Patricia
Mis pies y todo alrededor nubes
Patricia vivió 40 años, 10 meses y 21 días. Los primeros treinta y cinco los pasó en libertad, en el mismo barrio, en la localidad bonaerense de Ezpeleta, Quilmes. Los últimos cinco años y ocho meses, en cambio, estuvo presa en dos cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense, mitad en la Unidad nº 51 de Magdalena, mitad en la Unidad nº 47 de San Martín. El 3 de agosto de 2019, Patricia murió presa, esposada a una cama del Hospital de Agudos Carlos Bocalandro, en Tres de Febrero, mientras pagaba una condena por homicidio agravado por el vínculo. Su crimen: haber tenido una emergencia obstétrica, sola, en su casilla, una noche de invierno.
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El viernes 10 de mayo de 2019, en una improvisada sala de visitas de la Unidad nº 47 del Servicio Penitenciario Bonaerense, Patricia relata estos hechos como quien comenta algo que le sucedió a otra persona, lejana y frágil. Temprano, esta mañana, ha llovido y mientras Patricia habla –ya cerca de las diez– se empieza a despejar. Es un mayo frío y ella viste un sacón gris, abrigado. También es gris el cuarto asignado para la entrevista, una habitación chica en la que apenas entra una mesa, un par de sillas viejas de oficina –de esas que si una les da una palmada en el asiento desprenden una pequeña nube de polvo– y una estantería con biblioratos. En las paredes, corchos con chinches rojas, amarillas y verdes sostienen normas tan arbitrarias como vitales para las mujeres que habitan esos pabellones: “Electrodomésticos. Marzo, Mayo, Julio, Septiembre y Noviembre”; “Perfumes (1 unidad). Febrero, Abril, Junio, Agosto, Octubre y Diciembre”; “Fútbol Femenino Miércoles 9 a 11 hs. Espartanas Viernes 9 a 11 hs”, y así. La luz ingresa por dos ventanitas con barrotes, a través de unas cortinas rosa bebé. Como para que quede claro que es una cárcel de mujeres.
Cuando Patricia habla de su infancia habla de violencia y pobreza. Así, con sus cinco hermanos y hermanas, transcurrían sus días ante un padre alcohólico que les pegaba “con todo lo que tenía a mano: mangueras, varillas, ramas de árboles”.
Tengo un episodio que me acuerdo que me marcó mi vida. Él me quiso ahorcar porque había repetido cuarto grado. Yo no sabía si llegar o no a mi casa porque sabía que algo malo me iba a pasar. Llegué a mi casa, no le mostré el boletín por unos días. Después se enteró que los habían dado y cuando estuvo tomado agarró una piola de esas de albañil, un tacho grande sobre los que cargan agua. Me hizo subir al tacho, me puso la soga en el cuello y me colgó de un tablón del techo. Me salvó un amigo de él que vino borracho a casa.
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Desde muy chica, Patricia aprendió a curarse las heridas sola y a mentir en el hospital si la herida era tan grande que debían cosérsela. “Llegué a sentir que el dolor en mi cuerpo no me dolía”. Disociándose y anulando el sufrimiento, siguió adelante. Creció y quedó embarazada en varias oportunidades. Patricia nunca se daba cuenta de su estado hasta el momento mismo en que paría.
Tiene tres hijos y todos sus embarazos tuvieron como rasgo común la ausencia de signos que exteriorizaran su estado de gravidez. A Patricia la panza no le crece y tampoco siente las contracciones previas al parto. Sus embarazos nunca fueron controlados porque no iba al médico, jamás tuvo un examen ginecológico. Se la pasaba trabajando para mantener a su familia; uno de sus hijos tiene una discapacidad, lo que le requiere más tiempo y recursos. Patricia relata con los ojos bien grandes y casi con una sonrisa la sorpresa que le generó el parto de su hijo mayor. Ese día estaba con su mamá en su casa.
Y le digo: “Ma, me duele la panza”. No eran dolores de panza tipo contracciones como las mujeres. Yo no tengo contracciones. Y le digo: “Mami, tengo una bola. Una bola mami me está saliendo de ahí”. Y me dice: “Ay, gorda, vos estás embarazada. Vos vas a tener un bebé”. Yo le dije: “No, mami, nada que ver, ¿cómo voy a tener un bebé?”. “Sí, gorda, esa es la cabeza del bebé”, me dijo. “Es una cabeza, algo”, porque ella me tocaba. Me metía la mano y era la cabeza de mi hijo.
