Simeone. Partido a partido
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Simeone. Partido a partido

Si se cree, se puede

  1. 324 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Simeone. Partido a partido

Si se cree, se puede

Descripción del libro

"Si cree, se puede""Los partidos no los ganan los que mejor juegan, sino los que están más seguros de lo que hacen."La trayectoria de Diego Pablo Simeone, el "Cholo", exfutbolista de primer nivel y actual entrenador del primer equipo del Atlético de Madrid, es sin duda la de un ganador nato. En este libro, Simeone explica en primera persona los valores que le han guiado en su trayectoria vital y profesional, las claves de su método para motivar y liderar equipos humanos y el decálogo que aplica a la hora de transmitir su gen ganador basado en el esfuerzo, el talento y la confianza. Sus reflexiones y experiencias pueden ayudar a que cada persona descubra en su interior actitudes y valores fundamentales para encarar de la mejor forma posible los retos profesionales y de la vida.Simeone. Partido a partido recoge el material ya publicado en 'El efecto Simeone' con la colaboración de Santi García Bustamante, e incorpora además las reflexiones del "Cholo", de la mano de su jefe de prensa, José Luis Pasqués, sobre sus últimos logros como entrenador del equipo rojiblanco.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788416256037

1. En esto creo

«Cuando la vida nos pone retos el ser humano siempre responde, porque en las dificultades somos mejores.»

