Festival de sorpresas
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Festival de sorpresas

  1. 110 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Festival de sorpresas

Descripción del libro

La máscara que hablaba, el gigante Barrabás, la reina Amaranta, el circo que llegó de Marte son parte del festival de lecturas y narraciones que ofrece este libro."Festival de sorpresas" muestra el maravilloso mundo narrativo de Alfredo Cardona Peña, plasmado en cuentos tejidos a partir de fantasía, creatividad, aventuras y personajes entrañables.

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Información

ISBN del libro electrónico
9789930549285

El secreto de la reina Amaranta

Las hadas, las buenas hadas,
existen, mi dulce niña; Juana de Arco las vio, haladas,
en la campiña.
Nuestro tío abuelo don Rubén.
Cuento3a
Aquella noche, el bosque estaba lleno de rumores. No eran las hojas ni las fuentes; no eran los animalitos que a la hora del sueño se despiertan, como las lechuzas y luciérnagas. Era algo que parecía salir del fondo de los árboles y que no me producía miedo, sino curiosidad. ¡Cómo iba a sentir miedo, si sabía perfectamente que un bosque es el lugar más lindo y saludable de todos!
Este que ahora atraía mi atención, se encuentra en uno de los lugares más escondidos de América. Pude conocerlo gracias a mi espíritu aventurero, que me hizo organizar una expedición en compañía de varios amigos. Pero, dedicado a contemplar el paisaje, me fui separando, poco a poco, por completo. Largo rato anduve por aquí y por allá buscándolos, cuando de pronto advertí que como a unos cuatro metros de distancia pasaba un viejecito tan pequeño que apenas se veía entre los arbustos. Sin sospechar mi presencia, aquel diminuto personaje, con las manos recogidas a la espalda, la cabeza inclinada y moviendo el cuerpo de un lado para otro, caminaba por una vereda de helechos, muy distraído y cantando:
Lará la la, lará la la,
soy Zapatilla que llega ya.
Agachado detrás de unos troncos, esperé a que pasara a mi lado, y saltando de pronto caí de cuclillas frente a él, diciéndole:
—Buenas noches, hombrecito. ¿Me puedes decir adónde vas?
—Oh –me dijo entre receloso y tierno–, ese es un secreto que no se puede revelar así no más. Si te lo dijera tendrías que cumplir toda tu vida con una obligación importante.
—¿Y cuál es esa obligación?
—La del más riguroso silencio.
—Yo te prometo cumplirla hasta el fin de mis días. A nadie diré una palabra de lo que me digas.
—¡Magnífico! Has de saber, en primer lugar, que este bosque se encuentra esta noche bajo la protección de la Reinita Amaranta, la poderosa señora que gobierna el mundo de las hadas, duendes y demás personajes de los cuentos. Cuando tiene algo que comunicarnos nos convoca a una reunión con el objeto de discutir y aprobar nuevos planes de trabajo.
—¿Y no podría ir contigo a la reunión?
—¿Estás loco? ¡Ni pensarlo! Jamás una persona extraña ha presenciado nuestras asambleas.
Pero tanto le rogué que el enanito aceptó llevarme, no sin antes recomendar el más profundo secreto. Mientras caminábamos, averigüé cosas asombrosas: cómo la Reina Amaranta, para dar aviso de sus reuniones, utilizaba unos abejoncitos de oro que soltaba con la recomendación de no parar hasta el lugar indicado. Los abejoncitos llevaban consigo, bien amarrados, unos papeles de seda en donde ella escribía el lugar, la hora y el día que necesitaba conferenciar con sus súbditos, y esto cuando ocurría algún acontecimiento excepcional. Por eso aquella noche debía ocurrir algo extraordinario.
—¿Sabes? –me dijo Zapatilla–. Para mí es particularmente importante la reunión de esta noche. La última vez que nos reunimos, me ofreció la reina un gran favor.
—¿Cuál?
—¡Alcanzar el poder de los Nixos!
—¡Los Nixos! ¿Quiénes son los Nixos? ¿De qué poder hablas?
