
- 630 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
En su nuevo libro, Tomas Abraham se libra a eso que su compatriota, Emile Cioran, llamaba ejercicios de admiracion. Lo hace con fervor, con locura, con gratitud, con ferocidad, con erudicion, con brillantez. Desfilan por estas paginas los grandes amores de Abraham: la musica de Glenn Gould, las novelas de Amelie Nothomb, el cine de Herzog, la pintura de Fader, el pensamiento de Deleuze, entre muchos otros. Imposible, despues de leerlo, no sentir la necesidad imperiosa de escuchar musica, ver peliculas, leer libros. A su reconocida estatura intelectual, Tomas Abraham agrega una de orden casi moral: devuelve a la vida una parte de la abundante belleza del mundo.
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TULIO HALPERÍN DONGHI.
APUNTES PARA UNA DILEMÁTICA
Los dilemas exigen una decisión, los problemas una solución. Halperín hace una historia política de la Argentina entendida como una serie de acontecimientos en los que las decisiones tienen un costo. Es una historia de pérdidas. Se podrá decir que también de beneficios, pero para eso habría que hacer un balance, y el historiador lo hará, en especial en los últimos libros y en reportajes recientes.
Es difícil hablar de método para caracterizar la perspectiva que encara Halperín en sus investigaciones. Sus libros no son todos iguales, los hay de neto corte académico, con predominancia del archivo, y otros ensayísticos y polémicos.
Sin embargo, más allá de la búsqueda de una epistemología en realidad ausente y difusa aun en estado práctico, prefiero visualizar a los textos del historiador como uno de los frescos del mejicano Rivera.
Es un gran relato sin sentido unificador. Los sucesos se muestran en su despliegue y se juntan y sueltan, se enlazan y se separan, marcan rupturas o presentan retornos, en un muestrario de conflictos de variada naturaleza.
No hay determinaciones causales económicas ni de naturaleza mecánica o dialéctica. Nada se sintetiza, ni el movimiento de la historia asciende paso a paso a un escalón superador ni a una síntesis final. Tampoco hay repetición de figuras o motivos.
El encanto de la historia reside en que nada se repite salvo las pasiones. La racionalidad es histórica. Los modos en que los hombres diagraman su acción, las condiciones en que lo hacen, las estrategias que programan, muestran una inventiva inacabable. Tiene la riqueza del lenguaje y de su modelo generativo.
Pero las pasiones se condensan y se repiten. La voluntad de poder, la defensa de lo adquirido, el miedo a perderlo todo, a morir, las envidias y los celos, la defensa del honor y de la dignidad, la lucha por el reconocimiento, el motor de la supervivencia, atraviesan el campo de la historia y no la dejan descansar en la paz lógica.
En Halperín hay una prosa extraña. Sus lectores se quejan de la longitud de sus frases, pletóricas de subordinadas. Puede llevar un cierto esfuerzo hacerse al ritmo escritural de su lengua. A veces parecen frases escritas en un latín que nos obliga, al terminar la oración, a volver a su inicio, por haber olvidado de qué se estaba hablando.
En su último libro autobiográfico Son memorias, su estilo adquiere una singular belleza y resalta su juego literario. Desprendido de la confrontación con el orden de los documentos y de la constricción de la historia colectiva, se permite la intromisión del capricho de la memoria personal y de la arbitrariedad de los detalles personales que acortan sus frases y las hacen más vivaces.
Halperín ha recorrido toda la historia argentina. Lo ha hecho desde 1806, las Invasiones Inglesas, hasta hoy. Sus textos son heterogéneos. Hay materiales eruditos y otros son ensayos de actualidad, intervenciones en el campo de la política por medio de entrevistas, presentaciones de libros, etcétera.
Si nosotros fuéramos visitantes al país que nos entrega, pasajeros de un tren llamado Argentina, ¿qué veríamos? ¿Contemplaríamos algo más que la aparición y súbita desaparición de imágenes veloces sin recuperación ninguna?
Lo enunciamos de otro modo: ¿la historia argentina tiene sentido? ¿Podemos catalogarla como un gran relato?
Por la ventana llamada Halperín, enmarcada en el tren argentino, no se percibe un paisaje necesario. No hay necesidad, tampoco destino. De haberlo, la tarea de desciframiento estaría a cargo de un oráculo, un vidente, un auscultador de misterios.
