguieron oyéndose las voces, que no eran voces, sino como un murmullo.
—A las diez, llegó el juez.
—A las once, se fue.
—A las doce, un bosque.
Pero no se veía nada, porque los dos eran invisibles. Y llegó el momento en que todo el mundo salió a buscar a Luis Tosco. Por el día lo buscaban con la luz del día y por las noches con antorchas.
Hasta que por fin llegaron los isleños de Cabaiguán que le habían dado la vuelta al mundo sacando ahogados de los ríos. ¡Quién quitaba que se hubiera caído al río!
Los isleños habían sacado ahogados del Amazonas, el Orinoco y el Tárcoles, Jatibonico del Norte y Jatibonico del Sur.
Ponían una vela encendida sobre una tabla, la soltaban en la corriente y la tabla nadaba con su vela y se plantaba encima del ahogado.
A las doce de la noche zarpó la flota. Trescientas tablas de cedro con sus trescientas velas. ¡Qué de luces! El río parecía un puerto.
Pero las tablas no se detuvieron en ningún sitio, siguieron río abajo, desembocaron en otros ríos, y después en otros, atravesaron el océano, llegaron a la Argentina y remontaron el río La Plata.
—No hay dudas –dijeron los isleños–, Luis Tosco no se ahogó, ni se cayó al río.
Mientras, el Eco y Luis Tosco seguían jugando a la viola sin parar, ni tomar agua, ni sentarse, ni dormir, ni nada.
—A las ciento noventa y nueve, siempre llueve.
—A las doscientas, pierdo la cuenta.
—A las doscientas una, voy a la Luna.
Ni hablar de la policía, todo el mundo movilizado, buscando a Luis Tosco: los cosacos de Rusia, la Guardia Civil Española y los Ninjas del Japón.
Si de una cosa nadie se había dado cuenta, era de que si ahora se decía obelisco, se oían dos iscos a la vez, y así con todas las palabras.
Y todo hubiera seguido igual, de no ser porque Luis Tosco reaccionó y dijo que no jugaba más, que ya debía ser casi de noche y que su mamá…
—¿De noche?… –dijo el Eco–. Hace como cincuenta años que estamos jugando.
Y en un segundo Luis Tosco soltó el corazón del Eco, se puso la bota y salió corriendo.
Entonces vio venir a un viejito montado en un burro y con una camisa que le arrastraba al suelo.
—¡Camisón! –gritó Luis Tosco.
—¡Luis Tosco! –dijo el viejo. Y se abrazaron.
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Desde que el abuelo subió por las paredes como si fuera una rana, comenzó a vivir en otra época. Como el abuelo era casi una rana, la época se llamó Ranacimiento y duró doscientos años.
En el Ranacimiento la peor enfermedad no fue una llamada la Peste, sino otra que solo le daba a los eruditos y se llamaba Anfibiología. Los enfermos de Anfibiología eran anfibios y se pasaban el día dentro del río hablando de matemáticas y de filosofía. Los anfibiólogos solo iban a sus casas por las noches, dormían dentro de un barril lleno de agua y soñaban con sirenas.
Desde que el abuelo enfermó de anfibiología vivía en dos épocas a la vez y leía los libros con un doble sentido. Podía caminar por dos caminos al mismo tiempo, hablaba en castellano y leía en latín.
Entonces ordenó llenar la ciudad de flores y de puentes. Como la ciudad estaba llena de flores se llamó Florencia. Y desde el primer día en que la ciudad se llamó Florencia, empezaron a venir italianos; el más célebre de todos se llamaba Leonardo y era pintor.
También vino un arquitecto famosísimo llamado Antonelli, y el abuelo le ordenó construir un castillo en la bahía de La Habana. El castillo se llamaría El Morro y estaba diseñado para sobrevivir al abuelo y al ataque de los ingleses.
Pero a Florencia no solo vinieron italianos, porque una tarde memorable el pueblo entero se fue a la Plaza de la Revolución a escuchar los versos de Alí Bai, el mayor poeta de la China.
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Antes de que Amal Tosco fuera el abuelo de Luis Tosco, trabajaba como pastor de rebaños, pero aquellos no eran rebaños de ovejas, sino de elefantes, porque entonces vivía en la India.
Y cuando algún elefante se salía del carril, Amal lo metía en un cuarto oscuro, se quitaba la camisa y los zapatos y se peleaba con el elefante a las trompadas y a los trompazos, como si fuera boxeador. Por eso no era extraño que a menudo hubiera elefant...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. El abuelo
  4. La abuela
  5. Primera muerte del abuelo
  6. Amarrada al fogón
  7. Las barbas en remojo
  8. La noche que nació Luis Tosco
  9. El nido
  10. Los guapos no toman sopa
  11. El temporal
  12. Sigue el temporal
  13. La obsesión del abuelo
  14. Camisón
  15. Costumbre de bebé
  16. Mala memoria
  17. El eco
  18. El ranacimiento
  19. Amal Tosco
  20. El aula
  21. Sapito
  22. La búsqueda
  23. Años bisiestos
  24. La trucha
  25. Soñar despierto
  26. El guateque
  27. Gallina Fina
  28. El excelentísimo Jonás
  29. El médico chino
  30. La fiebre
  31. Supón
  32. El pan
  33. El coro
  34. La escoba
  35. Cielo despejado
  36. La sombra
  37. Las hormigas
  38. El ordeño
  39. El tabaco
  40. El día
  41. Búsqueda final
  42. Sobre el autor
  43. Sobre el ilustrador
  44. Créditos
  45. Libros recomendados