Capítulo IV
Los años decisivos: la educación y la nación
El Romanticismo. La generación de 1837.
El Romanticismo como movimiento se extendió en Europa desde fines del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. No fue solamente un movimiento filosófico ya que abarcó todas las manifestaciones de la vida espiritual: la literatura, la música, el derecho, etc. Conservó de algún modo la idea iluminista del progreso (aunque ya no necesario o indefinido, como sostenía la Ilustración), pero su mayor diferencia fue su carácter histórico.
Uno de los primeros representantes del Romanticismo fue Johann Gottfried Herder (1744-1803). Herder sostiene que el animal comienza a vivir sobre el cero inmutable de su especie fija. El hombre, en cambio, comienza a vivir sobre el cúmulo de unidades históricas que sus antepasados le han legado. Lo “humano general” sólo se encuentra en el “particularismo nacional o histórico”. Cada lugar y cada época tiene su particularidad. Estudiarlo en su estructura íntima es la tarea del historiador. “No se pueden forzar los datos históricos para que entren en el esquema abstracto y preconcebido del progreso”. De este modo se pronuncia contra la conciencia ilustrada rechazando la exclusividad de las leyes universales e inmutables que absorbían lo característico de cada período histórico en un esquema intemporal, ya que “la humanidad sólo se expresa activamente a través de formas individuales.”
Herder sostenía que es evidente que había algo que compartían la música alemana, la pintura alemana y la actitud ante la vida siempre presente en los alemanes de cualquier época: un espíritu común que los distinguía de otros pueblos. Todos estos aspectos constituían un volksgeist, un espíritu del pueblo que impregna toda su tradición cultural y que indica su destino histórico; lo que hoy llamamos una identidad cultural. Lo “humano general” se manifiesta siempre entonces en un “particularismo nacional o histórico”. Esto no implica, en su pensamiento, sostener la existencia de un pueblo superior a otros, pues cada volk tiene una contribución característica y propia para el desarrollo de la humanidad. Isaiah Berlin sostiene al respecto que “El ideal político de Herder es una libre asociación de asociaciones nacidas de manera espontánea, la expresión del ‘espíritu del pueblo’ conforme se materializa, siguiendo sus propias leyes internas, en una institución particular al genio de un pueblo.” Para Berlin, debemos al Romanticismo la comprensión de que, para comprender los fenómenos históricos, debemos tener cierto grado de conocimiento de las intenciones de las personas: cómo se sentían, qué buscaban, qué ideas influyeron en ellas, cómo veían al mundo.
La idea de “progreso” fue criticada por Herder en lo que tenía de ilustrada –es decir, en su carácter ahistórico–, pero no en lo que tenía de “inevitable”. Con un optimismo que en cierto modo comparte con la Ilustración, creía que el hombre asciende hacia la “humanidad”. Sin embargo, para que esto sea posible se requiere de una educación que desarrolle las capacidades del hombre. Además, que el progreso sea inevitable no significa para él que pueda preverse lo que ocurrirá en el futuro inmediato. Por eso Herder legó al siglo XIX una concepción de la historia como una realidad dinámica, abierta: toda época contiene sus propios desafíos y una verdad que es necesario captar y configurar. Sin embargo, no tiene una concepción determinista de un progreso natural o material. En su concepción del carácter histórico de los pueblos tanto Juan Bautista Vico, que fue un católico piadoso, como Herder, un pastor luterano, creían en un Dios creador personal del universo.
Otro aspecto que merece destacarse es que las ideas de Herder influyeron en el descubrimiento del valor de la persona humana singular y en la pluralidad. Al respecto escribió Safranski: “También en la colección de antiguas canciones del repertorio popular, Herder sigue siendo individualista. Pues con el espíritu del pueblo ocurre lo mismo que con los individuos, a saber, que el desarrollo de la propia peculiaridad no sólo ha de respetar la peculiaridad de los otros, sino que además debe considerarla como una ganancia. De la multitud de pueblos emergen muchas voces. Por primera vez la multiplicidad hace que brille la riqueza de lo humano. Herder estaba lejos de practicar un patriotismo estrecho de miras. Lo que quiere es ayudar a comprender mejor a los otros pueblos en sus tradiciones.”
