La gloria de Cristo
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John Owen

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La gloria de Cristo

John Owen

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"Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo". Juan 17: 24Habiendo conocido Su amor, el corazón del creyente siempre estará inquieto hasta que vea la gloria de Cristo. El punto culminante de todas las peticiones que Cristo hace a favor de sus discípulos en este capítulo 17 de Juan es que vean Su gloria. Entonces yo afirmo que uno de los beneficios más grandes para el creyente en este mundo y en el venidero es la consideración de la gloria de Cristo.En la vida venidera, ningún hombre verá la gloria de Cristo, a menos que la haya visto por la fe en esta vida. Es necesario que seamos preparados para la gloria por medio de la gracia, y que por medio de la fe seamos preparados para ver a Cristo con nuestra vista.Este libro titulado en el inglés, Meditations and Discourses on the Glory of Christ, fue escrito en el último año de la vida de John Owen, el príncipe de los puritanos, pues el editor lo estaba imprimiendo cuando el Dr. Owen murió en 1683. El dijo a un amigo, "Ya voy a El a Quien ama mi alma, o más bien a Quien me ha amado con un amor eterno, que es el descanso completo y mi consolación… Estoy dejando el barco de la Iglesia en medio de una tempestad, pero mientras el Gran Piloto está a cargo, el pobre marinero se puede fallecer sin mucha pérdida." Murió unos días después a la edad de 67 años.

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Información

Año
2020
ISBN
9781629461663

CAPITULO 1
La Gloria de Cristo como la Única
Manifestación de Dios
para los Creyentes

