Vaquita marina
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Vaquita marina

Ciencia, política y crimen organizado en el golfo de California

Brooke Bessesen, Stella Mastrangelo

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Vaquita marina

Ciencia, política y crimen organizado en el golfo de California

Brooke Bessesen, Stella Mastrangelo

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México es hogar de la vaquita marina, el cetáceo más pequeño del mundo. Esta marsopa, de ojos bien delineados y labios que parecen sonreír todo el tiempo, es el único mamífero marino endémico de nuestro país: habita una pequeña área en el mar de Cortés y hoy está críticamente amenazada por una conjunción de atroces circunstancias, descritas aquí por Brooke Bessesen con pasión y sentido de urgencia.Narrado sobre el terreno, recurriendo a entrevistas con agentes clave y a la observación directa, este libro presenta las características biológicas de la Phocoena sinus, su triste condición de pesca incidental en manos de quienes buscan capturar totoaba —un pez cuyo "buche" alcanza precios astronómicos en el mercado negro de Estados Unidos y China—, los esfuerzos científicos y políticos por controlar el declive de esta especie, la colaboración internacional por rescatarla, el conflicto social que se ha desatado en las comunidades de pescadores luego de prohibirse el uso de redes de enmalle.Conservar la riqueza ecológica plantea delicados retos éticos, económicos y técnicos, que exigen la participación de una ciudadanía informada; con su relato sobre el denso tejido de ciencia, política y crimen organizado en el golfo de California, Bessesen hace un firme llamado a no repetir el deplorable destino de las especies hoy extintas por inacción gubernamental y social."Bessesen aborda la difícil encrucijada que hoy afronta la vaquita marina mezclando la atención al detalle y la curiosidad del científico con la pasión del ambientalista. Es una lectura obligada para quien quiera comprender lo complej0 de los esfuerzos por proteger la biodiversidad."Todd L. Capson, Science"En esta intrépida historia de detectives sobre la conservación, la bióloga marina Brooke Bessesen explica cómo la especie está a punto de desaparecer y muestra por qué el esfuerzo por conservar a las restantes vaquitas es un desafío tortuoso e incierto."Barbara Kiser, Nature

