Ética bíblica cristiana
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Ética bíblica cristiana

David Clyde Jones

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Ética bíblica cristiana

David Clyde Jones

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"Ética bíblica cristiana" se escribió para subrayar la unidad de la teología y la ética. Partiendo de la presuposición de que las Santas Escrituras son la única regla de fe y práctica, reconocemos que la Biblia es la fuente y la norma, no solamente para la doctrina, sino también para la ética. De acuerdo con esta perspectiva, no son disciplinas separadas, sino partes integrales del estudio de la revelación que Dios nos ha dado acerca de sí mismo y acerca de su voluntad para el hombre.Con razón, la ética cristiana se considera una subdivisión de la teología sistemática; se podría llamar la doctrina de la vida cristiana.

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Información

Año
2020
ISBN
9781629461625

                                                      
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1 Las preguntas de la ética

¿Cuáles son las metas que debemos buscar? ¿Qué clase de personas debemos ser? ¿Cuáles son las normas que debemos seguir? Estas son las grandes preguntas que el estudio de la ética pretende contestar.
Estas preguntas implican que la conducta humana está sujeta a una evaluación triple, desde el punto de vista ético. Primero, el fin que buscamos debe ser bueno, intrínsecamente digno de ser perseguido. Segundo, nuestro motivo también debe ser bueno, surgiendo de un buen carácter. Tercero, el medio para lograr el fin también debe ser bueno, de acuerdo con principios correctos, ya que ni un buen fin ni un buen motivo es compatible con un medio corrupto. Para que nuestra conducta sea digna de aprobación, debe ser buena en los tres sentidos. Además, el fin, el motivo, y el medio son todos inseparables.
Una evaluación moral, por supuesto, implica que hay normas por las cuales se puede juzgar algo. Los fines se juzgan según criterios de valor intrínseco. El carácter de las personas se juzga de acuerdo con los criterios de virtud. Las acciones (incluyendo juicios mentales y actitudes) se juzgan según los criterios de obligaciones morales. ¿Cuáles son estos criterios, y cómo llegamos a identificarlos? Esta es la pregunta más importante de la ética. No podemos tomar ninguna decisión ética sin presuponer una respuesta a esta pregunta. Y la respuesta depende de alguna perspectiva filosófica más profunda, de algún enfoque acerca del ser humano y su lugar en el universo.
Desde un enfoque bíblico, la pregunta acerca de los propósitos, las personas, y las prácticas se resume en una sola pregunta: ¿A qué nos está llamando Dios para ser y hacer? Ya que el llamado redentor de Dios no es simplemente una invitación, sino una manifestación de su soberanía y su poder, la pregunta más amplia es: ¿A qué nos está llamando y capacitando Dios, a nosotros su pueblo redimido, para ser y hacer? 3
El llamado efectivo ha sido definido claramente por Anthony Hoekema como “el acto soberano de Dios en que, a través del Espíritu Santo, capacita al oyente a responder al evangelio con arrepentimiento, fe, y obediencia.”4 Al incluir la obediencia en la definición, Hoekema llama nuestra atención al aspecto del llamado efectivo que está orientado a una meta, un concepto que surge frecuentemente en el Nuevo Testamento. Hemos sido llamados a la salvación por la obra santificadora del Espíritu Santo y por la fe en el evangelio, para que podamos compartir la gloria del Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2.13-14). La meta final de nuestro llamado es la vida eterna (1 Timoteo 6.12), el premio celestial (Filipenses 3.14), el reino de Dios, y la gloria de Dios (1 Tesalonicenses 2.12). Hemos sido llamados a pertenecer a Cristo (Romanos 1.6), y como nuestro llamado nos une con Él en el compañerismo (1 Corintios 1.9), esto significa que somos llamados también a vivir una vida santa (1 Tesalonicenses 4.7) y a seguir Su ejemplo de sufrimiento por causa de justicia (1 Pedro 2.21).
En el llamado efectivo somos unidos con Cristo, y por lo tanto somos llamados también a un estilo de vida distinto en Él, a un estilo de vida hecho posible por la gracia de Dios. El pasaje clásico es Romanos 12.1-2:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
La importancia de este pasaje para la ética radica en su énfasis en la voluntad de Dios como la pauta para la vida cristiana. Pero las verdades acerca de la naturaleza humana que presupone Pablo en este mandato no deben ser pasadas por alto.
“Por las misericordias de Dios” apunta al aspecto sentimental de la naturaleza humana. La motivación de nuestra ética debería incluir lo que mora en ese lugar complejo de deseos y sentimientos que la Biblia llama el “corazón”. El alcance de la misericordia de Dios se revela en la cruz, como dijo Pablo anteriormente: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5.8) Esta es la verdad profunda que nos mueve a responder al llamado de Dios. “Nosotros le amamos a él porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19).
