No podemos sobrestimar la importancia de la coherencia y la honradez a la hora de educar a nuestros hijos e hijas. Ambas son condiciones necesarias para que ellos nos respeten, pero, además, evitarán que se sientan desorientados con los mensajes contradictorios que les enviamos cuando decimos una cosa y hacemos otra o cuando un día actuamos de un modo y otro lo hacemos de una manera diferente. Si tenemos esto claro, nos resultará fácil entender que, para poder educar a nuestros hijos e hijas, primero debemos ser conscientes de cómo nos comportamos y cómo hemos de comportarnos nosotros como padres. El motivo es que nuestro comportamiento condiciona en buena medida el de nuestros hijos.
Educar con el ejemplo
Uno de los descubrimientos fisiológicos más importantes de los tiempos recientes es el de las neuronas espejo. Este hallazgo tiene consecuencias relevantes para la educación de los niños y los adolescentes. Estas células son la base de la empatía, porque impulsan a los niños a comportarse imitando lo que están viendo. Si una persona está alegre, «irradia» alegría; si está triste, «transmite» tristeza. Este fenómeno se agudiza en los más pequeños, que imitan todo lo que ven a su alrededor desde que son bebés. Por ejemplo, cuando mamá o papá están nerviosos, les resulta mucho más difícil calmar a su bebé. En cambio, si se sienten tranquilos, la tarea les resulta más fácil.
Esto, que ocurre en el plano emocional, también se da en el plano conductual. De ahí que la imitación del comportamiento sea algo innato en el ser humano y constituya, además, la base de una gran cantidad de aprendizajes importantes. Por eso digo que los padres educamos principalmente con el ejemplo. Educamos más con lo que hacemos que con lo que decimos.
Esto explica por qué hemos de tener siempre en cuenta que somos el referente principal de nuestros hijos. Solo en segundo lugar están los profesores, entrenadores y otras personas que intervienen en la educación de los chavales. Y detrás vienen los ídolos deportivos, musicales, artísticos o de cualquier otro tipo que ellos puedan tener. Aunque este orden de prioridades cambia en la adolescencia, etapa en que los ídolos pasan a ser sus principales referentes, pero, si lo hemos hecho bien de pequeños, tendrán la base insertada en su ADN.
Suelo decir a las familias que me visitan en la asesoría familiar que los hijos siempre nos están observando, que todo lo que hacemos hará que ellos se comporten de manera semejante. Y esto sucede incluso con los más pequeños. A veces pensamos que no se dan cuenta de lo que ocurre a su alrededor, pero la verdad es que están pendientes de todo y son más perceptivos de lo que generalmente creemos. Por eso los padres hemos de procurar actuar como deseamos que lo hagan nuestros hijos. Si vamos conduciendo y comenzamos a gritar o a insultar cuando otro conductor o un peatón la lían, no podemos esperar que nuestros hijos actúen de manera diferente. Si cuando estamos mirando un partido de fútbol en la tele nos ponemos como energúmenos y vociferamos contra la pantalla o, peor aún, hacemos esto mismo desde las gradas en un partido de uno de nuestros hijos, ¿cómo podemos pedirles después a ellos que no reaccionen así ante un resultado que no es el que esperaban? Si cuando vamos por la calle tiramos el envoltorio del caramelo al suelo, si tratamos a los diferentes con menosprecio, si no colaboramos en las tareas básicas en casa, estamos dando ejemplos que nuestros hijos tenderán a repetir. Nuestros hijos son, en gran medida, como los padres los educamos.
Lo que ocurre con el comportamiento puntual también ocurre con los valores. La imitación es el mejor aprendizaje de los valores y los hábitos que queremos inculcar a nuestros hijos. Si somos ordenados, dejamos la ropa doblada sobre una silla o la colgamos en una percha en lugar de tirarla en el primer lugar que encontramos al llegar, nuestros hijos también valorarán el orden y se comportarán según ese valor. Si somos puntuales, ellos también tenderán a serlo. Y lo mismo sucede con los hábitos relacionados con la salud. Si cuidamos nuestra alimentación, hacemos deporte y descansamos lo suficiente, no solo nos irá mejor a nosotros, sino que estaremos transmitiendo a nuestros hijos un poderoso mensaje.
Hace unos años, en mi papel de educador, me tocó salir de colonias con un grupo de doce alumnos de 3.º de ESO. Al atardecer del primer día, nos fuimos a la habitación para preparar las literas donde íbamos a dormir. Les pedí que, primero, sacasen las sábanas bajeras. Los chavales me miraron como si les hubiera pedido que volaran a la luna, ida y vuelta. Ni uno solo de ellos tenía la menor idea de lo que era una sábana bajera, no lo habían aprendido nunca. Esta misma anécdota la conté en una conferencia en otra ocasión y, mientras lo hacía, noté que dos señoras y un señor de la segunda fila se estaban riendo a más no poder. Cuando acabó la conferencia, me acerqué a ellos y les pregunté qué les había hecho tanta gracia: «Es que mi marido tampoco sabía lo que es una sábana bajera», respondió una de ellas. Y yo pensé: «Ahí está el problema. Nuestros hijos e hijas aprenden lo que ven en casa». Y eso es lo que ocurre con cada aspecto de la educación de nuestros hijos e hijas. Enseñamos, antes que nada, con el ejemplo.
