1. Cosas que no debemos hacer si queremos tener hijos lectores
Partamos de un hecho: todo el mundo, o casi todo el mundo, considera que la lectura es buena y que leer es importante para el desarrollo personal. En todas las encuestas que de vez en cuando realizan las diferentes Administraciones para analizar las prácticas culturales de las personas, sus intereses y sus necesidades, el libro y la lectura suelen ser de los que resultan mejor parados. Casi nadie dice que la lectura sea inútil o que los libros no sirvan para nada. Ya sé que se me dirá que una cosa es lo que dice la gente cuando se le pregunta y otra bien distinta lo que hace realmente. Eso es cierto, pero hay que reconocer que la situación inicial, la valoración positiva de la lectura, es un buen punto de partida. La Federación de Gremios de Editores de España publica con regularidad el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España, que ya hemos mencionado. En él se analiza la actitud de la población mayor de catorce años ante la lectura. Es un trabajo muy completo e interesante porque nos ofrece una visión muy precisa de la lectura en nuestro país. El 88 % de los encuestados está de acuerdo en que leer contribuye a tener una actitud más abierta y tolerante. El 87 % afirma que leer es una actividad emocionante y estimulante y que los ayuda a comprender el mundo que los rodea. Y el 76 % está de acuerdo en que leer los hace más felices. La valoración de la lectura es claramente positiva, aunque también es cierto que cerca del 50 % afirma que leer requiere un esfuerzo y una concentración que no tiene en el día a día y que el 59 % considera que hay muchas actividades de ocio más entretenidas que leer. Por último, solo un 18 % de las personas encuestadas afirma que para tener cultura no hace falta leer libros.
La sociedad considera importante la lectura y los padres desean que sus hijos e hijas sean buenos lectores porque saben que, entre otras cosas, la lectura y el éxito académico están estrechamente ligados.
Si todo el mundo, o casi todo el mundo, considera que leer es bueno, es lógico pensar que los padres y las madres intentarán conseguir que sus hijos se aficionen a la lectura y que la integren entre sus hábitos frecuentes. ¿Cómo lo hacen? ¿Desarrollan siempre la mejor estrategia o, con toda la buena intención, a veces consiguen el efecto contrario?
La realidad es que no siempre actuamos de la mejor manera. Es cierto que ponemos toda la buena voluntad del mundo y que lo hacemos porque estamos convencidos de que es lo mejor para nuestros hijos. Pero no siempre conseguimos el resultado que perseguimos.
Gianni Rodari escribió un artículo titulado «Nueve formas de enseñar a los niños a odiar la lectura» que, a pesar de que fue escrito en 1966, si alguien lo escribiera hoy como nuevo, no nos resultaría anacrónico. Lo cual, dicho sea de paso, puede hacernos dudar de lo que hemos avanzado desde entonces en animación lectora. También Joan Carles Girbés, en El método definitivo para tener hijos lectores, nos da «Diez consejos infalibles para que los niños odien la lectura».
No son las únicas listas. Otros autores también han insistido en resaltar estrategias que solemos utilizar para que los más pequeños aprecien la lectura y que normalmente acaban teniendo el efecto contrario.
A continuación veremos algunos de los errores más comunes que cometemos cuando queremos que nuestros hijos lean. Son actitudes muy generalizadas, pero que suelen tener efectos devastadores porque contraponen la lectura a situaciones que resultan agradables para los niños.
1. Presentar el libro como una alternativa a la televisión, a los videojuegos o a internet
Cuántas veces hemos dicho: «Apaga la tele y ponte a leer un rato», «Deja de jugar con la consola y lee», «Ya está bien de perder el tiempo, ponte a leer un poco». Enfrentar el libro a una actividad placentera para los niños no es una buena estrategia. Si para leer deben dejar de hacer algo que les gusta y que con frecuencia implica relacionarse con otros semejantes (los niños pueden estar jugando en la red y comunicándose con sus amigos al mismo tiempo), corremos el peligro de conseguir el efecto contrario al deseado: que vean la lectura como una actividad de riesgo que los aparta de otras mucho más atractivas para ellos.