La frase “que presentéis vuestros cuerpos” apunta claramente al aspecto volitivo de la naturaleza humana. Este versículo de Pablo se dirige a agentes libres que pueden tomar decisiones morales significativas. Supone que la conducta humana involucra decisiones conscientes para bien o para mal. Tal como Cristo entregó su vida voluntariamente por los pecadores, así los cristianos, vivificados por el Espíritu de Dios, debemos ofrecernos voluntariamente y activamente a Dios como sacrificios de gratitud y alabanza. El mejor comentario sobre la frase “sacrificio vivo” es Hebreos 13.15-16: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.”
La frase “que es vuestro culto racional” destaca el aspecto racional de la naturaleza humana, que también es importante para la ética. La Nueva Versión Internacional traduce esto como “adoración espiritual” en lugar de “culto racional”, pero la versión de la Reina Valera 1960 y de La Biblia de las Américas (también dice “culto racional”) parece más fiel al original. La palabra que se traduce “culto” es latreia, que se usa en la Septuaginta y siempre significa “servicio divino”, especialmente en relación con los oficios del tabernáculo y del templo. Bajo el nuevo pacto, los creyentes son considerados el templo donde mora Dios por medio del Espíritu. Ya que, según el contexto, la vida entera debería ser consagrada a Dios, parece que “servicio” sería mejor traducción que “culto”. El verbo de la misma raíz, latreuō, se usa normalmente como “servir” en los dos Testamentos (Deuteronomio 10.12; Lucas 1.74-75; Hechos 27.23; Hebreos 9.14).
Aún más importante, el adjetivo “racional” o “espiritual” en el griego es logikos. Aunque la palabra no se usa mucho en la Biblia (solamente aquí y en 1 Pedro 2.2), se usaba frecuentemente en la literatura filosófica con el significado de “usando la razón, intelectual”. No hay evidencia de que Pablo esté usando la palabra de una manera muy distinta. El término que usa normalmente para “espiritual” es pneumatikos, pero aquí dice logikos, “racional”. Este sentido de la palabra encaja bien con este contexto. El servicio cristiano no es mera actividad sin pensar, o simple cumplimiento del deber; involucra la mente también, y no solamente el corazón y la voluntad.
La naturaleza humana es sentimental, volitiva, y racional. También está afectada por la Caída. Por lo tanto, Pablo hace la exhortación doble, “No os conforméis..., sino transformaos...”, para que, siendo renovados por la gracia de Dios, podamos “comprobar” la voluntad de Dios. Es decir, para que podamos asimilar los juicios morales de Dios, haciéndolos nuestros, y poniéndolos en práctica. La “voluntad de Dios” es “buena, agradable, y perfecta”. Cada término tiene un significado ético especial.
“Buena”. Hace mucho tiempo, el profeta Amós mandó a seguir lo que los filósofos llaman el primer principio de la razón práctica: “Buscad lo bueno, y no lo malo...Aborreced el mal, y amad el bien” (Amós 5.14-15; vea también Romanos 12.9, que es casi igual, y Romanos 16.19, “...quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal.”) “Bueno” es el término más amplio para describir cómo debemos ser y qué debemos hacer. La ética bíblica es distinta, en que identifica lo bueno con la voluntad revelada de Dios. La gran declaración del profeta Miqueas dice: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.8). Volveremos posteriormente a examinar este versículo con los tres requisitos. Por ahora, solamente notaremos que Dios ha revelado el significado de lo bueno.
“Agradable”. Según Romanos 12.2, la voluntad de Dios también es euarestos, “agradable” o “aceptable”. Las palabras relacionadas con este adjetivo (euaresteō, areskō, y otras) se usan frecuentemente en el Nuevo Testamento para hablar de la conducta moral. Por ejemplo, la bendición al final de Hebreos es típica: “Y el Dios de paz ...os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13.20-21). Al final, lo que realmente vale, según la ética bíblica, es hacer lo que “es agradable delante de él”, tal como lo dice también el Antiguo Testamento (Éxodo 15.26; Deuteronomio 12.28; 1 Reyes 11.38). La pauta que debemos seguir no es una ley impersonal, sino la voluntad personal de nuestro Creador y Redentor.
“Perfecto”. Finalmente, la voluntad de Dios también se describe como “perfecta” o “completa”. La verdadera realización de una persona consiste en conformarse a la voluntad de Dios, que es esencialmente la perfección moral de Dios mismo, pero expresada de tal manera que el ser humano pueda imitarla. Como dice Jesús en el sermón del monte, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5.48). El sacrificio y la negación de sí mismo en la vida cristiana no tienen el propósito de erradicar la personalidad humana, sino erradicar el pecado. La meta de la santificación es la perfección de la naturaleza humana, que ha sido creada a la imagen de Dios.
