
- 240 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Madurez, sentido y cristianismo
Descripción del libro
Un ensayo sobre la madurez cristiana como desarrollo y proceso, a partir de la psicología de la religión. Una obra con un interés profundamente práctico, que pretende ser útil en el trabajo pastoral para poder actuar adecuadamente en los procesos educativos y de acompañamiento.
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Información
ISBN del libro electrónico
9788428826310Categoría
Teología y religiónCategoría
Historia y teoría en psicología1
EL CONCEPTO DE MADUREZ
1. ¿Qué entendemos por madurez?
Es muy posible, casi seguro, que, al comenzar la lectura de estas páginas, todos partamos del convencimiento de que sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de «madurez». Es probable que si abriéramos un diálogo con otras personas podríamos dibujar un mapa inicial de qué queremos decir cuando hablamos de madurez. Si hiciéramos esto, probablemente aparecerían algunas descripciones que identifiquen a la persona madura con alguien equilibrado, internamente integrado, estable emocionalmente, con criterios, con valores, coherente, socialmente adaptado, con relaciones sanas con las otras personas, con un proyecto de vida... Pero es probable que, cuanto más prolonguemos el diálogo y más personas intervengan en él, se amplíen más las características que asignemos a una persona madura y empiecen a solaparse distintas concepciones de madurez. Y es que el término «madurez» no es univoco, sino que, a lo largo de la historia y de los distintos contextos en los que se utiliza, ha tenido y tiene matices y diferencias importantes, que muchas veces lo convierten en un término equivoco. Todos sabemos de qué hablamos, pero no siempre estamos totalmente de acuerdo en lo que decimos. Por eso parece conveniente, como punto de partida, hacer memoria de cuál es su origen y cómo ha llegado hasta nosotros, y constatar cómo ha evolucionado hasta llegar a la complejidad actual.
a) La psicología popular
El término «madurez» aplicado a los seres humanos tiene su origen en el saber popular. La psicología popular lo toma prestado de la agricultura, y con él se refiere al estadio en el que el fruto, tras el proceso de maduración, llega a su sazón. Posteriormente se deteriora y, finalmente, se pudre. Así, la madurez referida a los frutos describe un momento de su desarrollo. A partir de aquí, el saber popular hace una trasposición metafórica de los frutos de la tierra a los seres humanos, e identifica la madurez con una etapa del desarrollo de la vida, la segunda en la concepción clásica. En esta concepción clásica se identifican tres edades en el desarrollo humano: la infancia, la edad adulta y la ancianidad. Exactamente igual que en los frutos: proceso de maduración, sazón y deterioro.
Pero el término «madurez», que es asumido por la psicología popular, entra con bastante dificultad en el ámbito de la psicología académica. Baste solicitar a cualquier base de datos bibliográfica de publicaciones de psicología científica los títulos de los libros o revistas que contengan el término «madurez» para darnos cuenta de ello. Esto es más evidente si comparamos los resultados de la búsqueda con el número de publicaciones que contienen en su título otros términos, como por ejemplo el de «personalidad». El hecho es que, en la actualidad, el concepto y el término «madurez» se relaciona más con la psicología de «consumo», sobre todo con conceptos como «autoestima», «autorrealización», «crecimiento personal», «integración», etc.
En esta concepción clásica de madurez, recibida de la psicología popular, se identifica esta con la edad adulta, y se la concibe como el resultado de la interacción entre el desarrollo biológico, los conocimientos recibidos en la infancia y la juventud, y el saber de la experiencia, que dan como resultado que la persona alcance la plenitud.
En el ser humano se consideraría a un sujeto entre 20 y 25 años como biológicamente maduro, con la mayor parte de las funciones corporales y sensoriales completamente desarrolladas: el prototipo ideal de la especie (J. J. Zacarés / E. Serra, 1993, p. 21).
Esta forma de entender la madurez quizá podría ser aceptable mientras nos movamos en un espacio de sociedades poco complejas, en las que la persona asume normalmente los roles adultos tras un proceso de crecimiento biológico y de aprendizaje social, pero resulta claramente insuficiente en las sociedades complejas y plurales como las actuales, porque en ellas resulta mucho más difícil ser un adulto que cumple con las expectativas que él mismo tiene de sí mismo y que los demás proyectan sobre él. En las sociedades complejas se produce el fenómeno cada vez más extendido de personas desorientadas, socialmente inadaptadas e incluso excluidas; y de personas que, aunque vivan socialmente adaptadas, no son un modelo de madurez, a pesar de haber alcanzado la edad adulta. En este tipo de sociedades, como la nuestra, se rompe la identificación entre madurez y edad adulta.
Basta aplicar el sentido común y mirar a nuestro alrededor para caer en la cuenta de que la edad no garantiza la madurez. Nos encontrarnos con muchos adultos a los que, por distintas razones, no consideraríamos maduros en sentido psicológico, porque por el hecho de que sean biológicamente adultos no supone que hayan alcanzado necesariamente la madurez, sino que esta incluye, además del desarrollo biológico, una serie de logros psicológicos, como son: autonomía personal, conductas apropiadas a las circunstancias, ponderación y equilibrio personal, estabilidad emocional, responsabilidad, cercanía afectiva, claridad de objetivos, dominio de sí... características todas ellas que configuran la persona psicológica y no solo biológicamente madura. En la actualidad distinguimos, pues, entre «adultez» y «madurez» como términos que no son sinónimos.
