Sermones selectos de C. H. Spurgeon Vol. 1
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Sermones selectos de C. H. Spurgeon Vol. 1

  1. 704 páginas
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Sermones selectos de C. H. Spurgeon Vol. 1

Descripción del libro

MAS DE 100 SERMONES COMPLETOS CON SUS CORRESPONDIENTES BOSQUEJOS La recopilación y transcripción impresa de los sermones del gran predicador C. H. Spurgeon ha ocupado siempre un lugar preferencial en la biblioteca de los pastores de habla inglesa a lo largo de las últimas generaciones. Editorial CLIE los hace accesibles ahora también a los pastores de habla española. Este primer volumen de una extensa serie, que en un futuro incluirá toda la obra de púlpito del justamente apodado "Príncipe de los Predicadores", contiene más de cien sermones completos, ordenados temáticamente (oración, fe, perdón, arrepentimiento, familia, Iglesia, misiones, ángeles, demonios, segunda venida, etc.), complementados con un Índice Escritural –de los versículos claves a partir de los cuales se desarrollan los temas– y un Índice de Títulos, que sin duda facilitarán la búsqueda de los sermones a cualquier predicador. Incluye, además, el correspondiente bosquejo para cada sermón. La brillantez de la oratoria de Spurgeon, su utilización magistral de ilustraciones y anécdotas dentro del contexto argumental, su profundidad teológica y su peculiar vigor a la hora de presentar el mensaje claro y simple del Evangelio constituyen no tan sólo una valiosa herencia para los pastores y predicadores de nuestros días, sino también un modelo homilético incomparable para los estudiantes de seminarios.

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Información

Año
2004
ISBN del libro electrónico
9788482677972
Categoría
Religión
Capítulo VI
La
Gracia
de la
Salvación
1. Salvación y gracia
61. DEL ESTERCOLERO AL TRONO
«Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo» (Salmo 113:7 y 8).
INTRODUCCIÓN: La gran obra de gracia de Dios
1.¿Quiénes son sus escogidos?
2.Gracia para los escogidos
a)La gracia de la justificación
b)La gracia de la comunión
c)La gracia de la santificación
d)Gracia que inspira buenas obras
e)Gozo
3.Privilegios de los escogidos
a)Un privilegio social
b)Entrada libre a la audiencia del Hijo
c)Riqueza
d)Poder
e)Honor
CONCLUSIÓN: Al igual que Pablo
DEL ESTERCOLERO AL TRONO
INTRODUCCIÓN
Este texto trata especialmente de la obra de la gracia de Dios. En este caso vemos mejor que en otro alguno la condescendencia infinita de Dios en su trato con el hombre. Así, Dios se vale de lo que es vil para el mundo y de lo de ningún valor para reducir a nada lo que se jacta de algo. Elige para Sí mismo lo que con desprecio desecha el mundo. Cubre el tabernáculo del testimonio con piel de foca, elige piedra tosca, sin labrar, como material para construir el arca, una zarza cual candelabro para su manifestación ardiente y un pobre pastorcillo de ovejas para ser el «hombre según su corazón».
Las personas y cosas que desprecian los hombres son con frecuencia de gran estima a la vista de Dios. Halla decenas de millares que por su estado y dignidad merecen un estercolero y les eleva llevándolos en sus potentes brazos de misericordia, hasta sentarlos entre los príncipes de su pueblo.
1. ¿Dónde halla el Señor a sus escogidos? La expresión del texto implica que se hallan en la categoría social más baja. Muchos de los elegidos del Señor no sólo se hallan entre los obreros, sino en las filas de los más pobres hijos del trabajo. Hay personas cuya penosa ocupación apenas produce lo bastante para proporcionarles el alimento suficiente para mantener el alma unida al cuerpo y, no obstante, llegan a poseer pan espiritual en abundancia. Muchos visten misérrimamente, llevando remiendo sobre remiendo, mas a pesar de ello, ante Dios, ni Salomón en el apogeo de su gloria, estaba vestido como uno de ellos.