La gloria de Dios surge de Su naturaleza santa y de las cosas excelentes que El hace. Pero sólo podemos ver esta gloria por medio de mirar a Cristo Jesús (2 Corintios 4:6). Cristo es “El resplandor de su gloria” y “El es la imagen del Dios invisible” (Hebreos 1:3, Colosenses 1:15). El nos muestra la naturaleza gloriosa de Dios y nos revela Su voluntad para nosotros. Sin Cristo nunca podríamos ver a Dios, ni ahora, ni en el futuro (vea John 1:18). Cristo y el Padre son uno. Cuando Cristo se hizo hombre, manifestó la gloria de Su Padre. Solamente Cristo da a conocer a los hombres y a los ángeles la gloria del Dios invisible. Esta revelación es el fundamento sobre el cual la Iglesia se edifica y la base de todas nuestras esperanzas de salvación y vida eterna.
Aquellos que no pueden ver esta gloria de Cristo por falta de fe, no conocen a Dios. Son como aquellos judíos y gentiles incrédulos del tiempo antiguo: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero y para los gentiles locura; mas a los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios.” (1 Corintios 1:22-24).
Desde que la predicación del evangelio comenzó, el gran propósito del diablo ha sido cegar los ojos de los hombres para que no vieran la gloria de Cristo. “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4:3-4) Esta ceguera y tinieblas se quitan por el poder omnipotente de Dios dando iluminación para conocerle por medio de Cristo. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Corintios 4:6)
Una gran parte de la miseria y el castigo contra la humanidad a causa de la caída de Adán ha sido las densas tinieblas y la ignorancia con las cuales la mente humana ha sido cubierta desde ese entonces. Los hombres y las mujeres se han jactado de ser sabios, pero su sabiduría no les ha conducido hacia Dios (vea 1 Corintios 1:21 y Romanos 1:21). Los razonamientos de “los filósofos” y “los entendidos”, desconociendo las cosas invisibles más allá del entendimiento humano, no han salvado a la humanidad de la idolatría y de la práctica de toda clase de pecados. Satanás, el príncipe de las tinieblas, ha impuesto su reino de tinieblas en la mente de los hombres, manteniéndolos en ignorancia de Dios. Toda iniquidad y confusión entre los seres humanos procede de estas tinieblas y de la ignorancia de Dios. Dios nos pudiera haber dejado perecer en la ceguera y la ignorancia de nuestros antepasados, pero nos ha traído “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). La gloria especial y los privilegios de Israel consistieron en poseer la revelación de Dios en Su Palabra. “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones.” (Salmo 147:19-20) No obstante, Dios les habló desde las densas nubes, pues no podían comprender la gloria que posteriormente había de ser conocida por medio Cristo. (Exodo 20:21, Deuteronomio 5:22) Cuando Cristo vino, fue manifiesto que “Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en El” (1 John 1:5). Cuando el Hijo de Dios apareció en carne humana, Dios manifestó que la naturaleza divina era una naturaleza gloriosa de tres personas en una (una Trinidad). La luz de este conocimiento resplandeció en medio de las tinieblas del mundo de tal manera que nadie podría continuar siendo ignorante de Dios excepto aquellos que no quisieran ver. (Vea John 1:5, 14, y 17-18; 2 Corintios 4:3-4). La gloria de Cristo es que Él revela la verdad acerca de la naturaleza invisible de Dios.
Cuando creemos por primera vez, vemos a Dios el Padre en Cristo. No tenemos que hacer la petición que hizo Felipe: “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre y nos basta”, porque habiendo visto a Cristo por la fe, ya hemos visto al Padre también (John 14:8-9). David anhelaba esta visión: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de tí, mi carne te anhela... para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario” (Salmo 63:1-2). En el tabernáculo había sólo una representación obscura de la gloria de Dios. ¡Cuánto más deberíamos valorar la visión que nosotros tenemos de Él, aunque sea “como en un espejo”! (2 Corintios 3:18). Moisés había visto muchas obras maravillosas de Dios, pero él sabía que la satisfacción verdadera consistía en ver la gloria de Dios. Por eso oraba: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Exodo 33:18). Es solamente en Cristo que podemos tener una visión clara y distinta de la gloria de Dios y sus excelencias.
