Espectros del capitalismo
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Espectros del capitalismo

Arundhati Roy, Carmen Valle

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Espectros del capitalismo

Arundhati Roy, Carmen Valle

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La India es un país de mil doscientos millones de personas y es la "democracia" más grande del mundo, con más de 800 millones de votantes. Pero las 100 personas más ricas del país poseen activos que equivalen a una cuarta parte del Producto Interior Bruto. El resto de la población son fantasmas en un sistema más allá de su control. Millones de personas viven con menos de dos dólares al día. Cientos de miles de agricultores se suicidan cada año incapaces de hacer frente a sus deudas. Los dalits son expulsados de sus aldeas porque los propietarios, que les arrebataron sus tierras por no tener escrituras de propiedad, quieren dedicar la tierra a la agroindustria. Estos son sólo algunos ejemplos de los "brotes verdes" de una economía que ha corrompido a la India contemporánea.Arundhati Roy examina el lado oscuro de la democracia y muestra cómo las exigencias del capitalismo globalizado han sometido a miles de millones de personas al racismo y a la explotación. La autora expone cómo las megacorporaciones han desposeído de recursos naturales al país y han sido capaces de influir a través del Gobierno en todas las partes del país, utilizando habitualmente al ejército y su fuerza bruta con fines lucrativos, así como a una amplia gama de ONG y fundaciones, para decidir la formulación de políticas en la India.