Una fisura estructural, una grieta básica, una traición esencial, la historia argentina en términos de necesidad remite a un origen, un pasado oculto que la razón histórica debe develar. Hay una verdad en danza.
Halperín, que no es brujo, simplemente dice constatar que nuestro país ha perdido el rumbo desde 1929, hace ochenta años. Estamos por cumplir el octogésimo quinto aniversario desde que derivamos en el mar de los tiempos sin timonel ni puerto seguro.
Pero si no hay necesidad, ¿qué queda entonces de una contingencia que se asoma como una colección alocada de hechos atomísticos o de un rebote de sucesos sin sentido? Los períodos de largo plazo que recorta Halperín, fragmentos temporales de unos treinta o más años, ordenan a lo sumo períodos históricos separados por cataclismos o sacudidas, temblores propios de una república sísmica, a fitful republic, como cita nuestro historiador.
Hay necesidad de orden. Comprender es ordenar. Pensar es elaborar una sintaxis que haga comprensible y comunicable el arsenal alfabético, pero la paradoja, los absurdos, las elisiones, los retruécanos, son varias las figuras retóricas que inquietan a la lógica identitaria con su necesidad de orden, origen y causa. ¿Cuál es la secuencia que conviene adoptar para ser pasajeros del tren de la historia conducido por el doctor Halperín Donghi?
El dilema puede ser una.
¿Cómo escapar al dilema sin pagar el costo al que nos obliga? ¿Cómo sortear el precio de la incertidumbre, el riesgo del error, el de la apuesta pascaliana?
Uno de los modos habituales de configurar un orden deriva de los tiempos escolásticos. Se trata de asimilar la búsqueda de una causa al señalamiento de un culpable. Causa y culpa se declinan juntas. Para este tipo de procedimiento el pensamiento binario es de gran utilidad. Si hay un culpable también hay una víctima, no solo alguien inocente sino además damnificado. En este espacio jurídico el dictamen de justicia debe hacerse según criterios explícitos.
Las principales víctimas de la historia argentina han sido el pueblo y la patria. Son dos entidades vejadas por la oligarquía y el imperialismo. Por otro lado, en la trinchera de los doctrinarios de enfrente, las principales víctimas de la historia argentina son la razón y la civilización, y sus violadores son la barbarie y la ignorancia.
Las víctimas son fundamentalmente valores. La misma noción de pueblo es un valor, no hay pueblo si no es depositario de principios éticos. Sometido, pobre, despojado, valiente, explotado, humilde, generoso. La patria es padre y madre, una voz de las alturas y una cuna con aroma a lavanda, linaje, raíz, tótem, identidad fraternal, mandato divino y posibilidad de odio.
Civilización y razón son valores de progreso, méritos bien ganados, distancia social justificada, higiene urbana, respeto al superior, moderación en la protesta, aceptación de las mediaciones y sometimiento a los tiempos diferidos al que obligan las instituciones republicanas, correción e insipidez.
Como dice Halperín, la respetabilidad y la miseria se imponen de arriba.
La dilemática es una vía filosófica para la determinación del campo de la historia. Proviene de algunas corrientes de la tradición filosófica en la que se combinan las sombras de la caverna de Platón, el azar y la necesidad en la interpretación estoica, el nominalismo medieval, la practicidad de Maquiavelo, la mirada cansada de Montaigne, el mundo de composibles leibnizianos, la inmanencia de Spinoza y una larga lista de creadores filosóficos que se coronan con la finitud kantiana, el ateísmo teológico de Kierkegaard, el tragicismo nietzscheano y la épica marxista.
Para la dilemática pensar y decidir son los ejes de la acción, incluso la que efectúa el historiador.
Fases
Dividiremos la obra de Halperín en fases. La enumeración remite a la cronología de la historia argentina, a sus doscientos años de historia recorridos por sus textos. Esta escansión es un molde arbitrario impuesto por nuestra lectura, que ha sido bautizada con nombres de géneros literarios y clínicos para resaltar que lo que se ve por la ventana de Halperín también trasmite un tono y un color.