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Información

Editorial
Grano de Sal
Año
2020
ISBN
9786079870515

1. La difuntita

—No te pongas nerviosa. Es seguro —dijo preventivamente Gustavo cuando entrábamos en un estacionamiento sin pavimentar frente a la oscura puerta de un edificio café de concreto. La angulosa estructura parecía una cárcel abandonada, con una hilera pareja de ventanas —abiertas, de rejas herrumbradas— a lo largo de todo su frente. Yo no suelo preocuparme y no había estado nerviosa en absoluto hasta que Gustavo dijo eso, lo que entonces me hizo observar con atención las hondas sombras que generaba la fría luz del atardecer. Aun así, lo seguí adentro.
Cuando mis ojos se adaptaron, descubrí un panorama de casetas destartaladas, de ladrillos y baldosas, con grafitis de “Se renta o se vende”. El flip-flop de las sandalias de Gustavo resonaba a medida que su silueta baja y fornida iba esquivando pilas de escombros, avanzando por oscuros corredores que se extendían hacia los más negros recovecos del edificio.
A Gustavo Cárdenas Hinojosa, científico de poco más de 30 años empleado en el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático de México (INECC), lo había conocido apenas 20 minutos antes, a las cinco de la tarde en el Hotel Los Ángeles, donde habíamos acordado vernos. Nuestros saludos iniciales fueron algo torpes, cada uno esforzándose en una lengua que llevaba algún tiempo sin usar, yo el español y él el inglés. Gustavo tuvo mejores resultados y seguimos en inglés.
Yo acababa de hacer por primera vez el viaje de Arizona a San Felipe, en el municipio de Mexicali, Baja California, seis horas de coche, para hacer una sola pregunta: ¿por qué el mamífero marino más críticamente amenazado del mundo sigue muriendo en redes de enmalle cuando supuestamente esta clase de red está prohibida? Gustavo, coordinador de campo del estudio acústico de las vaquitas que realiza el INECC, con gran generosidad había venido desde Ensenada para presentarme a algunas personas que podrían tener información, empezando por un pescador muy conocido llamado Javier Valverde.
Gustavo y yo nos registramos aprisa en el hotel, un monolito verde intenso, nuevo, a la orilla de la ciudad. Dejamos nuestro equipaje en dos convenientes habitaciones del primer piso y nos subimos a su camioneta roja, una Ford Ranger con aspecto de ser veterana de mucho trabajo de campo. Cinco minutos más tarde allí estaba yo, avanzando por aquel corredor polvoriento.
Vuelta a la derecha. Vuelta a la izquierda. 20 pasos adelante.
Como la cálida luz de una casa de campo en una noche oscura, apareció de pronto una única ventana brillantemente iluminada. En aquel edificio tan sombrío fue extraño encontrar una oficina satélite de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) del gobierno mexicano, un oasis de paredes claras y pósters ambientales muy alentadores. Apenas pasé la puerta indicada por Gustavo, se adelantó a saludarme un hombre de mediana edad con una camiseta de VIVA la Vaquita. Paco Valverde es biólogo y trabaja para Conanp, además de ser hijo de Javier.
Me dirigió una sonrisa amistosa, pero su rostro estaba marcado por líneas de estrés. Me estrechó la mano y se volvió hacia Gustavo disparando alguna noticia terrible en un español tan rápido que no pude más que ponerme a interpretar las expresiones ansiosas de ambos. Pasaron varios minutos antes de que yo empezara a tener una idea de la situación y sólo cuando Paco trajo a la pantalla de su computadora unas imágenes espantosas entendí con claridad qué pasaba.
Esa misma mañana había llegado a la playa una vaquita, muerta. Era el 15 de marzo de 2016. Gustavo cruzó los brazos sobre el pecho como para proteger algo precioso. Era la segunda vaquita muerta en 11 días: el 4 de marzo había aparecido un macho flotando cerca de la costa.
La vaquita es el cetáceo más pequeño del mundo, una robusta marsopa de piel brillante que, en total, de la punta de la nariz al extremo de la aleta caudal, no mide más de metro y medio y pesa algo más de 40 kilogramos. En todo el planeta hay una sola población de vaquitas, en la parte más alta del golfo de California, población que disminuye de manera constante desde comienzos de la década de 1940. En el otoño de 2015, un prestigioso grupo de científicos realizó un recuento de la población y seis meses más tarde anunció resultados desfavorables: quedaban menos de 60 vaquitas en el mundo.
