Abundancia roja
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Abundancia roja

Sueño y utopía en la URSS

  1. 456 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Abundancia roja

Sueño y utopía en la URSS

Descripción del libro

Érase una vez, hace muchos años, un lejano país entero, pueblo y dirigentes, campesinos y ciudadanos, vivió en un cuento de hadas. El truco mágico se llamaba "economía planificada" y con él se iba a conseguir el milagro de la abundancia. Las cosechas, la producción, los bienes y los servicios crecerían año tras año, con una eficiencia y una fiabilidad que nunca iba a conseguir el capitalismo. Y durante unos años maravillosos, a finales de la década de 1950, parecía posible. Este libro, mitad novela, mitad ensayo, mitad comedia de ideas, relata ese instante mágico en que la utopía del comunismo soviético tomó por asalto la realidad. Un instante breve, bajo el mandato de Nikita Jruchov, cuando Moscú iba a brillar más que Manhattan, y los Lada tendrían mejores motores que los Porsche. Es un relato nuevo, ambicioso como un Sputnik, encantador como la sonrisa de una azafata de Aeroflot, brillante como una copa de champán soviético.

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Información

Editorial
Turner
Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788415427308
Categoría
Historia
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
Esto no es una novela. Tiene demasiadas cosas que explicar para serlo. Tampoco es un texto histórico, puesto que no las explica a la manera de una crónica veraz; es, en primer lugar, la historia de una idea, y solo a continuación ofrece la historia de las vidas de los protagonistas, atisbada entre las rendijas del destino de la idea. La idea es el héroe del relato. Es la idea la que se adentra en un mundo de ilusiones y peligros, monstruos y transformaciones, con ayuda de algunos de los personajes a los que encuentra en el camino y con el impedimento de otros. Lo mejor sería decir que lo que aquí se narra es un cuento, y añadir a renglón seguido que sin embargo ocurrió de verdad, más o menos. Pero tampoco es un cuento cualquiera sino que es concretamente un cuento ruso comparable a los de Baba Yaga y La montaña de cristal, recopilados en el siglo XIX por el folclorista Afanásiev mientras cabalgaba sobre las negras tierras de Rusia, bajo sus amplios cielos.
Mientras que los cuentos occidentales nos trasladan desde el principio a otro tiempo –“Érase una vez”, dicen, para señalar un momento distinto del presente–, los skazki rusos se limitan a realizar un ajuste del lugar. Comienzan diciendo: “En cierto país”, o “En el reino tres veces noveno”. Aluden a otro territorio, a un allí antes que a un aquí. Pero esos otros lugares siempre se reconocen como propios. A lo lejos siempre habrá una ciudad amurallada con iglesias coronadas con cúpulas como cebollas. El gobernante siempre es un zar, Iván o Vladímir. La tierra siempre es negra. El cielo siempre es amplio. Es Rusia, siempre Rusia, ese territorio querido, temible y gigantesco situado en los confines de Europa y tan grande como toda ella. Y, al mismo tiempo, no lo es. Es una Rusia ficticia, no una Rusia real; un espacio que nunca se solapa a la perfección con el país que lleva el mismo nombre. Ese lugar se encuentra tan cerca del país real como lo está un deseo de la realidad, e igual de lejos. Y es que los cuentos, en la época en que las gentes los contaban y Afanásiev los recogía, proporcionaban lo que le faltaba al país real.