2. Decir a los niños de hoy que los de antes leían más
Es una mala estrategia por dos razones. La primera porque no es cierto. Jamás en la historia de la humanidad se ha leído tanto como ahora (sí, libros también) y jamás los niños han tenido tanto contacto con los libros y la lectura como en la actualidad. Esta idea, muy extendida, de que los niños de ahora estudian menos que los de antes, que aprenden menos y que están peor preparados es radicalmente falsa. La escolaridad universal es un logro reciente de las sociedades avanzadas. En España no es hasta el período de la Segunda República cuando se establece la escuela obligatoria para todos los niños y niñas entre los seis y los doce años. Y, por otro lado, no hace falta remontarse muchos años atrás para ver que la educación de las niñas era diferente, y mucho peor, que la de los niños. La conocida como ley Moyano de 1857 fue una de las primeras leyes españolas que intentó establecer un sistema de enseñanza para todos los niños y niñas. En esta ley podemos encontrar disposiciones como la siguiente:
«En las enseñanzas elemental y superior de las niñas se omitirán los estudios de que trata el párrafo sexto del art. 2, Breves nociones de Agricultura, Industria y Comercio, y los párrafos primero y tercero del art. 4, Principios de Geometría, de Dibujo Lineal y de Agrimensura y Nociones generales de Física y de Historia Natural, reemplazándose con:
Primero. Labores propias del sexo [femenino, se entiende].
Segundo. Elementos de Dibujo aplicado a las mismas labores [de las mujeres, claro].
Tercero. Ligeras nociones de Higiene doméstica.»
Disposiciones posteriores continuaron manteniendo diferencias significativas entre la educación de los niños y la de las niñas, una situación de discriminación que se mantuvo hasta la Segunda República española, cuando se estableció que la educación de los niños y las niñas tenía que ser igual. Desgraciadamente, la dictadura del general Franco supuso un paso atrás, pues se volvieron a marcar diferencias en razón del sexo que se mantuvieron hasta la promulgación de la Ley General de Educación de 1970. Así pues, la verdad es que tenemos la juventud mejor preparada que ha habido nunca.
La segunda razón por la que esta estrategia no es buena es porque para los niños el pasado es, precisamente eso, pasado. Un tiempo que ya no existe y con el que ellos no se identifican. En definitiva, un tiempo que no es suyo. La frase «cualquier tiempo pasado fue mejor» puede resultar muy nostálgica y emotiva, pero no les dice nada a los niños y casi nada a los jóvenes. Y, además, es, casi siempre, falsa. Por lo general, los niños no ven en el pasado ninguna arcadia feliz a la que sería deseable volver.
«Por lo que respecta a la lectura, que optemos o no por ella dependerá, entre otras cosas, de que esta sea de calidad y de que la sociedad la sitúe como un valor cultural fundamental para el progreso personal y colectivo.»
3. Creer que los niños tienen demasiadas distracciones y criticarlos por ello
Es cierto que en la actualidad tenemos acceso a muchas más posibilidades de ocio cultural de las que tenían nuestros antepasados de principios del siglo XX: podemos ir al teatro, acudir a espectáculos musicales, ir al cine o visitar museos. Y también podemos ver una obra de teatro desde el sofá, escuchar un concierto con el equipo de música o visitar algunos de los museos más importantes del mundo y contemplar sus obras sin salir de casa. Nuestras posibilidades de acceso al ocio cultural son casi infinitas.
¿Se han sustituido las formas antiguas de ocio por las nuevas? Clarísimamente, no. El cine no ha acabado con el teatro igual que la televisión no ha acabado con el cine. Escuchamos música continuamente a través de aparatos electrónicos y al mismo tiempo acudimos más que nunca a conciertos y espectáculos musicales en directo. Los videojuegos, muchos muy malos, pero bastantes muy buenos, se han convertido en un elemento más del ocio de los jóvenes y de los no tan jóvenes, pero eso no les impide escuchar música o ver series de televisión.
Y en este amplio espacio de oferta cultural están los libros. Y es cierto que tienen más competencia de la que han tenido nunca, pero esto no nos debe dar miedo por dos razones:
La primera, porque es un tema que no tiene vuelta atrás. Vivimos en un mundo hiperconectado en el que cada vez tendremos más acceso a más cosas. Nos puede gustar o no, pero es así. Y, si intentamos oponernos al mundo que está llegando, es casi seguro que no conseguiremos conectar con nuestros hijos.
