
- 198 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Los apretados infiernos
Descripción del libro
Narración de un crimen y de los hechos que lo motivaron; intento por esclarecer sus móviles y circunstancias. Es una historia de soledad y de pasión, determinación, estrategia y liviandad. Sobre todo, y a pesar de todo, es una historia de amor.
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Información
Parte IV. El exilio I
Algún día estaré contigo donde un ala sea la errante evidencia del milagro en una patria que el viento dispersó, una tierra que nos vio caer
para olvidarnos. Algún día despertaremos ahí,
a un lado de la luz, como los pájaros, tal vez viajeros en la niebla
con una rama de olivo entre los dedos, cansados de esperar, obedecer y morir, salvajes como el dios de nuestra infancia.
Algún día, cuando la maldición [del tiempo se termine, tocará nuestra fuente el agua [de un umbral perdido.
Ese día estaremos de regreso.
Los hábitos de la ceniza, Jorge Fernández Granados
Al despegar del aeropuerto de Tsverovo, en Moscovia, hacia el Este, el Tupolev de Aeroflot describió una larga curva que lo colocó sobre la geodésica que lo llevaría a Shannon, Irlanda, donde tras seis horas de vuelo aterrizaría en la primera escala de su larguísimo itinerario: Moscovia, Shannon, La Habana y la Ciudad de México.
El señor Skleranikov bajó a estirar las piernas. Cargó con cuidado el estuche que contenía su violín, se aseguró de que el pasaporte se encontrara a mano, que la cartera que llevaba sujeta a la pierna derecha con una liga y un esparadrapo estuviera bien fija y enfiló hacia la sala de tránsito. Allí recorrió, una a una, la fila de tiendas multicolores que mostraba a los viajeros del Este las maravillas del consumo en el mundo occidental. Anduvo revisando todas las chucherías, hasta que se decidió por una corbata de diseños foliares, azul y rojo, que costaba en barata ocho dólares –“Se aceptan rublos”, decía el letrero–, al mismo tiempo que consignaba el tipo de cambio que, sabía, podría variar en cualquier momento gracias a su debilidad intrínseca (la del rublo) y la de toda la economía soviética (o exsoviética).
En ese momento, el señor S. sintió las naturales urgencias de su vejiga, por lo que, tras un cuidadoso escrutinio de la sala donde se hallaba, entró a un baño en el que pudo, mientras se aliviaba, constatar que la fontanería soviética no se había desarrollado al mismo ritmo que la occidental.
Estaba en esa clase de consideraciones tecnológicas cuando graznaron en tres idiomas (inglés, ruso y español) los altoparlantes instalados por doquier:
¡Atención, atención! Se solicita a los pasajeros del vuelo cuatrocientos tres de Aeroflot, con destino final en la Ciudad de México, que se dirijan de inmediato al avión por la puerta G2, llevando en la mano su pase de abordaje.
El señor S. levantó la cabeza, recompuso sus ropas con cuidado, salió rápidamente de la toilette y ubicó la G2, desagradablemente sorprendido de no entender nada, absolutamente nada de lo que se decía en español, idioma que había estado estudiando denodadamente durante los últimos cinco meses. Se dirigió enseguida a la puerta asignada, uniéndose a la larga fila que ya se estaba formando.
Era septiembre. El dichoso viaje había comenzado a gestarse en febrero, cuando Igor Demedienko, su compinche y amigo de la preparatoria, su “caja de secretos”, violista que había emigrado a México dos años antes en plena euforia de la perestroika, le había escrito que también él, el señor S., podía, si lo deseaba, exiliarse.
Hay en este país (México) –decía en su carta– muchas orquestas y pocos músicos.
Estaba, por ejemplo, la Orquesta Filarmónica, donde era claro que tenían bastante dinero pero pocos atrilistas, y había cinco orquestas más en la capital y por lo menos una buena docena en provincia.
Adicionalmente existía la circunstancia –apuntaba Igor en su misiva– de que el director de ese agrupamiento sinfónico (la Filarmónica), durante una noche de farra, después de innumerables tequilas, había dicho en alta voz que “prefería un extranjero malo a un mexicano bueno”, por aquello de la disciplina y la obligada sumisión migratoria.
La larguísima carta seguía: En la Ciudad de México puede completarse el salario (más bien magro) que pagan las orquestas con innumerables “tocadas” denominadas “huesos”, en donde lo único que cuenta para ganar dinero son las ganas de trabajar y la “amistad” de los capos de la mafia “huesil”, quienes también, por razones idénticas a las consideradas por los directores sinfónicos, preferían extranjeros.[5]
Por otra parte, explicaba Igor, los mexicanos eran extraordinariamente malinchistas,[6] hecho que, como extranjero, no dejaba de representar una ventaja.
Casi n...
Índice
- Parte I. Los prolegómenos
- Parte II. Las inodadas
- Parte III.Nocturnos I
- Parte IV. El exilio I
- Parte V. La interacción triangular
- Parte VI. El exilio II
- Parte VII. La troika
- Parte VIII. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México
- Parte IX. El Concurso Internacional de Violonchelo
- Parte X. Nocturnos II
- Parte XI. Umbrosa cornamenta
- Parte XII. El crimen
- Parte XIII. Final
- Parte XIV. Concierto y epílogos