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Atrévete a pensar: la filosofía en las aulas
La filosofía es una disciplina de carácter bastante singular dentro del sistema educativo. Se ha cuestionado una y otra vez su pertinencia dentro de la formación de los estudiantes, así como la idoneidad de sus contenidos. El debate se extiende a los cursos en los que se debe tratar, el alumnado al que se dirige, así como su obligatoriedad para todos los estudiantes o solo para un grupo de ellos. Las distintas leyes de educación han otorgado a la filosofía una entidad muy distinta dentro de la educación, y es tema de debate frecuente entre los diversos grupos políticos. No parece que ese problema suceda con otras disciplinas, como pueden ser las matemáticas, las lenguas, la biología o la historia. Vamos a intentar por tanto definir cómo es la filosofía que se imparte en las aulas en la actualidad y de qué elementos se compone para poder hablar con propiedad acerca de su papel en la educación de nuestros jóvenes.
Una de las principales dificultades a la hora de encajar la filosofía dentro del entramado de asignaturas y opciones que ofrece el sistema escolar proviene de su propia historia e identidad. Por emplear una metáfora común, la filosofía es el árbol del conocimiento del que nacieron las distintas ramas del saber o ciencias. La distinción que realizamos en la actualidad entre ciencia y filosofía es desde el punto de vista histórico relativamente reciente. La revolución científica que se desarrolló en los siglos XVI y XVII anticipa ya una cierta especialización del conocimiento, aunque sus protagonistas se situaban en una delgada línea entre lo que consideramos ciencias y humanidades. La unidad del conocimiento permanecía, a pesar de la progresiva especialización. Dicho proceso de especialización se intesifica definitivamente con la revolución industrial que acontece en el siglo XIX. El taylorismo y el fordismo no solo redefinen cómo se producen las mercancías, sino que también determinan los conocimientos requeridos para ello. El obrero se dedica ahora a realizar una tarea concreta, que enlaza con la que realizan el resto de trabajadores en una cadena de producción. El conocimiento, así como la tarea, se concreta, se vuelve específico y especializado. Los estados liberales del siglo XIX crearon las bases de los sistemas educativos contemporáneos, extendiendo la escolaridad a medida que la industria necesitaba mayor cantidad de obreros especializados. La unidad del conocimiento se desmorona definitivamente, creándose una miríada de ciencias y disciplinas específicas.
¿Es la filosofía de letras o de ciencias?
Si preguntamos a alguien si considera la filosofía una disciplina de humanidades o ciencias afirmará casi con total probabilidad que corresponde al primer grupo. A pesar de la aparente sencillez de la pregunta, la respuesta es más compleja de lo que parece a simple vista. Si lo que define la ciencia es simplemente que se basa en datos comprobables y medibles no parece que la filosofía pueda ser incluida entre las ciencias. Sin embargo, la filosofía ofrece argumentos basados en la razón y procede de forma rigurosa, deduciendo unos principios de otros, como hacen también las ciencias. Así mismo, la filosofía tiene en cuenta los datos que aportan las distintas ciencias y reflexiona acerca de las conclusiones a las que llegan. El objeto de la filosofía es la realidad en su conjunto, a pesar de que podamos agregar a esta disciplina distintos apellidos que denotan un ámbito de estudio más específico: filosofía del lenguaje, filosofía política, filosofía moral… Si hay una disciplina que no ha renunciado a la unidad del conocimiento humano, esa es la filosofía. Entre los contenidos que se trabajan en la asignatura de filosofía en la educación secundaria se encuentran cuestiones muy variadas, entre las que se hallan algunas que tradicionalmente se han clasificado como «de letras» y otras que se atribuyen de forma habitual al ámbito de las ciencias. La diversidad de las cuestiones es enorme: historia del pensamiento, ética, filosofía política, teorías de la evolución, lógica, el método científico… Es por esto que clasificar la filosofía como una asignatura de letras o ciencias en el sistema escolar se me antoja ciertamente arbitrario.