En resumen, la ética cristiana se puede definir como el estudio de la vida que se conforma a la voluntad de Dios - el estilo de vida que es bueno, que agrada a Dios, y que perfecciona la naturaleza humana.5 Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas prácticas: ¿Cómo podemos saber la voluntad de Dios? ¿Cómo podemos saber lo que Dios desea que hagamos y seamos?
La “voluntad de Dios” puede referirse al decreto de Dios, o a su propósito y su dirección. Donde se habla de la conducta del hombre, se refiere al segundo sentido. Dios no ha revelado al hombre lo que ha decretado eternamente, para que el hombre tome decisiones. Lo que Dios ha revelado al hombre es su dirección, su ley (Torá, en hebreo, las instrucciones divinas para la vida del hombre), por medio de la cual su propósito y su deseo para su pueblo se realicen. La pregunta más precisa es: ¿Cómo podemos conocer la voluntad revelada de Dios? La respuesta breve es: a través de las Escrituras, que nos pueden hacer sabios para la salvación por medio de la fe en Jesucristo (2 Timoteo 3.15). Las Escrituras son claras y suficientes para cumplir este propósito, para que el hombre sea preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3.16).
Aún así, la respuesta no es tan simple como parece. Tenemos que discernir la voluntad de Dios con todo el corazón, la mente, y la voluntad. Esta es la perspectiva de Filipenses 1.9-11:
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.”
Esta oración comienza con el motivo de la vida cristiana (el amor), y termina con el propósito (la gloria de Dios). Pablo ora, pidiendo un aumento de amor, tanto en “ciencia” (epignōsis), indicando una comprensión intelectual de las pautas morales de la vida cristiana, como en “conocimiento” (aisthēsis6), indicando una comprensión más práctica de su aplicación en circunstancias concretas. Los cristianos que tienen un amor que abunda en estas dos maneras serán capaces de hacer juicios morales y aprobar los valores que son mejores (ta diapheronta). Esto significa que pueden conocer la voluntad de Dios (Romanos 2.18: “y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor”.)7
El enfoque bíblico de los valores es que son objetivos y normativos. La Biblia supone que debemos desearlos y buscarlos, justamente porque son valiosos. Esto es lo opuesto del enfoque subjetivo que supone que son valiosos solamente porque los deseamos y los buscamos. Un autor expresa este segundo enfoque así, “Los seres humanos tienen valor, y lo que ellos valoran también tiene valor.”8 Pero algunos seres humanos valoran la venganza, otros valoran la crueldad y formas de actividad sexual que llevan a la esclavitud. Tales prácticas obviamente no representan lo que es intrínsecamente bueno. Lejos de ser valores, son anti-valores. En lugar de mejorar la naturaleza humana, la destruyen.
La lista clásica de Pablo, en que menciona los valores que son mejores, los valores que son objetivamente buenos e intrínsecamente dignos de buscar, se encuentra en Filipenses 4.8-9.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.”
El imperativo doble (“en esto pensad” y “esto haced”) destaca la unidad entre la reflexión y la acción, cuando se trata de buscar la excelencia moral. Sin analizar en detalle cada palabra en la lista de Pablo, podemos notar que son valores objetivos, fundados en Dios, y se nos insta a pensar en ellos. No nos invita a crear nuestros propios valores, sino a contemplar los valores que Dios mismo ha ordenado. La contemplación guiada por el Espíritu Santo produce el deseo de demostrar estos valores con nuestra vida.
El testimonio apostólico apunta a Cristo, la encarnación definitiva de la excelencia moral. Y tal como nos dice el autor de la carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8). Aunque vivimos en un mundo cambiante, Dios no cambia, y tampoco su propósito para los seres humanos creados a su imagen. Por lo tanto, los valores no cambian, aunque el mundo se haga más y más complejo por medio de la tecnología. En Cristo, y en las Sagradas Escrituras, tenemos el depósito permanente de los principios directrices de la vida cristiana. Debemos conocerlos y aplicarlos a nuestras vidas hoy, por medio de la obra capacitadora e iluminadora del Espíritu Santo.
En resumen, la ética cristiana es el estudio del estilo de vida que se conforma a la voluntad de Dios, que se ha revelado en Cristo y en las Escrituras, siendo iluminado por el Espíritu Santo. Busca respuestas a la pregunta práctica, ¿Qué desea Dios que hagamos y seamos como su pueblo redimido? Expresado en términos de metas, personas, y prácticas, podemos proponer una respuesta triple: El propósito principal de la vida cristiana es la gloria de Dios; el motivo principal de la vida cristiana es el amor hacia Dios; y la norma principal de la vida cristiana es la voluntad de Dios, revelada en Cristo y en las Escrituras.9 Estas proposiciones básicas serán los temas de los próximos tres capítulos.
 

