ENSAYOS Y DISCURSOS
Proemio
Salvador Romero Méndez nacido en la tierra pródiga de Jiquilpan, se hace a la vida a fuerza de los duros golpes que el destino deparaba a las juventudes de finales del siglo pasado. En medio del dolor y de la desesperanza de una tiranía que no daba oportunidad a las nuevas generaciones de desarrollarse porque las puertas envidiables de la ocasión se encontraban abiertas solo para los hijos de las familias ricas. A los doce años de edad cuando el patrimonio familiar era una sola vaca, en un lluvioso día del mes de julio encontró un amigo y de repente le espetó estos versos que son testimonio de un desencanto:
Vengo del corazón de la llanada
envuelto en una hondísima tristeza,
encontré a mi vaca Llamarada
en medio del arroyo
patitieza.
Con esos mal pergeñados versos encontró el joven Romero abierto el amplio campo de la poesía y en él se solazó y dedicó los mejores momentos de sus horas íntimas.
Posteriormente, el amor llamó a su puerta y escribió entre otros aquel verso de puro estilo romántico:
Suspiraste muy hondo amada mía,
y en el silencio de la noche bruna,
tu suspiro, como una melodía,
rasgó el espacio y se bañó en la luna.
¡Los suspiros son flores de tristeza!
¿Qué tristezas amargas, qué dolores,
sientes flotar en torno a tu cabeza,
que es hecha para ungirla con amores?
Estoy solo en tu calle, en la distancia,
gime rumores de la brisa loca,
y me embriago de amor con la fragancia
de un suspiro escapado de tu boca.
Amor de aquellas juventudes románticas que en versos vaciaban el contenido de su alma embriagándose con el perfume de un suspiro, la maravilla de un rizo caprichoso o con la dulzura de una cálida sonrisa; sin embargo a veces surge el desencanto y vienen versos melancólicos:
No pudo ser:
por sus miradas mustias perdióse mi ilusión
y el amor, tan ajeno a mis angustias,
su saeta clavó en mi corazón.
Divisamos perderse en lontananza
nuestra dicha de ayer.
y al decrecer la luz de la esperanza
muy quedo murmuré: no pudo ser.
Y tuve miedo de mi vida rota
y de mi muerto amor
y yo que ya no lloro, gota a gota,
sentí por mis mejillas mi dolor.
La juventud transcurre mansamente cual debía ser en los pueblos apacibles, apenas si sobresaltados por la furia de un rayo o el golpeteo de los caballos sobre el empedrado en la noche punteada de cocuyos.
Una vez en esas noches apacibles de los pueblos, Lázaro Cárdenas muy joven aún pasaba junto al balcón en donde una dama platicaba con su amado vigilados por la mirada chispeante de un caballo prieto azabache, la luna hacía cabriolas en las ancas nerviosas del caballo y alumbraba con palidez de cirio la faz sonrosada de la dama. Tanto le llamó la atención al joven Cárdenas la escena que con un verso pretendió describirla, dándole a su amigo Bruno Galeatzzi la comisión de que consultara con Salvador Romero sobre ello. La opinión no pudo ser más tajante: «Dile a Lázaro que se dedique a cualquiera otra cosa menos a hacer versos». Cincuenta años más tarde le recordaba el aludido a Salvador Romero tal frase y este sin inmutarse le contestó: «Salió mejor, fuiste Presidente de la República y no resultaste tan malo».
La revolución fue una vorágine que se desencadenó escalofriante por todo el cuerpo de la Patria y sus resultados contra todo y contra todos abrieron nuevos horizontes y llevaron bríos a la juventud que buscó encausarse para vivir mejor.
A esos nuevos horizontes llegó Salvador Romero para convertirse en comerciante que vivió las horas atormentadas de lo más álgido del movimiento revolucionario vendiendo manta y rayadillo en La Tienda del Pueblo. Los pesos son ahora menos escasos que en la primera juventud y siguiendo el rumbo de sus aspiraciones fundó un periódico, Miosotis, en cuyas hojas se brindó espacio al entusiasmo y la pasión de los jóvenes que en él salían al campo de las letras para «desfacer agravios y corregir entuertos».
Primero agitan al joven Romero los problemas de su pueblo, después en su región y del estado; y en plena madurez encabeza ya en proporciones nacionales, una lucha en contra del rifle sanitario que se estaba utilizando en la campaña antiaftosa, logrando esa intervención resultados muy positivos porque en adelante para la erradicación de la fiebre, ya no se usan ni se usarán más los métodos del sacrificio del ganado, sino la vacuna antiaftosa.