Los campos de la Rusia real ofrecían magras cosechas de trigo y centeno. En la Rusia imaginada aparecían manteles mágicos que dispensaban banquetes sin fin. Los caminos de verdad estaban embarrados y llenos de surcos; en los cuentos abundaban artilugios veloces como alfombras voladoras, genios de los vientos y caballos que apenas rozaban la hierba en su galope. La Rusia de los cuentos enviaba a los más intrépidos de sus muchachos en busca de El pájaro de fuego o les encomendaba la misión de cortejar a la Doncella cisne. Los cuentos borraban los defectos de la realidad, formulaban promesas que duraban lo que dura una velada al calor de la lumbre, promesas que el narrador y los oyentes reconocían que podían existir en otra Rusia. Solo se hacían realidad en su versión más doméstica, y así los maltrechos tablones del puente que cruzaba el río en un extremo de la aldea se convertían en “un puente de blanco avellano[1] con tablones de roble, revestido con telas púrpuras y ensamblado con clavos de cobre”. Solo en el país deseado, en el país soñado. Solo en el reino vigésimo séptimo.
Con la llegada del siglo XX los rusos dejaron de contar skazki.[2] Y al mismo tiempo les dijeron que los skazki iban a hacerse realidad. El mismo nombre que se daba[3] en los cuentos a una alfombra mágica[4], samolet, a un objeto volador, se convirtió en la palabra comúnmente empleada en ruso para designar un avión. Las voces de la radio y de las pantallas de cine y televisión comenzaron a prometer que el mantel mágico, el samobranka capaz de autoabastecerse, no tardaría en hacer su aparición. “En nuestro tiempo –manifestó Nikita Jruchov ante la multitud que abarrotaba el estadio Lenin de Moscú el 28 de septiembre de 1959–, los sueños que la humanidad ha albergado durante siglos, los sueños que narraban los cuentos populares y que parecían pura fantasía, se han traducido en realidad merced a las manos del hombre”. Se refería principalmente a los sueños de abundancia de los skazki. La ancestral situación de escasez humana estaba a punto de concluir de manera inminente. Todo el mundo podría trepar por el tallo de la col, colarse por un agujero del cielo y llegar a la tierra donde las ruedas del molino giraban por sí solas. “Cada vez que daban una vuelta aparecían un bizcocho y una rebanada de pan con mantequilla y nata agria, además de un puchero de gachas”. La nata agria y la mantequilla iban a dejar de ser la compensación imaginada por un estómago vacío, pronto fluirían por todas partes.
Y, como es natural, Jruchov tenía razón. Eso fue lo que ocurrió exactamente en el siglo XX para cientos de millones de personas. Lo cierto es que hay más comida y más variedad de alimentos en un supermercado corriente de hoy que en cualquiera de los sueños hambrientos del pasado, rusos o extranjeros. Sin embargo, Jruchov estaba convencido de que la abundancia de los cuentos no tardaría en llegar a la Rusia soviética, y llegaría porque la Rusia soviética tenía algo de lo que carecían los hambrientos países capitalistas: la economía planificada. Porque todo el sistema de producción y distribución en la URSS era propiedad del Estado, porque toda Rusia era, en palabras de Lenin, “una oficina, una fábrica”[5] que podía dirigirse de una forma desconocida para el capitalismo, de una forma destinada a colmar de la manera más rápida y más generosa todas las necesidades humanas. Por eso no tardaría en superar el caótico derroche del libre mercado. La planificación sería la rueda del molino que gira por sí sola, el mantel mágico de la URSS.
Este cuento de hadas ruso empezó a narrarse en la década del hambre que precedió a la Segunda Guerra Mundial y se prolongó oficialmente hasta la caída del comunismo. Al final, casi nadie se lo creía. En la práctica, a partir de los últimos años de la década de 1960 el régimen soviético se limitó a proporcionar a la población instalada en los bloques de viviendas de mala calidad que rodeaban todas las ciudades soviéticas la cantidad mínima de bienes de consumo necesaria para garantizar la paz social. Sin embargo, el cuento de la abundancia soviética había sido en sus orígenes un asunto muy serio: un intento de derrotar al capitalismo con sus propias armas y convertir a los ciudadanos soviéticos en los más ricos del mundo. Durante algún