Para que haya historia debe haber una reflexión. Una nominación. La historia es memoria. La memoria no es una colección de recuerdos. Lo que ya fue no está esperando la barca del pescador.
En toda memorización hay un querer, un desear, un necesitar. Hay un factor pulsional en ella. Volvemos atrás para encontrar una continuidad. No importa si la línea que une está discontinuada por intermitencias, vacíos, mutaciones, la continuidad no tiene por qué ser lisa, puede ser estriada, con cabos sueltos, con momentos de amnesia.
Desde los griegos el logos es discurso, es decir hilo de Ariadna que une para poder ir y volver del laberinto, emparentado con la Musa de la Memoria, Mnemosyne.
La voluntad de historizar no llega a comprenderlo todo. El historiador también debe decidir, el dilema es parte de su pensamiento. No puede saturar el deseo de saber, ni suturar los inevitables enigmas.
En una entrevista a Halperín que hizo Felipe Pigna (10/6/2008), luego de presentarlo con ambigüedad como “el más destacado historiador argentino”, cita al historiador catalán Josep Fontana que dice: “Todo trabajo de historiador es político. Nadie puede estudiar, por ejemplo, la Inquisición como si estuviera investigando la vida de los insectos, en la que se involucra. Porque, o el trabajo del historiador tiene utilidad para la gente afuera de las aulas, o no sirve para nada”.
Más allá de las razones catalanas, no hacía falta citar una supuesta fuente autorizada para justificar una labor personal, también es posible defenderse solo, si es necesario hacerlo. Un dilema no es una falsa opción. Historia con o sin política es una falsa opción. Un historiador que no tense hasta los extremos sus creencias y su pensamiento, que no ponga en tela de juicio la educación recibida, sus opciones ideológicas, no está preparado para la tarea filosófica del historiador: para pensar en los otros también hay que poder hacerlo contra sí mismo. Remover sedimentos.
La ética del intelectual consiste en estar preparado para encontrar aquello que no se quería buscar. Halperín es más simple, dice que un intelectual es alguien que busca la verdad. Esta solemnidad se debe a cierto desprecio que tiene frente a quienes se yerguen en pastores de su comunidad y profetas de la opinión. Pero no deja de ser pertinente esta especie de misión, siempre que la verdad no se resuma en las tablas de la ley, sino en la disposición a cambiar, a incluir lo no previsto, a no temer la complejidad, y a darle lugar a la incertidumbre que no impide decidir y tomar posición.
No se trata de la supuesta neutralidad que hace que la Inquisición se analice con la distancia del insectólogo, ni que el especialista estudie la vida de los insectos pensando en las máquinas de tortura, son proyecciones de una psicología demasiado elemental.
Dice el historiador Fernand Braudel (Civilization matérielle, économie et capitalisme XV-XVIII: Le Temps du monde): “El historiador aún cuando se espanta ante tantas brutalidades, no puede sino divertirse (s’amuser) con las imbricaciones calculadas y sorprendentes, hasta graciosas (cocasses) de las compras, los cargamentos, ventas e intercambio”.
El espectáculo del mundo tiene de todo y los estados de ánimo que provoca no son uniformes. No se escribe historia con severidad, culpa y fanatismo, cuando se lo hace así, lo que se fabrica es un mito, no el antiguo, que oficiaba de imaginería fundacional, sino el moderno, que cumple la función moralizadora de la venganza y del resentimiento al servicio del marketing.
Halperín, en un reportaje (Perfil, 7/5/2006), ante la pregunta:
–¿Qué opina de que el Gobierno distribuya los videos del programa Algo habrán hecho de Felipe Pigna?
Responde:
–La verdad es que yo no los vi. De todos modos, creo que la Argentina se las ha arreglado para tener una visión incoherente de su pasado. Eso me impresionó en mi visita anterior durante la campaña, con unos actos absurdos en los que la señora Kirchner arengaba a militantes del sindicato de la construcción. Ella hablaba con entusiasmo y decía: “Somos la Argentina de Moreno, Belgrano, San Martín y... Eva Perón.” Y entre Eva Perón y el resto no había nadie, el desierto, porque no dejó títere con cabeza. Me parece que ese sentido común histórico refleja como está el país.
Ahora las fases.