Chris Snyder, trasplantada de Flagstaff, Arizona, era quien había descubierto la vaquita durante su paseo matinal. Chris vive en una comunidad de estadounidenses arraigados en México llamada Rancho El Dorado, diez kilómetros al norte de San Felipe. La marsopa estaba en la playa, “frente al campo de golf de El Dorado”, según publicó en Facebook a las 10:37 de la mañana, junto con una foto del cuerpo, con la piel hinchada y golpeada empezando a rajarse, las cuencas de los ojos vacías. Su marido, Tom Gorman, decidió que hacían falta más imágenes, corrió de regreso a la playa y subió a Facebook varias fotos más. En una aparecía un zopilote hambriento agitándose sobre la carne morada como personaje de alguna típica película de vaqueros.
Las fotos de Snyder y Gorman en Facebook fueron la primera noticia que tuvieron las autoridades de la muerte del cetáceo y desencadenaron una tempestad de llamadas oficiales, textos, fotos e informes. Paco le mostró a Gustavo el video grabado por él cuando cargaban el cuerpo en un camión para transportarlo a Mexicali. Yo fui atrapando al vuelo las palabras en español que conocía y logré armar el cuadro básico. A pesar de la descomposición significativa, la víctima fue identificada como una hembra, de 130 centímetros de largo. Cualquier pérdida es un mal augurio para la supervivencia de la especie, pero, con tan pocas vaquitas vivas, sabía que la pérdida del potencial reproductivo de una hembra era una verdadera puñalada.
Mientras Paco hablaba, Gustavo escribía como desesperado en su celular, y yo intentaba seguir el relato y hacía alguna pregunta, pero era evidente que esos hombres no tenían tiempo para atender mis demandas. Ninguno de ellos parecía tener capacidad mental para una segunda lengua en un momento tan triste, y yo tontamente sentía que el curso rápido de español que había tomado no había tenido ningún efecto. La tensión era palpable, por lo que me deslicé a otra salita para dejarlos tranquilos. Me dolía el corazón por Gustavo y Paco, pero no podía consolarlos. Era como haber caído por accidente en el funeral de una celebridad a quien no conocía personalmente. Yo era una intrusa, una observadora, una distracción.
La imagen de la vaquita muerta sólo volvería a flotar en mi conciencia un par de semanas después, en un momento de profunda contemplación personal. Con el corazón abierto de par en par, la vi, de verdad la vi, no como un miembro más de una población en vías de extinción sino como un individuo particular, único, posiblemente una hija, una hermana, que vivió en libertad y murió en forma trágica. Imaginé sus últimos momentos: la vi debatiéndose aterrorizada, enmarañada en las cuerdas, conteniendo el aliento contra las oscuras aguas de la medianoche por interminables segundos de desesperación, hasta que finalmente los pulmones ardiendo impusieron una inhalación final.
En mi mente, su pequeño cuerpo arrojado a esa playa aislada se transformó en el cuerpo de una niña arrojado a un lado del camino en las afueras de un pueblo rural.
Había sido asesinada. Y todos sabían quién era el responsable.
En una escena del crimen siempre hay pistas. En este caso, había restos de ocho totoabas desparramados por la arena alrededor.
La totoaba es un pez. También es endémica del golfo de California y también está clasificada como en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por las siglas de International Union for Conservation of Nature). La Totoaba macdonaldi es el miembro de mayor tamaño de la familia de los esciénidos, o corvinas. En inglés suelen ser conocidos popularmente como croaker o drum fish [pez tambor], porque son capaces de producir un sonido, como de croar o tamborileo, haciendo vibrar ciertos músculos contra un órgano interno lleno de gas, la vejiga natatoria, que regula la flotabilidad y ayuda al pez a ascender o descender en la columna de agua.
Actualmente se pesca totoaba con gran intensidad por esas vejigas natatorias, llamadas buches.
¿Y para qué sirven los buches? Para hacer sopa.
La vejiga natatoria, llamada en Asia maw y en general fish maw, forma parte de una sopa china a la que se atribuyen poderes curativos, entre ellos la capacidad de mejorar la piel y la circulación. Las propiedades curativas no han sido demostradas, pero la caza intensa continúa. Desde 2012 se han contrabandeado y vendido muchos centenares de buches en lo que ha llegado a ser un mercado negro internacional de productos de vida silvestre, el cual mueve muchos miles de millones de dólares.
