600 libros desde que te conocí
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600 libros desde que te conocí

Correspondencia

Virginia Woolf, Lytton Strachey, Socorro Giménez

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Correspondencia

Virginia Woolf, Lytton Strachey, Socorro Giménez

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Lytton Strachey fue el crítico literario por excelencia del final de la época victoriana; Virginia Woolf ya había escrito cuatro de sus grandes novelas (El cuarto de Jacob, La señora Dalloway, Orlando y Al faro); y ambos brillaban con luz propia en el muy exigente Círculo de Bloomsbury. A lo largo de veinticinco años, mediante la correspondencia que reúne este volumen, juzgaron con agudeza sus propias obras y las ajenas, se elogiaron y trituraron, contaron anécdotas mordaces, se burlaron de las extravagancias que ellos no habían cometido y examinaron a sus ilustres amigos con miradas que oscilan entre el cariño y la crueldad.Jus publica por fin una versión íntegra en castellano que incluye varias cartas inéditas descubiertas en años recientes.

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Información

Año
2018
ISBN
9786079409975
Edición
1
Categoría
Literatur

NOTA A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

La primera versión de esta correspondencia (1956) fue editada por Leonard Woolf y James Strachey, quienes suprimieron algunos fragmentos para no herir las sensibilidades de personas que aún estaban vivas. Aquí hemos repuesto los pasajes censurados. También hemos agregado nuevas notas o ampliado las escritas por los dos editores originales. Para ello hemos empleado varias fuentes, fundamentalmente la correspondencia completa de Virginia Woolf (editada por Nigel Nicolson y publicada por The Hogart Press), la de Lytton Strachey (editada por Paul Levy y publicada por Viking) y la edición francesa de estas cartas (preparada por Lionel Leforestier y publicada por Le Promeneur).

46 Gordon Square
Querido señor Strachey,
Jueves [22 de noviembre, 1906]
Nos gustaría mucho verlo, si pudiera venir algún día. ¿Le vendría bien el próximo domingo alrededor de las seis de la tarde? Vanessa está mucho mejor y le encantaría conversar con usted.1 Atentamente,
VIRGINIA STEPHEN
Trevose House
Draycot Terrace
St. Ives, Cornualles
Querido Lytton,
Miércoles [22 de abril, 1908]
El único papel de carta que se puede conseguir en el condado de Cornualles es éste: el que llaman comercial. La verdad es que, si pudieras ver en qué circunstancias escribo cartas, te figurarías que soy una especie de moralista. Mi despacho es el comedor; hay un aparador, una aceitera y una caja de galletas de plata. Escribo sobre la mesa, después de haber doblado una esquina del mantel y quitado de en medio varios floreritos de plata. (Éste podría ser el comienzo de una novela de John Galsworthy.) Mi casera, aunque ya tiene cincuenta años, es madre de nueve niños —alguna vez fueron once— y el menor es capaz de llorar el día entero. Si consideras que el cuarto de estar de la familia se encuentra junto al mío, y que tan sólo nos separan unas puertas plegadizas —¿qué te parece esta última frase?—, comprenderás que me parece difícil escribir acerca de J. T. Delane, «el hombre». Recibí una larga carta con instrucciones de Smith.2 Me propone que resalte el lado humano, «su lealtad inquebrantable tanto a subordinados como a superiores; en una palabra: sus grandes virtudes humanas e intelectuales, las cuales», etc., etc. «No, mi querida señorita Stephen, no hay comparación, en lo que se refiere al auténtico interés humano, que es lo que la Cornhill Magazine busca, entre Delane y Abercrombie […] De verdad creo, querida señorita Stephen, que si usted pone cabeza y corazón en ello, conseguirá dejar su impronta en el mundo de la reseña».3 ¿Alguna vez has recibido un elogio como éste?
Sin embargo, paso la mayor parte del tiempo a solas, con mi Dios, en los páramos. Esta tarde me senté durante una hora (quizá fueran diez minutos) en una roca y estuve pensando cómo debía describir el color del Atlántico. Tiene extraños destellos púrpura y verde, pero si uno los llama «rubores», introduce desagradables asociaciones con la carne enrojecida. Me temo que a ti te conmueve poco la naturaleza. Desde que llegué aquí, he visto un sinfín de cosas que valdría la pena apuntar: «la retama amarilla y el mar», los árboles recortados contra el océano, pero seguramente emplearía tantas palabras equivocadas que tendría que volver a escribir esta carta (como Clive).4 He leído una buena cantidad de libros, me parece. La criada mira con suspicacia tu Pascal. Ayer corté una rama d...

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