—Ya verás a los Nixos. En cuanto a su poder, me refiero a la virtud más alta que la reina ofrece a los que, como yo –y modestia aparte– han dedicado su vida a la bondad, trabajando años y años en la tierra para hacer felices a los niños. ¡Hablo de la gran virtud de la invisibilidad, la mayor de todas, la suprema aspiración de los nomos!
—¡Cómo! ¿Hacerse invisible?
—Ni más ni menos. La reina me lo ha prometido.
—¿Y nadie te podrá ver?
—¡Nadie!
—¿Nunca más?
—Eso no. Porque la mágica virtud se puede producir a voluntad. Así: la reina me pondrá el cinturón rojo de los Nixos. Desde ese momento puedo desaparecer cuando quiera, con solo tocar la hebilla de mi cinturón. ¿Que me acecha algún peligro? Toco la hebilla. ¿Que desapareció el peligro? Vuelvo a tocarla.
En estas y otras pláticas avanzábamos por el bosque. De cuando en cuando cruzaban bandadas de gaviotas y de otras aves que apresuraban el vuelo para llegar pronto a sus nidos y abrigarse en el reposo de los árboles. Se veían pasar nubes verdes de pericos gritando y pajaritos de colores, silenciosos. Pronto llegó la noche y despacito, como una niña traviesa asomándose detrás de la pared, la luz comenzó a sacar su enorme disco por entre las colinas, mientras caía sobre los valles su luz plateada, tan suave como el aire mismo.
Eran exactamente las diez y quince minutos de la noche cuando llegamos a un lugar llamado Pradera de las Violetas, cuyo centro era como un llano circular protegido del viento por una valla de eucaliptos. Subimos una suave colina y nos encontramos detrás de una tupida red de plantas silvestres que nos cubría a modo de telón, de manera que con solo apartar las ramas, podíamos observar y escucharlo todo sin ser vistos. Mi amigo fue el primero en asomarse por entre las hojas.
—No ha llegado la reina. Voy a averiguar lo que sucede.
Mientras bajaba la pendiente para reunirse con sus compañeros, yo, que ardía en deseos de ver con mis propios ojos lo que sucedía en tan inusitada ceremonia, metí la cabeza entre los arbustos, y... oíd, oíd:
En una pradera circular, sobre el césped, mujeres bellísimas escuchaban la música que ejecutaba una orquesta de enanos. Sus vestidos eran blancos como los rayos de la aurora; en sus cabellos brillaba una diadema de luceros. Las hadas, pues no eran otra cosa aquellas damas, llevaban el ritmo de la música con las manos; los de la orquesta se balanceaban, y al menear las cabezas, las borlas de sus bonetes oscilaban como campanitas. Después de un final que se fue desvaneciendo suavemente, se aplaudió a los artistas. Mientras tanto, de los rincones del bosque, de las grietas de las piedras y del cielo, no cesaban de llegar nuevos invitados. Reconocíanse unos a otros, se abrazaban y hablaban con animación. Aquí y allá, grupos de enanitos bailaban cogidos de las manos y cantando:
Pirú, pirú, pirulí,
todos estamos aquí; pirú, pirú, piruló,
lo que la reina mandó.
Nada más simpático que los nomos. Tienen la cara como una pasa de arrugada y los ojillos como de ratón, pequeños y vivarachos. Pero no se puede decir que sean feos. Al contrario, con sus barbas y melenas, con sus trajes de colores y, sobre todo, con esa gracia tan especial, con esa alegría que les sale del alma y da a sus actos un prestigio inigualable, los nomos son como los buenos pensamientos: no se les ve, pero dan belleza y sosiego a los que tienen la dicha de tenerlos.
Tod...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. La máscara que hablaba
  4. El gigante Barrabás
  5. El secreto de la reina Amaranta
  6. Torneo de adivinanzas, acertijos y preguntas curiosas
  7. El circo que llegó
  8. ¿Me crees papá?
  9. Dos cuentos con juguetes
  10. Cuento de los cuentos de este libro
  11. Sobre el autor
  12. Sobre el ilustrador
  13. Créditos
  14. Libros recomendados