La economía desenmascarada
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La economía desenmascarada

Steve Keen, Álvaro G. Ormaechea

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La economía desenmascarada

Steve Keen, Álvaro G. Ormaechea

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Este estudio pone al descubierto lo que muchos probablemente hemos sospechado alguna vez y unos pocos economistas llevan sabiendo desde hace tiempo: la teoría económica no sólo es difícil de digerir, sino que además está sencillamente equivocada. Cuando fue publicado en 2001, la economía de mercado parecía invencible y la teoría económica "neoclásica" estaba en el candelero. Steve Keen mantuvo entonces que los economistas no merecían crédito alguno por la aparente buena marcha de las finanzas, y que la falsa confianza en la estabilidad de la economía de mercado había llevado a muchos actores políticos a desmantelar algunas instituciones creadas para mantener la inestabilidad dentro de ciertos límites. La inestabilidad se desbordó con la devastadora crisis financiera que estalló en 2007, y ahora amenaza la economía global con la perspectiva de otra depresión. En esta nueva edición, puesta al día y considerablemente ampliada, Keen lleva aún más lejos su feroz crítica de la teoría económica convencional, al tiempo que explica lo que la economía dominante no es capaz de explicar: por qué sobrevino la crisis, por qué está demostrando ser inabordable, y qué es lo que hay que hacer para ponerle fin.