Pero incluso esta forma de entender la madurez resulta insuficiente por su carácter estático, al situarla exclusivamente en una etapa de la vida. El hecho es que la madurez puede y debe darse no solo en la edad adulta, sino a lo largo de todo el proceso vital. Y así podemos hablar con toda propiedad de niños o jóvenes maduros. Con una madurez proporcional a su edad. Pero esto es un tema que abordaremos posteriormente, en los capítulos 3 y 4. Ahora debemos detenernos un momento ante otra cuestión importante: a lo largo de la historia, ¿siempre se ha tenido el mismo modelo de madurez o este ha ido cambiando a lo largo del tiempo y las sociedades?
b) La evolución del modelo de plenitud humana a través de las distintas épocas
– El mundo antiguo hasta el Renacimiento
En una sociedad menos compleja que la actual, la mayoría de las personas sabían qué iban a ser cuando fueran adultas. Conocían a qué iban a dedicar sus esfuerzos y trabajos (cultivar las tierras heredadas de sus mayores, ser pastores, artesanos...). El proceso de aprendizaje se daba en la mayoría de los casos en el mismo ámbito familiar. E igualmente ocurría en cuestiones de la vida personal, como el matrimonio, o incluso en la entrada en religión. Muchos matrimonios eran concertados por las familias en la adolescencia, o incluso desde el nacimiento, siguiendo distintos intereses. En esta estructura de la vida social y personal, los individuos normalmente se adaptaban a las expectativas sociales que sobre ellos proyectaba el grupo al que pertenecían. En este tipo de sociedad, lo que hoy llamamos madurez consistiría precisamente en esto.
Aún hoy, en las sociedades menos complejas encontramos que la maduración es vivida como un proceso espontáneo, resultado inevitable del crecimiento, a la que se accede tras determinados ritos de transición. Todos los adultos «normales» son considerados básicamente igual de maduros, aunque algunos pueden alcanzar mayor «éxito» que otros.
Pero, a lo largo del proceso histórico y de la progresiva complejidad cultural, lo que hoy denominamos «madurez» se ha modificado y adaptado a distintos marcos y modelos teóricos de comprensión. Sus expectativas no siempre han sido las mismas, sino que han estado condicionadas por el momento histórico, el lugar geográfico, la cultura... que proyectan sobre la persona modelos con los que identificarse. La presentación de algunos de estos modelos, que han tenido vigencia en distintos momentos de la historia, puede ayudarnos a comprender la complejidad de nuestro momento presente y a no absolutizar los modelos actuales.
• En la tradición bíblica, el pueblo de Israel desarrolla gradualmente el concepto con el cual comprendía su humanidad a partir de su identidad religiosa. Para él, la clave desde la que articula su conciencia de pueblo es la Alianza con Yahvé. Pero una alianza que tiene implicaciones en cada una de las personas que forman parte del pueblo de Dios. Cada persona, y no solo el colectivo, se encuentra enfrentada a elegir entre dos caminos, el del bien y el del mal (Dt 30,15-20; Sal 37,27). Una elección que cristaliza en el decálogo y que supone un ideal de cómo debe ser cada uno para alcanzar la santidad, que es entendida como hacer la voluntad de Dios, de cómo llegar a ser un hombre justo.
El hombre justo veterotestamentario, término que en el ámbito de lo religioso tiene un gran paralelismo con lo que hoy denominamos madurez, se concreta en distintos modelos de realización humana encarnados por los grandes personajes del AT: Abrahán, padre de los creyentes; los patriarcas; Moisés, el libertador; los profetas; Job, el hombre sufriente; Salomón, el rey sabio... Modelos que son una respuesta a la llamada que Dios hace a cada persona a asumir sus responsabilidades éticas, y que articula el concepto de pecado como ruptura de los planes de Dios. Para el judío, el conocimiento de la voluntad de Dios era necesario para ser maduro y sabio. La estela de esta autocomprensión que se da en Israel nos permite comprender algunas de las concepciones occidentales modernas del carácter y la madurez.
• En la cultura griega, en el siglo V a. C. se generó una revolución intelectual cuando los socráticos cuestionaron las bases éticas de su cultura. Sócrates hizo girar el pensamiento griego de la cosmología a la ética y a la educación de la juventud. Pero será su discípulo Platón quien, a partir de su doctrina sobre el mundo de las ideas, enseñe que los principios de la virtud pertenecen a un campo de realidad permanente distinto del mundo cam...
Índice
- Portadilla
- Introducción
- 1. El concepto de madurez
- 2. La madurez como un objetivo de la etapa adulta
- 3. La madurez concebida como un proceso
- 4. Momentos clave del desarrollo personal
- 5. El sentido de la vida
- 6. Fe y sentido de la vida
- 7. ¿Es posible vivir la fe de forma sana y madura?
- 8. El «discipulado» como la categoría que denomina el sentido en el cristianismo
- Bibliografía
- Contenido
- Créditos