Ya en 1925, en un trabajo titulado “Temática”, Tomachevski distinguió entre la historia (la cadena “real” de acontecimientos, o más bien el orden cronológico y causal en que ellos ocurren) y la trama (el orden en que los contamos). Tomachevski propuso llamar “motivos” a esos elementos que se encadenan unos con otros para formar la historia.
Él distinguió entre motivos asociados —los que forman parte de la cadena— y los libres, que pueden ser eliminados sin poner en riesgo la integridad de la historia, pero que son importantes para la trama. Más tarde, Barthes (1977 [1966]) llamó a los motivos asociados simplemente “motivos”, y a los libres, “indicios”. En la misma línea de Barthes, Frenzel (1980) llama motivo al elemento que presenta “una tensión psíquico-espiritual, gracias a la cual mueve y provoca la acción” (p. viii). A los motivos libres de Tomachevski e indicios de Barthes, Frenzel los llama motivos secundarios o marginales, o “rasgos”: “Existe una correlación entre rasgo y motivo, porque su diferencia no es una diferencia absoluta, sino una diferencia de función y valor relativo” (p. viii).
En la crónica, como en todo texto de no ficción, “debemos percibir la acción como verosímil” (Tomachevski, 1978 [1925], p. 215). “En este sentido, todo motivo debe ser introducido como un motivo probable dentro de la situación dada”. Sin embargo, Tomachevski advierte que hay motivos que forman parte de la tradición de un género y por eso son aceptados, pero que probablemente consideraríamos inverosímiles si estuviéramos fuera de ese marco cultural.
Hay todavía una tercera motivación, dice Tomachevski, que es la estética: existen motivos que están ahí porque aportan belleza a la obra. Se encuentran a menudo en la crónica latinoamericana y le aportan densidad literaria: al explorar las posibilidades del lenguaje, los cronistas se aproximan a una dimensión poética del texto que difícilmente se puede encontrar en otros géneros periodísticos, porque el periodismo necesita descartar la ambigüedad, las dobles lecturas, y la poesía precisamente propone ese juego.
Para Barthes, la unidad mínima de un relato es la unidad funcional: todo tiene un sentido; en última instancia, el de ser inútil. Las unidades funcionales no corresponden exactamente a escenas ni pasajes del relato, ni tampoco a frases o párrafos. Una palabra puede ser una unidad funcional, y puede ser distributiva o integrativa. Las de la primera índole corresponderían a motivos asociados; las segundas, referidas a los motivos libres, son las que llama indicios. Esos indicios no se comprenden secuencialmente; para entenderlos, hay que pasar a un segundo nivel de análisis, que mire la obra en su conjunto. Las unidades funcionales corresponden a una funcionalidad del hacer, y los indicios, a una funcionalidad del ser.
Entre los indicios, Barthes distingue los propiamente tales, “que remiten a un carácter, a un sentimiento, a una atmósfera, a una filosofía, e informaciones, que sirven para situar en el tiempo y en el espacio” (p. 21). El texto periodístico se caracteriza, precisamente, por presentar informaciones que tienen significados explícitos y unívocos, inmediatamente significantes. La crónica cuenta con esta información, por supuesto, que, nuevamente siguiendo a Barthes, “sirve para autentificar la realidad del referente (…), es un operador realista y, a título de tal, posee una funcionalidad indiscutible, no a nivel de historia, sino a nivel de discurso” (p. 22).
Los indicios, en cambio, “implican una actividad de desciframiento: se trata para el lector de aprender a conocer un carácter, una atmósfera” (p. 22). Sobre esto mismo, Genette distingue dos tipos de descripciones: ornamental y significativa. Esta se refiere a la historia y aquella, al discurso, y corresponde a lo que en retórica se define como descriptio o ekfrasis. Es lo que Tomachevski explicaría como una motivación artística, y es lo que se encuentra a menudo en la crónica.
Un tema, dice Tomachevski, es más general y abstracto que un motivo. Temas son, por ejemplo, la muerte o el amor. Motivos relacionados con ellos son la prueba de amor que exige un enamorado al otro, o el amor prohibido por diferencias sociales, o el regreso de un viejo amor. Frenzel distingue, además, los argumentos, que son cadenas de motivos tan reiteradas en la literatura universal que ya hasta se los reconoce por los nombres de sus protagonistas, porque son historias contadas una y otra vez: Romeo y Julieta, por ejemplo, o Casanova.