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2 La meta de la vida cristiana

¿Cuál es el fin principal del hombre? Generaciones de niños que fueron criados con la enseñanza del Catecismo Menor de Westminster aprendieron a contestar, “El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Es una buena respuesta. Tan buena, incluso, que pocos se detienen a preguntarse por qué el catecismo comienza con esta primera pregunta. Solamente los niños que no han memorizado la respuesta preguntarán, “¿qué significa ‘fin principal’?”, o “¿por qué se hace esta pregunta?” No es tan fácil.
El Catecismo Menor presupone que hay un propósito supremo para el hombre, alguna meta (telos) que hace que el hombre se realice, algún bien superior de valor intrínseco que debemos buscar en esta vida más que ninguna otra cosa. La pregunta del Catecismo se ubica dentro de la tradición cristiana expresada por Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.10 El Catecismo comienza con esta pregunta, porque los autores comprendieron que el ser humano vive de acuerdo con un propósito, que “como sea el hombre - emocional, racional, mortal, rudo, comprensivo, lo que sea - es un ser muy teológico”.11 La pregunta busca establecer la meta de la vida en general, porque esa meta determina los demás conceptos acerca de virtudes y deberes, y nos ayuda a comprometernos con ellos.12
En la época cuando Agustín se convirtió a Cristo, la pregunta acerca del bien supremo, o el summum...

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