1.
La «realidad» digital.
¿Cuánta pantalla ven nuestros hijos?
En la segunda mitad del siglo pasado, las televisiones empezaron a entrar masivamente en los hogares en gran parte del mundo desarrollado.
Hoy, y muy a pesar de la introducción de otras NT, hay encuestas que revelan que el consumo de televisión sigue al alza. Una encuesta realizada en 2012 reporta que los españoles ven una media de 4,1 horas diarias de televisión, equivalentes a unas 1.500 horas al año (un 4 % más que el año anterior). En horas «diurnas» equivalen a unos cuatro meses al año, una tercera parte del año… Es difícil de creer, pero los números dan fe: pasamos cuatro meses al año de todo nuestro tiempo «despiertos» viendo televisión. En un solo año, la suma de todos los españoles alcanza los ocho millones de años de experiencia humana consumiendo televisión. Sin duda, este medio está configurando nuestra cultura, la forma en la que vemos el mundo, nuestros valores. Nadie puede negar que lo que vemos en la televisión afecta a nuestro comportamiento, nuestra educación y, últimamente, nuestra cultura. La prueba de ello es que treinta segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos millones de dólares. Las empresas no gastarían el dinero si ese tiempo no tuviera un impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o sus marcas.
La misma encuesta revela que los niños y los jóvenes ven ligeramente menos televisión que las personas mayores, debido a la introducción de las NT en sus vidas, que han sustituido una parte del tiempo que pasaban frente al televisor. Pero, aun así, el tiempo que dedican a la televisión sigue teniendo un peso importante, por lo menos en términos de horas. Durante su paso por la educación primaria y secundaria, por ejemplo, un niño español habrá visto unas 9.658 horas de televisión, un número de horas más elevado que las 9.625 horas lectivas de asistencia al colegio. Y esas horas de televisión no incluyen el consumo del móvil, de teléfonos inteligentes, de ordenadores, de videojuegos, de tabletas y de Internet, tanto en el hogar como en el colegio.
En 2009, un estudio publicado en el Anuario de Psicología Clínica y de la Salud realizado entre menores españoles de 12 a 17 años reportaba un consumo total de 6,41 horas diarias de televisión, móvil e Internet. Podemos imaginar lo que sería esa cifra hoy, considerando que para la fecha en que se realizó el estudio, las tabletas y los teléfonos inteligentes todavía no habían llegado al mercado con la fuerza de hoy. En España es difícil conseguir datos actualizados del tiempo de uso de la tecnología a través de distintos medios –videoconsola, teléfonos inteligentes, móviles, tabletas, etc.– en la franja de edad de la niñez y de la adolescencia.
Un estudio de 2014 realizado en el Reino Unido reporta un uso combinado por parte de niños y adolescentes de entre 5 y 16 años de las NT –televisión, videojuegos, música, Internet, móviles– de 8,3 horas diarias.
Un estudio realizado en los Estados Unidos en 2009 entre niños y jóvenes de 8 a 18 años reporta un uso de las NT –para el ocio, no incluye el uso para fines educativos– de 10,75 horas diarias.
Son cifras elevadas que sorprenden, puesto que si sumamos a esa cifra el tiempo que el niño o el adolescente dedica al colegio, a dormir, comer, bañarse, etc., obtenemos un número de horas diarias muy por encima de las veinticuatro horas del día. ¿Por qué? El tiempo no es elástico. ¿Cómo puede ser, entonces?