La reflexión global que propone la filosofía se opone a concebir el conocimiento como el conjunto de los contenidos específicos que aportan las distintas ciencias y disciplinas, de forma independiente y sin nexos comunes. Huye de una escuela que fabrica obreros del conocimiento e intenta establecer uniones entre los diversos saberes. La educación actual se basa en el aprendizaje de competencias. Una competencia se expresa en el saber hacer de una persona frente a un problema complejo, movilizando para ello una serie de conocimientos, actitudes, valores y habilidades prácticas. Es decir, la educación no se basa hoy solo en la adquisición de conocimientos y el aprendizaje no descansa de forma exclusiva en memorizar un conjunto de contenidos. Un problema complejo conlleva la movilización de varias competencias, algunas de las cuales se trabajan mayoritariamente en unas asignaturas en concreto, que se llaman competencias básicas disciplinares, mientras que otras se trabajan de forma transversal en todas las asignaturas, tomando estas el nombre de competencias básicas transversales. En el sistema escolar del País Vasco, mi ámbito de acción, un ejemplo de las primeras son las competencias social y cívica o la competencia matemática, mientras que la competencia para convivir es un ejemplo de las segundas. No puede haber un aprendizaje por competencias real sin la filosofía, ya que es la única de las asignaturas que considera el conocimiento como un todo y establece los enlaces pertinentes entre ellas.
La reflexión global, como hemos visto, es importante en la formación de la persona. Pero ¿tiene sentido apostar por una formación global en un mundo que demanda trabajadores especializados? Si bien es cierto que los perfiles profesionales son cada vez más espefícicos, también lo es que la capacidad de relacionar distintas áreas de conocimiento y ser capaces de hacer frente a problemas cada vez más globales y complejos va a ser una necesidad en la sociedad que se perfila en el futuro más próximo. Los avances tecnológicos de las últimas décadas y el desarrollo de inteligencias artificiales cada vez más complejas han permitido que muchas de las tareas simples y mecánicas que antes desarrollaban las personas sean ahora terreno de las máquinas. Está claro que muchos puestos de trabajo van a desaparecer por este motivo o, al menos, se van a transformar. Ante esta perspectiva no parece sensato que no eduquemos a nuestros estudiantes para poder desarrollar un pensamiento complejo que vaya más allá de los contenidos específicos y sea capaz de movilizar todo lo aprendido para solucionar problemas con múltiples variables que tener en cuenta. La filosofía encaja como un guante en una educación de estas características al promover una reflexión global que integra distintos saberes.
La filosofía, la duda y la pregunta sobre los fundamentos
Una de las labores de la filosofía es preguntarse por los fundamentos y las condiciones de posibilidad del conocimiento. Se cuestiona si es posible un conocimiento veraz de la realidad y, en caso de serlo, cómo se configura y qué entidad tiene. La formación que reciben en el resto de asignaturas les enseña los contenidos propios de estas disciplinas, las principales teorías para explicar la realidad desde cada uno de los ámbitos de los que se compone el currículo escolar; la filosofía, por el contrario, les hace cuestionarse también las condiciones de posibilidad de esas materias. Me he encontrado a menudo alumnos de la rama tecnológica o biosanitaria que desconocen de qué elementos se compone el método científico. Tampoco tienen muy claro si las respuestas que nos ofrece la ciencia dan cuenta de lo que la realidad es o son en cambio una interpretación de ella. Nombro a alumnos de esas dos ramas porque se supone que son los que han centrado su recorrido académico escolar en el área de ciencias. Estas cuestiones, de gran importancia para el desarrollo de un pensamiento científico, necesario en la formación de todo el alumnado, no se plantean en las asignaturas de ciencias, sino en el área de filosofía.
Ocurre lo mismo en disciplinas como las matemáticas. En dicha asignatura, estudian ecuaciones de distinto grado, pero no se preguntan lo que las matemáticas son, de qué elementos se compone un sistema formal y qué lo diferencia de los lenguajes naturales. Tampoco se cuestionan si las matemáticas son un producto de la mente humana, un desarrollo de la lógica con la que entendemos la realidad o, por el contrario, simplemente expresan la estructura misma de la realidad. Dicho de otro modo, ¿el ser humano ha creado las matemáticas o las ha descubierto? Esta cuestión plantea un problema al que se han dado distintas respuestas tanto desde el mundo de la filosofía como desde el de las matemáticas. Lo que se está debatiendo aquí no es un contenido concreto que corresponde al área de las matemáticas, sino que se cuestiona la condición de posibilidad y la entidad misma de dicha disciplina. En el sistema escolar esta pregunta trasciende el área de matemáticas y se trabaja desde la filosofía.
