
- 176 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El niño, la enfermedad y la familia
Descripción del libro
Cuando un hijo enferma gravemente, se inicia un proceso en el que toda la familia se ve implicada, a veces presa de la angustia y el miedo. Este libro aborda lo que le ocurre al niño cuando cae enfermo y las consecuencias que esto puede tener en las relaciones en la familia pero también quiere ofrecer consejos para esa difícil situación y la forma adecuada de responder.
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Información
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EL NIÑO ENFERMO
1. El mundo del niño y del adulto
Desde una posición psicodinámica podemos afirmar, parafraseando a san Juan, que «en el principio el niño es todo Ello». El bebé fundamentalmente es instinto: amor y agresividad. Sobre todo amor, más que agresividad. Y esta carga pulsional –dicen los psicoanalistas– es la base de la personalidad del futuro adulto. Del «cuánto» de esta energía que sepamos actualizar, dependerá el nivel de bienestar que consigamos: a mayor liberación, mayor felicidad; a mayor represión, más angustia y menores posibilidades de un crecimiento psicológico adecuado. De hecho, el tratamiento psicoterapéutico lo que hace, en el fondo, es reactivar toda la carga pulsional del sujeto y canalizarla. Es como rebobinar la existencia, para poner otros cimientos, para construir la vida desde otra base, más genuina y menos reprimida.
Todo este mundo infantil tiene una regla básica: se rige por el principio de placer. Es frecuente observar cómo un bebé llora cuando tiene hambre, tiene alguna molestia o está mojado. Su llanto se neutraliza cuando su necesidad está cubierta: se le da de comer, se le cura o se le limpia. Y esto hay que hacerlo ya; no es significativo el lugar, ni la hora. Los otros no interesan; solamente él es el importante. Es como si sintiera: «Si yo estoy bien, todo está bien». Ser niño, pues, es cubrir las necesidades, pero sin tener en cuenta a los demás; ser adulto supone luchar por estar bien, pero teniendo en cuenta al compañero, al que va junto a ti en el autobús o a tu pareja. Es el principio de realidad, que rige el mundo de los adultos, donde la fantasía y el deseo están condicionados y mediatizados por los límites y las exigencias de los otros.
a) Cuando el «niño» crece
Ángeles es una persona de 30 años. Se siente insegura, indecisa y es incapaz de expresar lo que le gusta o disgusta. Siempre contesta con un «no sé» o un «me da igual». Parece como si no tuviera deseos ni sentimientos. Tanto si es valorada como si es descalificada, es incapaz de responder. No se queja, pero tampoco disfruta de un reconocimiento o de un halago. Todo le resbala. Es de las personas que ante un pisotón (físico o psicológico) termina pidiendo perdón al pisoteador. No puede expresar el odio y rencor, pero tampoco el amor. Su «cuanto de Ello» (carga pulsional) está reducido a la mínima expresión; existe una atrofia de todo su «mundo infantil». En el lenguaje coloquial se dice que está reprimida. Es una mujer-niña. Ha conseguido realizar acciones de adulto (está trabajando en una fábrica, se ha casado y tiene dos hijos), pero su mundo interior está tan empobrecido, que es una fuente de angustia y de infelicidad.
Como Ángeles existen miles y miles de personas, que realizan tareas de adulto pero se han quedado fijadas en una etapa infantil de su personalidad, lo que les produce tensión y angustia, pues están en la contradicción permanente de actuar como una persona mayor pero sintiéndose débiles e indefensas como un niño. El resultado es malestar y sufrimiento.
b) El «adulto niño»
Pero también puede ocurrir lo contrario: que el principio de placer, que rige el mundo infantil, se instale en el mundo adulto y, por tanto, que no se pongan límites ni reglas al sentir y actuar.
Es quizás uno de los riesgos de nuestra educación actual. El niño está acostumbrado (mal acostumbrado, diría yo) a tener todo lo que se le antoja; no existe transición entre el deseo y el acto. Si quiere una bicicleta, se le compra; si quiere unas zapatillas de marca, las consigue; por miedo a que se frustre, nos hemos pasado al otro extremo: satisfacer todos sus deseos. La consecuencia es que no valora lo que tiene y, además, piensa que todo se puede conseguir sin esfuerzo; solamente hace falta pedirlo. El importante es él, los otros son secundarios.
Es lo que le ocurre a Juan. Un adulto que se define como «una persona que no tiene pelos en la lengua». Es capaz de enfrentarse con su jefe, con el panadero de la esquina o con el portero de su bloque. No distingue –o no quiere distinguir– las distintas situaciones: el mundo familiar, el laboral o el relacional. No reflexiona si es adecuado o no actuar o responder en esta u otra ocasión. Según dice él: «Siempre hago lo que me apetece». Juan es un niño-grande. Juan solamente tiene en cuenta el principio de placer, pero olvida que también existe el principio de realidad.
c) El «adulto-adulto»
Entre estas dos posiciones (la de Ángeles y la de Juan) existe una tercera posibilidad, que podemos ejemplarizar con Julia. Esta es una mujer vitalista y muy cumplidora de sus obligaciones. Sabe trabajar, pero también disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas: una comida, un paseo por el parque o una reunión familiar. Es una mujer-adulta: siente y satisface sus necesidades, pero tiene en cuenta al otro e, incluso, en algún momento sabe renunciar a ellas por el bien de los demás; mantiene un equilibrio entre lo que desea (principio de placer) y lo que puede decir y hacer (principio de realidad).
En esta armonía entre el deseo y su realización es donde se encuentra la madurez, la adultez y, en definitiva, la felicidad. No podemos ni ser eternamente niños, ni tampoco nunca actuar como niños. Ese «niño» que todos llevamos dentro, debe desarrollarse, para que nos podamos sentir plenos; su atrofia nos llevaría a un empobrecimiento de la vida y su hipertrofia a un continuo conflicto con el mundo que nos rodea.
El crecimiento psicológico es un caminar que se inicia con el nacimiento y finaliza con la muerte. La infancia, pues, es donde se fragua la personalidad y donde los esquemas existenciales que se instalen, van a condicionar toda la vida. De aquí la importancia de que la infancia sea una etapa donde el principio de placer y el principio de realidad convivan y vayan estableciendo unos lazos armoniosos, que sean la base y estructura del futuro adulto; y sabiendo que nada es definitivo y que todo se puede corregir, pero es más fácil prevenir que curar.
2. La vida como una partida de ajedrez
Erich Fromm afirmó en cierta ocasión que la vida es como una partida de ajedrez, donde lo importante es la apertura (los primeros años de nuestra existencia), pero esto no es determinante. Podemos ganar la partida, ser felices, aunque los primeros años de la vida hayan sido muy negativos, es decir, hayamos hecho «una mala salida»: familia muy disfuncional o experiencias muy traumáticas en la primera infancia, como malos tratos, violaciones, pérdidas significativas, enfermedades, etc. Siempre, a lo largo de la partida de la vida, podemos corregir esas situaciones y conseguir triunfar, ser felices. Todo va a depender de cómo movamos las fichas en nuestra larga o corta partida.
Lo que está claro es que en el tablero de ajedrez, como en la vida misma, existen diferentes personajes o figuras: peón, rey, reina, torre, alfil, caballo. No todos podemos ser reyes, pero tampoco todos podemos ser peones. Y esto e...
Índice
- Portadilla
- Prólogo
- Introducción
- 1. El niño enfermo
- 2. La familia y el niño enfermo
- 3. El niño y la familia ante la experiencia de la enfermedad
- 4. Relatos personales sobre la experiencia de una enfermedad infantil
- Bibliografía
- Contenido
- Créditos