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eBook - ePub
El refugio de los canallas
Descripción del libro
El refugio de los canallas es la novela de madurez del veterano escritor y columnista de prensa bilbaíno Juan Bas.
Mediante una conseguida estructura y un ritmo narrativo rápido, la novela salta en el tiempo constantemente, adelante y atrás, entre 1946 y 2015, para dar vida y muerte a una pluralidad de personajes contrapuestos y tocados por una gratuita tragedia.
El refugio de los canallas trata con fuerza el tema shakespeariano del odio irresponsable que unos padres infundieron en sus hijos hasta causar la destrucción de todos ellos. Del sinsentido y la estupidez cruel, despiadada, autista y endogámica que fue la larga lacra de ETA, así como de la existencia de un GAL esencial y terrible con una bajeza moral comparable a la de la banda. Y trata en definitiva de la razón de Estado cuando transita por secretas cloacas; y del patriotismo, que a veces es el último refugio de los canallas y otras, el primero.
"Juan Bas ha compuesto con notas crudas y buena escritura una compleja polifonía de víctimas que ayer fueron verdugos, de verdugos que más tarde serán víctimas o que ya los son aunque acaso no lo sepan."
Fernando Aramburu, autor de Patria
Mediante una conseguida estructura y un ritmo narrativo rápido, la novela salta en el tiempo constantemente, adelante y atrás, entre 1946 y 2015, para dar vida y muerte a una pluralidad de personajes contrapuestos y tocados por una gratuita tragedia.
El refugio de los canallas trata con fuerza el tema shakespeariano del odio irresponsable que unos padres infundieron en sus hijos hasta causar la destrucción de todos ellos. Del sinsentido y la estupidez cruel, despiadada, autista y endogámica que fue la larga lacra de ETA, así como de la existencia de un GAL esencial y terrible con una bajeza moral comparable a la de la banda. Y trata en definitiva de la razón de Estado cuando transita por secretas cloacas; y del patriotismo, que a veces es el último refugio de los canallas y otras, el primero.
"Juan Bas ha compuesto con notas crudas y buena escritura una compleja polifonía de víctimas que ayer fueron verdugos, de verdugos que más tarde serán víctimas o que ya los son aunque acaso no lo sepan."
Fernando Aramburu, autor de Patria
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura general(2010)
El mismo día de mayo, poco después de que Margarita Mendieta reciba la noticia de que su hija se ha ahorcado en la perrera de Nanclares de la Oca y ya de noche, Amaia Zaldua Erreka regresa a su solitario caserío, que fue construido en la cima de una loma del barrio rural de Boroa, perteneciente al municipio de Amorebieta, en Vizcaya.
Amaia, al igual que Margarita, rebasa los setenta años, pero se conserva ágil. Es una aldeana alta y huesuda, casi escuálida, cuya larga nariz destaca en un rostro demacrado de boca grande con labios finos siempre fruncidos en un gesto de mal humor y unos ojos entre grises y azules de mirada dura. La expresión de la cara transmite una mezcla de hosquedad y desconfianza, de odio denso reconcentrado a lo largo de muchos años. Ese odio, el sufrimiento por la patria a la que se niega su derecho a la independencia y la pérdida de un hijo, han conseguido que su rostro esté surcado por una profusión extraordinaria de arrugas, como le sucedía a la Pantera y le sucede a la abogada del brazo político de ETA.
«De joven, más de uno de por aquí se pensaba que yo era guapa y no me dejaba ni a sol ni a sombra. También él, de otro modo, sin necesidad de palabras. Y me fui a quedar con el peor; así es la vida de aperreada. Eso me pasó por no haber salido de casa.» Amaia siempre ha vivido en Amorebieta. Lo más lejos que llegó fue a Madrid, cuando el viaje de novios. La gran ciudad la aturdió.
El autobús de línea la deja en la carretera y tiene que subir el sendero en cuesta que lleva a su caserío. Asciende el camino a oscuras con rapidez y la cabeza baja, mirando al suelo para no tropezarse con alguna piedra saliente o suelta. «Los castrones del ayuntamiento me prometieron ya no sé ni cuándo otra farola para alumbrar el camino. Me parece que como no ponga yo algo, ya puedo esperar sentada. Mejor mirar bien dónde pongo los pies, que a esta edad si te caes te rompes un hueso, por lo menos, y ya no se arregla. Ya nada tiene arreglo; solo a peor. Mañana les traigo de comer a los gatos sin casa de por aquí. Las salchichas esas que compro a cincuenta céntimos el paquete que les gustan tanto. Ahora no se ve ni uno.»
