
- 208 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Perspectivas de la clínica de la urgencia
Descripción del libro
La urgencia se transforma día a día en un imperativo de la época. Lejos estaba de imaginarlo cuando en el año 1996 diseñé un espacio de formación para los estudiantes de la facultad de psicología, instalado en las guardias de los hospitales. Tampoco supuse que cientos de alumnos por año transitarían "Clínica de la urgencia".
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Información
Categoría
PsychologyCategoría
PsychoanalysisEn las instituciones
La urgencia en la maternidad (*)
INÉS SOTELO
INÉS SOTELO
Acerca de la clínica de la urgencia
La clínica actual en las instituciones nos confronta permanentemente con situaciones de urgencia: pobreza, marginalidad, desocupación, violencia, drogas, desmembramiento familiar, se agregan en la época que nos toca transitar a las presentaciones clínicas más clásicas.
Al hospital general o en este caso, a una maternidad, llegan la mayoría de los pacientes con enfermedades o procesos que atañen al cuerpo, requiriendo tratamiento o intervenciones sobre el mismo.
La urgencia, que vamos a pensarla como ruptura, quiebre de la homeostasis con que la vida transcurría, se ubica en estas consultas en principio a nivel del cuerpo y la consulta se dirige generalmente a los especialistas de la medicina, surgiendo luego un más allá.
Desde la perspectiva del psicoanálisis el estatuto del cuerpo cobra otra dimensión, separándose del organismo y de la naturalidad biológica. Lo natural o instintivo, está perdido para el “hablante-ser” y estar en el lenguaje ubica al hombre en la cultura y en su malestar.
Los problemas de llevar un cuerpo, con sus modos de satisfacción y de goce, exceden en mucho los problemas del órgano; es así que para la medicina, el diagnóstico, pronóstico e intervenciones encuentran el obstáculo que significa que más allá de todo protocolo, con frecuencia el paciente no quiere su bien, no acepta las indicaciones, lo cual pone en riesgo su salud, su evolución y hasta su vida.
Esta dificultad, este límite al saber médico, pone también en urgencia a los profesionales, complejizando la situación. La urgencia atraviesa entonces al paciente, a su familia, a la institución y a los profesionales, transformándose en una coyuntura de emergencia, tal como la llama Miller (1).
La propuesta entonces será la de incluirnos como psicoanalistas en las instituciones, enlazándonos con otros saberes como el desafío con el que entramos decididamente en el siglo XXI. Será necesario ubicar el lugar del “objeto psicoanalista”, objeto producido por un discurso al que habrá que encontrarle su uso ya que el espacio analítico es un espacio en el cual se juega un destino fundamental del sentido de la civilización (2).
El desafío será reunirse en la diversidad de formación, en la diversidad de tareas, tratando de construir el espacio institucional creativo, de invenciones y ficciones, donde se consoliden las transferencias de trabajo. Buscar un hilo en común, un hilo que nos permita una interlocución, es una de las formas de salir o de tramitar esta urgencia. “…aliarse con todos los que luchan dentro de la psiquiatría o dentro de la salud pública para construir estructuras menos crueles, y esto supone tener una idea de los goces en juego en las organizaciones y en su funcionamiento” (3).
El parto es una especie de locura
Tomaremos esta definición a la que arriba una paciente atravesada por la urgencia que sorprendió a médicos y a ella misma en la sala de partos.
La licenciada María Paula Salgado, psicóloga de la Maternidad Sardá, Hospital público de la Ciudad de Buenos Aires, elige este recorte que da cuenta de cómo algo natural, tal como es un parto, que se sucede en las especies de mamíferos desde millones de años, se transforma para cada mujer en un acontecimiento único, fuera de serie y en este caso en una urgencia.
A., de 35 años, embarazada de 34 semanas, ingresa a la guardia con amenaza de parto prematuro y a pesar del intento de detener las contracciones, se desencadena el trabajo de parto.
La paciente no colabora y grita “¡No voy a poder!”; impide que se la revise o monitoree reaccionando agresivamente ante el intento de las obstétricas de alertarla sobre los riesgos en que pone al bebé. Si bien llama al marido, también le pide que se aleje. El descontrol invade la escena.
La licenciada es convocada por los profesionales ante una situación que evidentemente parecía no poder esperar: el “no hay tiempo” típico de las guardias se presentaba con toda claridad.
