La maldición de la inteligencia
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La maldición de la inteligencia

  1. 208 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La maldición de la inteligencia

Descripción del libro

Ser inteligente puede ser un problema y muy a menudo lo es. Un problema para los propios niños, para los padres y para los educadores en general, que no tienen ni la preparación ni el tiempo suficientes para darles a estos niños la atención que necesitan. También es un problema para la sanidad pública, cuando a los superdotados se les diagnostican diferentes trastornos sin llegar a vislumbrar lo que hay detrás de los diversos síntomas que manifiestan. Con demasiada frecuencia, los problemas emocionales, sociales y educativos de los superdotados generan abandono escolar, fracaso profesional, problemas familiares graves y enfermedades psicosomáticas. En este libro, Carmen Sanz Chacón analiza en detalle cómo son las personas más inteligentes, qué problemas tienen en su relación con los demás e incluso cómo este exceso de inteligencia afecta de forma diferente a hombres y mujeres, con el objetivo de que puedan ser comprendidos por familiares, profesores y profesionales de la salud. Además, la autora propone medidas de apoyo para cubrir sus necesidades especiales, así como consejos prácticos destinados a los propios superdotados, para que puedan ser felices aun siendo especiales, para que la inteligencia no sea una maldición.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2014
ISBN del libro electrónico
9788416096831