Amaia piensa siempre en euskera vizcaíno, su lengua materna, incluso cuando habla en castellano sin tiempos verbales subjuntivos, al igual que muchos euskaldunes. Con su marido solo se comunica en su idioma, salvo cuando lo insulta con palabras gruesas y le falta léxico, entonces recurre al castellano, idioma que aborrece, como todo lo español, «y porque sirve tan bien para insultar por tener mucho para elegir. Obligatorio tenía que ser hablar euskera para poder vivir en Euskal Herria. Qué menos. También para los que vienen de fuera, que ahora son un montón y muchos negros y moros, esos son todavía peores que los andaluces y todos aquellos que vinieron entonces. A chupar del bote de lo nuestro. Entonces y ahora».
Amaia Zaldua viene de Bilbao, de la concentración semanal de Senideak, la organización de familiares de presos de ETA. Aunque su hijo desapareció hace veintisiete años, Amaia Zaldua no falta a ningún acto ni manifestación convocado por los suyos: Senideak, Etxerat, sucesora de las ilegalizadas gestoras proamnistía, y la también ilegalizada Batasuna. En ese momento hay en las cárceles españolas y francesas unos ochocientos presos pertenecientes a ETA, la gran mayoría en España.
«Malos tiempos corren para los nuestros, hay que reconocer lo que hay que reconocer. Los perros muerden más que nunca y se llevan para adentro a todo el que les parece, da igual si ha hecho algo o no. Se inventan lo que quieren. Y torturan como siempre, como seguramente le hicieron a mi pobre hijo.
»Ahora resulta que todos somos de ETA. Pero como hay Dios, me creo con todas las de la ley que los chicos, los gudaris, volverán a ponerse fuertes y a hacerse respetar como antes, y a hacerles pagar muy caro todas las humillaciones y todo el daño a nuestro pueblo. Han dicho que paran la lucha y que hacen tregua solo para volver a ser más y armarse bien y descansar. Seguro. Son zorros. Y muy pronto a dar caña otra vez a base de bien. Que aquí, si no es con el palo en alto y metiendo miedo y buenos escarmientos, te pisan y te aplastan.»
El hijo de Amaia, Joseba Zubia Zaldua, alias Mailu3 y ZZ, fue jefe del comando Donosti de ETA militar entre 1979 y 1983. Lo de ZZ como apodo tomado de las iniciales de sus apellidos se le ocurrió a un conmilitón por un insecticida que se llamaba ZZ, cuya publicidad decía que «los mata bien muertos». El sobrenombre era adecuado. Se le atribuyeron siete asesinatos cometidos con armas cortas, la mayoría por tiros en la nuca, y diez con bombas. De estos últimos, dos víctimas fueron niños que vivían en una casa cuartel de la Guardia Civil en Irún. Aunque no lo expresó, Joseba Zubia lo lamentó y estuvo afectado por ello un tiempo.
El bautismo de sangre de Mailu fue el capitán Pérez Aguado. Tras la preparación militar en Argelia, Mailu fue integrado a principios de 1976 en el talde4 que después comandó. Colocó bajo el coche la bomba que abrasó vivo al padre de la Pantera.
Mailu, el nombre de guerra que prefería, nunca llegó a ser un preso. Fue secuestrado en 1983 por el GAL, «los de la guerra sucia», torturado y hecho desaparecer. No se encontró su cuerpo. «¿Qué te hicieron y dónde estarás, hijo?»
El general de la Guardia Civil Ramírez Goliardo, jefe del cuartel de Intxaurrondo, el gobernador civil de Guipúzcoa, José Ángel Elorriaga, y el subcomisario de la policía nacional Julio Arnedo, que fueron procesados y condenados por el caso Zubia en 1990, siempre negaron saber el paradero del etarra, encomienda que el entonces coronel Goliardo reconoció haber encargado a dos de sus hombres, cuya identidad no quiso revelar, para que la llevaran a cabo a su albedrío y sin dar explicaciones posteriores.