La sabiduría infinita es una parte de la naturaleza divina y la fuente de todas las obras gloriosas de Dios. “¿Pero dónde se hallará esta sabiduría?” (Job 28:12) Podemos conocer esta sabiduría con su resultado y su efecto más grande, la salvación del alma. El apóstol Pablo fue llamado a “aclarar a todos cual sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia, a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Efesios 3:9-10). La sabiduría divina manifestada en el mundo creado, aunque sea muy grande, es pequeña comparada con la sabiduría de Dios dada a conocer en Cristo Jesús. Pero solamente los creyentes conocen esta sabiduría de Dios en Cristo; los incrédulos no la pueden ver (vea 1 Corintios 1:22-24). Si somos sabios para conocer esta sabiduría en Cristo, tendremos “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Debemos considerar también el amor de Dios como parte de esta sabiduría divina, “porque Dios es amor” (1 John 4:8). Las mejores ideas humanas acerca de Dios son imperfectas y afectadas por el pecado. Los mundanos piensan que Dios es “todo bondad” y que es parecido a los hombres (vea Salmo 50:21). Aquellos que no conocen a Cristo no se percatan de que, aunque Dios es amor, Su ira “es manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres”(Romanos 1:18). Entonces ¿cómo podremos conocer el amor de Dios y ver Su gloria en dicho amor? El apóstol nos dice: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 John 4:9). Esta es la única forma en que Dios revela a nosotros de que El es amor. Estaríamos todavía en completa oscuridad si el Hijo de Dios no hubiera venido para mostrarnos la verdadera naturaleza y actividad del amor divino. Ahora podemos ver cuán hermoso, glorioso y deseable es Cristo, como Aquel que nos enseña que Dios ama la gloriosa santidad y justicia.
Viendo esta gloria es la única manera en que podemos obtener santidad, consuelo y preparación para la gloria eterna. Por lo tanto, considere lo que Dios ha dado a conocer acerca de sí mismo en Su Hijo, especialmente Su sabiduría, amor, bondad, gracia y misericordia. La vida de nuestras almas depende de estas cosas. Puesto que el Señor Jesucristo es el único camino señalado para recibir estas bendiciones, ¡cuán extremadamente glorioso debería ser ante los ojos de los creyentes!
Hay algunos que ven a Cristo sólo como un gran maestro, pero no como la manifestación única del Dios invisible. Pero si usted tiene un deseo por las cosas celestiales, le pregunto: ¿Por qué ama a Cristo y confía en El? ¿Por qué le honra y desea estar con El en el cielo? ¿Puede usted dar una razón de por qué hace estas cosas? ¿Es una de las razones el hecho de que usted vea la gloria de Dios en la salvación del pecado, (gloria la cual de otro modo le hubieran estado oculta eternamente)? Hay una profecía de que en los tiempos del Nuevo Testamento nuestros “ojos verían al Rey en su hermosura” (Isaías 33:17). ¿Cuál es la hermosura de Cristo? Consiste de que El es Dios y es la gran representación de la gloriosa justicia de Dios para nosotros. ¿Quien puede describir la gloria de este privilegio de participar en Su justicia? ¡Que nosotros que nacimos en oscuridad e ignorancia y que merecíamos ser echados a las tinieblas de afuera, hayamos sido traídos a la maravillosa “luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”! (2 Corintios 4:6)
La incredulidad ciega los ojos del entendimiento de muchas personas. Aún entre los que dicen tener conocimiento de Cristo, parecen pocos que entienden Su gloria y que sean transformados a Su semejanza. Nuestro Señor Jesucristo dijo a los fariseos, no obstante su jactancia de poseer el conocimiento de Dios: “Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su parecer.” (John 5:37) Es decir, no le conocían realmente y no tenían una visión espiritual de Su gloria. Nadie jamás llegará a ser semejante a Cristo simplemente imitando sus obras y acciones, o poseyendo un conocimiento intelectual de Él. Solamente una visión de la gloria de Cristo, viéndole digno de toda adoración y servicio, tiene poder para hacer a un creyente semejante a Él.
La verdad es que los mejores de entre los creyentes son muy negligentes para dedicar mucho tiempo a la meditación de este asunto. Los pensamientos acerca de la gloria de Cristo son muy altos y muy difíciles para nosotros. No podemos deleitarnos en ellos por mucho tiempo sin sentirnos cansados y obstaculizados en esta labor; y no obstante, ver la gloria de Cristo es lo que haremos en el cielo por toda la eternidad sin ningún cansancio. Lo que al presente nos obstaculiza es nuestra falta de visión, y el hecho de que nuestros deseos y pensamientos se ocupan de otras cosas. Si nos animáramos más para contemplar “las cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:12), nuestro entendimiento y fuerza espiritual se incrementarían cada día. Entonces ¡manifestaríamos más de la gloria de Cristo por nuestra manera de vivir, y aún la muerte misma nos sería bienvenida!
Hay personas que confiesan que no entienden estas cosas, y además, que tal entendimiento de la gloria de Cristo no es necesario para vivir la vida cristiana práctica. Mi respuesta a esta objeción es lo siguiente:
1. No hay nada más plena y claramente revelado en el evangelio que el hecho de que Jesucristo es la manifestación del Dios invisible, y que al verle a Él, también vemos al Padre. Esta es la verdad y el misterio fundamental del evangelio. Si esta verdad esencial no es recibida y creída, todas las demás verdades bíblicas son inútiles para nuestras almas. Si aceptamos a Cristo solo como un gran maestro, pero no aceptamos la verdad de Su carácter único y divino, entonces todo el evangelio se convierte en una fábula.
2. La razón principal por la cual la fe nos ha sido dada es a fin de que veamos la gloria de Dios en Cristo y fijando la visión en Él, seamos transformados para adorarle y servirle. Si no poseemos este entendimiento (el cual es dado por el poder de Dios a todos aquellos que creen), no conoceremos cosa alguna del misterio del evangelio. (vea Efesios 1:17-19; 2 Corintios 4:3-6)
