
- 158 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Las causas de la muerte de una fallera
Descripción del libro
Me llamo Juanjo Morcillo, procedo de Albacete y soy peluquero. Así comienza a contarnos sus aventuras este "inmigrante", que deja atrás su antigua vida para abrir, junto con su profesora, una peluquería en Valencia. Arropado por sus compañeras y clientas, el peluquero se va adaptando a su nuevo entorno, hasta el punto de dejarse convencer para apuntarse a la falla. El discurso de la recién proclamada fallera mayor del barrio, queda interrumpido por una serie de calamidades, que acaban dramáticamente con su vida y con su reinado.Juanjo Morcillo, desde su privilegiada posición en la peluquería, y con el asesoramiento del doctor Agustín, nos va desvelando, una a una, las causas que provocaron tan trágica muerte.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Las causas de la muerte de una fallera de Paco Pomares en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura generalPRIMERA PARTE: MUERTE DE UNA FALLERA
LA MELENA DE MALENA
Me llamo Juanjo Morcillo, procedo de Albacete y soy peluquero.
Con esa escueta descripción seguro que os habréis podido forjar una nítida imagen de mí. Un zamarro que se vio obligado a abandonar su tosca población, en busca de oportunidades en una ciudad como Dios manda. Y además maricón, que no hay peluquero que se precie que no lo sea, lo que obviamente me debió empujar a salir corriendo del que hasta entonces era mi hogar, perseguido por la incomprensión de mis necios paisanos. Además, con un apellido tan explícito, sin duda fui víctima de humillaciones y de acoso escolar.
De todos es sabido que en Albacete solemos acostarnos con nuestras primas. Así que podéis llegar a pensar que, enterada la familia de mi excepcional flirteo con mi primo varón, me mandaron al destierro. Ahora solo faltaría lo de Albacete caga y vete o lo de quién más larga la tiene, más honda la mete. Por supuesto refiriéndose a la navaja, sin la que no debería salir a la calle, no fuera que mi manifiesto deje albaceteño, la simpleza que se infiere de mi origen o la candidez asociada a mi condición homosexual, me pusieran en peligro en una gran ciudad como es Valencia.
Pues ¿sabéis qué os digo?, ¡qué os vayáis al pijo! ¡Ea! Lo único que habéis acertado es lo de la navaja, que efectivamente considero del todo imprescindible. Es cierto que mis abuelos, que Dios los tenga en su gloria, eran primos. Lo de la minusvalía de mi madre no tiene nada que ver con eso, ya que no es achacable a la genética, sino a la máquina de coser. También me consta que mis primos por parte de los Morcillo, Jacinto y Evaristo, se la enseñaban e incluso se la meneaban mutuamente. Sin embargo yo nunca quise saber nada de tal inclinación y prefería seguir peinando a mis muñecas. No sé si por mi falta de interés por las pollas ajenas o por mi temprana afición a la peluquería, mis primos tenían por seguro que yo era maricón. En realidad toda la familia tiene dicha convicción. De hecho mis padres, pese a mis aclaraciones, todavía me siguen exhortando a que salga del armario. Ellos piensan que estoy en Valencia para poder campar a mis anchas sin tener que dar explicaciones. Pero hijo, si eso es lo más natural, me argumentó el otro día mi madre por teléfono, mira tus primos, que se van a ir a vivir juntos y nadie se escandaliza. No sabría decir ese “nadie” a quién se refiere, ya que la homosexualidad sigue siendo en Albacete un tema delicao, y ver a Jacinto y Evaristo morreándose en plena calle debió de causar un gran revuelo. Me fastidia que, por mucho que me empeñe en aclarar que no soy gay, nadie me crea, pero con to y con eso, valoro el gran esfuerzo de tolerancia de mi familia. Lo de mi apellido también tiene su pelendengue, que nunca supuso problema alguno en mis años mozos, y solo cuando puse un pie en Valencia se convirtió en algo de lo que avergonzarme.