Algunas de las biografías más hermosas contienen la vida y hechos de cristianos elevados de la mayor miseria. Y ¿quién no ha contemplado con el mayor placer a esas personas afligidas de diversas calamidades, que han tenido que ir a parar en algún asilo, a esos creyentes en Dios que comen de gracia el pan cotidiano por carecer de fuerzas y de ocasión para ganárselo con sus propias manos? Pobre oyente que me escuchas esta mañana y te sientes casi indigno de sentarte en uno de estos asientos del lugar del culto, te suplico no te imagines que la pobreza sea un impedimento de elevación a la categoría de príncipe para con Dios. Todo lo contrario, la gloria del Evangelio es que ha de ser predicado a los pobres.
Pero, evidentemente, el texto tiene un sentido más espiritual. El estercolero es un lugar donde se echan las cosas inútiles; las cosas gastadas, ya inservibles para todo uso, se echan a la basura. Acaso desde su primitivo y apropiado uso, se les ha dado ya dos o tres años, más o menos adecuados, pero ahora sólo sirven de estorbo, y por consiguiente se echan a la basura para que se lleve lejos. ¡Cuántas veces los elegidos del Señor se han sentido semejantes a tal desecho, inútiles para todo uso, dignos solamente de ser tirados a la basura! Tú, querido amigo, tal vez en este momento reconoces tal nulidad. Esta apreciación te causa tristeza, pero es, sin embargo, señal de salud. Cuando nosotros nos tenemos en poco, Dios nos tiene en gran estima. Y es que Dios «resiste al soberbio, pero da gracia al humilde; Él «no quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que humea». Aunque seas digno tan sólo de ser echado a la basura, su misericordia tierna te tendrá en cuenta y te elevará entre los príncipes de su pueblo.
Quizás ofrezca más consuelo tener presente que el estercolero es el lugar de destino para las cosas inmundas y repugnantes. De tales cosas acostumbramos a decir: «¡Fuera esa peste!». Cuando algo entra en descomposición, procuramos librarnos de eso en seguida. ¡Qué triste! Triste es que tengamos que aplicar esto a alguno de nuestros semejantes, pero es preciso hacerlo. ¡Oh amigo!, si el pecado te hace sentir enfermo, la cabeza enferma, el corazón fatigado, y si desde la cabeza hasta los pies te parece podrida llaga y corrupción, todavía el amor del Señor de gloria bajará hasta ti. Aun cuando al robo hayas añadido el homicidio y al homicidio iniquidad, la misericordia divina te busca y la sangre de Cristo aún es capaz de limpiarte de toda vileza. Todo aquel que se arrepiente y cree en Él queda justificado de todo aquello de lo cual la ley de Moisés no le podría justificar.
El pecado es un mal horroroso, un veneno fatal; sin embargo, y aun cuando hubiere penetrado en tu alma y en tu cuerpo hasta hacerte repugnante, moral y físicamente, la gracia infinita de Dios, manifestada en Cristo Jesús, es capaz de levantarte de tanto embrutecimiento y degradación y constituirte en glorioso trofeo de su gracia.
2. ¿Cómo escoge el Señor a los suyos?
Cuando el culpable, inútil y desgraciado pecador oye que Cristo Jesús vino al mundo a buscar y salvar lo perdido, esa pobre alma dirige la vista hacia Él, como diciendo: «Señor, Tú eres mi último recurso. Señor, estoy ahogándome, me hundo, a ti me acojo; sálvame por tu amor y misericordia».
Llegando el alma a este punto, ya está fuera del estercolero. Desde el momento en que el pecador se abandona así a la misericordia divina, cesa de ser pecador perdido. Dios borra de una plumada, como si dijéramos, sus culpas. Ya no se halla culpable en su presencia, sino justificado por la sangre de Cristo. Es salvado por gracia, mediante la fe, no por obras: es don de Dios. Ya puede levantarse de su arrepentimiento en saco y ceniza, cantando un nuevo cántico en honor del Cordero inmolado que le redimió, no con oro y plata, sino con su preciosa sangre. Así por el don de su Hijo unigénito aceptado por el perdido, Dios eleva a sus elegidos de su estado de perdición y ruina, haciéndoles ver y sentir que están sobre el estercolero y que no pueden librarse de la miseria ellos mismos.
