La Grecia antigua y el mundo
Cuando Julio bajó, Clío ya estaba esperándolo calentando los músculos de las piernas con pequeñas carreras en el porche.
–Vamos dormilón, ya estoy lista.
–Espera un poco, tengo que calentar también o me dará un calambre y me puedo lesionar.
–Calienta lo que quieras –contestó Clío riendo– pero yo voy a salir ahora mismo.
Dicho y hecho; Clío empezó a correr hacia la puerta peatonal de la parcela.
–Eso no vale, no es jugar limpio –exclamó Julio sorprendido–, quedamos en que no valían trampas.
–Y no son trampas, simplemente te has retrasado. Pasan cinco minutos de las siete, me voy.
–La madre que te… –dijo Julio entre dientes.
Clío abrió la puerta y salió corriendo. Julio, que había empezado a calentar, se precipitó tras ella que arteramente había cerrado la hoja tras de sí para dificultar su salida.
Cuando logró abrir la puerta y salir al camino, Clío ya estaba bastante lejos y corría con fuerza y estilo. Julio apretó los dientes y se lanzó en su persecución maldiciendo su retraso. Poco a poco iba reduciendo la distancia que lo separaba de ella y entonces sintió un pinchazo en el costado. Había respirado mal y ahora estaba pagando las consecuencias. Cambió de ritmo y de respiración hasta lograr que el dolor despareciera, pero a costa de no alcanzarla. Pensó en mantener la distancia y realizar un sprint final cuando quedara poco para volver a la finca.
Luego fue alargando la zancada y reduciendo de nuevo la diferencia. Clío volvió la cabeza para ver la ventaja que llevaba y apretó el paso al observar que se iba acercando.
«Cómo corre la maldita –pensó Julio al verla despegarse nuevamente–, como siga así me va a ganar». Se esforzó al máximo. Ya quedaban pocos metros para llegar a la puerta. El dolor del costado apareció de nuevo pero lo ignoró hasta que llegó a la altura de Clío justo cuando ella tocaba la hoja de la puerta.
–¡Puf! –sopló ella respirando con dificultad–, ¡ha sido un empate!
Julio intentó hablar pero no pudo; el dolor y la falta de aire le impedían articular palabra. Se apretó el costado haciendo un gesto de dolor.
–¿Te pasa algo Julio?
–No es nada, he respirado mal y me duele un poco –acertó a decir entre resoplidos.
–Eso suele pasar cuando empiezas mal y no coordinas la respiración con la zancada, lo siento.
–Ya pasará, es cuestión de un minuto, pero has hecho trampa.
–Eso lo tendremos que discutir en el desayuno. Vamos a bañarnos antes de pasar a la cocina.
Clío abrió la puerta y ya estaba quitándose el chándal y luciendo su famoso bikini negro. Julio recuperó la respiración y la siguió hipnotizado por aquellas caderas cruzadas por un fino cordón que contrastaba con la suave piel. Dos maravillosos hoyuelos (así le parecían a Julio) marcaban el final de la espalda sobre el comienzo de los glúteos redondos y perfectos. Pensó que merecía la pena madrugar y casi perder el aliento con tal de contemplar aquel cuerpo de mujer en plena sazón.
Nadaron varios minutos en las frescas aguas de la piscina mientras el sol empezaba a subir la temperatura demasiado aprisa. Fueron a las habitaciones para quitarse el bañador húmedo y bajar a desayunar. Manuel y Cintia ya salían de su dormitorio y bajaban las escaleras. Un olor embriagador a café recién hecho inundó la casa despertando los sentidos.
Cuando Clío bajó al salón, Julio ya estaba sentado a la mesa junto con sus tíos y empezaba a verter negro y humeante café en la taza.
–¡Buenos días a todos familia! –La voz de Clío sonó limpia, fuerte, llena de energía y vitalidad e iba acompañada de una franca y deslumbrante sonrisa.
Manuel y Cintia contestaron con sendos buenos días mientras Julio se quedó inmóvil por unos instantes con la cafetera en la mano. Clío estaba deslumbrante con un suéter blanco ajustadísimo que resaltaba su figura y un pantalón beige que marcaba poderosamente sus caderas y sus nalgas. El perfume de mujer llegó hasta Julio en oleadas turbadoras.
–¡Cuidado Julio! –advirtió su tío divertido dándose cuenta de la actitud del chico–, el café va a rebosar.
–¡Oh! Es verdad, gracias, estaba un poco ausente –contestó Julio levantando la cafetera.
–Ya lo veo –insistió Manuel–, debe ser por los estudios ¿no?
–Claro, claro, es que vamos a entrar en una etapa bastante complicada –se excusó Julio dirigiendo una mirada furtiva a Clío que se mostraba artificialmente distraída.
–¿Cuál? –preguntó Cintia.
–Los persas, los griegos y las famosas Guerras Médicas tía. Solo Grecia ya es un tema muy largo y difícil.
–¡Grecia! –intervino Clío untando de mantequilla una tostada–, la cuna de nuestra civilización. Es interesantísimo ver como todo nuestro acervo cultural, el modelo de vida occidental, nació en la Grecia antigua.
–¿Qué quieres decir con «acervo cultural y modelo de vida»? –le preguntó Julio intrigado.
–Perdona Julio, pero no quiero chafarle la clase a tu tío; él te lo explicará mejor que yo.
–No, por favor Clío –dijo Manuel–, creo que tú también puedes hacerlo muy bien, adelante.
–Pues mira Julio, tú sabes que Occidente, lo que ahora es Europa, América y Australia, tienen algo en común, una forma de vivir y de sentir la vida distinta de los africanos y asiáticos, aunque hoy día todas las culturas se están pareciendo bastante en algunos aspectos debido a la globalización.
–Sí claro, tienen otra forma de vestir, otras religiones, otra forma de comer, aunque parece que todos quieren imitar la forma de vida occidental –dijo Julio con cierta suficiencia.
–Lo cual es una verdadera lástima porque limita la diversidad cultural que enriquece este planeta –continuó Clío–. Pues bien… todo lo que significa el pensamiento dominante occidental actual nació hace ya más de dos mil años en la pequeña Grecia, en sus costumbres, instituciones, mitos y leyes.
–¿Y cómo fue?
–Gracias a sus pensadores, filósofos como Sócrates, Platón, y Aristóteles, legisladores como Licurgo, Solón y Pericles, conquistadores como Alejandro, científicos como Pitágoras, Arquímedes, Tales de Mileto, médicos como Hipócrates, artistas como Fidias y Lisipo, escritores como Eurípides, Esquilo y Homero, poetisas como Safo. Todos ellos y muchos más, son personajes que han quedado grabados a fuego en nuestra Historia.
–Parece interesante Clío, me pondré a estudiar esta misma mañana.
–Muy bien Julio –Manuel terminó de desayunar y se retiró de la mesa–, nos vemos esta tarde después de la siesta para hablar de todo lo que Clío te ha adelantado. Ha sido un pequeño aperitivo de lo que te espera.
–Por favor tío, no me asustes –contestó Julio con una exagerada cara de terror.
Todos rieron a gusto la salida de Julio y se dirigieron respectivamente a sus quehaceres.
–Que tengas buen estudio –le dijo Clío antes de entrar en su dormitorio.
–Lo mismo te digo… hasta la hora de comer.
El libro de Historia esperaba encima de la mesa. Julio lo abrió por donde estaba el bolígrafo y empezó a leer con un gran suspiro… los griegos y los persas lo esperaban entre las páginas con sugerentes ilustraciones de guerreros revestidos de corazas ...