La respuesta es que nuestros hijos ven la pantalla en modo multitarea, es decir, usan varias tecnologías a la vez. En el estudio realizado en los Estados Unidos, aproximadamente un tercio del consumo de NT de nuestros hijos se hace en modo multitarea, lo que resulta, en «tiempo real», en un consumo de 7 horas y 38 minutos al día. Mientras hacen sus deberes, leen y responden un WhatsApp; mientras juegan con la videoconsola, hablan con sus amigos; mientras cenan, ven la televisión y hablan con sus padres. De hecho, el 81 % de los niños y adolescentes dice que alguna vez o la mayoría de las veces hace sus deberes mientras juega con un videojuego, mira la televisión o manda mensajes de textos. ¿Pueden los nativos digitales atender a varias informaciones a la vez? La respuesta intuitiva es «sí, porque son nativos digitales». La etiqueta «nativo digital» es una especie de pasaporte que les permite acceder a actividades a las que nosotros, sus padres, no teníamos acceso cuando teníamos su edad o a las que nunca podremos aspirar por ser inmigrantes digitales. ¿Es eso cierto? Esto nos lleva a hablar de algunos neuromitos que han incidido en el ámbito de las NT, y de otros mitos sobre el uso de las NT en los niños.
2. Neuromitos en la educación
«Es más fácil romper un átomo que un prejuicio.»
ALBERT EINSTEIN
«La ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio.»
DENIS DIDEROT
En los últimos años se han multiplicado las aplicaciones y los dispositivos llamados «inteligentes» que pretenden potenciar la inteligencia de nuestros hijos pequeños. Las empresas que distribuyen estas herramientas en el mercado nos dicen que debemos usarlas para la estimulación temprana de nuestros hijos, momento en el que desarrollan el 80 % de sus conexiones cerebrales. Nos dicen que nuestros hijos tienen un potencial ilimitado que debemos aprovechar al máximo durante la «ventana de oportunidad» de los tres primeros años. Nos dicen que esas aplicaciones se adaptan al estilo de aprendizaje de nuestros hijos y ayudan a desarrollar cada uno de sus hemisferios cerebrales. Nos venden productos digitales «basados en la neurociencia» que pretenden potenciar la curva de aprendizaje de los pequeños. Estas empresas también nos dicen que nuestros hijos son nativos digitales y que, por lo tanto, su cerebro es más ágil que el nuestro en la multitarea (hacer varias actividades a la vez). Así pues, no deberíamos tener miedo a que realicen varias actividades a la vez con la pantalla. Todo lo contrario. En vez de prohibirlo o de preocuparnos por ello, deberíamos fomentarlo, porque los nativos digitales son una especie de «raza distinta» a la nuestra.
Lo que no sabe la gran mayoría de la población es que esos argumentos de venta, que han sido motivo de la proliferación en el mercado de cientos y miles de productos tecnológicos (tanto de dispositivos como de aplicaciones), carecen de fundamento educativo-científico. Si se venden masivamente esos productos, es gracias en parte al arraigo de los neuromitos que proliferan en el mundo educativo, tanto en el colegio como en el hogar. Pero ¿qué es un «neuromito»?
La palabra «neuromito» fue acuñada en 1980 por Alan Crockard. Se refiere a ideas pseudocientíficas sobre el cerebro en la cultura médica. En 2002, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) llamó la atención sobre los neuromitos, llamándolos «malas interpretaciones generadas por un mal entendimiento, una lectura equivocada o una citación fuera de contexto de hechos científicamente establecidos (por la investigación en neurociencia) con el objetivo de usar la investigación neurocientífica en la educación o en otros contextos». Esas malas interpretaciones se dan por supuesto en la literatura popular (las noticias, algunos folletos de la industria de la educación, en libros de autoayuda, en blogs en Internet, en libros y en conferencias sobre educación con ponentes que son iniciados en neurociencia, etc.), y acaban cuajando con fuerza en el ámbito educativo, creando falsas premisas sobre las que se van construyendo métodos educativos que no tienen ninguna base científica y generando una oferta comercial cada vez más amplia para esos productos.
¿Cuáles son esos mitos, y cuál es la verdad acerca de cada uno de ellos?
Neuromito 1: «El niño tiene una inteligencia ilimitada»; y neuromito 2: «Solo usa el 10 % de su cerebro»
«Se nos ha dotado con suficiente inteligencia para ser capaces de ver con claridad lo tremendamente inadecuada que es esa inteligencia cuando nos enfrentamos a todo lo que existe. Si esta humildad se pudiera trasmitir a todas las personas, el mundo de las empresas humanas sería mucho más atractivo.»
