Pereza
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Pereza

Historia de los afectos

Armando Casas, Leticia Flores Farfán, Leticia Flores Farfán

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Historia de los afectos

Armando Casas, Leticia Flores Farfán, Leticia Flores Farfán

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En este volumen se presenta una amplia muestra de la pereza como tema en el cine. Desde el personaje emblemático de Oblomov, de la novela de Iván Goncharov, que dio lugar a la reconocida película de Nikita Mikhalkov y que ha generado el conocido síndrome Oblomov, hasta el personaje de culto the Dude de la película de los hermanos Cohen, El gran Lebowski. Se repasan figuras del cine mexicano como Cantinflas y Tin Tan, personajes como Pito Pérez y Cuca.

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Rafael Ángel Gómez Choreño*

La acidia y los extraños placeres
de una vida inútil

Hilo lacre:
¡un dolor hecho alegría de campanas!
Pito Pérez1
Una de las reflexiones filosóficas más profundas y atinadas sobre el paradójico papel de la acidia frente a los más complejos enigmas de la condición humana, nos lo ha ofrecido recientemente Andrei Tarkovsky con su película Nostalgia (Nostalghia, 1983). Y no afirmo esto sólo porque haya logrado relacionar, con relativa facilidad, la acidia con todas las complejidades somáticas y psicológicas que la tradición le ha atribuido a la melancolía —como lo ha intentado Lars von Trier en Melancolía (Melancholia, 2011)—, sino por el modo como ha logrado problematizar cinematográficamente esa rica armadura simbólica que una cierta tradición ha querido construir alrededor del espíritu melancólico, logrando identificar y poniendo al descubierto la importantísima relación entre la acidia y la nostalgia, mostrando en pantalla —además de un impresionante desarrollo poético de sus formas e imágenes más inmediatas— algunas notas fundamentales sobre la génesis de la nostalgia en la siempre terrible e intempestiva emergencia del espíritu solitario y vagabundo de la acidia.
El resultado es apabullante, desgarrador, desconcertante, pero también resulta estimulante porque nos permite reflexionar sobre la utilidad ética y política de esos pensamientos que mueven y son movidos —incluso para nuestra desgracia— por las pasiones, por los deseos, por los sueños, por las fantasías, y que producen esas imágenes en que suelen perderse la memoria y la esperanza, en medio de la más agobiante desesperación o la desesperanza, sin depender por ello de doctrinas ni credos, conservando como única guía espiritual los datos más elementales e irrenunciables de la condición humana. Nada le importa a Tarkovsky si estos humanos pensamientos han sido considerados en otros tiempos pecaminosos, maliciosos o viciosos; se ha concentrado en lograr mirar y hacernos mirar, a través de ellos, de sus imágenes, la lucidez y claridad de la poesía y la locura de unos perfectos acidiosos. La nostalgia no sólo se convierte en un espacio común entre Andrei y Domenico, el poeta y el loco, ante todo es un umbral que se necesita cruzar para comprender, a través de la tristeza, la enfermedad y el duelo, el sinsentido de los valores con que le hemos querido dar forma y destino a una vida sin propósito ni esperanza: a los extraños placeres de una vida inútil.
Quizá todo esto resulte confuso por el largo predominio de un uso indiscriminado de algunos conceptos clave, pero conviene hacer algunas precisiones. Estamos tan acostumbrados a hablar sobre los vicios y las pasiones como si se tratara de simples debilidades humanas, que asumimos que ya no es necesario preguntarnos cómo funciona su compleja configuración moral, ni como defectos de carácter o deficiencias orgánicas, ni como excesos culposos. La diferencia puede parecer insignificante, pero pensar así es más el resultado de un simple descuido intelectual que producto de alguna claridad teórica.
No es lo mismo vivir en el vicio o sujetos a las pasiones por defecto o deficiencia de nuestra naturaleza corporal o psicológica, como si efectivamente se tratara de una simple debilidad física o mental, que optar por los vicios como consecuencia de un despliegue excesivo de nosotros mismos, es decir, a partir del desarrollo consciente y voluntario de nuestras capacidades, de nuestros afectos o pasiones, de nuestra inteligencia o nuestras diferentes potencias intelectuales (como pueden ser los deseos, las memorias, los sueños o las fantasías), o incluso a partir del despliegue de algunas de nuestras más polémicas fortalezas físicas y espirituales. Poco importa, además, si esta voluptuosidad excesiva termina produciendo sentimientos de arrepentimiento o culpa, o si nos produce sentimientos de gozo y alegría que otros pueden censurar y censuran; lo que resulta realmente significativo, por el momento, es su evidente e ineludible dimensión ético-política. Los vicios, justo cuando logramos comprenderlos como pasiones o excesos culposos, mucho más claramente que cuando simplemente los entendemos como defectos de carácter o deficiencias orgánicas, se convierten en una parte fundamental de nuestra experiencia ético-política de la condición humana.
Nostalgia de Andrei Tarkovsky.
Lo cierto es que comúnmente estamos más dispuestos a aceptar la pragmática perspectiva que nos han inculcado la psiquiatría y la psicología modernas sobre fenómenos como la acidia,2 ya que creemos que su visión de las cosas implica una comprensión más adecuada sobre la naturaleza médica de los vicios, debido a que pensarlos como enfermedades del alma o del cuerpo nos simplifica en muchos sentidos su procesamiento social y económico, aunque nos complique definitivamente su asimilación ético-política en la vida cotidiana.3 Si alguien tiene, por ejemplo, un gusto excesivo por la buena bebida y la buena comida, o por los placeres sexuales o por las reacciones iracundas frente a las injusticias de la vida, o si simplemente prefiere entregarse algunas veces al simple desgano o al tedio, resulta relativamente sencillo suponer que esa persona está enferma y que puede recuperar la salud perdida con un medicamento o con un tratamiento terapéutico, o ambas cosas.4 Sin embargo, este tipo de suposición médica implica la generalización de un amplio conjunto de creencias sobre la naturaleza humana —por ejemplo, sobre la naturaleza genética de los vicios o la naturaleza orgánica de las enfermedades mentales relacionadas con ellos—, como si no fuera también importante el trasfondo cultural que les suele dar forma y que los hace parte irremediable de la condición humana, no por naturaleza, sino de acuerdo con las circunstancias históricas que van haciendo posible la configuración real y no ideal de una vida humana.
La triste consecuencia de todo esto, lamentablemente, es que hemos perdido la capacidad de entender la configuración moral y política de las representaciones sociales que nos hemos formado sobre los vicios y sobre su naturaleza, y por ello cada vez se nos dificulta más entenderlos como resultado de elecc...

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