Amar la Misa
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Amar la Misa

Didier van Havre, Gloria Esteban Villar

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Amar la Misa

Didier van Havre, Gloria Esteban Villar

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¿Por qué existe la misa? ¿Cual es el sentido de sus oraciones y gestos, y qué actitud hemos de adoptar en cada momento? Su misterio reside en la asombrosa cercanía de Jesucristo.

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Información

Año
2013
ISBN
9788432143427

SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

LOS RITOS INICIALES DE LA CELEBRACIÓN

Los ritos iniciales, que preceden a la liturgia de la Palabra, son una introducción, una preparación para el encuentro con Cristo en la celebración eucarística. «La finalidad de ellos es hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía»[95].
Lo propio de la asamblea eucarística es reunir a los fieles en torno a Cristo. «Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo, que es el actor principal de la Eucaristía. Él es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Él mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando in persona Christi capitis) preside la asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo “Amén” manifiesta su participación»[96].
Los ritos iniciales, madurados a lo largo de los siglos, nos describen por medio de gestos y palabras las realidades a las que conviene estar especialmente atento desde el comienzo de la celebración. De hecho, el desarrollo de estos ritos nos señala el camino que hay que recorrer para acercarse convenientemente al misterio eucarístico. «Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre»[97].
Esta preparación se asemeja también a la entrada en contemplación, es decir: «“Recoger” el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar»[98].
El inicio de la celebración
El inicio de la celebración está compuesto de varios movimientos: en primer lugar, la procesión de entrada, acompañada del canto de entrada; a continuación, la veneración del altar, la señal de la cruz, el saludo de la asamblea y, en algunos casos, una introducción muy breve a la misa.
1. Por lo general, el sonido de una campana anuncia el comienzo de la celebración. A esta señal se levantan todos los fieles y se entona el canto de entrada; y el sacerdote, acompañado de sus ministros o de uno o varios acólitos, avanza en procesión hacia el altar.
De este modo, la celebración eucarística se convierte en una realidad visible. Los fieles se ponen en pie para manifestar su voluntad de participar activa y personalmente en la liturgia. La finalidad del canto de entrada es «abrir la celebración, promover la unión de quienes están congregados e introducir su espíritu en el misterio del tiempo litúrgico o de la festividad, así como acompañar la procesión del sacerdote y los ministros»[99]. Si no hay canto de entrada, algún fiel o el propio sacerdote recitan la antífona de entrada.
Levántate enseguida para acoger dignamente a Cristo. Es Él quien viene a tu encuentro. Dile unas palabras afectuosas y confíate a Él: «Señor, ayúdame a vivir bien esta Eucaristía. Estoy aquí por ti».
Permanece atento a las palabras del canto de entrada. Cántaselas a Dios, que te escucha. Eso te ayudará a poner tu corazón en sintonía con el misterio que se va a celebrar.
Cuando veas al sacerdote avanzar hacia el altar, piensa en Cristo, que preside la asamblea eucarística. El celebrante principal de la Eucaristía es Él.
2. Cuando el sacerdote llega al altar, se detiene y hace una inclinación profunda en señal de veneración. Luego sube al altar y lo besa. Los días de fiesta inciensa el altar para venerarlo de un modo más solemne.
«El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da»[100].
El beso que el sacerdote deposita sobre el altar es el beso de la Iglesia a Cristo, su Esposo; y es, por tanto, un signo de unión, de veneración y de cariño hacia Jesucristo.
El hecho de incensar el altar simboliza la oración de la asamblea. Igual que las volutas del incienso se elevan por encima del altar, así la asamblea une su oración a la que Cristo eleva al Padre.
Cuando el sacerdote bese el altar, honra tú también a Cristo con unas pocas palabras muy sencillas: «Jesús, yo también te beso con todo el corazón». Imagina con cuánta veneración besarían los apóstoles a Jesús.
Los días en que el sacerdote inciensa el altar dispones de un buen rato para hablar tranquilamente con el Señor. Une tu oración al gesto del sacerdote. Puedes hablarle de cualquier cosa: de un deseo, una súplica, unas cuantas palabras espontáneas de amor, una alabanza. «Dios mío, creo en ti, espero en ti, te amo y te adoro». Si no sabes de qué hablarle, no te quedes ahí sin hacer nada: ¡dile por lo menos una breve oración que te sepas de memoria!
3. Después de la veneración del altar, el sacerdote se traslada a la sede. Una vez concluido el canto de entrada, el sacerdote y los fieles se santiguan diciendo: «En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén».
La señal de la cruz es el gesto cristiano por excelencia. Manifiesta nuestra identidad y nuestra incorporación a la Iglesia por el bautismo. Es una profesión de fe, un visible y público a los dos principales misterios de la fe cristiana: con nuestra boca proclamamos el misterio de la Santísima Trinidad y con nuestra mano nos unimos a la Cruz de Cristo, Redentor nuestro.
— Procura hacer pausadamente la señal de la cruz. Dale importancia. Por medio de ese gesto, cr...

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