
- 256 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Carlos Salazar Herrera. Escritos inéditos
Descripción del libro
Carlos Salazar Herrera es uno de los cuentistas más representativos de nuestra literatura. Como complemento a la magnífica obra que es Cuentos de angustias y paisajes, la Editorial Costa Rica publica varios textos del autor, algunos inéditos, otros publicados en revistas, principalmente en Brecha y en Repertorio Americano. Los escritos de esta edición, titulada Carlos Salazar Herrera. Textos inéditos, son diversos e incluye cuentos, sainetes, ensayos y hasta una colección de sonetos.
Dr. Jorge Andrés Camacho
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Información
Editorial
Editorial Costa RicaAño
2014ISBN del libro electrónico
9789930519035Relatos
El ocaso del dios Pan
A Rubén Darío,
“Panida Centenario”
Caprípedo y bicorne, el dios Pan –personificación de la Naturaleza–, ya viejo y achacoso, dormita sentado en la concavidad de una musgosa piedra, como un íncubo grotesco en un trono grotesco.
Tiene en sus manos la melodiosa flauta de siete tubos, cortados de aquel haz de cañas en que se metamorfoseó la ninfa Sirinx a la orilla de río Ladón cuando ya la alcanzaba el enamorado egipán de cornígera frente.
Es en un claro del bosque sagrado del Cilenio, en la Arcadia del Peloponeso, rica en manantiales y ganado de pezuña hendida.
Ahora, en su senil letargo, el dios de cabrunas patas, siente un cosquilleo en varias partes de su híbrido cuerpo y, al rascarse con sus afiladas uñas, cae de sus manos la tubular siringa, en cuyos dulces sones vibra aún el alma de la hermosa ninfa, que fue huidiza y recatada como pocas.
Despierta enojoso, y he aquí que halla a su alrededor un corro de hermosas ninfas de flotantes túnicas azafranadas, que exhalan burlona y cascabelera risa, llevando en sus manos varitas de fresno, con las cuales le hacían cosquillas al dios viejo, ora en el pabellón de sus orejas puntiagudas, ora entre la pelambre de sus axilas, ora en su barriga de profundo ombligo, o en la sensible hendidura de sus pezuñas.
Entonces las ninfas –de eterna juventud–, empezaron a burlarse del fauno senil con despiadados términos, y una Dríada, desprendida de los encinares, habló de esta manera:
—Mira lo que queda de ti, ¡oh ventrudo fauno! De estrellado pecho celeste, deidad grecorromana, mensajero de Atenas, peregrino y estratego, dios de pastores y rebaños; hijo nada menos que del alado Hermes y de la ninfa Dríope, de belleza sin igual.
Así dijo, y el caducante Pan, estirando lentamente sus cansadas patas de macho cabrío, sonrió con estoica indiferencia.
Todas le fingieron vasallaje mediante rítmicas genuflexiones con vocingleras risas, y una Náyade de cerúleos ojos habló y dijo:
—¿Qué fue de tus pasadas glorias y de tus triunfales hazañas bélicas en las remotas Indias, en compañía del olímpico Dionisio, vinolento y taumaturgo?...
—¡Evohé! –exclamaron las ninfas al oír el nombre del dios inspirador del ditirambo.
—¿Qué de aquellas lupercales y solemnes hecatombes que celebraron griegos y romanos en tu honor? ¿Qué de aquellos festines con profusión de néctar y ambrosía; escogidos vinos de Corinto, almibarados higos y amarillenta leche de ubérrimas cabras recién paridas?
Así habló, y Pan sibarita, sonriendo con su habitual dulzura acarició su barriga, hinchada como un odre.
