7 mejores cuentos - México
  1. 25 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

La colección 7 mejores cuentos - selección especial trae lo mejor de la literatura mundial, organizada en antologías temáticas. En este volumen te traemos grandes nombres de la vibrante literatura mexicana:El Ángel Caído por Amado Nervo.Un Cuento Que No Lo Es por Alberto Leduc.Día Brumoso (Monólogo Triste) por Bernardo Couto Castillo.Guitarras y Fusiles por Carlos Díaz Dufoo.El Extranjero Desconocido por Efrén Rebolledo.Marina por Justo Sierra Méndez.Mi Inglés por Manuel Gutiérrez Nájera.

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Información

Editorial
Tacet Books
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9783969174456
Edición
1

Marina

Por Justo Sierra Méndez
A Emilio Gutiérrez Estrada
Dejad un momento, ¡oh! mis lectoras mexicanas, vuestro primoroso valle, vuestras pintadas montañas, vuestro cielo color de lapislázuli y esas lagunas, grandes gotas de agua que el mar al retirarse de las alturas dejó como un recuerdo en la Mesa Central, y veníos en mi compañía: mientras miráis el mar yo os contaré una historieta.
En la costa sudoccidental del estado de Campeche, a corta distancia de la capital, existe un pueblecillo todo lleno de aromas, de pájaros y de flores. En él recogí esta leyenda; me la contaron en la hora del flujo vespertino, al misterioso rumor de la marea y en el intervalo que hay entre la puesta del sol, uniendo en un solo incendio el espacio y la bahía, y la aparición tranquila de la estrella del mar.
Los días estivales son, en mi país natal, ardientes y luminosos por extremo. No bien aparece el sol tras las cercanas colinas, cuando ya es grata la sombra del roble marino y el vaivén refrescador de las hamacas. Excuso deciros cuán dulce es la respiración de las olas, qué perfumado y tibio el viento, qué risueñas las flores; modelos puestos allí por la mano divina que el hombre no acertará a copiar jamás.
Entre aquella armonía, inmergidas en ese ambiente, rodeadas de una vegetación tan brillante, tan verde, que parece tallada en esmeraldas, se miran algunas casitas semejantes a grandes nidos de gaviotas. Algunas de ellas alargan coquetas un pequeño muelle en la ensenada, como queriendo mojar en ella la punta del ala. En derredor de estas graciosas habitaciones, sombreadas por grupos de cocoteros, desborda por las albarradas en elegantes espirales el San Diego, entre cuyas volutas caprichosas cuelgan los racimos de flores de coral pálido. Al abrigo del muelle crecen las rosas a veces, y los grandes lirios morados y los jazmines, todo con una exuberancia lasciva, con una fuerza de vida que embriaga. Aquí y allá, sobre rocas, en las raquetas del nopal endereza su estuche de espinas la tuna roja. Pasan por encima de ese albergue de delicias las brisas marinas; las algas dibujan con su negruzca y movible curva la ondulación de la playa, y las olas charlan sin cesar plegando y desplegando su sábana líquida ribeteada de encaje.
Allí la vida es dichosa. Figuraos todo ese color, toda esa luz, todo ese aroma encarnados en una muchacha de dieciséis años... Marina, hija de aquella playa, había visto a su padre enriquecerse con su trabajo. ¡Cuántas veces las lanchas del viejo pescador la habían columpiado, y como si sintieran alegres el peso del cuerpo de la niña, como el corcel que siente una caricia, habían partido por la bahía tendiendo sus alas de lino, llevando ella el timón y los bogas inmóviles sobre las cañas de sus remos!
Era la playera esbelta como la palma del coco; su cabello se confundía con las cuentas de azabache de su gargantilla; en sus ojos parecía espejear la ola de zafiro de los mares primaverales y parecía su boca una de esas conchas perleras cuyos bordes húmedos y rojos entreabre el buzo para vislumbrar su tesoro. Su tez dorada por el terral era más suave que la seda de su pañoleta, bajo la cual se dibujaban dos pequeños nidos de chuparrosa.