Esta urgencia de los profesionales los conduce a convocar a un colega del ámbito psi, lo cual nos permite localizar la importancia de las transferencias de trabajo en el ámbito institucional que posibilitan consultar a otros allí donde el propio saber encuentra su límite.
La analista, frente a lo apremiante propone una pausa, un impasse. Como si en realidad tuviera todo el tiempo, se acerca, se presenta y le ofrece ayuda.
¿Desde qué lógica podría suponerse como eficaz allí, la intervención de un analista?
Frente a la conmoción, al quiebre, al punto de ruptura y sinsentido que invade a la paciente, la analista se ofrece como otro que posibilita transformar el grito en llamado, comenzando a construirse una trama significante, un sentido que permitiría la separación del significante que la aliena.
La respuesta de la paciente no se hace esperar y María Paula Salgado lo presenta de un modo muy preciso: la sujeto dice estar muy asustada e inmediatamente refiere acontecimientos cruciales de su vida; muerte de la madre, abandono del padre, los miedos y síntomas que desde entonces la acompañan.
El exceso, lo inmanejable, el no voy a poder frente a la maternidad, cobran nuevos sentidos que la separan de los significantes que la mortifican.
Sentido que tampoco habrá que cristalizar ya que como sostiene Mauricio Tarrab, para la superación del trauma no basta con la vía elaborativa y menos aún con la racionalización, porque la cuestión central es cómo operar con un real fuera de sentido (4).
En el trabajo analítico posterior, si lo hubiera, se tratará de “desplazar el interés desde la realidad del trauma a la insistencia del trauma para indicar que lo inasimilable está allí como encuentro inédito, pero que siempre ha estado allí y retorna en ese encuentro perturbador” (5).
Volviendo a la sala de partos, la circulación a través de la palabra permitió la desaceleración de goce, cierto alivio que posibilitó que se reconectara con su cuerpo, con la maternidad y hasta con el sentido del dolor. La palabra opera sobre el cuerpo en tanto atravesado por el deseo y el goce.
Más tarde la paciente definirá al parto como “una especie de locura”, momento en el que una mujer se confronta con tener que tomar una decisión insondable: la de convertirse en madre, más allá de toda biología.
El parto se transforma entonces en un verdadero acto en el sentido analítico: diferenciado de toda acción, se ubica en coordenadas simbólicas y produce la transformación del sujeto (6). Lacan lo llama muerte del sujeto, entendiéndose que ya no será como antes. Hacerse madre implica mucho más que transitar un parto, es ubicarse en coordenadas simbólicas que subvierten las categorías, y en ese instante cada mujer se confronta con su deseo y con los recursos con los que cuenta o no para ocupar ese nuevo lugar en el que el acto la instala. Feminidad, maternidad, sexualidad y muerte atraviesan la escena.
El niño y su madre
Desde la perspectiva del psicoanálisis la relación del niño y su madre estará determinada por el lugar que ocupa el hijo en el deseo materno, éste aparece como enigma, como X en tanto las diversas significaciones que da al deseo materno.
En el texto “El niño y su madre” Eric Laurent recorre las posibles localizaciones del niño: como falo de la madre en las perversiones, como síntoma de la pareja parental en las neurosis y como objeto del fantasma de la madre en las psicosis (7). Según como responda el niño frente al deseo materno, en qué lugar se localice, determinará su estructuración como sujeto.
La función del padre sobre el deseo de la madre (8) es necesaria para permitirle al sujeto un acceso normalizado a su posición sexuada, estableciendo que no solo debe ser un vehículo de la autoridad del Nombre del Padre, sino que es necesario que para ella el niño no sature la falta en que se sostiene su deseo; es decir que más allá de los cuidados y del lazo amoroso con el niño, no deje de desear como mujer.
La metáfora paterna, entonces, con la que Lacan transcribió el Edipo freudiano, no significa solo que el Nombre del Padre restringe el deseo de la madre instaurando la Ley. La metáfora paterna remite a una “división del deseo que impone que el objeto niño no lo sea todo para el sujeto materno”. El no-todo de la maternidad permite que el deseo de la madre diverja y sea llamado por un hombre (9).