En este punto cabe preguntarse si en los relatos periodísticos —aunque sean de periodismo literario, como la crónica— es legítimo buscar motivos. Después de todo, lo que hace el periodismo es representar la realidad, y ella no tendría por qué estar organizada de la misma forma que los textos literarios.
Hay, al menos, dos perspectivas desde las cuales se puede responder a esta duda. Como se explicó en el capítulo anterior, la visión aristotélica indica que la literatura imita las acciones humanas y, por tanto, los motivos literarios son, en primer lugar, elementos que se encuentran en el mundo real. La segunda forma de verlo tiene que ver con el giro lingüístico y está ampliamente respaldada por los estudios actuales sobre cómo funciona nuestra mente (Herman, 1997, 2007, 2013): los seres humanos por instinto buscamos historias (relaciones de causalidad) en el mundo que nos rodea. Nos resulta imposible captar los acontecimientos en forma aislada; inevitablemente los vinculamos. Los motivos son, simplemente, los elementos que distinguimos como parte de esas historias. Si los relatos periodísticos son las representaciones que hacen seres humanos sobre los fenómenos de la realidad, es inevitable que ellos estén organizados a partir de motivos.
No todos los textos periodísticos representan con éxito la cadena de motivos de las historias reales. El texto periodístico informativo se hace cargo de todas las convenciones de la noticia, y solo algunas de ellas se relacionan con la narración (el conflicto y el interés humano).
La crónica necesita un ingrediente de inmediatez, de urgencia, para aparecer en un periódico o una revista. Pero como es un texto que tiene, como decía Antonio Cándido, una “segunda vida” literaria, debería hablar también de temas perdurables. Ya en 1925 Tomachevski ofrecía una propuesta para lograrlo:
Cuanto más importante sea el tema y más duradero su interés, tanto más estará asegurada la vigencia de la obra. Haciendo retroceder de este modo los límites de la actualidad, podemos llegar a los intereses universales (los problemas del amor, de la muerte) que en el fondo siguen siendo los mismos a lo largo de la historia humana. Pero estos temas universales deben nutrirse de una materia concreta, y si esta materia no está vinculada con la actualidad, plantearse estos problemas pierde todo interés. (p. 201)
¿Cuáles son los motivos de la crónica latinoamericana actual? Una mirada al sitio de internet https://cronicasperiodisticas.wordpress.com, el mayor repositorio del género, creado por el periodista español Roberto Valencia, muestra los siguientes descriptores:
Animales Argentina Asesinato Bolivia Boxeo Chile Cine Colombia Cárceles Delincuencia Deporte Desastres naturales Dictadura Drogas Ecuador El Salvador Enfermedad España Estados Unidos FARC Frontera Fútbol Guatemala Guerra Homosexualidad Honduras Hugo Chávez Indígenas Justicia Literatura Los Zetas Lujo Maras Migrantes Militares Muerte México Música Narcotráfico Nicaragua Niñez Pandillas Perfil Periodismo Perú Pobreza Policía Política Prostitución Religión Revolución Secuestros Sexo Uruguay Venezuela Viajes Violencia.
Estas palabras clave coinciden con la enumeración de Darío Jaramillo Agudelo (2012) en el prólogo de su antología sobre la crónica latinoamericana actual:
Los grandes capítulos de la crónica latinoamericana son la violencia o la extravagancia. Quieres estar por fuera de la moral convencional para poder oír la voz del asesino, de la madama, de la niña utilizada como objeto sexual (…). La crónica es la agente del mito popular, de la nueva estética kitsch, de lo cursi, lo extravagante, lo envidiado. Sus protagonistas pueden ser el ídolo de multitudes, la cantante famosa, el futbolista estrella, el que haga alharaca. La crónica lo acepta como mito y ayuda a la mitificación. Pero también es el altavoz de la víctima. A la crónica le fascina la víctima. Y el espacio prohibido, gueto o secta, cárcel o frontera caliente. El momento del despelote, por terremoto o lluvia, por represión o mera y patética violencia para poder sobrevivir. La crónica suspira y desvive por encontrar las razones del asesino, sea el niño asesino o el presidente asesino, el terrorista asesino o la adolescente pistolera. (p. 45)
Sin embargo, estos listados, aunque parecen exhaustivos, tienen la debilidad de no distinguir entre cronistas, lo que resulta para...