1. Ellos

Juan
Juan es superdotado. Es mucho más inteligente que la media de la población, de hecho, está entre el 1 % de las personas más inteligentes del país.
Juan es un tipo con muy buen humor, es capaz de sacarle chispa a casi todo y hacer ese comentario irreverente en medio de la exposición más seria de su jefe. Afortunadamente, se contiene y no la hace. Ya es el tercer trabajo en los últimos diez años y no puede seguir así.
Juan también es un despistado integral. Él dice que es la única persona capaz de estrellarse con la misma puerta de cristal tres veces seguidas, ante la atónita mirada de sus compañeros. En la última reunión se oyó un sonoro y colectivo «¡LA PUERTA!» treinta segundos antes de que chocara. Se volvió y dijo: «Ya, ya…» con una sonrisa en la cara.
Es habitual verle con un calcetín de cada color o con el jersey al revés. No pasa nada, no es importante, cuando se estaba vistiendo estaba pensando en otra cosa. Como cuando está leyendo un libro que le interesa o trabajando con su ordenador en algo que le atrae. Ya le puedes estar diciendo a un metro que vas a regalarle un par de millones de euros, te contestará: «Qué bien» sin escucharte en absoluto. Luego vienen los líos: «Si te lo dije ayer y te parecía bien».
Su despiste y su falta de atención vienen de lejos. Ya de crío se olvidaba la cartera en el colegio y los libros en casa, con la consiguiente bronca de los profesores. Cuando el maestro le hablaba en la escuela, él estaba mirando atentamente una mancha en el techo, a las nubes o soñando despierto con mundos lejanos. Más de un tirón de orejas y más de una expulsión de clase le valieron sus distracciones, aunque eso era mejor que estar atento a lo que explicaba el profesor y discutir sus razonamientos. Eso implicaba convertirse en la oveja negra y ganarse el odio de los docentes. Mejor callado y dedicarse a sus cosas.
Ya en el instituto empezó a tener graves problemas por su falta de atención, por no hacer los trabajos que le encargaban y por saltarse algunas clases con disculpas imaginativas. A pesar de todo, sacaba notas aceptables hojeando el libro el día antes del examen y así en casa le dejaban en paz.
Los últimos años de secundaria fueron muy duros, no tenía hábito de estudio y no le interesaba nada todo aquello. Quería que le dejasen en paz, investigar y aprender otras cosas por su cuenta. No quería someterse a la disciplina del colegio, ni creía en nada de lo que le contaban. Había optado por no discutir, por callarse y hacer lo que le daba la gana. Al final de curso las malas calificaciones llegaron sin remedio y tanto en casa como en el colegio empezó a enrarecerse el ambiente.
Le llevaron a un psicólogo que erróneamente le diagnosticó trastorno por falta de atención y pretendió medicarle. Pasó de la medicación y de seguir estudiando, abandonando su idea de ir a la universidad. Empezó a trabajar en lo que pudo para poder independizarse y vivir a su manera. Nadie le comprendía.
Julián
Julián llegó en un desapacible día de febrero. Al entrar en el despacho su figura se define ante la luz: un hombre de alrededor de 40 años, alto y corpulento. Viste de forma desenfadada, vaqueros y camiseta, algo que no le favorece por su exceso de peso.
Evita el contacto visual, mirando constantemente hacia los lados, pero nunca a la cara. Para hablar se tapa la boca de forma inconsciente. Gestos propios de una persona que intenta protegerse.
Me cuenta que está muy mal, cree que tiene depresión. Está harto de ser un tipo «raro». En la universidad su pareja se lo dijo al dejarle sin que hubieran llegado a tener una verdadera relación. Estaba enamorado de ella. Nunca más se ha atrevido a dirigirse a ninguna otra chica.
Continúa contándome su vida, es licenciado universitario, tiene un buen trabajo en una gran empresa, gana bastante dinero, pero vive con su madre y no tiene carné de conducir. No pudo sacárselo, lo ha intentado muchas veces, pero se bloquea por los nervios.
Le ocurre lo mismo cuando está cerca de una mujer que le gusta. Empieza a temblar, le entran sudores fríos, palpitaciones, y es incapaz de articular palabra. Huye.
Viene de una familia de clase media y ha recibido una educación restrictiva y rígida. Tiene muy buena relación con su familia, en especial con sus hermanos. En cierto modo es lo que le salva de estar completamente solo, ya que no tiene amigos.
Tenía algunos cuando estudiaba, pero poco a poco han ido construyendo su propia vida y familia. No ha sido capaz de hacer más; evita ir a fiestas y conocer gente nueva, no se encuentra cómodo con la gente. Prefiere estar solo, aunque así tampoco es feliz.
Sus problemas se agravaron a raíz de la muerte de su padre. Era su principal apoyo y cuando él murió se derrumbó.
Hay zonas en su vida de las que no se puede hablar, son intocables y solo alude a ellas cuando es imprescindible (siempre de pasada).
Empieza a ganar algo de confianza y me habla de su infancia. Era un niño gordito y llevaba gafas, en el colegio se burlaban de él y le maltrataban psicológica y físicamente casi a diario.
Nunca se lo había contado a nadie; de hecho, después de dos años de trabajar sobre estos recuerdos solo se lo ha comentado a un hermano.
En algún momento de su vida le hicieron un test de inteligencia y le dijeron que era superdotado. Pero él no entendió por qué no podía ser como los demás.
