Julio camba
la rana viajera
© 2008 by Herederos de Julio Camba
© de la ilustración de cubierta, 2008 by MNAC Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona. 2002
Fotógrafos: Jordi Calveras, Marta Mérida, Joan Sagristà.
© de esta edición, 2020 by Alhena Media
Director editorial: Francisco Bargiela
Director de la colección: Juan de Sola Llovet
ISBN: 978-84-18086-10-6
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Indice
Prólogo
Mi nombre de charca
ESPAÑA REENCONTRADA
I. Psicología crematística
II. El templo de la eternidad
III. Se enciende una estrella
IV. Una nueva teoría del clima
V. El temple y el espacio
VI. La mujer, país exótico
VII. Las casas
VIII. La huelga de cuernos caídos
IX. Experiencias de un atropellado
X. La juerga heroica
XI. Julio Antonio
XII. La piedra filosofal
XIII. La peseta
XIV. Escultura kodak
XV. Un admirador
XVI. Literatura patológica
XVII. Una tempestad en una taza de té
XVIII. La taza de té
EN LA TIERRA DE LOS POLÍTICOS
I. El viaje
II. Los políticos
III. La gracia gallega
IV. La raza
V. El idioma
VI. El acento
VII. Un amigo de Míster Borrow
VIII. El arado virgiliano
IX. Propiedad, abogadismo, política
X. El celta migratorio
XI. Grandes hombres
XII. ¿Quién soy yo?
XIII. El Camino de Santiago
XIV. El «botafumeiro»
XV. Cabezas de cerdo
XVI. La «vieira»
XVII. Opiniones políticas y literarias de la Rosario
EN EL PAÍS DE LA RULETA
I. Los temas literarios
II. El treinta y cuarenta
III. Los bolsillos y el espíritu de propiedad
IV. Un nuevo sistema planetario
V. Rousseau y Anatole France
VI. El jugador objetivo
EN EL RINCÓN DE LOS MILLONARIOS
I. El hierro
II. El hombre que se vendió brea a sí mismo
III. El vascuence
LOS MÉDICOS
I. En defensa del resfriado
II. El virtuosismo de la cirugía
III. La viruela obligatoria
IV. Croydon y Madrid
V. Microbios a sueldo
VI. Juventud, divino tesoro...
ENTRE CABALLEROS
I. Los desafíos y el médico
II. Los desafíos y la técnica
III. Los desafíos y el honor
LA POLÍTICA
I. Cerebros artificiales para uso de diputados
II. La industria electoral
III. Una carta
IV. El autor necesita un distrito
V. España, emporio del parlamentarismo
VI. Los ministros nuevos
VII. Un artículo ministerial
VIII. El engaño de las crisis
IX. Acción política de los mariscos
X. Arrasamientos
XI. El congreso, a cuarenta grados
XII. Optimismo
LA ANTIPOLÍTICA
I. El nuevo decorado del mundo
II. Los proletarios de levita
III. el sindicalismo como base de una nueva antropología
IV. La magia del dinero
V. El delito de ser ruso
VI. La tiranía del trabajo
VII. Asesinos manuales y asesinos intelectuales
Prólogo
Mi nombre de charca
Un día el director de un periódico donde yo trabajaba me metió algunos billetes en el bolsillo y me mandó a París. Mis artículos de entonces, como los que más tarde escribí desde otras capitales, tenían la pretensión de estudiar experimentalmente el carácter nacional; pero el único sujeto de experimentación que había en ellos era yo mismo. Yo estoy en mis colecciones de crónicas extranjeras como una rana que estuviese en un frasco de alcohol. El lector puede verme girar los ojos y estirar o encoger las patas a cada momento. Lo que parecen críticas o comentarios no son más que reacciones contra el ambiente extraño y hostil. Yo he ido a París, y a Londres, y a Berlín, y a Nueva York con una ingenuidad y una buena fe de verdadero batracio. Y si lo que quería mi director era observar el efecto directo de la civilización europea sobre un español de nuestros días, ahí tiene el resultado: una serie constante de movimientos absurdos y de actitudes grotescas.