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01
Espectros del capitalismo
¿Es una casa o un hogar? ¿Un templo a la nueva India o un almacén para contener sus fantasmas? Desde que Antilla llegó a la calle Altamount de Bombay, con su aire de misterio y de tranquila amenaza, las cosas no han vuelto a ser igual. «Aquí estamos» —me dijo el amigo que me había llevado allí—. Presenta tus respetos a nuestro nuevo gobernante».
Antilla pertenece al hombre más rico de la India, Mukesh Ambani. Yo ya había leído algo sobre esta vivienda, la más cara que se haya construido jamás, que cuenta con veintisiete plantas, tres helipuertos, nueve ascensores, jardines colgantes, salones de baile, salas de nieve, gimnasios, seis plantas de aparcamiento y seiscientos sirvientes. Nada me había preparado para el césped vertical —una inmensa pared de hierba de veintisiete pisos de altura, unida a una enorme rejilla metálica—. El césped estaba seco en algunas partes, algunos trozos se habían caído en limpios rectángulos. Claramente, el efecto de Goteo hacia abajo no había funcionado.
Pero el Borbotón hacia arriba sí ha funcionado bien. Por eso es por lo que en un país de mil doscientos millones de personas, las cien más ricas poseen activos por valor de una cuarta parte del PIB.3
En la calle se comenta (y en el New York Times también), o al menos se comentaba, que, después de tanto esfuerzo y tanta jardinería, los Ambani no viven en Antilla.4 Nadie lo sabe de cierto. La gente sigue hablando en voz baja de fantasmas y mal fario, de feng shui y su equivalente hinduista, el vastu. Quizá todo sea culpa de Karl Marx (tantas maldiciones). El capitalismo, dijo Marx, «ha hecho surgir medios de producción y de intercambio tan inconmensurables que acaba siendo como el hechicero que ya no puede controlar los poderes de ese inframundo surgido como resultado de sus sortilegios».5
En la India, los trescientos millones de personas que pertenecemos a las nuevas clases medias surgidas después de las «reformas» del Fondo Monetario Internacional (FMI) —el libre mercado— convivimos con los espíritus del inframundo, los poltergeists de los ríos muertos, los pozos secos, las montañas calvas y los bosques desnudos; con los fantasmas de los doscientos cincuenta mil campesinos que se suicidaron acosados por las deudas y de los ochocientos millones de personas que se han empobrecido y han sido desposeídas para hacernos sitio a nosotros.6 Y que sobreviven con menos de 20 rupias indias al día, es decir, unos 30 céntimos de euro.7
Mukesh Ambani vale él solo 20 000 millones de dólares.8 Es accionista mayoritario de Reliance Industries Limited (RIL), una empresa con un valor de mercado de 47.000 millones de dólares y con intereses por todo el mundo que incluyen petroquímicas, petróleo, gas natural, fibra de poliéster, zonas económicas especiales, venta al por menor de alimentos frescos, escuelas de secundaria, investigación en biociencia y servicios de almacenamiento de células madre. Recientemente, RIL adquirió el 95 por ciento de las acciones de Infotel, un consorcio televisivo que controla veintisiete canales de televisión y entretenimiento, incluyendo CNN-IBN, IBN Live, CNBC, IBN Lokmat y ETV en casi todos los idiomas regionales.9 Infotel posee la única licencia de cobertura nacional para banda ancha de 4G, una autopista de alta velocidad para la información que, si la tecnología funciona, podría ser el futuro del intercambio de información.10 Ambani es también dueño de un equipo de críquet.
RIL forma parte de un puñado de corporaciones que gobiernan la India. Algunas otras son Tata, Jindal, Vedanta, Mittal, Infosys, Essar y la otra Reliance, el grupo Reliance Anil Dhirubhai Ambani (ADAG), del que es dueño el hermano de Mukesh, Anil. Su carrera hacia el crecimiento se ha extendido por Europa, Asia Central, África y América Latina. Sus redes tienen un amplio alcance: son visibles e invisibles, se despliegan sobre la superficie y también por debajo de ella. Por ejemplo, los Tata dirigen más de cien empresas en ochenta países. Son una de las compañías más antiguas y de mayor tamaño del sector privado de la energía. Poseen minas, yacimientos de gas, acerías, redes de telefonía, televisión por cable y banda ancha, y también dirigen varias urbanizaciones integrales de las que están surgiendo en la India para alojar a las familias vinculadas a la economía del conocimiento. Producen coches y camiones Jaguar, Land Rover y Daewoo, y son dueños de la cadena hotelera Taj Hotel así como de los tés Tetley, además de una editorial, una cadena de librerías, una de las principales marcas de sal yodada y el gigante de los cosméticos Lakme. Su lema publicitario podría ser: «¡No puedes vivir sin nosotros!».
Según las reglas del Evangelio del Borbotón hacia arriba, cuanto más se tiene, más se puede tener.
La era de la Privatización de todo ha hecho que la economía de la India sea una de las de mayor crecimiento del mundo. Sin embargo, como con cualquier otra colonia a la antigua usanza, algunas de sus principales exportaciones son sus minerales. Las nuevas megacorporaciones de la India, Tata, Jindal, Essar, Reliance, Sterlite, son las que han conseguido alcanzar los primeros puestos junto a la espita que chorrea el dinero extraído de las entrañas de la tierra.11 Para los hombres de negocios, es como un sueño hecho realidad: poder vender algo por lo que no tienen que pagar.