tiempo, y no solo para Nikita Jruchov, parecía posible que la promesa se convertirtiera en realidad. Se invirtió en el proceso tanta inteligencia como estulticia: las esperanzas de toda una generación, el talento intelectual de toda una generación, y el deseo culpable de una tiranía por alcanzar un final feliz. Este libro trata de ese momento. Trata de la versión más inteligente de la idea, de los esfuerzos más sutiles para ofrecer el samobranka del país soñado. Trata de las vicisitudes de la idea de la abundancia en el momento en que el país emprendió, lleno de esperanza, su camino hacia el éxito.
Pero no es una crónica histórica. No es una novela. Es un cuento, y como tal es fantasioso, irresponsable, poco de fiar. Las notas finales indican cuándo los acontecimientos que aquí se narran son pura invención y cuándo la explicación que ofrece está basada en la mentira. No olviden que esta historia no sucede en la histórica y literal Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sino en un reino cercano; tan cercano como lo están los deseos de la realidad, e igual de lejano.
1 Un puente de blanco avellano: esta nota, como todas las demás tomadas de algún cuento, corresponde a la edición de Aleksander Afanas’ev [Afanásiev], Russian Fairy Tales, trad. Norbert Guterman, Nueva York, Pantheon, 1945; en algunos casos se han adaptado ligeramente. Para un análisis formal y antropológico, véase Maria Kravchenko, The World of the Russian Fairy Tale, Berna, 1987.
2 Los rusos dejaron de contar skazki: sobre el intento deliberado de fabricar una continuación de la tradición popular soviética, con Stalin en el papel de héroe mítico o de zar bueno, véase Frank J. Miller, Folklore for Stalin, Russian Folklore and Pseudo-folklore of the Stalin Era, Armonk, M. E. Sharpe, Inc., 1990; John McClure y Michael Urban, “The Folklore of State Socialism”, Soviet Studies, vol. 35, nº 4, 1983, pp. 471-86; Felix J. Oinas, “Folklore and Politics in the Soviet Union”, Slavic Review 32, 1973, pp. 45-58; y Rachel Goff, “The Role of Traditional Russian Folklore in Soviet Propaganda”, Perspectives: Student Journal of Germanic and Slavic Studies, Brigham Young University, vol. 12, invierno de 2004, en germslav.byu.edu/perspectives/w2004contents.html. Sobre el uso de la fantasía del folklore ruso en el contexto soviético y postsoviético, véase Liz Williams, Nine Layers of Sky, Nueva York, Bantam Spectra, 2003.
3 El mismo nombre que se daba en los cuentos a una alfombra mágica: véase Kravchenko, The World of the Russian Fairy Tale.
4 “En nuestro tiempo –manifestó Nikita Jruchov ante la multitud: véase Krushchev in America, Full Texts of the Speeches Made by N. S. Khrushchev on His Tour of the United States, 15-27 de septiembre de 1959, Nueva York, Crosscurrents Press, 1960, en el que se incluye este discurso pronunciado a su regreso a Moscú.
5 Toda Rusia era, en palabras de Lenin, “una oficina, una fábrica”: lo que de hecho supone, técnicamente, que predijo cómo sería el funcionamiento de la sociedad postrevolucionaria tras el golpe de Estado bolchevique, y así se publicó en The State and Revolution, 1918, cap. 5: “El conjunto de la sociedad se habrá convertido en una oficina y una fábrica, con igual trabajo e igual salario”. Entre las numerosas ediciones, puede verse, por ejemplo, V. I. Lenin, Selected Works, Moscú, Progress Publishers, 1970, vol. 2.
En cierto reino, en cierto país, es decir, en el país en que vivimos…
I
EL MILAGRO, 1938
Se acercaba un tranvía; el metal lanzaba al aire del invierno chispas blancas y azuladas al rechinar contra el metal. Sin pensar en lo que hacía, Leónid Vitálevich[1] sumó su incremento de fuerza ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Elenco
  5. Nota sobre los personajes
  6. Primera parte
  7. Segunda parte
  8. Tercera parte
  9. Cuarta parte
  10. Quinta parte
  11. Sexta parte
  12. Agradecimientos
  13. Bibliografía