El liderazgo

El liderazgo dentro de un grupo no se elige. Tú no decides que quieres ser el líder de un equipo. Es el propio equipo el que te sigue por tener tú una serie de características que te diferencian del resto. Ese es mi caso. Yo no trato de buscar ese liderazgo dentro de un grupo. Sé que lo tengo. No se puede entrenar, es natural, se da, y no hay que pensarlo más.
Admito que en ocasiones no es fácil encontrar la razón por la que los miembros de un grupo te eligen para ser su líder. Pero normalmente las personas elegidas para asumir ese cometido son diferentes al resto. Caminan distinto, miran distinto, transmiten cosas cuando hablan. Todo eso y otro tipo de detalles hacen que al final esa persona sea observada con admiración por parte de los jugadores.
En la conducción de un grupo intento hablar poco. Siempre prefiero que sean los hechos los que vayan marcando mi trayectoria y mi personalidad. Al final, es el tiempo el que va determinando tanto las acciones del director del grupo como de sus componentes.
No tiene sentido perder mucho tiempo en palabrería que no conduce a nada. Eso son cuentos y el jugador lo percibe rápidamente. Nunca me han gustado las típicas frases que buscan agradar al oído.
El jugador lo que quiere es algo concreto, que le hables de algo que le interesa, que seas capaz de llegar a él, de entrar en su mente para provocarle una reacción y una identificación que es tan necesaria para el buen funcionamiento del grupo.
Desde chico ya mostré una gran capacidad para asumir responsabilidades. Siempre era capitán de los equipos en los que jugaba. Puede que estuviera predestinado para ejercer una labor de conducción de grupos, de persona con soluciones para gestionar personas y convencerlas de la benevolencia de mis ideas.
La verdad es que mi cabeza empezó a pensar como un entrenador desde muy joven. Con 25 o 26 años ya analizaba los partidos como si yo fuera el entrenador de mi equipo. Pensaba cómo reaccionaría si tuviera que decidir el once que iniciara el partido, cómo le jugaría al equipo rival, los marcajes o los cambios que se podían hacer durante el transcurso de los encuentros. Ya en esa época sabía que cuando acabara mi carrera como futbolista seguiría ligado a este mundillo desde los banquillos.
Según veía que se acercaba mi final en los terrenos de juego yo iba hablando ya a mis compañeros como un entrenador. Y lo que es más importante: ellos admitían ese rol mío dentro del grupo. Me seguían. Yo sentía que me escuchaban y que llegaba a ellos.
Por ello, a los 31 años comencé a hacer el curso de entrenador y recuerdo que en el tramo final de mi época de futbolista convocaba reuniones con mis compañeros en el vestuario para explicarles mis conceptos.
Por supuesto, intentaba no inmiscuirme en el trabajo del entrenador. No les hablaba de tácticas. Pretendía concienciar a mis compañeros antes de los partidos, motivarles y expresarles lo más grande que estábamos viviendo en ese momento. También les comentaba cómo había que resolver los asuntos que se nos planteaban dentro del grupo y que podían afectar al buen funcionamiento del equipo.
«Desde chico ya mostré una gran capacidad para asumir responsabilidades. Siempre era capitán de los equipos en los que jugaba. Puede que estuviera predestinado para ejercer una labor de conducción de grupos, de persona con soluciones para gestionar personas y convencerlas de la benevolencia de mis ideas.»
Yo asumía esa responsabilidad y ese estar expuesto ante mis compañeros. Ellos me elegían para esa faceta. Yo no lo buscaba.
Antes hablaba de mi precocidad en el liderazgo de grupos con la capitanía desde chiquito. Luego continuó porque a los 24 años era el capitán de la selección argentina. En el equipo nacional aprendí mucho de compañeros que marcaban el camino a los demás y que se erigían en los conductores del grupo.
Jugadores como Óscar Ruggeri o Diego Armando Maradona me han transmitido perfectamente muchas sensaciones y me han enseñado cómo se afronta un problema o cómo se encauza una situación en principio complicada.
Cuando yo era jugador viví experiencias en las que pensaba que el capitán, cuando había algún problema, hablaba, pero lo hacía con baja intensidad, sin contundencia. En esos momentos lo que se precisa son charlas profundas que ayuden a desatascar el problema en el que se haya podido ver afectado el grupo.
No necesita buenas palabras ni quedarse en la superficie porque entonces el problema vuelve a salir en cualquier momento. Hay que afrontarlo de cara.
A mí no me importa que el hecho de exponerme yo más que el resto por esa labor de liderazgo dentro del grupo me genere críticas. Soy de los que prefieren dar la cara, atacar los problemas y no callarme y pasar inadvertido. Incluso voy más allá. Me muevo mejor en un entorno con problemas que en otro que se caracterice por la tranquilidad.
En la vida hay que dar la cara. Uno no puede esconderse. Hay que tomar decisiones y no pensar si lo que tú haces le va a parecer bien al resto. Has de actuar en consonancia con lo que te pide el cuerpo. No huir de los problemas. Cuando uno se encuentra en una situación enquistada, la única forma de resolverla es plantándole cara y no escondiéndose.
En este sentido es muy importante la labor de seducción del grupo. Hay que cautivarlo con tus palabras, con tus hechos, para llevarlo donde tú quieres, donde crees que es conveniente situarlo. De esta manera empiezas a poner la primera piedra para conseguir posteriormente el éxito. El grupo tiene que estar contigo, tiene que creerte. Si duda de ti o desconfía, las piedras empiezan a aparecer en el camino.
No quiero decir que los jugadores deban seguirme en todo lo que hago. En absoluto. Soy partidario de dar mucha libertad para trabajar. Así se consigue que todos los miembros del grupo se potencien y que todos nos respetemos más.
Uno debe ser como lo siente, natural, espontáneo, porque es la mejor manera de llegar al equipo. Esto es muy importante. Los jugadores no deben percibir que quien se dirige a ellos actúa de forma impostada o ficticia. Deben ver que te expresas siendo tú mismo, sin dobleces, sin preparar de antemano las situaciones.
Es fundamental que los miembros del grupo vean que tengo seguridad en mí mismo. Si yo dudo, ellos no deben darse cuenta. El secreto de esa fidelidad está en transmitir al destinatario que lo que le estás diciendo es lo mejor tanto para él como para el grupo, que también se beneficia de ello.
«El grupo tiene que estar contigo, tiene que creerte. Si duda de ti o desconfía, las piedras empiezan a aparecer en el camino.»
Una de mis características es que soy muy intuitivo. Me adelanto a problemas que pueden aparecer. Veo venir los acontecimientos. Y luego también hay veces que cuando todos piensan que voy a explotar actúo de forma tranquila, aunque es cierto que en algunos momentos soy muy impulsivo y arraso con todo lo que se me pone por delante.

