CAPÍTULO DIEZ
EPIC5
Errores de novato, cielos abrasadores, espíritus kahuna y un ángel borracho en la cueva del dolor del auténtico Hawái
En las semanas anteriores al Ultraman de 2009, mientras entrenábamos en Hawái, Jason Lester, mi hermano de Ultraman, me dejó caer un proyecto que había estado madurando durante el último año.
—Cuatro letras, amigo del alma. Cuatro letras minúsculas, pero una palabra mayúscula: E-P-I-C, epic. Cinco triatlones de distancia Iron. Cinco islas. Cinco días. E-P-I-C, epic... ¡El reto EPIC5!
En su cara se dibujó una amplia sonrisa mientras mostraba los cinco dedos de la mano izquierda, la única funcional.
Intenté asimilarlo antes de hablar.
—Espera un segundo. A ver si lo entiendo. ¿Estás diciendo...?
Jason me interrumpió.
—Empezaré con un triatlón de distancia Iron en Kauai, para luego ir a Oahu, donde haré la carrera original del Ironman. Y entonces, Molokai, seguida de Maui y terminaré en la carrera del Ironman World Championship en la Isla Grande.
Agité la cabeza y solté una risita. Nunca se había hecho algo tan difícil, ni siquiera se había intentado. Sólo la logística de tener que moverse entre las islas era agotadora. ¿Pero un triatlón de distancia Iron en un día? ¿Todos los días, cinco días seguidos, además de tener que volar entre islas por la noche? Imposible. Pero ya conocía lo suficiente a Jason como para saber que una vez que se propone algo, no hay nada que lo detenga.
Quizá era porque jamás se había tenido que enfrentar a un obstáculo que no pudiera superar. Cuando tenía tres años lo apartaron de su madre drogadicta, su brazo derecho quedó paralizado tras ser envestido por un coche en la adolescencia, y unos pocos años después tuvo que pasar por la muerte de su adorado padre, que le dejó completamente solo en el mundo. Pero había conseguido superarlo y se había convertido en un campeón. En aquella época había conseguido suficientes fondos como para entrenar y competir a tiempo completo. Tenía una vida de nómada y la misión de inspirar lo mejor en los demás.
—Suena genial —respondí con sarcasmo—. Pero bueno, hablando en serio, dime si te puedo ayudar en algo. Lo que necesites, Jason. Siempre y cuando pueda ir de espectador, preferentemente a los asientos más baratos.
Como ya he descrito al principio de este libro, en el otoño de 2009 volví al Ultraman World Championships y lideré la carrera durante casi ocho horas enteritas hasta hacerme con la victoria del día 1 con autoridad; de hecho, con una ventaja de 10 minutos. Por primera vez en mi vida deportiva no fui el eterno segundón que no podía hacerse con la victoria. Por fin, con 43 años, rompí la maldición y gané algo. Algo grande.
Pero el día 2 terminé cubierto de sangre y magullado, con la cara hecha un poema y mis extremidades desparramadas por el Red Road de Hawái. La bicicleta estaba destrozada. Estaba totalmente solo y a duras penas sí podía moverme por culpa de la rodilla. Parecía evidente que la carrera se había acabado para mí. Pero no era así.
Con la ayuda de la ohana de los equipos, un kit de primeros auxilios, la milagrosa donación de un pedal completamente nuevo y el ánimo de Julie y Tyler, volví a la bicicleta. En ese momento, no estaba en una carrera contra mis competidores, sino contra mí mismo. Tuve que luchar muy duro para completar esos 273 kilómetros con un hombro en carne viva y una rodilla que gritaba de agonía con cada pedaleo. Cuando por fin llegué a la ciudad de Hawi para marcar el final del día 2, justo después de cruzar la meta me caí de bruces en la cálida hierba cubierta de rocío, llorando no sólo por el dolor, sino también por la potente emoción de haber encontrado la forma de acabar la jornada.
E incluso en ese momento, todavía me quedaba una prueba más que superar.
Fue el último día de carrera, un doble maratón que ni siquiera sabía si podría intentar, así que mucho menos terminar teniendo en cuenta las horribles heridas de mi rodilla, cuando experimenté el peor dolor de mi vida durante una carrera. Asándome en el incontrolable calor de los campos de lava de Kona, deshidratado y con el cuerpo fallando, maldije la carrera, el accidente, a mí mismo y al mundo entero. Y fue entonces cuando recordé una cita que había leído hacía unos años de David Goggins, esa idea de que cuando crees que ya has alcanzado tu límite, sólo has llegado al 40 por ciento de lo que realmente eres capaz de hacer. La barrera no es el cuerpo. Es la mente.