La asignatura de Historia, por su parte, enseña a los estudiantes no solo los grandes acontecimientos que han sucedido en las distintas épocas, sino también las causas y consecuencias que los definen. Sin embargo, cabe preguntarse si la historia tiene un marco explicativo global, es decir, ¿hay alguna dinámica o sentido global que explique la historia en su conjunto? El materialismo histórico desarrollado por Karl Marx y Friedrich Engels, por ejemplo, estableció que lo que mueve la historia son las condiciones materiales de producción. Estos dos filósofos alemanes, ideólogos del comunismo, afirmaron que el modo de producir en una sociedad determina su cultura, instituciones, religión, política… La historia no cambia entonces porque cambien las ideas, sino porque lo hace la base económica, la base material. Esta interpretación va más allá de los contenidos propios de la asignatura de historia y se desarrolla también desde la filosofía.
La filosofía resulta una asignatura extraña para los estudiantes en su primer encuentro con ella. Una de las razones radica en ser una novedad respecto al resto de asignaturas que han estudiado hasta el momento. A diferencia del resto de disciplinas, no conecta directamente con otros estudios que hayan realizado anteriormente en su trayectoria escolar. Por otra parte, no ofrece una respuesta única frente a los mismos problemas. Por si eso fuera poco, pone gran parte de lo que han aprendido patas arriba, cuestionando cómo son posibles los distintos saberes y planteando incluso distintas formas de abordar el proceso mismo del conocimiento. Es normal, por tanto, que se muestren un tanto confusos y aturdidos en los primeros compases. Sin embargo, una canción no se define por lo que suena en los primeros segundos, y la melodía va poco a poco desarrollándose. A pesar del sobresalto inicial, disfrutan en general de la «música» filosófica. El reto intelectual que se les presenta va calando paulatinamente.
Sapere aude. La filosofía sale del aula
Como hemos visto, la filosofía en las aulas supone un desequilibrio importante de lo que los estudiantes dan por sentado. Hace falta valentía para hacer frente a los nuevos retos intelectuales que la asignatura propone, así como poner en duda las ideas y creencias previas. En cierta forma, los estudiantes se encuentran en una situación semejante a aquellos pensadores de la Ilustración que decidieron regirse solo por la razón, rechazando otro tipo de fundamentaciones, como la tradición, la religión o la autoridad de otros pensadores ilustres. Su lema es claro: Sapere aude! ¡Atrévete a pensar!
Pensar de verdad significa escrutar todas las posibilidades, contemplar todas las opciones, incluso las que pongan en tela de juicio las nuestras. Hace falta valentía para llevar nuestro pensamiento hasta sus últimas consecuencias, para indagar sobre las cuestiones radicales que preocupan al ser humano. En ocasiones, es más sencillo simplemente dejar que otros piensen por nosotros, porque la libertad de pensamiento implica también la responsabilidad sobre nuestras creencias. Siempre que seamos responsables de nuestras elecciones, lo somos también de sus consecuencias. Hay estudiantes que se mueven por los intereses de otros, ya sean estos sus compañeros o su familia. Si los estudios que estoy realizando no los he elegido yo, después de una reflexión acerca de lo que me interesa y cómo encaja en mi proyecto de vida, sino que he aceptado la decisión de mi familia, no aceptaré la misma responsabilidad acerca de mis triunfos y fracasos. El que fracasa es el otro, el que ha elegido por mí. Al fin y al cabo, me desentiendo de lo que pasa y solo me dedico a acudir a clase, sin propósito. Por el contrario, pensar por ti mismo te hace responsable de lo que eres. Solo así podrás desarrollarte como una persona autónoma.
Para atreverse a pensar hace falta ver que realmente merece la pena, que no es algo accesorio que se pueda eludir fácilmente. Si la filosofía se presenta como un catálogo de pensadores antiguos que plantean problemas que se limitan a su época, el estudiante no percibirá un interés real en arriesgarse o atreverse a pensar. El aprendizaje debe conectar con lo que él percibe como importante, los asuntos que le preocupan, la vida… De esta forma será interesante y no un mero trámite para llegar a aprobar la asignatura. La filosofía debe abandonar un poco el terreno de lo académico, abrir la puerta y darse un paseo por la vida. Debe recuperar su papel de debate público acerca de las grandes cuestiones que configuran la existencia humana, no solo entre cuatro paredes, sino en la sociedad, en la calle.