La otra fuente principal de riqueza corporativa procede de sus reservas de tierra. Por todo el mundo, autoridades locales débiles y corruptas han ayudado a los brókeres de Wall Street, a las corporaciones de la industria agrícola y a billonarios chinos a hacerse con enormes extensiones de terreno. (Por supuesto, esto implica hacerse también con el agua). En la India, la tierra de millones de personas está siendo vendida o cedida a corporaciones privadas en nombre del «interés público» con el fin de usarla para zonas económicas especiales (ZEE, por sus siglas en inglés), para proyectos de infraestructura, presas, autopistas, fábricas de automóviles, polígonos de industrias químicas y circuitos de carreras de Fórmula Uno.12 (El carácter sacrosanto de la propiedad privada nunca se aplica a los pobres.) Como de costumbre, se promete a los habitantes de una zona que el traslado forzoso de su tierra y la expropiación de todo lo que tenían forman parte, en realidad, del proceso de generación de empleo. Pero ya sabemos que la conexión entre PIB, crecimiento y empleo es un mito. Después de veinte años de «crecimiento», el 60 por ciento de la fuerza de trabajo de la India trabaja por cuenta propia y el 90 por ciento de los trabajadores opera en el sector de la economía irregular.13
Después de la independencia y hasta los años ochenta del siglo pasado, los movimientos populares, desde los naxalitas (movimiento guerrillero de tendencia maoísta) hasta el Movimiento de la Revolución Total de Jayaprakash Narayan (creado inicialmente para combatir la corrupción del Gobierno de Bihar y, posteriormente, contra el Gobierno de Indira Gandhi), lucharon por la reforma agraria y por la redistribución de la tierra, de forma que pasara de los terratenientes feudales a los campesinos desposeídos. Hoy en día, cualquier insinuación de que hay que redistribuir la tierra o la riqueza se consideraría, no solo contraria a la democracia, sino lunática. Hasta los movimientos más radicales se han visto reducidos a luchar por conservar la escasa tierra que la gente aún posee. Los millones de personas sin tierra, en su mayoría dalits (también llamados parias o intocables por hallarse fuera del sistema de castas y que suman unos 200 millones solo en la India) y adivasis (pertenecientes a las tribus o pueblos indígenas, la población originaria de la India anterior a las invasiones arias, y también situados fuera del sistema de castas), a quienes se ha expulsado de sus aldeas y que han acabado viviendo en chabolas en pequeñas ciudades y metrópolis, ni siquiera aparecen en el discurso de los activistas radicales.
A medida que el Borbotón hacia arriba concentra la riqueza en la cabeza de un reluciente alfiler sobre la cual hacen cabriolas nuestros multimillonarios, oleadas de dinero embisten contra las instituciones de la democracia ­—los tribunales de justicia y el Parlamento, al igual que contra los medios—, con lo que se pone seriamente en peligro su capacidad para cumplir las funciones que debían desempeñar. Cuanto mayor es el carnaval que se monta en torno a las elecciones, menos claro tenemos que exista realmente la democracia.
Cada nuevo escándalo de corrupción que se hace público en la India deja pálido al anterior. En el verano de 2011 surgió el escándalo del espectro 2G. Nos enteramos de que las corporaciones se habían hecho con 40 000 millones de dólares de dinero público colocando a un espíritu amigo como ministro de Comunicaciones e Información, que redujo enormemente el precio de las licencias para el espectro de telecomunicaciones 2G y las subastó de manera ilegal, de forma que se las quedaran sus compadres. Las conversaciones telefónicas grabadas que se filtraron a la prensa dejaban al descubierto cómo una red de industrialistas y sus empresas tapadera, ministros, periodistas en altos cargos y un presentador de televisión habían estado implicados en propiciar ese robo a plena luz del día. Las cintas eran solo una resonancia que confirmaba el diagnóstico ya conocido por la gente desde hacía tiempo.
La privatización y la venta ilegal de espectros de telecomunicaciones no conllevan la guerra, el desplazamiento de poblaciones y la devastación ecológica. Pero la privatización de las montañas, ríos, bosques y selvas de la India sí. Quizá porque no tiene la sencilla claridad de un escándalo de contabilidad hecho y derecho, o quizá porque todo se está llevando a cabo en nombre del «progreso» de la India, este tema no tiene el mismo impacto en la opinión de las clases medias.
En 2005, los Gobiernos de los estados de Chhattisgarh, Orissa y Jharkhand firmaron cientos de memorandos de entendimiento (MOU, por sus siglas en inglés) con numerosas corporaciones privadas, por los que se les cedían billones de dólares en bauxita, mineral de hierro y otros minerales a cambio de una miseria, lo que desafiaba incluso la torcida lógica del libre mercado. (Los derechos para el Gobierno oscilaban entre el 0,5 y el 7 por ciento).14
Apenas unos días después de que el Gobierno de Chhattisgarh firmara un MOU con la empresa Tata Steel para la construcción de una acería integrada en Bastar, se instituyó la milicia ciudadana Salwa Judum. El Gobierno declaró que se trataba de un levantamiento espontáneo de gente de la zona que estaba harta de la «represión» sufrida a manos de las guerrillas maoístas de la selva. Resultó que se trataba de una operación de limpieza del terreno, por medio de la creación de una milicia financiada y armada por el Gobierno y subvencionada por las corporaciones mineras. En los otros estados se crearon milicias similares, con otros nombres. El primer ministro anunció que los maoístas constituían el «desafío contra la seguridad más importante de la India». Era una declaración de guerra.15
El 2 de enero de 2006 en Kalinganagar, en el estado vecino de Orissa, quizá para dejar claro que el Gobierno iba en serio, llegaron diez pelotones de policía a otra planta de Tata Steel y abrieron fuego contra los habitantes del pueblo, que se habían congregado para protestar por lo que consideraban una compensación inadecuada por la expropiación de sus tierras. Trece personas, incluido un agente, resultaron muertas y treinta y siete, heridas.16 Han pasado seis años y aunque los pueblos siguen sitiados por policías armados, la prote...

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