3. Cristo es infinitamente glorioso y muy por encima de toda la creación. Es solamente a través de El que la gloria del Dios invisible es más plenamente conocida por nosotros, y es sólo por El que la imagen de Dios es renovada en nosotros.
4. La fe en Cristo como Aquel que nos revela la gloria de Dios para adorarle y servirle es la raíz de la cual crece toda práctica cristiana. Cualquiera que no tiene esta clase de fe, no puede ser un cristiano verdadero.
A aquellos que esta enseñanza les parezca algo nuevo pero que no son enemigos de la verdad de la gloria de Cristo, les daré los siguientes consejos:
1. El privilegio más grande en esta vida es el de ver la gloria del Padre en toda Su santidad manifestada en Cristo: “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (John 17:3). A menos que usted valore este conocimiento de Él como un gran privilegio, nunca podrá disfrutarlo.
2. El conocimiento de Cristo es un misterio, el cual requiere sabiduría espiritual para entenderse y obtener su valor práctico. La sabiduría humana no nos ayudará del todo; es necesario que seamos enseñados por Dios mismo (vea John 1:12-13; Mateo 16:16-17). Como el artesano tiene que capacitarse en las técnicas de su oficio, también nosotros debemos usar los medios señalados por Dios con el propósito de hacernos creyentes hábiles para esta tarea. La oración ferviente es el principal de estos medios. Ore como Moisés, que Dios le muestre Su gloria. Ore como Pablo: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El”(Efesios 1:17). Las almas flojas nunca pueden obtener una experiencia de esta gloria, pero para los diligentes, buscarla es su placer.
3. Aprenda de los impíos. ¡Cuán celosos son en perseguir sus deseos pecaminosos y en deleitarse en sus concupiscencias! ¿Seremos perezosos para meditar en aquella gloria de la perfección de Dios, la cual esperamos ver algún día más plenamente?
4. Los cielos declaran la gloria de Dios pero de ellos aprendemos poco de la gloria divina en comparación con el conocimiento que nos es dado en Cristo Jesús. La gente más astuta y los filósofos más grandes están ciegos en comparación con aquellos que son los más pequeños en el reino de Dios pero que conocen la gloria de Cristo. Entonces, lo que realmente deberíamos desear es conocer el poder de esta verdad en nuestros corazones. ¿Realmente deseamos tener el mismo gozo, descanso, deleite y la indescriptible satisfacción de los santos que ya están en el cielo? Nuestro presente conocimiento de la gloria de Cristo es el principio de estas bendiciones y entre más que conozcamos esta gloria, más experimentaremos su poder transformador en nuestras almas. Las cosas espirituales son cada vez más preciosas a aquellos que meditan en ellas y a aquellos que se deleitan caminando en las veredas del amor y la fe.
Tres puntos finales surgen de lo que hemos considerado:
1. Sabemos que la santidad, bondad, amor, gracia, misericordia y poder de Dios son atributos infinitamente gloriosos tal como existen en El. Pero sólo pueden ser realmente apreciados por nosotros cuando tengamos una visión estimulante de estos atributos reflejados para la transformación de nuestras almas. Entonces, los rayos de Su gloria resplandecen hacia nosotros y en nosotros, refrescándonos con un gozo indescriptible. Como el apóstol Pablo exclamó: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios... Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. Y a él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:33-36)
2. Es por medio de Cristo que creemos en Dios (1 Pedro 1:21). Entonces Dios mismo en las perfecciones infinitas de Su naturaleza divina es el objeto final de nuestra fe. Vemos a El el la gloria de sus perfecciones para amarle, adorarle y servirle con todo nuestro corazón, cueste lo que cueste. Pero vemos esta gloria a través de Cristo quien es Dios mismo y el único camino señalado para revelar la gloria de Dios.
3. Cristo es el único camino para poder obtener el conocimiento salvador de Dios. Los grandes pensadores religiosos del mundo andan a tientas en la oscuridad del limitado entendimiento humano. Como un rayo de luz en la oscuridad de la noche ciega los ojos en lugar de iluminarnos el camino, así la luz del conocimiento de Dios en Cristo resplandece sobre los incrédulos en su oscuridad, y a pesar de ello no pueden ver el camino a causa de su incredulidad. “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? y ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Pero los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:20-24).
 

CAPITULO 2
La Gloria de Cristo Manifestada
por el Misterio
de Sus Dos Naturalezas

La gloria de la doble naturaleza de Cristo en una sola persona es tan grande que el mundo incrédulo no puede ver la luz y la hermosura que brillan de ella. Hoy en día, muchos niegan la verdad de que Jesucristo es tanto Hijo de Dios como Hijo de hombre. Pero esta es la gloria, la cual los ángeles “anhelan mirar” (1 Pedro 1:12). Sata...

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