Ahora el poeta vuelve a su tierra, es decir, la rana torna a la charca. Pero, y sin que haya llegado a criar pelo, ya no es la misma rana de antes. Con un poco de imaginación nos la podríamos representar menos ingenua y algo más instruida —que no en balde se ha pasado tanto tiempo en los laboratorios—, muy tiesa sobre sus zancas y hasta provista de gafas. ¿Qué efecto le producirán las otras ranas a esta rana que está transformada de tal modo? ¿Cómo encontrará su charca la rana viajera, después de una ausencia de tantos años?
Mientras he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para juzgar los hombres y las cosas: España. Pero esto era únicamente porque yo soy español y no porque España me parezca la medida ideal de todos los valores. Ahora, y para hablar de España, me falta este punto de referencia. Forzosamente haré comparaciones con otros países.
Y no sólo resultará que España no puede ser un modelo para las otras gentes, sino que no sirve apenas para los mismos españoles. La rana encontrará su charca muy poco confortable.
ESPAÑA REENCONTRADA
I. Psicología crematística
La primera impresión que nos produce España es un poco confusa. Al principio no reconocemos exactamente a nuestro país, no lo encontramos del todo igual al recuerdo que teníamos de él. ¿Es que España ha cambiado? Es, más bien, que la miramos desde otro punto de vista y con unos ojos algo distintos a como la mirábamos antes. Los españoles, por ejemplo, ¿qué duda cabe de que no han disminuido de estatura? Sin embargo, ahora nos parecen pequeñísimos. Hombres muy pequeños, bigotes muy anchos, voces muy roncas...
—¿Por qué están tan enfadados estos hombres tan pequeños? —me pregunta un extranjero que ha sido compañero mío de viaje.
Yo le explico a duras penas que no se trata de un enfado momentáneo, sino de una actitud general ante la vida. Mi compañero se esfuerza en comprender.
—¡Ah, vamos! —exclama, por último—. Es que los españoles no tienen dinero...
Y aunque esta explicación de la psicología nacional me resulta excesivamente americana, yo, obligado a hacer una síntesis, la acepto sin grandes escrúpulos.
—Sí. Es eso, principalmente...
—De modo que si nosotros metiésemos aquí algunos millones de dólares, ¿cree usted que sus compatriotas se calmarían?
—Yo creo que sí. Creo que estas voces ásperas se irían suavizando poco a poco y que las mesas de los cafés no recibirían tantos puñetazos. Creo, en fin, que cambiarían ustedes el alma española. Siempre, naturalmente, que los millones no se quedaran todos en algunos bolsillos particulares...
Hay muy poco dinero en España. Poco y malo.
El primer tendero a quien le doy un duro lo coge y lo arroja diferentes veces sobre el mostrador con una violencia terrible. Yo hago votos para que, si no es de plata, sea, por lo menos, de un metal muy sólido, porque, si no, el tendero me lo romperá. La prueba resulta bien; pero al tendero no le basta. Con un ojo escudriñador y terrible, que parece salirse de su órbita, examina detenidamente las dos caras del duro. Luego vuelve a sacudirlo, y, por último, lo muerde. Lo muerde con tal furia que debe de mellarlo. Y el duro triunfa.
España es el país del mundo en donde un duro tiene más importancia. Claro que el gesto de coger un duro y echarlo a rodar despectivamente sobre la mesa para que el camarero lo recoja es un gesto muy español; pero ese gesto no le quita prestigio al duro, sino que se lo añade.
—He aquí un duro —parece decir el hombre que va a echarlo a rodar—. ¿Conciben ustedes nada más grande que un duro? Si yo no tuviera un alma heroica y caballeresca, ante la cual carecen de poder las sugestiones de la fortuna, yo depositaría este duro sobre la mesa tomando para ello precauciones infinitas, a fin de que no se rompiese, o bien se lo entregaría al camarero en propia mano, religiosamente, como si se tratara de un rito. Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ¿Ven usted...