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Información

Año
2016
ISBN
9788494531101
Categoría
Economia
PARTE II
COMPLEJIDADES
Cuestiones omitidas en los
cursos estándar que deberían formar parte
de los estudios de economía
07
La guerra santa por el capital
Por qué la productividad del capital no determina los beneficios
Se dice que el economista Dharma Kumar comentó una vez que «el tiempo es un dispositivo para detener de inmediato el acontecer de las cosas, mientras que el espacio es un dispositivo para detener el acontecer de las cosas en Cambridge».
Pero lo cierto es que en Cambridge pasaron muchas cosas durante las décadas de 1960 y 1970. Por «Cambridge» nos referimos tanto a Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos, como a Cambridge, Inglaterra. El primero es el hogar del Massachusetts Institute of Technology (más conocido por sus siglas, MIT), mientras que el segundo alberga la famosa Universidad de Cambridge. El MIT fue el bastión de los más influyentes creyentes verdaderos en la economía, mientras que la Universidad de Cambridge acogió a un importante grupo de herejes.
Por el espacio de veinte años, estos dos Cambridge libraron una «guerra santa» teórica en torno a los fundamentos de la economía neoclásica. El primer disparo provino de los herejes, y tras la sorpresa inicial los creyentes verdaderos respondieron con fuerza y aplomo. Pero después de unos cuantos intercambios, el obispo líder de los creyentes verdaderos tuvo que conceder que los herejes estaban básicamente en lo cierto. En 1966, Paul Samuelson, hablando del conflicto, observaba que los herejes «merecen nuestra gratitud» por señalar que, en términos generales, las simples homilías de la teoría económica no son ciertas. Y concluía que «si todo esto les da dolores de cabeza a los nostálgicos de las viejas parábolas de la escritura neoclásica, tenemos que recordarnos a nosotros mismos que los académicos no nacimos para vivir una existencia fácil. Hemos de respetar, y valorar, la realidad de las cosas» (Samuelson, 1966: 583).
Se podría esperar que semejante capitulación final de los labios de un economista tan significado como Paul Samuelson marcaría un cambio de gran envergadura en la evolución de la economía. Por desgracia, no ocurrió así. Si bien es cierto que muchos de los obispos han reconocido que la economía necesita una revisión drástica, sus sacerdotes continúan sermoneando en un milenio nuevo sin ser en general conscientes de que perdieron la guerra santa treinta años atrás.
El meollo del asunto
El término «capital» tiene dos significados bastante diferentes en economía: una suma de dinero, y un conjunto de maquinaria. Los economistas asumen que pueden emplear los dos términos indistintamente, y utilizan el valor monetario de las máquinas como una representación de la cantidad de maquinaria empleada en la producción. Prefieren abstraerse de la complejidad que plantea la existencia de múltiples tipos diferentes de máquinas, muchas de las cuales (como por ejemplo, los altos hornos) solo sirven para producir una mercancía en particular, y en lugar de ello trabajar con el término genérico «capital» —como si hubiera no se sabe qué sustancia productiva ubicua que lo mismo valiera para producir ovejas que acero—. Para que las teorías económicas de la producción y de la distribución puedan funcionar, el comportamiento de esta hipotética sustancia genérica no debe ser muy diferente a cómo funciona el mundo real, con sus múltiples máquinas de distinto tipo.
La hoja de ruta
Este es un capítulo bastante difícil. Comienza con un breve resumen de la teoría económica de la producción de mercancías por «factores de producción», con su presuposición de que toda la maquinaria puede agruparse en ese agregado llamado «capital», y medirse partiendo del valor monetario depositado en esas máquinas. A continuación se describe el análisis de producción «libre de abstracción» de Sraffa. Se muestra que, en lugar de que el margen de beneficio dependa de la cantidad de capital, tal y como pretenden los economistas neoclásicos, de hecho la cantidad medida de capital depende del margen de beneficio.
Midiendo el capital
Aunque la guerra solo empezó en serio en 1960, la posibilidad de conflicto fue anunciada por primera vez por Piero Sraffa en su trabajo de investigación de 1926 «The law of returns under competitive conditions» (discutido en el capítulo 5). De pasada, Sraffa observó que un aspecto esencial de la teoría económica de la producción era la presuposición de que la interdependencia de las industrias podía ignorarse. El problema era que esta presuposición era inválida cuando los cambios en la producción de una industria afectaban a los costes de muchas otras industrias, lo que a su vez determinaba los costes que debía afrontar la primera industria. En palabras del propio Sraffa:
La presuposición ya no es legítima cuando una variación en la cantidad producida por la industria en cuestión desencadena una fuerza que actúa directamente, no solo en relación con sus propios costes, sino también sobre los costes de otras industrias; en tal caso, las condiciones del «equilibrio particular» que se pretendía aislar son alteradas, y ya no es posible, sin caer en una contradicción, pasar por alto los efectos colaterales (Sraffa, 1926).
Sraffa pasó la mayor parte de los siguientes 35 años convirtiendo esta observación en un razonamiento teórico riguroso. De ahí, nació un libro que lleva el título —insulso, pero descriptivo— de The production of commodities by means of commodities (Sraffa, 1960) [«La producción de mercancías por medio de mercancías»], cuyo subtítulo, algo más revelador, pero que tampoco deja de ser misterioso, es «Prelude to a critique of economic theory» [«Preludio a una crítica de la teoría económica»]. Básicamente, en él Sraffa proporcionaba las técnicas necesarias para identificar las incongruencias fundamentales inherentes a la teoría económica de la producción.
Figura 7.1.
El diagrama económico estándar del «flujo circular»
Esta teoría mantiene que todas las mercancías —desde los copos de maíz hasta las acerías— son producidas por factores de producción. Estos normalmente se reducen a trabajo, por un lado, y capital por el otro. Este concepto se encarna normalmente en un «diagrama de flujo circular» como el representado en la figura 7.1, que muestra los factores de producción «fluyendo» desde los hogares al sector fabril, y los bienes fluyendo desde el sector fabril hacia los hogares.