Después de ver proyectos que se estaban desarrollando en otros centros para conseguir este objetivo, yo también me animé a intentar recuperar el carácter de debate público de la filosofía. Y acudí allí donde los estudiantes viven y se relacionan hoy: las redes sociales. Las nuevas tecnologías, como toda tecnología, no son ideológicamente neutras, sino que establecen nuevas formas de actúar que llevan asociados unos determinados valores. Hablaremos de ello más adelante en otro capítulo. Sin embargo, la pertinencia del uso de una determinada tecnología en el aula depende en gran medida del uso que se le dé. Así que me puse manos a la obra e ideé un juego mediante el que enganchar a los estudiantes a la filosofía. El nombre lo podéis imaginar: sapere aude. El juego consiste en ganar una serie de puntos que se pueden canjear después por determinadas ventajas, como tener algún día más para entregar una tarea o poder sumar alguna décima en una actividad. Al mismo tiempo, hay un perfil de Twitter (@filosofiari) en el que ofrezco a los estudiantes diferentes actividades: artículos interesantes relacionados con la filosofía, vídeos, y preguntas o debates en los que tomar parte. Las preguntas que se plantean no son nunca teóricas, es decir, no se pueden copiar del libro, sino que necesitan para ello interpretar o aplicar los contenidos que hemos estudiado. Los exámenes que realizamos a lo largo del curso tienen así mismo un conjunto de ejercicios del mismo tipo práctico.
Pongamos un ejemplo de lo anterior. Vimos en clase como el filósofo griego Epicuro afirmaba que no debemos tener miedo a la muerte, puesto que no tenemos experiencia directa de ella: cuando ella está, no lo estamos nosotros y, cuando nosotros estamos, ella no está. A raíz de ese contenido diseñé el siguiente problema, para que los estudiantes le dieran la respuesta que considerasen más adecuada y la razonasen desde el pensamiento de Epicuro: imagina que eres el responsable de una campaña de publicidad para una empresa que vende seguros de vida. ¿Crees que la imagen de Epicuro puede ser apropiada para la campaña? Es una actividad sencilla, pero para ello el estudiante tiene que comprender el concepto y poder aplicarlo en el problema que se le plantea.
Estas dinámicas se denominan en el ámbito pedagógico «gamificación del aprendizaje». Es decir, aportar un componente lúdico en el proceso de aprender. El juego es importante, pero mi objetivo principal es que perciban que las cuestiones que planteamos en clase son interesantes también fuera de ella. Debemos ser conscientes de que los estudiantes pasan muchas horas dentro del aula y mantener la atención en todo momento durante esas jornadas no es sencillo. Es normal que a lo largo del horario escolar el estudiante se distraiga en algunos momentos. Cuando planteas una reflexión en clase es posible que ese día el estudiante en cuestión esté atento, le interese y responda o, por el contrario, no se encuentre en su mejor momento del día. No significa necesariamente que no le interese lo que planteas, sino que quizás no sea el momento más adecuado ese día. Fuera del aula habitan las redes sociales y puede que lea esa cuestión mientras está esperando el bus o en casa descansando. Si lee en ese momento lo que has planteado, es otra oportunidad extra para poder animarse a responder. Por otra parte, las horas de las que los docentes disponemos para desarrollar los contenidos del programa son limitadas y debemos ajustar mucho qué tiempo dedicamos a cada apartado. Muchos materiales que consideramos apropiados e interesantes se quedan, de esta forma, fuera, dada la imposibilidad de trabajarlos en clase. Mediante las redes sociales puedes distribuir esos contenidos para que el alumno, en función de sus intereses, trabaje los que considere. Me parece una forma interesante de ampliar el currículo sin sobrecargar la materia.
No todos los estudiantes se animan a participar en estas dinámicas, pero siempre hay un grupo de ellos que se engancha. Como en todas las redes sociales, tienes alumnos que adoptarán un papel de consumidor de contenidos y otros que toman parte de forma más activa. Los primeros se limitan a leer los artículos, ver los vídeos o leer las cuestiones que planteas. Los otros, por el contrario, no se limitan a consumir el contenido, sino que también se animan a participar en los debates y responden de forma activa. Aunque un grupo de ellos sea más activo, ambos han trascendido ya los contenidos básicos de la programación de la asignatura y se han animado a investigar un poco más, se han atrevido a realizarse preguntas. ¡Se han atrevido a pensar!