Solo quiere poder bromear, reír, salir con chicas, casarse, tener hijos y una familia a la que querer. Ser normal. Está harto de que todo el mundo le diga que es un tipo «raro» y de no encontrar a nadie que le comprenda. Se siente muy desgraciado.
Alberto
Alberto tiene 23 años. Es alto y de constitución delgada, aunque le sobra algo de peso. No se ha cortado el pelo desde hace muchos meses y se viste con dejadez, habitualmente con un chándal y una camiseta de manga corta tanto en verano como en invierno.
Su madre está desesperada porque ya no sabe qué hacer con él. Empezó dos carreras y las ha dejado. Ya no va a la universidad, duerme hasta mediodía y no hace más que pasarse el día conectado al ordenador.
No hace deporte, no sale con amigos y no habla con nadie (ni siquiera con su madre o su hermana).
Cuando le presionan dice que sí a todo, pero después no hace nada de lo que ha prometido y miente para ocultarlo.
Cuando intento hablar con él se queda impasible. Le pregunto acerca de su vida, de cómo se ve y qué aspiraciones tiene, pero lo único que consigo son respuestas de una o dos palabras. Nunca una verdadera conversación.
Alberto está en tratamiento contra la depresión, no tiene amigos, nunca ha tenido una novia y se siente muy infeliz.
Pasa mucho tiempo conectado al ordenador, pero prácticamente ni entra en las redes sociales. Le entretiene jugar a videojuegos en red con desconocidos.
No va a la universidad porque se siente mal, y tampoco conoce a nadie a pesar de llevar casi dos años cursando la misma carrera.
No sabe qué quiere hacer con su vida o con su futuro (ni siquiera a corto plazo). Solo percibe que se siente mal y que su madre no lo deja en paz.
Miguel
Miguel tiene 8 años. Es un niño rubio, con ojos azules y una cara muy dulce. Es agradable y divertido estar con él.
Viene a verme porque en el colegio es un niño triste, que no juega con el resto de los niños en el patio, y la profesora cree que puede tener problemas de sociabilidad.
Me comenta que no le pasa nada, que todo está bien.
Intenta hacer amigos, pero no lo consigue y no entiende por qué.
Algunos niños lo llaman tonto, pero él prefiere callarse a responder.
Su madre está preocupada porque cada día parece estar más deprimido y sin ganas de ir a clase.
Luis
Luis es un niño muy activo, físicamente fuerte y que mira con desconfianza y atrevimiento al mismo tiempo. Tiene 9 años y ya ha pasado por tres colegios diferentes.
Su madre me dice que siempre han tenido problemas con los profesores y con otros niños, que Luis es muy bueno, pero que le pasan cosas.
Luis comienza a contarme una anécdota: una niña ha intentado colarse en la cola de entrada al comedor y eso no está bien. «Yo se lo dije, pero no me escuchaba. Volví a decírselo, me gritó y me dijo que la dejase en paz. La cogí del brazo, me empujó y le di una patada. Luego los otros se pusieron todos contra mí y me insultaron». «Se lo digo al profesor y no me hace ni caso o me castiga. Es injusto».
«Nadie me escucha, estoy harto…».
Alejandra
Alejandra tiene 10 años, es una chica fuerte y despierta. Ha tenido muchos problemas en el patio. Se hace respetar a golpes si hace falta.
Sus padres la han traído porque comienza a estar desmotivada, ha dejado de estudiar y no quiere volver a clase.
Tiene graves síntomas de ansiedad, no duerme, ha dejado de comer y llora con facilidad.
En el comedor se meten con ella, le quitan el plato y la servilleta. El último día se enfadó y le echó una jarra de agua por la cabeza a otra niña. Los profesores están muy preocupados por su agresividad.
Nadie la entiende.
Lucía
Lucía tiene 6 años y siempre ha sido excesivamente correcta, pero, al ser la primera y única hija, sus padres no se cuestionaban nada. Desde muy pequeña disfrutaban de su conversación y les encantaba responder a sus curiosas e imaginativas preguntas. Su forma de pensar les sorprendía.
Pero desde los 4 años ha comenzado a sentirse diferente, siente que no quiere existir, que la vida es aburrida y no entiende por qué tenemos que nacer. Dice que no quiere ser una persona, que le gustaría ser invisible para poder ver qué hace la gente.
Aparentemente es muy sociable, pero su actitud cambia radicalmente cuando se despide de sus amigos y se queda con su madre. Se pone seria y comienza a criticar sus actitudes. No aguanta más, todos son más felices que ella porque hacen lo que quieren y ella no puede. Es en ese momento cuando explota y empieza a gritar y a llorar preguntando por qué ha tenido que nacer.
A sus padres les preocupa su agresividad y su continua frustración. La han llevado a un psiquiatra y a un psicólogo, aconsejados por su pediatra, pero no han sabido ayudarles. El psicólogo manifestó que podría tener alta capacidad, pero, lamentablemente, no le hizo la prueba de inteligencia. Le hizo un test de personalidad y llegó a la conclusión de que era muy madura para su edad, con una gran empatía (valores humanitarios) y una ba...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Índice
  7. Introducción
  8. 1. Ellos
  9. 2. Características de los niños superdotados
  10. 3. Disincronía emocional o mobbing
  11. 4. Los superdotados en el colegio
  12. 5. Diagnósticos erróneos de la superdotación
  13. 6. Chicas superdotadas
  14. 7. Superdotados adultos
  15. 8. La inteligencia y los superdotados
  16. 9. Inteligencia y felicidad
  17. Bibliografía
  18. Colofón