¿Por qué era melancólica aquella hija de la costa? Así son todas, así es el mar. Y luego sorprende siempre y siempre hace soñar. Verlo es casi ver el cielo; pero un cielo tangible que se puede acariciar. Marina era la más melancólica, la más soñadora muchacha de aquellas playas: era triste.
Aquí empieza el poema, un poema de amor: nada. Unas cuantas estrofas; nada, las mismas de siempre; el eterno tema de la retórica, la eterna verdad de la juventud; nada. Dejadme bordarlo, ya que no con rimas, con dulces y lánguidos circunloquios, con frases cargadas con el viejo e inmortal polvo de oro de la poesía.
Largo rato hace que contempla el horizonte del mar. Surge de improviso, viniendo del rumbo del puerto una mancha blanca; blanca como una garza, así vuela; en su vela, en su ala blanca se refleja el sol naciente. Era una barquilla; venía presurosa empujada por el aliento de la mañana; crecía como una fantasmagoría óptica. Saltó a
tierra un mancebo, el gentil, el rubio que había visto Marina en las fiestas de San Román ‒donde se venera el Cristo Negro que cuida de los marineros‒, el hijo del antiguo capitán de su padre; iba a casarse con ella: él lo decía. Entró en la casa de su amada; se sentaron en el borde de un arriate que era como búcaro de jazmines blancos... Esos jazmines, y las rosas, y los lirios, todos esos cómplices eternos de los pecados del trópico, supieron lo demás. Una hora después el rumor apasionado de un beso se confundía con el rumor de las olas. Marina volvió sola a su casa, sola.
Pasó el tiempo; Marina esperaba; nadie venía, nada más que sus lágrimas. La triste está enamorada, decían sus vecinas; unas lo sabían todo; las más lo adivinaban: las mujeres no se equivocan nunca cuando de esta enfermedad se trata. Por eso Ramón, el piloto de la Rafaela, buen marino y mejor muchacho, prescindió de pedir la mano de la playerita. Mucho la amaba; todo es grande en torno del océano.
Marina cantaba estos versos compuestos por un poeta de aquellos rumbos de la costa:
Soy marina, la flor de la playa, son mis labios de miel y coral.
Pescadores, tended blancas guirnaldas de flores donde pase el cortejo nupcial. Soy la concha de nácar; la brisa me columpia con manso vaivén. Marinero, marinero del alma, te espero; no me dejes llorar: ¡oh, ven, ven!...
"Ven, ven", repetía balbuceando la ola, como el pájaro a quien se enseña un canto. Marina, a su vez, repetía sorprendida el ritomelo y se alejaba cantando:
Marinero del alma, ven... ven...
"Ven", sollozaba el mar a lo lejos... Huyeron los días, los meses. La playera tenía el color apenado de la "flor de cera". El viejo padre de Marina miraba a hurtadillas los ojos extraviados de su hija y meneaba la cabeza... Recordaba la historia de ésta y de aquélla... y de la hija de su compadre, y temblaba repasando las novelas realistas e inescritas de su juventud...
Marina estaba en el muelle, como de costumbre. Dio un grito de repente, se incorporó; una vela blanca venía del puerto: la barca atracó al muelle... Las flores, las cómplices encantadoras de todo amor, saben lo demás... Las olas vieron la despedida, oyeron el beso en el pie desnudo de la joven, y un adiós desesperado... Ellas lo repitieron en su perpetuo sollozo... Adiós... Marina las vio con ojos enloquecidos, pero sin llorar. La barca se perdió en el horizonte y ella se acostó en la arena como si hubiera muerto. Jugaba la ola con su saya, avanzaba, a veces, hasta las puntas de sus trenzas salpicándolas de cuentas de cristal...
Así la encontró su padre. Pocas horas después la fiebre, con una lujuria infernal, quemaba entre sus brazos de fuego a la pobre Marina... Deliró; el viejo lo supo todo. Habló con el padre del seductor, su capitán antiguo.
‒Todo está remediado ‒le contestó‒: he enviado a mi hijo a Barcelona, para que no siguiera inquietando a tu hija. En muc...

Índice

  1. Tabla de Contenido
  2. Introducción
  3. El Ángel Caído
  4. Un Cuento Que No Lo Es
  5. Día Brumoso (Monólogo Triste)
  6. Guitarras y Fusiles
  7. El Extranjero Desconocido
  8. Marina
  9. Mi Inglés
  10. Autores
  11. Sobre Tacet Books
  12. Colophon