La fe y la convicción

Ya he contado que es fundamental que el entrenador transmita al grupo seguridad en lo que dice. El jugador nunca debe percibir dudas en aquello que se le cuenta. Si es así, el trabajo es mucho más complicado luego en el terreno de juego.
Un ejemplo de ello es lo que me ocurrió cuando estaba al frente de Estudiantes, el segundo equipo al que dirigía tras mi experiencia en Racing. Cuando únicamente quedaban dos fechas para terminar el campeonato, Boca era primero con cuatro puntos de ventaja sobre nosotros. La verdad es que era muy complicado que pudiéramos conseguir el título y desbancar a Boca porque apenas había margen para lograrlo.
Eso es lo que pensaba todo el mundo. Nadie creía que podíamos ser nosotros los campeones, pero yo ya había vivido una experiencia similar cuando jugaba en la Lazio. Es la tendencia que preside mi vida: siempre he tenido que remontar ante situaciones adversas.
Cuando quedaba una jornada estábamos a tres puntos. Seguía siendo muy difícil hacernos con el primer puesto. La única posibilidad para forzar un partido de desempate pasaba por vencer nosotros y que Boca perdiera.
«Es la tendencia que preside mi vida: siempre he tenido que remontar ante situaciones adversas.»
Los días previos al desenlace de la confrontación empecé a hacer mi labor de motivación tanto entre los jugadores como entre nuestros aficionados. Era muy importante que fuéramos una piña, que estuviéramos todos unidos para intentar por lo menos ponérselo difícil a Boca.
En la rueda de prensa anterior a nuestro encuentro ya avisé a nuestros hinchas: «El que no crea que podemos jugar la final que no venga a la cancha».
El mensaje a los aficionados ya estaba lanzado. Ahora faltaba la otra parte: los jugadores. El vestuario era consciente de lo que suponía para Estudiantes este título. Apenas hacía falta motivación, pero el hecho de que no dependiéramos de nosotros y el tener que estar pendientes de lo que hiciera Boca podía quitar algo de esperanza y de motivación a los míos.
Me dirigí al grupo y les expliqué la situación en la que estábamos. Les hice ver que al comienzo del campeonato habrían firmado llegar a la última jornada en las condiciones en las que estábamos.
Al final la fortuna nos sonrió. Boca fue derrotado y nosotros ganamos a la heroica con un gol en el minuto 42 del segundo tiempo. De esta manera conseguimos forzar el partido de desempate para dilucidar quién sería campeón. La primera parte de la gesta ya estaba hecha. Ahora quedaba poner la guinda al pastel.
El estadio de Vélez acogió el 13 de diciembre de 2006 la final entre Boca y Estudiantes. Había llegado el momento definitivo.
«En la rueda de prensa anterior a nuestro encuentro ya avisé a nuestros hinchas: “El que no crea que podemos jugar la final que no venga a la cancha”.»
El partido lo afrontábamos con problemas en nuestra defensa. Boca tenía arriba gente muy rápida, como Rodrigo Palacio, y nosotros en defensa éramos un poco lentos.
Entonces empecé a fraguar mi trabajo de convicción. Mi objetivo era Alayes, un central muy bueno pero tal vez un poco lento para medirse a Palacio, que era muy rápido. Me senté con Alayes y le intenté convencer de que aunque iba a tener una misión muy complicada, era lo suficientemente listo como para imponerse en una pugna con Palacio.
Al principio, Alayes no se mostró muy entusiasmado con la idea de este marcaje. Lógico. Sabía lo que se le venía encima. «¿Yo marcar a Palacio, con lo rápido que es?» Yo era consciente de que las palabras del jugador eran coherentes. Aun así le respondí: «Flaco, te vas a anticipar, ya lo verás, tú no lo dejes girarse».
Yo no sabía dónde meterme porque en mi interior sabía que Alayes tenía razón. Palacio era mucho más rápido que él y le iba a ser muy complicado hacerle un buen marcaje. Pero yo no tenía otra opción. Él tenía que ser su marcador, no tenía otra alternativa. Incluso fallándome en el duelo tenía que seguir adelante con este planteamiento.
La e...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Epígrafe
  6. Índice
  7. Nota a la nueva edición
  8. Presentación. Por qué y cómo se ha elaborado este libro
  9. Prólogo de Luis Aragonés
  10. 1. En esto creo
  11. 2. El corazón como guía
  12. 3. Gestionando equipos humanos
  13. 4. La vida y el fútbol
  14. 5. Diego Pablo Simeone. El «Cholo»
  15. 6. Palabra de Simeone
  16. Apéndices
  17. Agradecimientos
  18. Notas
  19. Colofón