Amaia Zaldua llega a lo alto de la loma, donde apenas distingue la masa del caserío de doble planta donde vive con Patxi Zubia, su apagado marido, a quien no ha querido nunca y desprecia. «Aquí todavía se ve menos. Este ganorabako5 se ha dejado la luz de fuera sin encender. No sé si está más atontado ahora que no bebe que antes cuando era un borracho.»
Pero al aproximarse a la casa la mujer tiene un pálpito lúgubre, parecido en lo esencial, aunque más difuso e inconcreto, al de aquel amanecer del invierno de 1983 en que su instinto de madre le reveló sin tener noticias, con una intuición certera, que a su hijo lo habían matado por la noche. Ahora es algo más impreciso, pero también es un olfateo de muerte. «Ha pasado algo raro y nada bueno ha sido. No sé por qué, pero lo sé.»
El cielo nocturno está despejado y la luna en cuarto menguante ilumina lo suficiente para distinguir el pilón de cemento donde daban de beber a las vacas cuando las tenían, distante del caserío unos diez metros. Los pasos de Amaia, guiados por el presentimiento, se dirigen derechos hacia el pilón.
La concentración de familiares de presos de ETA de esa tarde había sido en el punto de cita de costumbre, la plaza frente al teatro Arriaga, lugar de paso de mucha gente. Eran cerca de cincuenta hombres y mujeres, todos bien entrados en la madurez e incluso en la ancianidad, como Amaia. «Aquí quien más y quien menos somos todos del frente de juventudes. Hay chicos que llevan mucho mako encima y padres con muchos años de sufrimiento por ellos. Que parece que víctimas solo son los del otro bando, los que se quejan a todas horas y lloran a base de bien. Que no jodan la marrana de lo nuestro y no morirán más. De todos modos, ya me cambiaba yo por cualquiera de estos que están aquí conmigo con los carteles. Sin libertad, es verdad, pero los tienen vivos a los hijos.»
Hace unos años, Amaia oyó en Euskadi Irratia, emisora pública en euskera, la única que escuchaba, un debate en el que participaba el padre de un preso de ETA y el padre de un policía municipal de San Sebastián al que asesinó la banda porque lo acusó de ser traficante de drogas y chivato de la Guardia Civil; fue el bautismo de sangre de la Pantera. El padre del etarra se quejaba del dinero y del tiempo que le costaba ir a ver a su hijo, preso, «prisionero», decía él, en la cárcel de Botafuegos, en la muy lejana Algeciras. El padre del policía dijo que a él le costaba muy poco ir a visitar a su hijo: un cuarto de hora y el precio del tique del autobús municipal que lo llevaba al cementerio donostiarra de Polloe. A Amaia le pareció una salida de «malasombra» y muy fuera de lugar.
Los padres de los presos se colocan siempre en hilera, de cara a los viandantes, y apenas suelen hablar entre ellos. «Ya está todo dicho.» Cada uno lleva colgado del cuello un cartelón con la fotografía y el nombre de su hijo o lemas que demandan el acercamiento a prisiones de Euskadi o la amnistía. La mayor parte de los peatones simula que los ignora y procura pasar a cierta distancia de los manifestantes. Amaia lleva la foto de un preso sin familiares al que fue a visitar una vez, al penal cántabro de El Dueso, por encargo de Etxerat. No le han pedido que vuelva.
Etxerat, la organización que los moviliza, tiene fama de manipular a estos padres, explotando sus sentimientos con el fin de rentabilizar al máximo su entrega a la movilización por los presos. «Pues ¿no se me ha puesto al lado el españolazo este de Iturri? Aquí está por su hijo, como los demás, eso desde luego no se lo puede quitar nadie, pero me ha dicho un pajarito que es del PP, el muy facha. Me cambio de sitio y que me note a las claras que es por él.»
Amaia se acerca al pilón. Sus pasos se tornan inseguros, impropios de ella. Al lado del gris cemento que la luz de la luna torna en lechoso, sobre una piedra plana engastada en la hierba, hay un par de objetos iguales que al acortar la distancia distingue que son dos botellas de vidrio oscuro; también ve que el pilón en desuso está lleno de agua y que hay algo voluminoso dentro.
Pero esa tarde los padres de presos hablaban entre ellos más que de costumbre porque comentaban la noticia, que habían difundido los medios de comunicación desde el mediodía, del suicidio de Margarita Pérez Mendieta, la Pantera. «Son cárceles de exterminio. Suicidarse ahí dentro es igual que fusilarte en el paredón.»