De nada sirve machacar a un hijo o a una hija para que haga ciertas cosas (o para que deje de hacer ciertas otras) si nosotros hacemos lo contrario de lo que predicamos. Con eso les provocamos confusión, ya que estamos enviando un mensaje contradictorio acerca de lo que hay que hacer y lo que no. Pero, además, estaremos perdiendo autoridad, por lo menos la autoridad moral que surge de hacer lo que se dice que se debe hacer. ¿Por qué habría de hacer yo lo que mi madre no hace?
Otra forma de coherencia es la que hay, o no hay, entre lo que esperamos de ellos y cómo los educamos. Hace unos meses recibí la llamada de una madre que estaba preocupadísima por el comportamiento de su hijo de catorce años. «Creo que es adicto al sexo», me dijo. «¿Por qué?», le pregunté yo. «Se pasa todo el día encerrado en la habitación mirando vídeos porno.» Claro, pensé yo, que conocía el caso, el chaval tiene un ordenador en su habitación, con la mejor tarjeta gráfica del mercado, un monitor de 32 pulgadas, acceso a Internet y ninguna limitación de uso. Todo eso se lo ha dado su madre. ¿Se va a poner a mirar documentales de La 2? Se lo dije así a la mujer. ¿Cómo pretender que él mismo se ponga los límites que no le hemos enseñado ni lo ayudamos a respetar? Este tipo de incoherencias y contradicciones es muy perjudicial, porque borra con una mano lo que escribimos con la otra. Como explicaré en el apartado «Normas, límites y consecuencias», la coherencia de los progenitores resulta esencial para que los hijos aprendan a cumplir reglas.
La fuerza del ejemplo es el fundamento de una de las reglas de oro de la educación: hemos de ser coherentes, tanto en lo que decimos como en lo que hacemos. Y ser coherentes es también ser honrados, tanto con nosotros mismos como con nuestros hijos.
Ir a una
Es importante que la coherencia se extienda a la pareja de progenitores. O sea, que tanto el padre como la madre nos esforcemos en actuar del modo en que queremos que lo hagan nuestros hijos. Que ambos progenitores vayan a una evita otra fuente de contradicciones. Si mamá y papá actúan de manera diferente ante la misma situación, lo más probable es que los hijos se desorienten o se apunten a la manera de actuar que les resulte más fácil, que no suele ser lo mismo que la conducta más adecuada. Me apresuro a decir que esto es ligeramente diferente cuando los padres están separados, pero no me extenderé sobre ello aquí, sino en el apartado «Separaciones y divorcios», del capítulo 9.
En todo caso, padres y madres podemos comentar entre nosotros los comportamientos del otro que nos provocan dudas y que pueden afectar a la educación de los hijos. Siempre con respeto, desde luego. Si la madre tiende a ser mucho más estricta que el padre, por ejemplo, quizá sea oportuno hablarlo y establecer criterios comunes. Nuestra pareja seguramente puede detectar con mayor facilidad que nosotros mismos las conductas que debemos modificar delante de los hijos si no queremos que las imiten. Hemos de procurar no tomarnos estos comentarios como un ataque de nuestra pareja, sino como una colaboración que puede ayudarnos a cambiar algo en beneficio de nuestros hijos.
Evitar el chantaje emocional
Una de las estrategias que solemos usar para que nuestros hijos nos hagan caso es el chantaje o extorsión: «Si haces los deberes, te dejaré ver más tele», «Si recoges los platos, te daré más tiempo con la Play», «Si no te acabas toda la comida, no iremos al parque», etcétera. El chantaje es buscar que los hijos obedezcan a cambio de darles —o no darles— algo que desean, ya sea un objeto material o inmaterial. También es chantaje, y de una especie peor, el que pone en juego nuestro cariño por el hijo o la hija: «Si no te duermes, no te voy a querer». El problema con esta manera de hacer las cosas es que a la larga trae consecuencias que acabarán volviéndose contra los padres.
Dado que educamos más con nuestros actos que con nuestras palabras, si caemos en la extorsión, nuestros hijos aprenderán a conseguir lo que quieran practicando la misma estrategia. Así pues, cuando les pidamos que vayan a comprar el pan, nos responderán con un: «¿Y qué me vas a dar a cambio?».
Además, los niños y las niñas educados mediante el chantaje suelen tener baja autoestima, se sienten presionados para cumplir con sus responsabilidades en lugar de asumirlas como propias, tienden a caer en el fracaso escolar, tienen dificultades para relacionarse con los demás y, conforme vayan creciendo, serán propensos a sufrir estrés y depresión.
Educar no es presionar ni chantajear, sino establecer hábitos saludables y constructivos mediante normas, límites y consecuencias, con una buena dosis de cariño y, sobre todo, con el buen ejemplo. Esta es la principal vía por la que podemos inculcar valores a nuestros hijos. No podemos esperar que sean honrados, por ejemplo, si primero no les mostramos que lo somos nosotros.
Pero, durante gran parte del proceso de crecimiento de nuestro...