Se han recopilado algunos de los muchos discursos que pronunció Salvador Romero como fogoso orador que había dejado por largo tiempo la poesía, se han juntado como si fueran dispersas hojas de un árbol que fue muy verde y que aún da sombra. Recopilar esta obra es apenas un pequeño tributo del alma de los que lo amaron.
La muerte llegó impasible y cuando menos esperaban quienes le rodeaban; sin embargo él ya la presentía por eso escribió estos versos, los últimos:
Ya pronto llegaré sepulturero
y cuando disponga mi postrer caída
el divino y magnífico alfarero
que gobierna las fuerzas de la vida.
Quizá preguntarás, mi dulce amigo,
—Compañero de mi última morada—
si en la vida fui actor o fui testigo
de la innoble y macabra mascarada.
Y libre de mortales ligaduras,
en callada y discreta confidencia,
te contaré mis graves amarguras
y volcaré en secreto mi conciencia.
Y entonces te diré que en los albores
de la vida, al cantar de la esperanza,
cuando el alba se tiñe de fulgores,
soñé en un porvenir de bienandanza.
Y perseguí ilusorios espejismos,
corrí tras el placer y la ventura,
llegué al borde de todos los abismos
y el vértigo sentí de la locura.
Viviendo lentamente hora tras
hora palpitó mi corazón minúsculo
bebí en la copa roja de la aurora,
lloré de tristeza en el crepúsculo.
Y al remontar la cuesta de la vida
y llegar a las nieves de la cumbre,
sentí que la pasión desvanecida
tornó en ceniza lo que fuera lumbre.
Comprobé que el engaño y la falsía,
con todo su cortejo de pasiones,
constituyen el pan de cada día,
destrozando, al pasar, los corazones.
Solo en un rinconcito de mi alma
una luz interior quedó vigente
que fue un remanso de frescura y calma
en medio a la perfidia de la gente.
¡Nítida luz de transparencia tanta!
entiérrala conmigo
es la dulce mirada de una santa,
que me alumbre en la sombra, dulce amigo.
JORGE ROMERO FARÍAS
Recopilador de la obra completa
de Salvador Romero Méndez,
Ensayos, poemas y discursos.
Al ver entonces lo que yo soñaba,
dirás de mi errabunda poesía:
era triste, vulgar lo que cantaba…
mas, ¡qué canción tan bella la que oía!
M. GUTIÉRREZ NÁJERA
Un sueño
Soñaba que moría, que la fiebre coagulaba mi sangre en las arterias, que el corazón con violencias estrepitosas asfixiábame la respiración y moría lentamente, moría y de ello me alegraba porque morir es nacer a la vida de la realidad, es transportarse al país de los ensueños, es habitar donde habita la suprema excelsitud de lo increado donde no hay ilusiones que se alejan ni egoísmos, cual se encuentra en las almas de este mísero planeta. Pasó largo instante y al fin desperté de aquel letargo funeral creyendo encontrarme en el fondo de una oscura tumba pues lo que yo creí verdad fue tan solo un sueño realizable algún día, el que hoy ignoro.
Diálogo hecho especialmente para una fiesta
teatral de aficionados de Jiquilpan
(Escenario. Salón amueblado al estilo de la época presente, en la cabecera del cual se encuentra una cantina y frente a ella un grupo de jóvenes de ambos sexos que conversan al parecer en forma animada. En uno de los lados del salón, se encuentran sentados tranquilamente dos viejitos. Del grupo de jóvenes se desprende una pareja que en el centro del salón baila una gavota y otra pareja un vals. Después de terminar el baile los viejitos entablan el diálogo que sigue.)
JOAQUINITA.—Hay qué tiempos, mi querido amigo. No puedo comprender esta desenvoltura ni acostumbrarme a la libertad de estas costumbres. ¡Qué distintas de aquellas horas quietas de nuestros años mozos! Aquel sabor romántico de las relaciones entre los dos sexos, con todo su encanto por lo respetuoso y lo ceremonioso, no se compagina con el alarde de camaradería en que viven hoy muchachos y muchachas. Y están equivocados, mi buen amigo. Contarían con ello la psicología particular de los sexos. Le gusta al hombre lo desconocido, le entusiasma la dificultad. Ya lo dijo el poeta: «Y cuando nueve besos me tengas prometidos, ocho tan solo dame. Taís, que mis sentidos, aumentan de ebriedad cuando se ven huidos».
MANUELITO.—Tienes razón en parte; pero solo en parte, mi dulce amiga, aquella juventud, fue nuestra juventud; pero esta, esta es la juventud de nuestros hijo...