Me formé en peluquería en un centro muy acreditado de Albacete, donde incluso me ayudaron a planificar mi propio proyecto de negocio. Sin embargo todo quedó en eso, en una idea. Durante mis estudios conocí a Malena Marín, que era maestra de la academia. No tiene mucho sentido perder el tiempo intentando describir su aspecto físico, ya que se ha ido transformando dramáticamente en muy pocos años. Lo que sí os puedo contar, es que se trataba de una señora muy enérgica y resolutiva. Malena se fijó en mí, no como hombre, que ella también debía figurarse erróneamente de qué pie cojeo, sino como profesional. Malena era como una diva, soberbia y arrogante, que miraba a los alumnos como si fueran molestos liliputienses. No sé exactamente por qué, pero ese comportamiento altanero me excluía a mí, que siempre fui su favorito. Solía poner mis peinados como ejemplo y a mí por las nubes. Me llenó la cabeza de pájaros y me convenció para cambiar mi destino, y dejar mi ciudad natal y mi familia, con la idea de montar la que sería nuestra propia academia de peluquería en Valencia, La Melena de Malena.
Desde luego las cosas no se desarrollaron como yo esperaba. Lo de “nuestra propia academia” no era más que una forma de hablar, así que Malena se convirtió en mi jefa y su Melena en mi lugar de trabajo. Desde el primer momento Malena marcó distancias, para que quedara muy claro quién mandaba en la peluquería. Vamos, que yo allí no pintaba nada y que no era más que un simple peluquero asalariado. Aunque a la hora de pedir, la jefa me tenía siempre en la boca. Juanjo, por aquí, Juanjo por allá. Juanjo, hazte cargo. Juanjo, que mañana no vengo. Ni al día siguiente, ni al otro. Así fue como empezó Malena a desaparecer cada vez con más frecuencia. Desde luego a mí no me contaba nada, que sus asuntos no eran de mi incumbencia, pero saltaba a la vista su adicción a las intervenciones plásticas.
Primero fue un poco de bótox en los labios, que en vez de generosamente exuberantes, como le había prometido Santiago Montero, su gran amigo cirujano de la capital, se transformaron en excesivamente monstruosos, como nos temíamos todos los empleados y clientes de la peluquería. Después las tetas que, según le había garantizado el reputado doctor, debieron convertirse en simétricamente enormes. Desgraciadamente, se ve que una se le espachurró volviendo a casa en el AVE. Yo había oído hablar de que algunos pechos reventaban en pleno vuelo, pero nunca de que perdieran fuelle viajando en tren. Recuerdo que ese día estaba peinando a Giorgio, el de El Naranjito, que es ahora el dueño del Constantinopla. Malena se presentó directamente en La Melena, sin ser consciente de tal pérdida de volumen. A las Bobas les dio por reírse, no por nada, sino porque se ríen de todo. Chantal, siguió sin inmutarse, con su cara adusta de almendra amarga. A Giorgio, que como era habitual se le había puesto gorda mientras le hacía un masajito en la cabeza, también se le desinfló. Sin embargo, a mí me entró el arrepentimiento. Y es que me había pasado la semana entera cagándome secretamente en la jefa, pensando que tenía más cara que espalda, dejándome a cargo de todo, mientras ella se retocaba los pechos. Cuando la vi entrar me hice una nueva composición de lugar. De repente, Malena me pareció una heroína que había enfrentado ella sola su terrible enfermedad, ahorrándonos los detalles de su dolor y padecimiento. Sin dudarlo me lancé a sus brazos con una muestra de cariño como jamás me había permitido. ¿Pero qué haces maricón?, me preguntó la jefa con cara de malas pulgas ¿Es que nunca has visto unas tetas bien puestas? Me quedé mirando fijamente su pecho marchito y fue entonces cuando ella comprendió. ¡Me cago en su puta madre!, bramó Malena, sintiendo que su pezón izquierdo le llegaba casi al ombligo. Sacó su teléfono y se puso a gritarle al mequetrefe del cirujano que, la verdad sea dicha, no había estado muy fino con la operación.