Mailu tuvo a sus órdenes en el comando Donosti a la Pantera. Fue su amante durante cierto tiempo, sin que pesara para ello que Mailu le confesara que fue él quien mató a su padre. También fue Mailu quien, en 1983, transmitió a la Pantera que había sido expulsada de la organización por indisciplina continuada que ponía en peligro la seguridad del comando.
Cuando Amaia supo años después que su hijo y la Pantera estuvieron en el mismo comando, temió la posibilidad de que hubiera habido una relación entre ellos. «Bien sé yo el porqué, y no sería por poca cosa, sino por algo que habría sido muy feo y muy prohibido. Nadie más que yo sabe ni sabrá por qué. Me llevaré eso conmigo a la tumba. Los secretos de verdad no se cuentan jamás. A nadie. Es parecido a que no ha pasado lo que se guarda bien con llave y no se abre nunca.»
Casi al final de la concentración, al anochecer, Amaia vio pasar por la otra acera, camino de casa, a Margarita Mendieta, a la que conoce y detesta desde hace mucho. «Mira qué casualidad. La viudita. Siempre fue una birria de mujer. Nunca entendí qué le vio él. Ahora, la que hace como que no nos ve es ella, la mona pintarrajeada. Esa sí que es una renegada y una traidora. Pero ya sabrá lo de la hija y bastante le ha caído encima. Tampoco me gustó nunca la hija, y no solo por mi hijo; era una guarra y una loca, pero era de los nuestros. En el fondo, aunque la madre se lo merezca, pobre mujer. Es lo peor que te puede pasar: vivir más que un hijo.»
Amaia Zaldua vio por primera vez a Margarita Mendieta en 1976, cuando el funeral por su marido, el capitán Leonardo Pérez Aguado. «No había vuelto a saber nada de él. Fue una sorpresa muy mala. Ya me lo había temido muchas veces.» Amaia la observó despreciativamente mientras Margarita entraba en la iglesia detrás del féretro portado por guardias civiles. Ambas mujeres tenían cuarenta años. El funeral, lleno de tensión e incidentes, fue en Bilbao.
El motivo por el que Amaia estaba allí, a escondidas y temerosa de que alguien conocido la viera en el funeral de un enemigo, tenía su origen en el secreto que se llevará con ella a la tumba. «Acepté que lo habían matado nuestros gudaris, así es la guerra y era un capitán del enemigo, pero no pude evitar el dolor y el remover hasta el fondo los recuerdos.»
Amaia no supo con certeza que su hijo fue el asesino de Pérez Aguado, aunque lo sospechara, sin permitirse nunca llegar más allá de la sospecha. «Dijeron que la ekintza6 contra el capitán la hizo el comando Donosti, el talde de Joseba. Igual dijeron por decir. Además, entonces no mandaba él todavía. No pudo ser mi hijo. Y si me engaño, en eso debo engañarme.»
Ya al pie del pilón, Amaia ve que las dos botellas para vino tinto están vacías y manchadas de tierra. Lo primero que reconoce es la txapela, que emerge del agua como si fuera un islote negro. Y el culo gordo de su marido, que también asoma. El grifo que ha servido para llenar de agua el pilón gotea. Patxi Zubia está boca abajo, con el corpachón empotrado en el bebedero. Se ha ahogado en poco más de tres palmos de agua y con la boina puesta. Amaia se lleva ambas manos a la boca y sofoca un sollozo sin lágrimas. «Calma. Calmada, que ya nada se puede hacer. No creía que tenía valor como para esto. Me tiemblan las manos. Era un cobarde y un flojo para las cosas de la vida. Y de matarse, ¿por qué se ha matado ahora y no antes? O después. Cualquiera sabe lo que se le pasaba por esa cabeza tan difícil y tan cerrada de guardárselo todo hasta pudrir. Siempre callado y triste. Un triste. Menos cuando estaba muy borracho y hacía el tonto. Después de lo de Joseba también cuando iba cocido estaba triste. No nos conocimos a fondo; no mucho. Yo creo que ninguno de los dos quiso. Habrá que llamar a la hija para que se encargue de lo que se tenga que encargar. Pero d...
Índice
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- El autor
- El refugio de los canallas
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