La principal fuente de fish maw de China —la bahaba, otro pez roncador— ha desaparecido casi por completo. Otrora, la Bahaba taipingensis vivía en grandes cantidades a lo largo de la costa del mar de China, desde Shanghái hasta Hong Kong. Pero, como la pesca desenfrenada ha llevado a la bahaba casi a la extinción, el costo de un buche de este pez ascendió a alturas astronómicas, por lo que algunos comerciantes chinos reorientaron sus esfuerzos hacia la captura de totoabas mexicanas en la parte norte del golfo de California. Ambas son esciénidos de buen tamaño y vida larga, y tanto sus ciclos vitales como sus vejigas natatorias son muy similares.
No es la primera vez que China promueve la pesca clandestina: ese país es célebre por su tráfico de elementos de vida silvestre, y su insaciable apetito por especies en peligro de extinción plantea una amenaza catastrófica para muchos queridos animales al borde de la desaparición. El cuerno de rinoceronte, los huesos de tigre, las escamas de pangolín, el buche de totoaba. Cada uno atrae a su propio elenco de asesinos.
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FIGURA 1. Una vejiga natatoria o “buche” de totoaba, ya seca. Por los largos tubos de tejido que tiene adheridos parece un morral mesoamericano. (Fotografía cortesía de US Fish and Wildlife Service)
Por el precio adecuado, siempre hay pescadores furtivos locales dispuestos a correr el riesgo, especialmente en países como México, donde los castigos son raros. (La pesca furtiva de totoabas no es un delito grave y los detenidos típicamente salen un par de días después.) Por supuesto que los “bucheros”, los pescadores del lugar que son los que sacan las vejigas, no los venden directamente a China. Se dice que mafias mexicanas y chinas han unido fuerzas para el tráfico de la “cocaína acuática”. Con ganancias muy similares, los buches realmente son tan lucrativos como los estupefacientes.
A diferencia de las drogas en polvo o vegetales, que sólo se miden por su peso, en los buches se valora también el tamaño. El tamaño es importante, muy importante. Particularmente valiosa es la vejiga de gran tamaño y de paredes más delgadas de la totoaba macho. Y, cuanto más viejo es el pez, mayor es el buche. Cuanto mayores sean la fuerza y la vitalidad perceptibles, mayor es el precio.
El mercado negro entró en un boom, con los pescadores lanzándose al océano como si fueran buscadores de oro, pero con redes de enmalle para atrapar su premio. Algunos bucheros llegan incluso a “clonar” sus embarcaciones, pintando el mismo número en los cascos de dos pangas para tener dos barcos activos bajo un mismo permiso. En la oscuridad de la noche —o peor aún, simulando salir en busca de especies legales—, pescadores locales capturan totoabas del tamaño de un atleta corpulento y rápidamente les quitan el buche. Después secan esos buches para poder transportarlos.
Se dice que quien se encarga de que ese contrabando atraviese las fronteras y se distribuya en China o en los restaurantes chinos de Estados Unidos es un cártel con conexiones de muy alto nivel. A medida que la economía china se fortalece, hay cada vez más personas ricas que pueden permitirse lujos gastronómicos, y se dice que las vejigas natatorias secas son una mercancía estándar en los mercados de Hong Kong y que se rematan abiertamente en China. A pesar de ser una mercancía ilegal se vende incluso por internet, a través de plataformas como Alibaba.
México acusa a China de no castigar como debería la venta de partes de totoaba. China acusa a México de permitir, de entrada, que los pescadores capturen a los animales. Los dos tienen razón. Es algo parecido a lo que ocurre con las drogas: los países que producen las mercancías deben ser considerados responsables, pero los países que las consumen también son culpables. De esa cadena de crimen organizado forman parte dirigentes gubernamentales, pescadores, contrabandistas, capos, compradores, propietarios de restaurantes, sus clientes y, por supuesto, también funcionarios corruptos responsables de hacer cumplir las leyes.
Hasta hoy China no parece estar seriamente comprometida con la destrucción de un modelo de negocios exitoso y México tampoco parece seriamente comprometido con la eliminación de los resquicios legales que permiten la pesca clandestina. Mientras tanto, la industria ilegal sigue fortaleciéndose.
Por desgracia, la totoaba no es el único animal en peligro de extinción atrapado en este escándalo internacional. A la hora de morir, la vaquita es el gemelo mamífero de la totoaba. Las dos hermosas especies, grandes, plateadas y amenazadas, son víctimas de los mismos bucheros. Las redes de enmalle desplegadas para capturar totoabas, dejadas a la deriva en la columna de agua, son imperceptibles para el sensitivo ...

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