Después de ese viaje a Madrid, vinieron muchos más, ya que el matasanos no daba una. El pezón izquierdo estaba siempre donde no tenía que estar, como si tuviera vida propia. De tanto punto la ubre parecía cubierta de ganchillo, así que la jefa, engorilada, juró que nunca más pondría un pie en el quirófano. No le hizo falta, porque la entraron en camilla. La clínica decidió cerrarle la boca regalándole una abdominoplastia, así que la jefa me volvió a dejar a cargo de todo con la excusa visitar la Feria de Estética y Peluquería donde, como insistió en mostrarnos, La Melena de Malena estaba nominada en la categoría de mejor peluquería de provincias. Desgraciadamente, y como estaba previsto, el premio no nos lo dieron. Lo que sí le dieron a la jefa fue una buena porción de hostias, que le dejaron el cuerpo reventado de moratones. Cuando reapareció Malena por La Melena, casi un mes más tarde, todavía se podían ver los cardenales asomando por el cuello. La verdad es que la pobre mujer no podía ni moverse de lo magullada que estaba, pero eso no le hizo perder su altanería e incluso agravó su mal carácter. Al parecer, la inflamación es uno de los efectos secundarios más comunes que suele producirse los días siguientes a la cirugía de abdomen. Algo debió de fallar en esa intervención ya que, pasado un mes, a Malena parecía que la habían hinchado con un bombín. La faja, en vez de controlar la inflamación, la repartió por el cuerpo entero, además de impedirle cualquier movimiento tanto externo como interno. De hecho, la pobre mujer no pudo hacer de vientre hasta pasados tres meses, en que la tuvieron que ingresar de urgencias porque ya no le cabía más mierda en el cuerpo.
No pasó mucho tiempo hasta que Malena empezó otra vez a sentir dolores. Yo creía que se retorcía de su misma mala uva, hasta que un día se desmayó. Los enfermeros se plantearon atarla de un hilo a la ambulancia y llevarla volando como si se tratara de un globo en un coche de novios, porque pensaban que iba a reventar. Consiguieron meterla a toda prisa en el quirófano, pensando que con tanto trasiego se le había llenado el apéndice de heces. Conforme la abrieron, la cerraron, ya que al parecer entre las vísceras no encontraron apéndice alguno. Después se supo que el Dr. Montero, después de machacarlo con su técnica nada invasiva, decidió que no valía la pena reconstruirlo y optó por dárselo como premio al perro. A Malena le diagnosticaron meteorismo, es decir abultamiento del abdomen producido por la acumulación de gases en el tubo digestivo. Según me contó Marta, la enfermera, si a la jefa le hubieran metido un pito por el culo podría haber entonado “¡Que viva España!”
Aún le pasa poco, comentaba María, la vizcondesa, que nadie sabía cómo, estaba enterada de todos los pormenores sobre las operaciones de la jefa. De hecho era ella la que nos ponía al día. Chica, ¿te quieres creer?, después de vaciarle a Malena el intestino de tanta inmundicia y tanto gas, se ha quedado igual de inflada, toda amoratada, con un pezón para cada lado, y con unos labios tan carnosos, que parece una troglodita intentando engullir un par de solomillos de ternera. Por si eso fuera poco, entre tanta podredumbre le han descubierto una almorrana descomunal, que al parecer se le hizo de tanto apretarse la faja, pero me han dicho que ya tiene hora para que se la amputen, que con eso la pobre no puede vivir y le entra en la Seguridad Social. Al final, ya se sabe, cuando hay problemas, todos volvemos al redil. Lo sé por Marta, esa tan fea, que es enfermera y que está siempre metida en la falla. Chica, sí, la de Roncero, si son del barrio de toda la vida… Pero claro, si tú eres de Albacete… Mira Morcillo, me dijo María poniéndose seria, que a mí no me importa que seas inmigrante, no te creas, ni que seas maricón, que ya una, a estas alturas, está hecha a todo. No, no, déjame acabar. Yo sé que Malena no se porta muy bien contigo, que te explota y después te humilla delante de las clientas. Solo espero que tengas la suficiente picardía y le estés metiendo mano a la caja de La Melena, que tu jefa no se merece otra cosa. Así es como se hacen las cosas por aquí, y así espero que te comportes, que si hay que ser hijodeputa, tú el que más.