Coriolano Alberini sostiene que de todo este movimiento romántico de la filosofía alemana se extrae una nueva concepción sobre el progreso, diferente a la iluminista, agregando: “Quien no comprenda las profundas diferencias y semejanzas entre ambas concepciones del progreso, no comprenderá la honda discrepancia filosófica entre Rivadavia y Echeverría”. La observación es atinada porque varios románticos tuvieron maestros iluministas, como Alberdi en el Colegio de Ciencias Morales. Rivadavia adolece de un rechazo manifiesto por los aspectos concretos de su contexto histórico. En el caso de los románticos, su consideración de nuestra realidad histórica es un tanto paradójica. Hay bastante consenso entre quienes han considerado esta cuestión en reconocer a Echeverría como el iniciador del Romanticismo. Como señala Sierra, lo fundamentalmente romántico –o nacional– ya existía en el sentido vital en el pueblo, que lo atesoraba en la mayoría de sus clases sociales. Echeverría fue el introductor de las formas literarias del Romanticismo; o dicho de otro modo, del Romanticismo europeo como la expresión intelectual predominante en el viejo continente a principios del siglo XIX. Esteban Echeverría pertenece al grupo de jóvenes intelectuales de Buenos Aires que rechazaban lo nacional –sobre todo su pasado hispánico– y estaban atentos a las novedades de todo tipo sobre lo que se pensaba, hacía y escribía sobre todo en Inglaterra y Francia. En sus reuniones sociales hablaban francés, idioma que Alberdi en algún momento llegó a insinuar que podría ser predominante en nuestro país. En 1838 Alberdi escribió en Emancipación de la lengua que cada nación debe tener su propia lengua y que esa lengua para nosotros no tenía que ser necesariamente la española. La mayor parte de la diferencia entre la lengua española y la lengua francesa no resulta sino del mayor progreso del espíritu humano en Francia que en España. Por eso sostiene que “pronto será familiar en nuestra patria el lenguaje de Lerminier, Hugo, Carrel, Didier, Fortoul, Leroux”.
Echeverría se fue a Europa con esa mentalidad en 1825 y regresó en 1830, con la novedad de que lo que estaba entonces de moda en Europa era ser nacionales. Gracias al Romanticismo los alemanes habían rescatado su rico pasado histórico, lo mismo que los italianos, los franceses, etc. Es un tanto incompresible, pero los jóvenes porteños de entonces –y alguno más del interior, como Sarmiento– se encontraron, gracias a Echeverría, en la curiosa situación de que para poder ser como los europeos tenían que ser nacionales. Y así comenzó esta etapa de prestar atención a nuestra realidad histórica –La cautiva y El matadero son manifestaciones de esta nueva preocupación–, una realidad que no les gustaba pero a la que tenían que considerar para estar a tono con el pensamiento europeo. Posiblemente todavía no habían leído a Herder o a Vico, y si lo habían hecho no lo habían comprendido, ya que todos estaban de acuerdo en rechazar el pasado nacional hispánico. Ninguno de los que constituirían la llamada generación de 1837 era estrictamente filósofo y por lo general carecían entonces de una formación cultural sólida. De allí que su romanticismo fue más bien un eclecticismo de tono romántico, pues leían y aceptaban al mismo tiempo a Víctor Cousin, Chateaubriand y a Leroux, y todo lo que se podía conseguir de la Revue des Deux Mondes y la Revue de Paris.
En 1837, con la intención de instruir al público en las ideas progresistas, empezaron a publicar La moda en Buenos Aires. El primer número se ocupaba de informar sobre los últimos estilos de ropa en París, las nuevas tendencias musicales y ensayos costumbristas sobre la vida cotidiana. El segundo número tenía citas de Leroux y Béranger y presentaba a Mazzini como “el coloso de treinta años, jefe de la Joven Europa”. “Números posteriores mencionarían los nombres de Larra, Hugo, Saint-Simon, Quinet, Schleger, Lerminier, Jouffroy, Lamartine, Stäel, Chateaubriand, Scott, Vigney y otros.” También a partir de 1837 se produce la recepción de las ideas de lo que Horacio Tarcus denomina el primer socialismo romántico francés, con Saint-Simon y Charles Fourier, de Pierre Leroux y del republicanismo popular y radical italiano de Mazzini y Garibaldi.
En 1833...