ALBERT EINSTEIN
«No es humano el deber que por soñar con una humanidad perfecta es inexorable con los hombres.»
JACINTO BENAVENTE
Uno de los neuromitos descritos por la OCDE es el mito según el cual «usamos solo el 10 % de nuestro cerebro». ¿Tienen nuestros hijos una inteligencia ilimitada? ¿Usan solo una pequeña proporción de su cerebro? En cualquier caso, esos dos planteamientos se contradicen entre ellos. ¿Cómo podemos calcular el 10 % de algo infinito?
De acuerdo con estos mitos, el ser humano tendría unas capacidades ocultas, una especie de poderes, como las que se van descubriendo en Lucy, una película en la que la protagonista se ve capaz de usar un porcentaje cada vez más alto de sus capacidades cerebrales, lo que le permite, entre otras cosas, aprender chino y comunicarse telepáticamente con las personas.
Hoy sabemos con certeza que es falso que el ser humano no use una gran parte de su cerebro. El profesor de neurociencia cognitiva Barry Gordon, investigador del Johns Hopkins Medical Institution de la identificación e implementación de métodos para mejorar el lenguaje, la memoria, el pensamiento y el aprendizaje, dice que el mito de que usamos solo una pequeña parte de nuestro cerebro es de una falsedad irrisoria: «Usamos virtualmente cada parte del cerebro, casi todo el cerebro está activo casi todo el tiempo».
Si tuviésemos un cerebro con un potencial infinito, no seríamos humanos, sino una especie de dioses. Tendríamos poderes. Podríamos crear de la nada. No habría misterios ni incógnitas. Seríamos omniscientes y todopoderosos. De hecho, la rápida difusión y el éxito de ese mito es de alguna manera consecuencia de la vanidad y la dificultad de reconocer nuestras limitaciones humanas. Como decía Huxley, «una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante». Nuestra imperfección es una verdad sin interés. Por eso recurrimos a falsedades emocionantes que nos reconfortan.
Lo que más preocupa es que este neuromito se ha trasladado a una gran velocidad, sin base científica alguna, al ámbito de la educación. En 2014, un estudio publicado en Nature reveló que el 48 % de los maestros ingleses (46 % en Holanda, 50 % en Turquía, 43 % en Grecia y 59 % en China) cree en este mito. Este mito ha sido acaparado por los departamentos de marketing de muchas empresas de software y hardware para convencer a los «buenos padres» de que adquieran sus productos para el buen desarrollo cerebral de sus hijos. Partiendo de esa premisa, les hacemos «divertirse aprendiendo» con la maquinita, con la promesa de estimular y multiplicar su inteligencia. Llegamos a la conclusión de que «más es mejor», porque confundimos «más estímulos» y «más información» con «más inteligencia».
No solo nuestra inteligencia tiene límites, también los tiene nuestra memoria. Einstein decía: «Procuro no cargar mi memoria con datos que puedo encontrar en cualquier manual, ya que el gran valor de la educación no consiste en atiborrarse de datos, sino en preparar el cerebro para pensar por su propia cuenta y así llegar a conocer algo que no figure en los libros». Constatamos, al leer esta cita, que el mismo Einstein, considerado un «genio», reconocía que la memoria humana es limitada. De hecho, existe una amplia literatura científica sobre la limitación de la memoria.
El ser humano no tiene capacidades infinitamente elásticas. Tiene limitaciones claras, y la perfección a la que debe aspirar no puede reducirse a realizar una serie de técnicas para desarrollar unas supuestas capacidades intelectuales «asombrosas» para que use una parte escondida de su cerebro que en realidad no existe.
Neuromito 3: «Cada hemisferio es responsable de un estilo de aprendizaje distinto»
Otro neuromito listado por la OCDE, y que también carece de base científica, es la teoría de la dominancia cerebral, según la cual los niños tienden a usar un hemisferio más que el otro, lo que repercute en su estilo de ...