Para que este flujo sea realmente circular, los hogares deben transformar los bienes en factores de producción, mientras que las fábricas deben transformar los factores de producción en bienes. La mitad del círculo que describe la parte fábricas-hacia-hogares es razonable: las fábricas pueden transformar los factores de capital y trabajo en bienes. Para completar el círculo, los hogares deben transformar los bienes que reciben de las fábricas en factores de producción —trabajo y capital—.
La proposición según la cual los hogares convierten bienes en trabajo no es problemática. Sin embargo, la proposición cuestionable es la que pretende que los hogares también convierten bienes en capital. Esto plantea una cuestión vital; a saber: ¿qué es el capital en el contexto de este diagrama? ¿Es maquinaria, etc., o se trata de instrumentos financieros? Si es lo primero, entonces esto plantea la cuestión de dónde se producen esas máquinas. El modelo da a entender que los hogares toman los bienes producidos por empresas y los convierten internamente en máquinas, que luego los hogares venden a las empresas. Esto es evidentemente un sinsentido, ya que en tal caso los hogares deberían también ser fábricas. Por lo tanto, el flujo de capital de los hogares a las empresas ha de ser un flujo de tipo financiero.
Sin embargo, la teoría económica trata este flujo financiero como si contribuyera directamente a la producción: el capital de los hogares hacia las empresas genera un flujo de beneficio que vuelve de las empresas a los hogares, donde ese beneficio refleja la productividad marginal del capital.
Esto sería posible si los instrumentos financieros produjeran directamente mercancías (en combinación con el trabajo), pero es evidente que no lo hacen.
Así las cosas, solo quedaría una solución, que es reconocer que el modelo no es completo. Las fábricas de hecho producen máquinas de capital, cosa que no aparece en el diagrama. El flujo de capital desde los hogares a las empresas es, por lo tanto, un flujo financiero, pero se espera que haya una relación directa e inequívoca entre la medida del capital en términos financieros y su productividad física.
La formación estándar en economía opta por ignorar simplemente estas complejidades, para explicar el beneficio de la misma forma en que explica los salarios: el pago de capital representa su productividad marginal. El argumento es que una empresa que busque la maximización del beneficio contratará capital hasta llegar al punto exacto en que su contribución marginal a la producción iguale el coste de contratarla. El coste de contratarla equivale a la tasa de interés, mientras que la contribución marginal es la tasa de ganancia. Ambos se mantienen iguales y en equilibrio, de forma que la curva de demanda del capital tiene pendiente descendente —exactamente igual que todas las demás curvas de demanda—, lo que refleja una demanda creciente de capital a medida que el coste del capital cae.
La suma de todas las curvas de demanda individuales del capital nos da la curva de demanda de mercado del capital, mientras que la curva de oferta —la predisposición de los hogares a ofrecer capital—aumenta a medida que la tasa de interés sube. El punto de intersección de esta curva de demanda de pendiente descendente con la curva de oferta de pendiente ascendente nos da la tasa de equilibrio del beneficio.
Este argumento debería ya parecerle algo sospechoso al lector, después de lo visto en los capítulos anteriores. Por ejemplo, la producción se supone que tiene lugar en el corto plazo, cuando al menos un factor de producción no puede variarse. Semejante noción parece ser por lo menos discutiblemente cierta cuando el factor fijo es el capital (si bien hemos demostrado que es falsa incluso en este caso). Pero, desde luego, lo que no tiene ningún sentido aparente es imaginar que en un momento dado la maquinaria pueda ser variable mientras el trabajo es fijo. Seguramente la maquinaria es el menos flexible de entre los factores de producción, de manera que si esta puede variarse, entonces cualquier otra cosa puede variarse también.
Los argumentos planteados por Sraffa contra el concepto de productividad marginal decreciente pueden ser de aplicación también aquí, adoptando la forma de la crítica simple y devastadora que fue formulada por vez primera por Bhaduri en 1969. Al igual que ocurre con el mercado de trabajo, el «mercado de capital» es una «industria» definida de forma muy amplia: miles de productos acabarían metidos dentro de la rúbrica genérica de «capital», y no hay industria que no utilice algo de «capital» como factor de producción. Esto vuelve a traer a colación el argumento de Sraffa expuesto en el capítulo 5, según el cual un cambio en el precio de semejante factor de producción afectaría a numerosas industrias, y por lo tanto alteraría la distribución de la renta. Se trata de una observación similar a la que se hizo anteriormente en relación al mercado de trabajo, pero que ahora puede expresarse de una manera más explícita.63
Si dividimos teóricamente a toda la gente en trabajadores y capitalistas, entonces la renta total será la suma de salarios y beneficios. Los beneficios, a su vez, son el producto de la tasa de beneficio por la cantidad de capital empleado. Al aplicar esto al nivel de la firma individual, obtenemos la relación siguiente:
La renta es igual a:
(a) la tasa salarial multiplicada por el número de empleados, más
(b) la tasa de beneficio multiplicada por las reservas de capital.
Si ahora consideramos los cambios en la producción (lo cual es algo que tenemos que hacer para deducir el producto marginal del capital), una regla matemática nos dice que los cambios en la producción tienen que igualar las variaciones en los salarios y en los beneficios. Otra regla matemática nos permite descomponer el cambio en los beneficios en dos fragmentos: la tasa de beneficio multiplicada por la variación en el capital, y el capital multiplicado por la variación en la tasa de beneficio.64 Esto nos da la siguiente relación:
La variación en la renta es igual a:
(a) la variación en los gastos salariales (que dejamos agregados), más
(b) la variación en el beneficio (que desagregamos).
Desagregar las variaciones en el beneficio conduce a la siguiente afirmación:
La variación en la renta es igual a:
(a) la variación en los gastos salariales, más
(b) la tasa de beneficio multiplicada por las variaciones en el capital, más
(c) la cantidad de capital multiplicada por las variaciones en la tasa de beneficio.
Al nivel de la empresa individual, los economistas asumen que (a) y (c) son cero: un cambio en el nivel de producción de la empresa causado exclusivamente por el empleo de más capital no tiene ningún impacto en el sala...

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