De esa forma también nacieron sus otras dos hijas, de repente y entre viajes en colectivo camino a trabajos precarizados. Pero la última vez que quedó embarazada, la situación fue distinta. Era agosto de 2013.
De lo que recuerdo yo es que era domingo, a la noche. Me sentí con ganas de ir al baño, no eran muchos dolores, eran apenas, poquitos, entonces había un tacho y orino en el tacho. Porque nosotros en mi casa no teníamos baño, teníamos en el patio, o sea cuando era de noche ya hacíamos en un tacho. Sentí que me orinaba más de lo que me tendría que haber orinado. Me acuerdo que empecé a ver como una nube, me senté y no podía pararme porque la nube toda ahí. Era lo único que había alrededor. Y mis pies. Allá, abajo, todos mis pies y todo alrededor nubes. Estaba sola, no podía llamar a nadie, no podía hablar, mi cuerpo no me reaccionó, no pude hacer nada. Me desmayé pero despierta.
Cuando se pudo incorporar –después de haber perdido sangre y haber quedado inconsciente–, Patricia recuerda que hizo, como pudo, lo que hacía siempre: limpiar. Luego, sacó la basura y siguió su vida. A la mañana siguiente, como cualquier otro día, fue a trabajar.
Según relatarían casi cinco años más tarde dos periodistas en una sección secundaria del portal Infobae, lo que le sucedió ese día a Patricia fue un aborto de un feto de cinco meses de gestación. De acuerdo con la sentencia condenatoria, en cambio, Patricia “golpeó a su hija recién nacida en la cabeza y le provocó un traumatismo de cráneo que la llevó a la muerte. Luego la imputada […] arrojó el cuerpo sin vida de su hija a un contenedor de basura”. Por esos hechos, Patricia es detenida y acusada del delito de homicidio agravado por el vínculo, que según el Código Penal implica la pena máxima de prisión perpetua.
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Después de aquel episodio, Patricia continúa su vida, entre trabajos precarios y tareas de cuidado. Pasan meses sin que se entere de que hay una investigación en curso contra ella. De hecho, no lo sabe hasta que un día la policía la detiene para pedirle que se saque sangre por una investigación de homicidio.
Yo me había ido a Quilmes a tomar un helado con mis hijos, a buscar a mi hijo que venía de la escuela. Venía en un remis, y me dicen: “Tenemos que llevarla un segundo para hacer unas averiguaciones”. Un policía en un auto particular. “Bueno”, le dije, “está bien”. Mi hijo me dice “yo me quedo” y entonces yo me voy con mi hija menor. Me tuvieron ahí. Me preguntaron muchas cosas. “Después de esos hombres todo cambió”, me dijo mi hija. 4 años. Es muy viva mi hija. Aparecen y me dicen: “Vamos a hacerle unas preguntitas”. Me llevan, me tienen y me sacan un ADN de sangre. Me dijeron: “Vamos a hacer un ADN porque hay un homicidio y podés estar o podés no estar, ser culpable o no ser culpable vos”. Y yo le dije: “¿Qué?”. Y me dicen: “Sí, se te acusa de haber matado a tu hija. A tu bebé”.
Así se entera Patricia de lo que la acusan. Recuerda que al volver de la comisaría le dijo a su hermana: “Dicen que tuve un bebe y lo maté”. Pero sus recuerdos de esa noche son muy distintos a los de la investigación. Varios meses después, el 6 de noviembre de 2013, tocan la puerta de su casa. “Un allanamiento en mi casa, que me venían a buscar a mí. Me llevan presa”. Años más tarde, desde su celda en el penal de San Martín, Patricia escribe un poema que recuerda ese día.