Y entonces me sorprendí a mí mismo recordando lo que Julie me había dicho justo antes de la carrera esa misma mañana:
—Recuerda, ya está hecho. Todo lo que tienes que hacer es ir. Estar presente. Demuéstranos quién eres realmente.
Demuéstranos quién eres realmente.
Casi al final de esa carrera interminable, cuando acabé el descenso final de la Queen K. Highway hacia la lengua de tierra del antiguo aeropuerto e inicié el último tramo hasta la línea de meta, Julie, mi equipo, Tyler y Trapper me llevaban en volandas, todos muy contentos por mí. Y una vez más, esas lágrimas tan familiares volvieron a mis ojos.
Estaba orgulloso de mí mismo. Me había presentado, había apostado fuerte estando herido y lo había hecho. No sólo había cruzado intacto la línea de meta, sino vivo. Realmente vivo. Aquel tercer día hice 84 kilómetros en 7 horas y 52 minutos. Eso era 72 minutos menos que en 2008 y suficiente para clasificarme en el sexto puesto de la general con un tiempo final de 24 horas y 30 minutos. Era el primer estadounidense con un tiempo que, de hecho, habría valido para ganar la carrera en 2005 y 2006. Sorprendentemente, había sido más rápido que David Goggins en 2006, el hombre cuya capacidad atlética imponente me había inspirado para empezar esta alocada aventura.
«¿Y esto es todo? —me preguntaba—. ¿Alguna vez podré sentir algo más potente que esto? ¿Alguna vez podré superar este rendimiento?». Ni siquiera entonces podía imaginar que me estaba esperando una prueba todavía más ardua.
Durante la temporada de descanso de 2009, vino a visitarnos a nuestra casa de Los Ángeles Jason Lester, mi compañero de entrenamiento del Ultraman que había fantaseado con completar cinco triatlones de distancia Iron consecutivos en cinco islas hawaianas diferentes, un desafío que él bautizó EPIC5. En Nochevieja, Julie organizó un proyecto de «visionado» para la familia y unos cuantos buenos amigos, Jason incluido. Nos pasamos la mayor parte de la tarde del 31 de diciembre clasificando las cosas que ya no utilizábamos, las cualidades que queríamos superar, las ideas de las que necesitábamos deshacernos y los sueños que deseábamos que se materializaran en 2010. Reuniéndonos a todos al anochecer en torno a una hoguera fuera de la casa, Julie empezó con una breve pero poderosa oración. Luego todos nos colocamos en círculo y nos armamos de valor para compartir unos cuantos pensamientos íntimos en voz alta. Y entonces tiramos nuestras notas al fuego. Parece simple, pero fue un gesto potente que a todos nos acercó aún más. Recuerdo ver a Jason entre las llamas esbozando una leve sonrisa.
A la mañana siguiente se unió a mí mientras me tomaba un batido verde en el jardín y daba pataditas distraídamente a las cenizas de la hoguera de la noche anterior. Se aclaró la garganta y empezó:
—Oye, he estado pensando mucho. Creo que tienes que hacer EPIC5 conmigo. No me imagino a nadie mejor que tú para acompañarme. ¿Qué te parece? ¡¿Te apuntas?!
Mi reacción inmediata fue un subidón de adrenalina, porque a pesar de haber puesto los ojos en blanco cuando lo comentó, en secreto, estaba deseando que me hiciera esa pregunta. «¡¿Que si me apunto?! ¿Estás de broma?». Pero ahora que la posibilidad estaba sobre la mesa, mis aspiraciones ocultas se convirtieron en terror. «¡Madre mía! Cinco triatlones de distancia Iron en cinco días. ¿Realmente eso es factible?».
Lo que proponía era más que sobrecogedor. Era casi inimaginable. De hecho, rozaba lo imposible. EPIC5, como Jason la había concebido, era mucho más que una carrera. Era más bien una aventura extrema a lo desconocido un poco en el aire.
En el mundo moderno, hay pocos retos que todavía no se hayan intentado. Los yonquis de la resistencia han cruzado América en sus bicicletas sin dormir, nadado por el Amazonas, pedaleado de Alaska a Chile y braceado por el Pacífico. Incluso había tres tipos que habían cruzado corriendo el Sáhara desde Senegal hasta el mar Rojo. Y, por supuesto, el hombre había llegado a la Luna. Ya se habían acabado los días de grandes aventuras como las de Lewis y Clark, sir Edmund Hillary, Amelia Earhart y Ernest Shackleton. Parecía que ya se había hecho todo.
Pero ahí estaba, allí mismo, un reto todavía no intentado casi implorando que le diéramos una oportunidad. La propuesta me fascinaba precisamente porque era una locura.