Así la pureza que se le adjudica a la madre, el “todo amor” en relación a un hijo, la idea de que todo lo colma, se problematiza desde esta perspectiva y en la clínica.
J.-A. Miller nos recuerda a Medea como muestra de esta división del deseo que en el extremo la conduce al asesinato de los hijos, como venganza al ser abandonada por su esposo, demostrando que el amor materno no se basa solo en someterse a la ley del deseo, sino que se sostiene en ella en tanto un hombre haga de ella causa de su deseo, es así que cuando Jasón se va, Medea deja de estar en esa posición.
Nos advierte también que desde la versión freudiana del niño como sustituto fálico, aparece en su dimensión colmadora y sin embargo el lugar del niño es el dividir a la madre, es causa de una división entre madre y mujer: “el niño no solo colma, también divide, y que divida es esencial” (10).
Es central en la estructuración del niño que la madre desee más allá de él. “Si el objeto niño no divide, cae como un resto de la pareja de los padres, o bien entra con la madre en una relación dual que subordina al fantasma materno” (11).
El nacimiento de un niño conmueve el lugar que el hombre ocupa para su mujer y no se convierte en padre sino a condición de consentir el no-todo que constituye la estructura del deseo femenino. “La función feliz de la paternidad es la de humanizar el deseo mediando entre las las exigencias abstractas del orden, el deseo anónimo del discurso universal, y, por otra parte, lo que se deriva para el niño de lo particular del deseo de la madre” (12).
Esta perspectiva nos permite ubicar de otro modo las coordenadas en las que se constituye una familia, más allá de los ideales de la cultura que en muchas ocasiones se transforman en voces del superyó.
Irrupción de lo inesperado en la sala de partos
La sala de partos es un espacio cargado de significación simbólica, el misterio de la vida y la muerte lo atraviesa más allá de los avances tecnológicos. Lo real, lo inaprensible, lo que queda por fuera de la palabra es recubierto de los sentidos con los que la cultura colma al nacimiento y a la maternidad.
Sin embargo quienes allí trabajan verifican que el modo de transitar este acontecimiento es absolutamente singular: sola o acompañada, serena o excitada, lúcida o delirante, deseando o no a su hijo. Modos que a la vez despiertan reacciones amables o de rechazo de los profesionales que intervienen. Desde los ideales de la sociedad resuenan las voces: “¿Cómo una madre no va a querer a su hijo?” “¡Debe colaborar!” “¿Por qué no acepta el dolor?” “¿Decide no tener más hijos?”.
Ubicar las coordenadas subjetivas en las que la urgencia emerge, posibilita abrir algún sentido diverso frente lo real sinsentido con que se confronta el sujeto, separándolo de todo ideal universalizante del imperativo categórico.
Romina Moschella, psicóloga de la maternidad Sardá nos acerca una situación en la cual verificamos que más allá de la maravilla de la vida, la sala de partos presenta también otra dimensión: el horror de la muerte, para lo cual nadie está preparado (13).
La paciente, S., tenía en brazos a su bebé muerto momentos después del parto. Entre perpleja y desorientada, lo acunaba y pedía que lo abrigaran.
El pedido de interconsulta convoca a una psicóloga, ya que si bien para médicos y obstetras la muerte está entre las posibilidades estadísticas, cada muerte en singular confronta con lo real, con el no saber, con el dolor insondable y el misterio.
La intervención de la analista apuntó en principio a intervenciones muy sencillas pero cruciales: nombrarla, alojarla, escucharla. Abrir otro espacio que no solo consistió en pedir el traslado a otro sector del hospital, por fuera de la sala de partos, sino también en invitar a la sujeto a poner algunas palabras a su dolor infinito como para comenzar a localizar en principio que algo perdió, abriendo luego el camino que conduzca a ubicar lo que perdió.
Sobre el duelo
En el texto de 1917, “Duelo y melancolía” (14), Freud establecerá un contrapunto entre las perturbaciones anímicas narcisistas, melancolí...
Índice
- Portadilla
- Legales
- Introducción, por Inés Sotelo
- Temas cruciales
- En los inicios: inhibición - síntoma - angustia
- ¿Admisión? ¿Demanda? ¿Transferencia?
- Cuestión de tiempo... lógico
- En las instituciones
- Con la normalidad
- Entrecruzamientos de discursos