Ante ese comentario las Bobas se echaron a reír, mirándose la una a la otra. A Paola Andrea y a Claudia Patricia les llamaban las Bobas porque aparentemente no había nadie al volante, aunque con el trato llegabas a dudar si eran demasiado listas. Las dos hacían siempre lomismico y a la vez. Les gustaba lo mismo y opinaban igual-igual. Eran exageradamente risueñas y se tronchaban de forma sincronizada sin que nadie supiera la causa, por lo que daba la impresión de que se descojonaban del prójimo. Estaban tan coordinadas que contestaban al mismo tiempo y con las mismas palabras cualquier pregunta que les hicieras. No como el eco, que deja unos segundos de desajuste, sino como si tuvieran una única voz. Decían que se trataba de uno de esos casos que ocurren de uvas a peras en que los hermanos nacen pegados por la cabeza, craniopagus según reza la enciclopedia. Al parecer la cirugía moderna permitió separarlas, distribuyendo la mitad de su cerebro en cada una de las seseras. Por esa razón las Bobas no necesitaban hablarse para entenderse, porque en realidad compartían el cerebro. Fuera como fuera, cada una tenía su documento de identidad, así que en eso fallaba la legalidad, ya que de todos es sabido que medio y medio no son dos, sino uno. Tampoco creo que a ellas les hubiera importado que les dieran un único documento, ya que jamás iban solas a ninguna parte. Eso incluía mear, cagar, ponerse enfermas o, como me enteré más tarde, pegar un polvo. Me lo contó Ricardo, el de la Fina, que incomprensiblemente se enamoró únicamente de Claudia Patricia y se quejaba porque se tenía que tirar también a Paola Andrea, que entraba en el lote. Lo contaba el pobre cariacontecido ya que al parecer no paraban de cascar entre ellas y de reírse mientras él intentaba concentrarse en la jodienda.
De la procedencia de las Bobas nadie sabía nada. Se ve que eran colombianas, pero nada que ver con los Quintero, que estaban repartidos entre el sexto y el séptimo. Ni tampoco con los de la carnicería. Es que Andrés Felipe, el pequeño de los criollos, desde que salió del armario a bombo y platillo, venía mucho por la peluquería. Ahora creo que se ha ido a vivir con su novio, Vicente, que parece ser que está a punto de jubilarse. El niño, seguro de estar hablando con un igual, solía contarme sus devaneos con el abuelo con todo detalle. No sabes cómo me pone el viejo, Juanjo, comentaba Andrés Felipe poniéndose cachondo, esa flacidez, esa holgura de escroto, esa tonsura, esa presbicia…
En fin, que nadie comprendía cómo habían aparecido las siamesas en el barrio. Ni se les conocían padres, ni familiares, ni se tenía idea de dónde habían aprendido a peinar y cortar con tanta pericia, ni siquiera cómo acabaron en La Melena de Malena. Se especulaba que las había adoptado una pareja muy católica valenciana, que se quedaron de piedra cuando, ya en Bucaramanga, les entregaron a Paola Andrea y a Claudia Patricia pegadas por la cabeza. Según contaban, a los buenos señores les dio no sé qué decir que no, y se volvieron con ellas en un crucero de lujo. Las niñas no llegaron a salir del camarote y cuando atracaron en Barcelona las dejaron olvidadas en un cubo de basura. Dicen que el capitán las recogió y salió pitando con ellas hasta Valencia para devolverlas a sus padres adoptivos. Estos, sin embargo, se hicieron los sorprendidos y negaron cualquier vínculo con las niñas.
También me contaron que el capitán, aprovechando que estaba en Valencia, entregó las siamesas a un tío suyo, que había perdido la vista debido a la diabetes, por lo que el hombre no se enteró de tal singularidad. Al poco tiempo, cuando el ciego llevó a las niñas a vacunar saltaron las alarmas. Fueron las monjas las que se apiadaron y la ciencia la que resolvió el problema, aunque al parecer la cosa se quedó a medias. En todo caso daba la impresión de que la división cerebral había sido bastante equitativa.
No sé quién se inventó esa historia, pero aunque dejaba algunas lagunas por aclarar, yo siempre la di por cierta. En todo caso, tengo que decir, que trabajar con personas tan risueñas, aunque a veces pudiera resultar incómodo, siempre era mejor que hacerlo con la cerda de Malena o la amargada de Chantal.
Como podéis intuir, Chantal era francesa. Lo era de nacimiento y de corazón, aunque llevaba ya muchos años viviendo en Valencia. Los padres de Claudine, la madre de Chantal, tenían alquilado un apartamento en Cullera. Fue allí donde conoció a Jaume, al que apodaban con acierto, el Conquistador. Este, haciendo honor a su mote, le rompió el corazón a la francesita, que aunque tenía fama de guarra, resultó ser un hueso duro de roer. La pareja encontró muchas semejanzas entre el valenciano y el francés pero, aún así, hicieron falta muchos ...
Índice
- AGRADECIMIENTOS
- AL LECTOR
- PRIMERA PARTE: MUERTE DE UNA FALLERA
- SEGUNDA PARTE: CAUSAS DE LA MUERTE DE LA FALLERA
- TERCERA PARTE: LA FIESTA DEBE CONTINUAR