Una Nereida, de níveos brazos, habló de este modo:

—Cuando naciste, ¡oh gran Pan!, el mismo Zeus tonante que amontona las nubes se regocijó en su corazón, no obstante tu figura monstruosa, porque los dioses te hicieron de carácter alegre y seductor, y en tus años juveniles, raudo y bullicioso como Céfiro, el de alas de mariposa; y ahora, ya viejo, ¿eres capaz de correr graciosamente, coronado de pámpanos, haciendo mil cabriolas en lo alto de las escarpadas rocas?...Ya no puedes ¡ay!, producir dulces melodías con tu musical siringa, para deleite de todas las criaturas que pueblan los collados, los bosques y los ríos de esta excelente Arcadia, fontanosa y pastoril. ¿Son tus ojos aún como de lince, que miran a través de los troncos y las rocas?... Ya ni para ariete sirve tu cabeza cornuda, y son endebles tus patas de macho cabrío. Tu barriga es como un tonel saturado de vino.
Dijo, y pinchole el vientre con su varita de fresno.
El gran Pan, incapaz de conmoverse, siempre insensible como la roca insensible, miraba con beatífica mirada el corro de juveniles ninfas de transparentes túnicas.
Una Oréada, de lindas caderas, pronunció estas hirientes palabras:
—¡Levántate, oh semidiós mortal, y persíguenos si es que aún puedes retozar como lo hacías antaño, con tus lascivos arrebatos y tus eróticos clamores pánicos!...
Dijo, y añadió un insulto monstruoso:
—¡Sátiro impotente!
Fue cuando el dios Pan inclinó la cabeza con lentitud, como un tirso endeble de marchita hiedra.
Una preciosa danzarina de doradas trenzas llegose al fauno menguante, lo fue a coger por su barba de chivo para levantarle la cornuda testa... y una perla cayó sobre su cóncava mano blanca como paloma blanca.
—¡Callad!... ¡Por piedad! –clamó la ninfa de doradas trenzas. Y bajando la voz–: Está llorando.
Unas bodas en Caná de Galilea
Cuento sugerido por el Evangelio según San Juan.
Capítulo II, versículos del 1 al 11.
Aquella tarde era la última de los siete días en que se celebraban unas bodas en Caná de Galilea.
Eran los novios de modesta heredad, pero dadivosos y hospitalarios como pocos; y por esto y por aquello, muy amados en la Tierra de Canaán.
Fueron muchos los invitados quienes acudieron a las bodas, algunos con magníficos regalos traídos desde regiones lejanas.
Había cofrecitos hechos con mucha industria de maderas odoríferas del Líbano. Azafates, candelabros y aguamaniles de la orfebrería de los fenicios. De Damasco, túnicas de jacinto y diademas de grana dos veces teñida. Paños de finísimo lino blanco retorcido en Babilonia. Terneros y becerros con gargantillas de sarmiento. Odres hinchados de aceite y talegos de trigo reventado. Frascos preciosos con esencias de nardos, lirios y azucenas; azafrán, áloe y sinamomo.
Recostados en sus lechos, bajo los mismos artesonados, algunos señores principales: rabinos, levitas, patriarcas y ricos mercaderes, se mezclaban en el convite con las más extrañas y humildes gentes: pescadores, labriegos, pastorcillos y ciertos poetas trotamundos que cantaban unos cantares atribuidos al Rey Salomón.
Los criados repartían en grandes bandejas aromáticas asados de rumiantes de pezuña partida. Dorados pececillos del Lago de Genezareth. Porciones de higos maduros destilando miel sobre cremosa leche de bien cebadas cabras en los desfiladeros de Samaria... Y en el patio, los escanciadores, bajo las órdenes del maestresala, vaciaban las hidrias del vino a la sombra de un emparrado con racimos de uvas que, a modo de guirnaldas, colgaban de las glorietas.
Los músicos tocaban cítara, flauta, pandero y tamboril; y a los rítmicos acordes danzaban las jóvenes amigas de la esposa, llevando encendidas lamparillas de aceite y cantando a coro:
Joven, levanta tus ojos
y mira a aquella que has elegido...
Finalizaba el día y con él, la fiesta de las bodas. Los invitados ...
Índice
- Cubierta
- Inicio
- Prólogo
- Relatos
- De amor, celos y muerte:
- Cuento para niños
- Cuento dramatizado
- Pieza dramática
- Sonetos
- Sonetos de Juan Luna
- Artículos
- Glosario de De amor, celos y muerte: tres cuentos
- Créditos