Saber negociar con el diablo
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Saber negociar con el diablo

Andrés Martín Martos

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Saber negociar con el diablo

Andrés Martín Martos

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Un libro para aprender a tener éxito en negociaciones difíciles ¿Cuántas veces negocias cada día? La negociación preside casi todos los actos de nuestra vida, y en ocasiones nos tenemos que enfrentar a quienes pretenden engañarnos o perjudicarnos. ¡Son negociaciones endiabladas! Sin embargo, la experiencia nos demuestra que tales situaciones se pueden superar con resultados positivos siempre que apliquemos la estrategia correcta. En la presente obra, los autores nos plantean dos escenarios: uno, metafórico, con Atila recorriendo el infierno descrito por Dante en la Divina Comedia, donde se muestran las competencias que se han de desarrollar en negociaciones difíciles; y un segundo escenario basado en situaciones reales experimentadas por los propios autores. Ingenio, humor, creatividad y literatura se fusionan en este relato dual de ficción y realidad como la vida misma.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2012
ISBN
9788415750871
CÍRCULO III
El abismo de las emociones
Competencia: Autocontrol
«La mayoría de nuestras equivocaciones en la vida nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos.»
John Churton Collins
El grupo de Atila se encuentra ya en el tercer círculo. Miren donde miren sólo pueden observar personas atormentadas.
En este espacio siempre cae, de manera continua, una lluvia fortísima. Es una mezcla de granizo grueso, agua turbia y nieve, que se precipita a través de la atmósfera oscura y perversa, y que repudre la tierra al penetrarla.
A este tercer círculo vienen castigados quienes tuvieron el vicio terrenal de la gula.
Se completa el castigo con la pena añadida de vivir ensordecidos por los horribles ladridos de Cerbero, el demonio del pozo. Su principal cometido es asegurar que ninguno de los allí condenados abandone este círculo.
Cerbero es un perro monstruoso de tres cabezas, con una serpiente de colmillos funestos en lugar de cola e innumerables cabezas de culebra en el lomo. Su vista es roja, porque los ojos están llenos de fuego. Su pelo es inmundo y rizado, ancho su vientre, uñosas sus patas, con las que troncha las almas, las pela y las descuartiza. Permanentemente se encoleriza, cruel, con la postrada gente que habita en este círculo.
Era imposible reconocer a nadie en este tercer círculo puesto que a todos les faltaban trozos en sus cuerpos desgarrados.
Cuando Cerbero ve llegar a los visitantes, abre las golas y empieza a prepararse para un gran festín inesperado. Al verlo, Sócrates, Maquiavelo y Diderot se agachan, toman tierra con ambas manos y se la lanzan a cada una de sus bocas, apartándolo así de su camino.
El grupo continúa su andadura por este tercer círculo avanzando entre el infernal fango a paso lento, rodeados de sombras y de lluvia.
En esto que Atila pregunta a Sócrates:
–Maestro, estos tormentos que sufre hoy toda esta gente, ¿serán menos violentos y crudos tras la gran sentencia?
Tras pensarlo brevemente, Sócrates le responde:
–¿Acaso no sabes que cuanto más y más perfecta es una sustancia más sensible es al bien pero también lo es a la terrible dolencia?
–O sea que toda esta turba, castigada por los tiempos de los tiempos, no avanzará hacia la perfección y no hallará ganancia alguna en el juicio eterno, ¿verdad? Pues te digo que entonces es difícil entender el sentido del castigo. Si no es para ser consciente del mal causado y corregirlo en el futuro, ¿qué sentido tiene?
Con una leve sonrisa de resignación, Sócrates dejó suspendida la pregunta en el aire.
Finalmente, y tras ascender a un pequeño montículo, llegan a la parte posterior del círculo. Allí se encuentra la salida. Y allí les espera Cerbero.
En la zona de la salida hay cinco puertas. Cerbero está sentado ante ellas mostrando toda su fiereza. Sin saberlo Atila y sus amigos, Lucifer ya se había dirigido al perro infernal advirtiéndole de la visita. Su cometido debía ser crear confusión y obcecación entre el grupo, para impedir que descubran la salida de este círculo.
Los ve avanzar hacia él y les conmina:
–Atila, ya he sido informado por mi señor que vuestra misión en este círculo era sólo conocerlo. Por tanto, si ése es tu deseo, puedes permanecer en él tanto tiempo como estimes oportuno.
–Ya he observado lo suficiente como para pasar al siguiente círculo. Te ruego que me indiques cuál es la puerta de salida –le responde con sequedad manifiesta.
–No puedo acceder a tu petición. Recuerda que yo soy el responsable de evitar que nadie salga. Desde el principio de los tiempos me fue prohibida la posibilidad de decirlo. Y no será ahora cuando rompa esa instrucción.
–Entonces tendremos que buscarla por nuestros propios medios.
–No puedo oponerme ya que no habéis sido condenados a permanecer aquí. Sin embargo, no podréis utilizar la puerta que está señalada con el número cuatro.
–¿Por qué no?
–No estoy autorizado a daros esas explicaciones. Sencillamente os está vetada esa posibilidad.
–Pero es absurdo. Puedo entender que no nos digas cuál es la puerta de salida y que la tengamos que buscar nosotros. Ahora bien, si conoces nuestra misión aquí, ¿por qué no podemos utilizar la puerta cuatro?
–No insistas, Atila. Ya os he dicho que no la podréis utilizar y no la utilizaréis. Me encargaré personalmente de que así sea. –Y poniéndose de pie sobre sus cuatro patas, hinca las garras en el suelo, levanta sus tres cabezas de manera provocadora y mueve con fulgor su cola de serpiente.
Los cuatro amigos retroceden unos pasos, un poco espantados por el terrible espectáculo de aquella fiera.
–¿No os parece extraño? –pregunta Diderot.
–Desde luego –reflexiona Sócrates–. De todos es conocido que de las cinco puertas existentes sólo una permite salir del tercer círculo. Cerbero es conocedor de nuestra misión y de que no representamos ningún peligro. ¿Por qué nos permite buscar la salida por cualquiera de las puertas pero nos impide que probemos con la número cuatro?
–Probablemente es una trampa de su mente diabólica y precisamente la número cuatro es la puerta correcta.
–O probablemente es una trampa para que nos ofusquemos con esa puerta y nos olvidemos de las otras –corrige Maquiavelo.
–¿Qué quieres decir? –pregunta Atila.
–Es un viejo truco muy utilizado. Alguien te la...

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