
- 90 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
David
Descripción del libro
David es un niño que vive, al mismo tiempo, la realidad y la grandeza de la observación mágica, puerta hacia donde el mundo expresa, a través de seres maravillosos, el sentido más pleno de la vida.Esta novela infantil retrata las vivencias de un niño en edad escolar mientras convalece debido a un accidente.
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Información
Editorial
Editorial Costa RicaAño
2018ISBN del libro electrónico
9789930549353XXII
Ya son las tres y media y papá viene por mí.
Tengo miedo, pero no digo nada. Hoy es el día en que me sacan el “pin” de la cadera y yo creo que debe doler mucho.
—David, si querés te duermen –me dice mamá.
Pero cuando pienso en la inyección, el doctor vestido de blanco, el sueño tan grande y aquella máscara que no me dejaba respirar, prefiero aguantar el dolor y digo que no.
—David, ¡vamos!
Qué susto me dio oír la voz de papá, tanto que pegué un brinco y mamá se ríe.
Cojo las muletas y camino hacia el automóvil. Pero no he orinado y mejor me devuelvo. Qué vergüenza sería que me sucediera una desgracia en la oficina del doctor.
Camino otra vez hacia el carro y me acuerdo que dejé el carrito que me acaban de regalar. Mejor lo llevo. Si el doctor llega tarde puedo jugar con papá.
—David, apuráte, vamos a llegar tarde.
No digo nada y me monto en el carro. Si llego tarde, tal vez no me sacan el pin hoy. Pero la verdad es que es peor mañana o la semana entrante. ¿Cómo será ese pin? El tonto de Richard, para meterme miedo, dice que debe ser como un pin de carreta. Unos grandotes y negros que sirven para sostener la rueda. Yo creo que es pequeño. A veces cuando camino siento que me punza. Dice mamá que es que ya quiere salir y por eso el doctor con solo un jaloncito lo saca. Ojalá sea así y no me duela mucho.
—David, ¿no te da una gran ilusión poder caminar y correr por todas partes?
La voz de papá me asusta hoy, seguro por estar pensando en el pin.
—Sí, claro, pero primero tienen que quitarme el pin.
—Pero eso es un segundo.
—Y, ¿duele mucho?
—Yo creo que no mucho, David, es cuestión de aguantar un poquito.
Un polvazal se metió por la ventana y tuvimos que cerrar las ventanillas. Y es que hay montones de polvo a ambos lados de la carretera, porque están arreglando la calle. Dice papá que están aprovechando el verano. Yo lo oigo y trato de pensar en la finca, en el polvo que se levanta cuando pasan los tractores halando caña, en las carreras de Richard y mías cuando no tenía muletas y podía guindarme de la parte de atrás de las carretas de caña. Pero aunque no quiera vuelvo a pensar en el bendito pin y casi que me están dando ganas de llorar.
Ya llegamos. Yo conozco la oficina del doctor y la sala de radiografías. Ni sé cuántas me han tomado ya. Por dicha no duele nada, solo hay que estar quietos cuando dicen “No se mueva, no respire”. A mí en ese momento siempre me pica la nariz, o el ojo, o la mano y tengo que aguantarme, pues una vez me moví y tuvieron que sacarme otra radiografía. No me importó, pero papá tuvo que pagar otra vez.
Oigo a papá preguntando por el doctor y la enfermera le dice que no ha venido todavía. Por dicha traje el carrito. El mosaico es muy resbaloso y se va soplado. Así voy a correr yo.
¡Qué doctor, no llegar temprano! Es horrible esperar, porque aunque no quiera, sigo pensando en el pin. Y es que hay que jalarlo. ¿Y si no quiere salir y se pega en el hueso?
—David, ¿tenés frío?
—No, papá.
—Es que tuviste un escalofrío muy grande.
—Seguro por estar sentado en el mosaico.
Papá debe creer que tengo miedo, pero yo creo que no. Lo que pasa es que como no viene el doctor, uno se pone nervioso.
—Papá, ¿tenemos que esperar mucho más?
—No sé, David. Tiráme el carrito desde aquella esquina y yo te lo devuelvo, para ver quién lo tira más lejos.
Tres veces lo tiramos, papá ganó las tres y yo me aburrí.
—¿Querés leer este libro de cuentos?
—Ya me lo sé de memoria, es el mismo de siempre.
Si por lo menos estuviera Amy aquí, para que me cuente algún cuento. Con ella si se pasa el tiempo bien ligero.
Pobrecita esa chiquita que viene entrando. La trae el papá alzada como a mí cuando estaba enyesado. Seguro tiene lo mismo que yo, ¡pobre! Le falta todavía un montón de tiempo para curarse. ¡Ya viene el doctor! ¡Juepucha! Se me pusieron las manos heladas cuando pasó y me tocó la cabeza.
—¡David! –llama la enfermera.
Papá se levanta y yo lo sigo. El doctor, ya vestido de blanco, me dice:
—Bueno, David, por fin te vamos a quitar el pin. ¿Está todo listo? –le pregunta a la enfermera.
—Sí, señor –y todos pasamos a la sala donde está la cama.
—Quitáte el pantalón y acostáte, David.
Agarro la mano de papá porque me están dando muchas ganas de llorar. Él me soba la cabeza y me recuesta en la cama.
—Agarráte duro de mi brazo, David.
Veo al doctor con unas pinzas y algodón y mentiolate y ya no puedo más y las lágrimas salen y salen.
—Nada importa que llorés, David –dice papá–. Eso te ayuda.
—Valiente un momentito, David –dice el doctor y siento un pinchazo en la cadera como si me cortaran la piel.
Ahora si que lloro con gana. Papá me dice algo pero no lo oigo, solo siento la mano del doctor jalando, jalando. Yo creo que es el hueso y no el pin lo que está jalando.
—¡Ay, ay, ay! –me muerdo la mano para sentir el dolor en otra parte y que el de la cadera se me alivie, pero nada, me duele todavía más.
¡Qué doctor más mentiroso!, dijo un momentito y sigue jalando.
—¡Ya no más! –gritó llorando
—Aguantá, David, si no tienen que dormirte –dice papá.
Y el doctor dice:
—Ya viene para afuera, otro poquito.
—¡Ya no mááás! –grito más duro. Un jalón más grande y la voz del doctor:
—¡Aquí está, ve David qué pin más lindo!
Abro los ojos y veo como un clavo en las manos del doctor. Es largo como la mano de papá y brillante, brillante.
—Ya estás bien David, las muletas las tiramos lejos y comenzás a caminar ...
Índice
- Cubierta
- Inicio
- I
- II
- III
- IV
- V
- VI
- VII
- VIII
- IX
- X
- XI
- XII
- XIII
- XIV
- XV
- XVI
- XVII
- XVIII
- XIX
- XX
- XXI
- XXII
- Sobre la autora
- Sobre el ilustrador
- Créditos
- Libros recomendados