Y la segunda razón es porque, aunque pueda parecer extraño a primera vista, la realidad es que el consumidor de cultura no es un consumidor de un solo tipo de cultura. El que va al teatro suele acudir también a espectáculos musicales. La persona aficionada al cine suele leer y el buen lector no pierde ocasión de visitar un museo de arte cuando viaja. Es muy raro encontrar a una persona a la que solo le gusta ir a museos o que solo se interesa por la ópera, por poner un ejemplo.
Lo que sí que es cierto es que tenemos más oferta cultural que nunca y, por lo que respecta a la lectura, que optemos o no por ella dependerá, entre otras cosas, de que esta sea de calidad y de que la sociedad la sitúe como un valor cultural fundamental para el progreso personal y colectivo.
4. Echar la culpa a los niños si no les gusta la lectura
Cuántas veces hemos oído decir frases como «La juventud no sabe comportarse» o «Los chicos de ahora no tienen educación». Los mayores tenemos una tendencia muy grande a pensar que lo que hacemos nosotros está bien y que los jóvenes no hacen lo que deben. Parece como si nosotros, los adultos, no tuviéramos ninguna responsabilidad en cómo son los jóvenes de hoy. Y la verdad es que tenemos bastante. Nosotros somos los responsables de la sociedad actual, de sus éxitos y también de sus deficiencias. Somos nosotros, los adultos, los que dirigimos la vida social, económica y política del mundo en el que vivimos. El modelo educativo lo hemos construido nosotros y los valores de la sociedad también. Si muchos jóvenes son consumidores compulsivos, seguramente tendrá que ver bastante con el hecho de que hemos creado un modelo de sociedad basado en el consumo. Nos quejamos de que muchos jóvenes toman bebidas alcohólicas, pero, al mismo tiempo, potenciamos este tipo de producto. No podemos huir de nuestra responsabilidad. El mundo que existe es el mundo que hemos construido nosotros. Los jóvenes tendrán su momento dentro de unos años, cuando sean adultos y sean ellos los que tengan que tomar las decisiones sobre cómo quieren que sea el mundo y sobre qué valores deben sustentarlo.
Mientras tanto, si a los niños, a algunos niños, no les gusta la lectura, la responsabilidad no hay que buscarla en ellos. Miremos a la sociedad y, más importante todavía, miremos lo que hacemos nosotros, padres y madres, en nuestra casa.
Existe un tipo de aprendizaje que tiene una extraordinaria importancia en la formación de las personas. Nos referimos al aprendizaje vicario. Técnicamente, el aprendizaje vicario es el tipo de aprendizaje que ocurre cuando observamos, muchas veces de manera inconsciente, el comportamiento de otros individuos y, en función de diversos factores, lo integramos o no en nuestra manera de ser y de actuar. En el caso de los niños, este tipo de aprendizaje es importantísimo. Aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice. Y eso, en el tema que nos afecta, tiene unas consecuencias claras. Es mucho mejor que nos vean leer y que no les digamos nada que les digamos cada dos por tres que lean y ellos observen que nosotros no leemos nunca. Hay demasiadas casas en las que los libros tienen una escasa o nula presencia y hay muchos padres y madres que no leen nunca y luego se sorprenden si sus hijos hacen lo mismo que ellos.
5. Negarse a leer a los niños
A los niños pequeños les encanta que les lean cuentos y por poco que lo hagamos comprobaremos cómo esta actividad se convierte en una de las más valoradas y gratificantes del día. Es cierto que vivimos en una sociedad que nos tiene constantemente ocupados y que muchas veces nos resulta difícil encontrar el momento, pero, si no somos capaces de conseguir que la lectura tenga su espacio y su tiempo en nuestras casas, será muy difícil que nuestros hijos lleguen a disfrutar con ella.
6. Forzar sus gustos para que lean ese libro que a su edad a nosotros nos encantó
La isla del tesoro, Moby-Dick, La vuelta al mundo en ochenta días o las aventuras de El Club de Los Siete Secretos son algunas de las lecturas que me ayudaron a descubrir el fantástico universo de los libros. Son lecturas que forman parte por mérito propio de la historia de la literatura y que han despertado la imaginación de millones de personas.
Pero que nos hayan gustado a nosotros no quiere decir que tengan que gustarles a nuestros hijos. Los tiempos cambian y la manera de construir los relatos también. Julio Verne necesitaba hacer descripciones muy precisas de los lugares donde transcurrían sus aventuras porque en aquella época no había acceso fácil a imágenes de lugares remotos. En La isla del tesoro, St...