Con lo fácil de tentar que soy yo, estuve rumiando la decisión varios días, intentando ser realista con todo eso. Quería estar seguro de que tenía el apoyo de mi familia y que realmente podía comprometerme con la causa.
—Me apunto —le dije por fin a un perplejo Jason.
Cerramos el acuerdo con un abrazo, y al instante me vino a la cabeza un pensamiento premonitorio: «¡En qué me he metido!».
Jason volvió de inmediato a Hawái para dedicarse a tiempo completo a organizar toda la logística necesaria para sacar adelante EPIC5. Viajó solo a las cinco islas, se reunió con las autoridades locales, concretó el itinerario de viaje, reservó el alojamiento y reclutó a residentes locales para que se encargaran de los servicios de voluntariado que necesitaríamos para ir cada día sanos y salvos del punto A al punto B.
En cuanto a mí, había llegado el momento de remangarme y volver al trabajo. Tras haber descansado un mes después del Ultraman de 2009, me había puesto fofo, había ganado peso y me había dado el gusto de ser una «persona normal». Pero ahora, con una fecha de inicio en firme para la EPIC5, el 5 de mayo, tenía que volver ya al entrenamiento con un plan sólido. No había tiempo que perder.
Mi primer movimiento fue llamar a mi entrenador para decirle que estaba preparado para volver a entrenar.
—¡Genial! —dijo Chris—. ¿Y para qué vamos a entrenar?
Respiré hondo.
—Te vas a reír —fue todo lo que conseguí contestar.
Aunque había participado en dos Ultraman, a los ojos de Chris seguía siendo un neófito de la resistencia, un atleta inexperto y fácilmente excitable. Pero mi entrenador no se rió como pensé que haría. De hecho, respondió con un entusiasmo contenido. Me dijo que no sería fácil, aunque sí factible. Y le emocionaba el reto de diseñar un régimen de entrenamiento para algo jamás intentado. Recuerdo que en ese momento me sentí aliviado. Sabía que si Chris pensaba que podía hacerlo, entonces es que podía hacerlo.
¿Cómo te preparas para cinco triatlones de distancia Iron en cinco días y en cinco islas diferentes? La pregunta nunca se había formulado, así que no existía ningún protocolo probado. Con tan sólo cuatro cortos meses para prepararme, me inclinaba por entrenar todos los kilómetros y todas las horas posibles todos los días. Pero esa no era la respuesta. De hecho, Chris diseñó un programa basándose en una única premisa: desacelerar. Por supuesto, hacer muchos kilómetros, pero con una intensidad en las sesiones muy por debajo de a la que estaba acostumbrado. Ya fuese nadando, montando en bicicleta o corriendo, la idea era aclimatar el cuerpo a estar siempre en movimiento. Para adaptarme a la fatiga progresiva a la que tendría que enfrentarme, experimenté incluso con la privación del sueño trabajando hasta tarde por la noche y saliendo a entrenar al día siguiente habiendo dormido poco más de dos o tres horas.
Pero lo principal que tenía que recordar era que aquello no era una «carrera». EPIC5 no tenía nada que ver con ir deprisa y, mucho menos, con ganar. Era más bien una aventura cuyo objetivo era simplemente terminar cada día codo con codo con Jason. Todos para uno y uno para todos.
Julie y los niños querían unirse a mí en Hawái para apoyar el reto, pero nos dimos cuenta de que la comunicación entre las islas era demasiado complicada para unos niños tan pequeños, por lo que decidimos que tendría que enfrentarme a esto sin el equipo que tanto me había ayudado durante el Ultraman de 2009.
Así que el 30 de abril de 2010, varios días antes de que empezara todo para aclimatarme al calor y la humedad tropicales, y para ayudar a Jason con los detalles de última hora, volé solo a la isla de frondosa vegetación de Kauai. Cuando llegué me di cuenta de inmediato de lo mucho que había trabajado Jason junto con Rebecca Morgan, su amiga y residente local de Kauai, para prepararlo todo. El apartamento de Rebecca en Princeville, en la costa norte, se había transformado en el cuartel general de EPIC5 y cada centímetro del suelo estaba lleno del equipamiento donado por los patrocinadores. Cortesía de fabricantes especializados de bicicletas: cascos y zapatillas a juego con las bicicletas de contrarreloj de calidad superior S-Works Transition. De Zoot Sports: docenas de nuevos pantalones cortos, zapatillas, calcetines, viseras y ropa de compresión para correr. Y de Vega, CarboPro y Hammer: miles de bidones enormes de alimentación de alto rendimiento.