Melancolía
En uno de sus textos referidos a Sarmiento, Halperín nos dice que el maestro de maestros tenía nostalgia de las siestas coloniales que describe en su Recuerdos de provincia. En contraposición a la enseñanza escolar, que nos habla del orden represivo del virreinato, Halperín nos da otra imagen. El orden colonial era tranquilo, equilibrado, no demasiado lujoso pero satisfactorio, autosustentable.
El virreinato tenía unos 200.000 habitantes a fines del siglo XVIII. Buenos Aires 37.000, Corrientes 5.000, Santa Fe 6.000. Unos pocos números nos pueden ofrecer al menos el contorno de un paisaje de época. Para obtenerlo debemos comparar. Nos permite darnos una idea del tipo de vida urbana que puede llegar a tener una ciudad de unos pocos miles de habitantes.
En términos comparativos, es útil poner lado a lado la población del virreinato con la de los Estados Unidos de América, ese hermano mayor que en la misma época lleva su propio proceso emancipador y su particular creación nacional. A fines del mismo siglo tiene una población de 2.500.000 de habitantes. Por lo general, la comparación demográfica con el norte repetirá respecto de nosotros la misma proporción de diez a uno.
Seguiremos de la mano de Halperín un recorrido por aspectos salientes que nos permitan hacer un bosquejo impresionista de la colonia. Los principales textos que hemos usado y que se refieren al tema son Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Guerra y finanzas. En los orígenes del Estado argentino, La Formación de la clase terrateniente bonaerense y De la revolución de independencia a la Confederación rosista. Estos libros también nos servirán para las próximas fases.
Lo primero que nos llama la atención es la mención de las misiones jesuíticas que constituyeron un modelo económico y social. La educación de los indios fue inseparable de su servidumbre. La ambición de los jesuitas de no descuidar este mundo, la herencia de la Contrarreforma que los induce a no renunciar al saber a riesgo de perder el poder en manos de las astucias protestantes, los instruye para conformar un contingente de cartesianos del cristianismo romano. Aprenden las lenguas originarias, tienen idea de cómo organizar unidades productivas, instruyen en las enseñanzas de la Biblia, en el temor de Dios y construyen un dispositivo disciplinario estricto.
Su expulsión deja una formación económica que será típica de la región, las estancias, con un número de esclavos disponibles, que una vez terminadas las misiones sufrirán una drástica disminución de producción, cabezas de ganado y población aborigen.
La economía del virreinato dependía de las minas de Potosí. Desde allí partían los cargamentos de oro y de plata hacia el puerto de Buenos Aires, donde embarcaban hacia España. Se importaban desde la península las manufacturas necesarias para el consumo interno.
Buenos Aires, dice Halperín, es comparable a una ciudad española de segundo orden. Sus autoridades en ciertas circunstancias toman una serie de medidas para ajustarse al escenario cambiante del comercio internacional. Ante una demanda internacional creciente de trigo, que sube los precios del pan en el mercado interno, llegan a prohibir las exportaciones para contener la inflación.
Esta forma de regulación de los precios internos mediante la intervención estatal sobre los productos exportables se repite en momentos en que el aumento de la demanda internacional provoca el alza de los mismos y la inflación interna. Sucede desde la época de la colonia hasta nuestros días.
Fenómenos como este nos hacen pensar en la frase de Belgrano, que puede trasladarse a las leyes de la economía: a la naturaleza se la domina de una sola manera, obedeciéndola.
El orden mercantil disfruta de una relativa prosperidad. Los vinos en Mendoza, el ganado en los llanos de La Rioja, el algodón en Catamarca, distribuyen una actividad económica en ascenso.
La zona rural, junto a esclavos y peones, es recorrida por personajes cuentapropistas que se hacen cargo de tareas especiales como la yerra y la doma. Cobran su trabajo y siguen viaje.
La palabra “gaucho” suele usarse en la Banda Oriental para designar al villano, al matrero o cuatrero, acepción que cambiará de valor con los tiempos igualitarios de la Ilustración. Por una contraefectuación moral, gaucho será una identidad jactanciosa de un ser encarador y libre.
Como lo ve el lector, procedo a una presentación impresionista, es decir desordenada y colorista, que remite a mi experiencia de lectura de los textos ...
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