a) Todo cristiano presente en esta congregación, cualquiera que haya sido su vida anterior, se halla perfecto, a la vista de Dios, mediante la obra de Jesús. La justicia inmaculada de Dios le es atribuida mediante la fe, de suerte que se halla «acepto en el Amado». Los hijos de Dios salvados del estercolero disfrutan de la seguridad completa de la salvación. Están seguros de que están a salvo, pudiendo decir con Job: «Sé que mi Redentor vive». No dudan de si son hijos de Dios o no, porque el Espíritu rinde testimonio a su espíritu que son hijos de Dios, nacidos de arriba. Cristo es su hermano mayor. Dios es su Padre y les rige el espíritu filial, mediante el cual dicen: «Abba Padre». Están convencidos de que «ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura podrá apartarles del amor de Dios que es en Cristo Jesús, su Señor». Pregunto a cada uno de vosotros, de corazón entendido, si esto no es estar entre los príncipes de su pueblo.
b) Los hijos de Dios, favorecidos por la gracia divina, tienen el privilegio de tener comunión con Cristo Jesús. Como Enoc, andamos con Dios. Como una criatura anda con su padre llevada de su mano, mirándole el rostro, así los elegidos de Dios andan con su Padre celestial, del modo más íntimo, familiar y confiado, hablándole, explicándole sus tristeza, escuchando de su boca de gracia los secretos de su amor. La comunión con Jesús es cosa de más precio que el diamante más precioso de cualquier diadema imperial, de más precio que la corona más hermosa que vista el primer rey de la Tierra.
c) Pero no es esto todo. Los creyentes son favorecidos con la gracia santificadora del Espíritu Santo. Dios, el Espíritu, mora en el cristiano verdadero por humilde que sea entre los hombres: es un templo ambulante en el que reside la divinidad. El Espíritu de Dios mora en nosotros y nosotros en Él. Y este Espíritu santifica a diario la vida y obra del cristiano, de manera que todo lo hace para Dios; si vive, vive para Dios; si muere, le es ganancia. Queridos, en verdad es estar sentado entre príncipes el experimentar la influencia santificadora del Espíritu del Señor.
d) Además, muchos santos reciben, por añadidura, la bendición de ser útiles y hacemos hincapié en esto especialmente porque de linaje real es todo hombre positivamente útil a sus semejantes. No creáis que exagero; hablo la pura verdad: es príncipe verdadero quien hace bien a sus semejantes. Ser capaz de sembrar perlas sacándolas de la boca puede constituir a uno príncipe de cuento de hadas; pero si los labios son bendición para las almas de los hombres llevándoles al Salvador, esto es ser príncipe de verdad. Alimentar al hambriento, vestir al desnudo, levantar al caído, enseñar al ignorante, animar a los tristes, fortalecer a los vacilantes y conducir a los creyentes al trono de Dios, esto, hermanos, es andar revestido de un brillo que cordones y estrellas, órdenes y condecoraciones, jamás pueden conferir al hombre.
e) Aún más; el mundo tiene la idea de que somos gente sin dicha. Los escritores pintan a los caballeros andantes cual personas animosas, valientes y llenas de gozo y entusiasmo, mientras los pobres puritanos eran gente desdichada, detestando los días festivos, aborreciendo los juegos y entretenimientos lícitos, taciturnos y miserables, siendo una lástima que bajaran al infierno porque ya lo tenían en esta vida. Esto es falso; absolutamente falso, o por lo menos caricatura grosera. El regocijo de los caballeros no era más que chisporroteo de espinas bajo la olla; pero en los pechos de los puritanos moraba un gozo profundo e inagotable.
Sea como fuese, lo positivo es que nosotros que confiamos en Jesús, somos la gente más bienaventurada y feliz del mundo; y esto no naturalmente, porque algunos de nosotros somos melancólicos por naturaleza; no siempre de modo circunstancial, porque algunos de nosotros somos extremadamente pobres; pero en nuestro interior somos verdadera y positivamente felices, y podéis creerlo, el gozo de nuestro corazón no puede ser aventajado por ningún otro.
3. ¿Dónde los hace sentar? «Entre los príncipes». Ya hemos indicado la idea, pero vamos a fijarnos en otro aspecto del caso...
a) «Entre príncipes» es un lugar selecto en sociedad. No se admite a cualquiera en ese círculo distinguido. Entre tales aristócratas no debe meterse el plebeyo. Sangre azul circula por sus finas venas y no se puede esperar que el carmesí común se permita avivar la corriente lánguida. Pero, ¿y el verdadero cristiano? Pues éste también vive en sociedad muy distinguida. Oigamos:
«Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn. 1:3).