En ese momento no lo sabía, pero Rebecca sería nuestra sherpa, nuestra organizadora de acontecimientos y, en general, nuestro salvavidas. Ella fue la única persona que viajó con Jason y conmigo a todas las islas. Nunca se apartó de nuestro lado y nunca perdió de vista el objetivo de devolvernos a casa de una sola pieza. No sería una exageración decir que nunca lo habríamos conseguido sin su ayuda. Nunca. Completamente comprometida con la causa, era la personificación del espíritu ohana que define lo mejor no sólo de Hawái, sino de la humanidad. Era nuestro ángel.
Pasamos los últimos días corriendo de un lado para otro, haciendo algo de entrenamiento ligero, concretando algunas gestiones finales sobre el equipo de apoyo y precisando la ruta final de la distancia Iron de cada isla. Una prueba como ésta se gana o se pierde en este tipo de preparativos. Cuando hay que cubrir distancias tan largas, los pequeños problemas pueden convertirse en enormes si no se han gestionado de manera correcta. Por ejemplo, si te olvidas la vaselina para ponértela entre los dedos de los pies, puedes acabar con ampollas que pueden arruinarte toda la aventura. Así que hicimos listas, empaquetamos botes y los etiquetamos meticulosamente. Y Rebecca, que Dios la bendiga, se encargó de todo eso.
Mientras tanto, comía como una lima. Le dije a Jason que mi objetivo era engordar todo lo posible la semana anterior. Por lo general, intentaba mantenerme lo más delgado posible para una carrera sin poner en peligro mi producción de energía, pero, una vez más, esto no era una carrera y pensé que sería importante «guardar para después». Daba igual cuánto comiéramos durante la prueba, era prácticamente inevitable que sufriéramos un enorme déficit calórico a medida que fuesen pasando los días, así que como oso preparándose para la hibernación, me atiborré de toda la comida alta en nutrientes y de alto octanaje basada en vegetales que cayó en mis manos: un montón de lasaña vegana, montañas de lentejas y alubias sobre arroz integral al vapor, quinoa bañada en aceite de coco y mis adorados batidos de superalimentos de la Vitamix. Digamos que al final engordaría cerca de 4 kilos en tan sólo esa semana. Chris me dijo que a pesar de la inmensa pérdida calórica de la carrera, mi cuerpo quizá seguiría ganando peso durante los cinco días de la prueba, pero que acabaría cayendo como una roca a los siete o diez días después. Según parece, cuando el cuerpo siente que está en riesgo calórico, hace todo lo posible para retener fluidos y almacenar grasas sólo para sobrevivir. Me costó mucho creer a Chris, pero por supuesto fue exactamente lo que pasó.
DÍA 1: KAUAI
QUE EMPIECE LA LOCURA
El 5 de mayo, al final del primer día de EPIC5, a las 19.52 horas, cogimos el último vuelo de Kauai a Oahu. Era un poco ir con el tiempo justo; significaba que teníamos que empezar nuestro primer día horas antes del alba.
Por razones de seguridad, no queríamos nadar ni montar en bicicleta en total oscuridad, así que decidimos empezar el día 1 con el maratón a las 3.00 de la madrugada, después nadar los 4 kilómetros en Hanalei Bay y terminar con una etapa ciclista de 180 kilómetros por toda la isla y volver para acabar en el aeropuerto para volar a Oahu. Dicho de otra forma, acabaríamos hechos polvo.
Al tener que empezar tan pronto, nos fuimos a la cama a las 19.00. No sé siquiera si me dio tiempo a dormirme antes de que sonara el despertador a las 2.30.
No perdimos tiempo. Rebecca ya había cargado la furgoneta, así que todo lo que tuvimos que hacer Jason y yo fue ponernos la ropa de correr, pillar algo para desayunar —un batido verde y un poco de quinoa con frutas del bosque—, salir del apartamento y empezar a correr. Sólo era otro entrenamiento a primeras horas de la mañana, ¿no? Utilizando linternas de cabeza para iluminar el camino, simplemente empezamos, sin prensa, sin fanfarria, sin animadores y sin pistoletazo de salida, sólo Rebecca con una sonrisa en la cara y una rápida instantánea en el camino de acceso a su casa para señalar la ocasión supuestamente más tranquila.
—Pues ya está, amigo del alma. ¿Preparado?
—Vamos allá —dije, llevado por la adrenalina del momento—. Fácil es si fácil lo haces —añadí sacando mi Forrest Gump interior.
Un par de kilómetros después, estábamos corriendo con tranquilidad en la oscuridad de la carretera principal hacia la dormida ciudad de la costa norte de Hanalei cuando un coche redujo junto a nosotros. Me imaginé que sería alguien preguntándose por qué diablos había dos tipos corriendo por la carretera en mitad de la noche con linternas de cabeza. Para ...