La despedida de mis seres queridos
Fue en noviembre como todos los noviembres
Cuando el calor deja huellas en la cara y también esta vez en mi corazón
El dolor se apoderó de mí
El dejar mis seres queridos fue sentirme derrumbada
Mis hijos con su cara de incertidumbre y sin saber que ese día iba a ser el último en verme en la casa
Los árboles de nísperos alegres brillantes con todos sus frutos maduros listos para ser cortados y el viejo árbol de palta fueron testigos de mi despedida
Fue un momento muy confuso, que solo el destino sabría dónde yo iría
Me encontraba sentada en un patrullero
Era la primera vez que sentía el rigor de las esposas
Que apretaba mi mano pero más apretada estaba mi garganta
Que no pudo dar una explicación a esos ojos vidriosos que quebraba de tanta tristeza
Enfrentaba una nueva batalla, solo que esta vez no tenía manera de defenderme
Estaba desarmada, insegura, con mucho miedo, pero una acción, una sola acción
La de no dejarme morir
Estando viva o vivir hasta que llegue la muerte.
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Desde aquel día y hasta su muerte, Patricia estuvo presa. Pasó dos años y medio con prisión preventiva por el delito de homicidio agravado por el vínculo.
A días de la fecha del juicio oral, le ofrecen un acuerdo de juicio abreviado por una pena de ocho años de prisión. Después de hablar con su familia, y ante el riesgo de pasar la vida entera presa, Patricia se declara culpable. En el acuerdo transcriben las observaciones del peritaje psicológico donde queda plasmado que ella “en términos subjetivos, no logró caracterizar [el embarazo], al no reconocer su estado de gravidez”. Así, el Tribunal en lo Criminal nº 2 de Quilmes homologa un acuerdo que la condena por un homicidio producto de un embarazo que nunca identificó.
Patricia pasó por distintos establecimientos penitenciarios. Antes de la Unidad nº 47 de San Martín estuvo en la Unidad nº 51 de Magdalena, también en la provincia de Buenos Aires. En Magdalena estuvo detenida en el pabellón de resguardo, por cargar con el estigma de ser una “infanticida”. En San Martín, en cambio, no le contó a ninguna compañera sobre el hecho. Y con ese silencio logró convivir hasta el momento de su muerte. Sabía que el riesgo de hablar era ser violentamente agredida.
Pasaron los años y Patricia ya estuvo en condiciones de acceder a salidas transitorias y a la libertad condicional. No registraba sanciones y cumplía con creces sus responsabilidades académicas como estudiante del Centro Universitario de la Universidad Nacional de San Martín (Cusam). Pero cada vez que pedía esos beneficios a los que tenía derecho, se los rechazaban.
El 3 de agosto de 2019, tras cinco años y ocho meses de estar privada de su libertad, Patricia falleció por una infección a raíz de un problema de vesícula no tratado. En un comunicado, sus compañeras del colectivo YoNoFui expusieron que, a sus 40 años, había muerto esposada a la cama del hospital después de una larga agonía por falta de atención médica.
Pánico moral y castigo ejemplificador
Ante las emergencias obstétricas que sufren mujeres como Patricia, cunde el pánico moral y la pretensión es que se imponga un castigo judicial y social ejemplificador. Con estas penas, se pretende crear la ficcional certeza de que hechos como estos jamás volverán a ocurrir. La hipótesis parte de otra ficción mucho mayor: que estos hechos son voluntarios y que, con su represión, se los desincentiva. Así, se oculta la realidad más básica de sus protagonistas: su exposición a múltiples violencias, la falta de acceso a la salud y a la educación sexual, y el hecho de que la mayoría de ellas ni siquiera sabía que estaba cursando un embarazo.
En términos históricos, la respuesta punitiva a las mujeres criminales tuvo su base en un engranaje que buscó imponer modelos de sexualidad y estereotipos de género para mantener a las mujeres en el matrimonio y en el hogar. La criminalidad femenina fue vinculada con fallas morales que contradecían el ideal de maternidad. Tanto es así que el Estado delegó el disciplinamiento de las mujeres en la esfera eclesiástica hasta los años setenta. El abordaje religioso de la criminalidad femenina demuestra que el sistema penal puso el foco en la moralidad de la vida de las mujeres, y su colocación en el papel de garante que protege y cuida de la familia, en general, y de les niñes, en particular.
En la actualidad, para la construcción de estas criminales en el imaginario popular se requieren diversos dispositivos. Junto con la justicia y la religión, los medios hegemónicos cum...