¡Hablar de sociedad selecta! Ninguna hay más distinguida que ésta. Somos «linaje escogido, real sacerdocio, gente santa». No nos hemos llegado al monte de Sinaí, sino al monte de Sión y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celeste, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los Cielos (véase He. 12:18-24). Ésta es la sociedad escogida.
b) Por otra parte, aunque los soberanos tengan sus días y horas de audiencia, el príncipe será recibido mientras el pueblo ha de mantenerse a distancia. Así también en lo espiritual, el Hijo de Dios tiene acceso libre al trono del Cielo a toda hora. Nuestros privilegios son de la mayor importancia, porque «por Él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo espíritu al Padre». «Lleguémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia –dice el apóstol– para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (He. 4:16). Tal es nuestra sociedad elegida, tal nuestro privilegio de palacio y de trono.
c) Se supone que entre los príncipes hay riqueza abundante. Pero, ¿qué y cuál es la riqueza de los príncipes de la Tierra comparada con la de los creyentes? Pues, «todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios». El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no os dará también con Él todas las cosas?
d) Los príncipes tienen también poder especial. El príncipe ejerce influencia; maneja el cetro en sus dominios. Y así, nosotros, somos hechos «reyes y sacerdotes para Dios y reinaremos para siempre jamás». No somos reyes de tal o cual dominio de triple corona, y no obstante tenemos triple dominio: reinamos sobre el espíritu, alma y cuerpo.
e) Los príncipes disfrutan de un honor especial. Las masas desean ver al príncipe y se deleitarían en servirle. Se le concede el primer puesto en el reino: es de sangre real y es preciso que se le estime y respete. Queridos hermanos, oigamos la Palabra:
«Y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los Cielos con Cristo Jesús».
De modo que como participamos de su cruz, participaremos de sus honores.
CONCLUSIÓN
Pablo fue arrebatado del estercolero de la persecución y no obstante no es inferior a nadie en la gloria; y tú, aun cuando fueras el primero de los pecadores, no tendrás más mala suerte cuando venga el Señor en su gloria. Como te redimió con su sangre y te honró en la Tierra, así te honrará en el estado futuro, haciéndote sentar consigo y reinar entre los príncipes de su pueblo para siempre jamás. ¡Bendiga Dios estas palabras por amor de Jesús! Amén.
62. APRESÚRATE, AMADO MÍO
«Apresúrate, amado mío, y sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre las montañas de los aromas» (Cantar de los Cantares 8:14).
INTRODUCCIÓN: Anhelando el regreso del Amado
1.¿Cómo amar a Cristo?
a)Con confianza
b)Apropiándonos de Él
c)Emocionándonos
2.Los cuatro montes por donde cruzó Jesús
a)Los montes de la participación
b)Los montes de los leopardos y las guaridas de los leones
c)La montaña de la mirra
d)Las montañas de las balsameras
3.Cuando el Amado venga...
a)Resucitaremos
b)Nuestra justicia será vindicada
c)Jesús será glorificado
CONCLUSIÓN: Para justos e injustos
APRESÚRATE, AMADO MÍO
INTRODUCCIÓN
Él Cantar de los Cantares describe el amor de Jesucristo a su pueblo, y termina con un deseo intenso, por parte de la Iglesia, de que el Señor Jesús vuelva a ella. La última palabra de la amada a su Amado es:
«Apresúrate, vuelve, amado mío».
¿No es algo singular que, tal como el último versículo de este libro de amor tiene esta nota, también los últimos versículos de todo el Libro de Dios, que también puedo llamar el Libro de amor, contengan la misma idea? En el versículo 20 del último capítulo del Apocalipsis leemos:
«El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente, vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús».
Ambos cánticos terminan casi de la misma manera, expresando un intenso deseo de que Cristo se apresure a regresar.
En cuanto a vuestros corazones, queridos amigos, ¿están a tono con este deseo? Deberían estarlo; sin embargo, ¿no habéis casi olvidado algunos de vosotros que Jesús ha de volver otra vez? Haced memoria. Otros, que sabéis que ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice General
  5. Prólogo
  6. Capítulo I: Sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
  7. Capítulo II: Sobre ángeles y demonios
  8. Capítulo III: Acerca de la Biblia
  9. Capítulo IV: Para la vida cristiana
  10. Capítulo V: Sobre la buena nueva del Evangelio
  11. Capítulo VI: La Gracia de la Salvación
  12. Capítulo VII: Escatología
  13. Capítulo VIII: Devocionales
  14. Índices