Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima
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Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima

San Alfonso María de Ligorio

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Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima

San Alfonso María de Ligorio

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Información del libro

Es ésta una de las obras más apreciadas de San Alfonso María de Ligorio, y una luminosa muestra de su ferviente amor a Cristo. Escrita en un principio para su congregación, pronto traspasó los límites de la familia redentorista, y se publicó en un libro en 1745.Desde entonces, ha aparecido en muy variadas lenguas y ediciones, contribuyendo a que la Eucaristía sea más amada y frecuentada por los cristianos, y a extender la devoción a Jesús Sacramentado, mediante el método sencillo y práctico de las Visitas. "Ciertamente que entre todas las devociones, ésta de visitar a Jesús es la primera después de la recepción de los Sacramentos, la más grata a Dios y la más útil para nosotros".A continuación de la Visita al Santísimo, San Alfonso María de Ligorio propone hacer también la visita a María Santísima, porque ella es la Medianera de todas las gracias.

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Información

Año
2017
ISBN
9788432148040
TEXTO DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Al fin de cada una de las Visitas al Santísimo Sacramento hallarás una oración para visitar también a María Santísima, devoción que agrada mucho a esta Señora, y que ella ha remunerado concediendo admirables favores a los que la han practicado. Te ruego que en las Visitas al Santísimo Sacramento pidas al Señor me perdone mis pecados y tenga misericordia de mi pobre alma; que yo prometo rogar en el santo sacrificio de la Misa por todos aquellos que me hicieron esta caridad.
De la comunión espiritual
Como al fin de cada una de las siguientes Visitas al Santísimo Sacramento se persuade la comunión espiritual, es justo explicar aquí en qué consiste y el grande fruto que alcanza quien practica tan loable ejercicio. La comunión espiritual, según enseña Santo Tomás, consiste en un deseo ardiente de recibir a Jesús Sacramentado y en un abrazo amoroso como si ya lo hubiésemos recibido.
Cuán agradables sean a Dios estas comuniones espirituales y cuántas gracias por este medio comunique a las almas fervorosas, el mismo Salvador lo dio a entender a aquella sierva suya, sor Paula Maresca, fundadora del Monasterio de Santa Catalina de Sena, en Nápoles, cuando la hizo ver, como se refiere en su vida, dos vasos preciosos, uno de oro y otro de plata, y le dijo que en el de oro conservaba sus comuniones sacramentales y en el de plata sus comuniones espirituales. Este ejercicio se halla acreditado no solo por la autoridad de los doctores místicos, que lo alaban e inculcan encarecidamente a los fieles, sino también por el uso de las almas devotas que lo practican: siendo esta devoción tan útil es al mismo tiempo la más fácil. Por eso decía la beata Juana de la Cruz, que la comunión espiritual se puede hacer sin que ninguno nos vea, sin ser preciso estar en ayunas, y que se puede hacer en cualquier hora; porque no consiste más que en un acto de amor; basta decir de todo corazón: Jesús mío, creo que vos estáis en el Santísimo Sacramento. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros ahora dentro de mi alma, y ya que no os puedo recibir sacramentalmente, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón; y como si ya os hubiere recibido, os abrazo y me uno todo a Vos. ¡Ah Señor! No permitáis que jamás me aparte de Vos. O más breve: Creo, mi Jesús, que estáis en el Santísimo Sacramento; os amo y deseo mucho recibiros; venid a mi corazón; yo os abrazo; no os ausentéis de mí.
Acto que se debe hacer al principio de todas las Visitas al Santísimo Sacramento
Señor mío Jesucristo, que por el amor que tenéis a los hombres estáis de noche y de día en este Sacramento, todo lleno de piedad y amor, esperando, llamando y recibiendo a todos los que vienen a visitaros; yo creo que estáis presente en el Sacramento del altar; os adoro desde el abismo de mi nada y os doy gracias por todas las mercedes que me habéis hecho, y especialmente por haberme dado en este Sacramento vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma y vuestra divinidad; por haberme concedido por mi abogada a vuestra Santísima Madre la Virgen María, y por haberme ahora llamado a visitaros en este lugar santo: yo adoro a vuestro amantísimo corazón y deseo ahora adorarlo por tres fines: el primero en agradecimiento de esta grande dádiva; el segundo para desagraviaros de todas las injurias que habéis recibido de vuestros enemigos en este Sacramento, y el tercero porque deseo en esta Visita adoraros en todos los lugares de la tierra, donde estáis sacramentado con menos culto y más desprecio. Jesús mío, os amo con todo mi corazón; pésame de haber tantas veces ofendido en el pasado a vuestra infinita bondad, propongo, ayudado de vuestra gracia, encomendarme en lo venidero; y ahora, así miserable como soy, me consagro todo a Vos y os entrego y resigno en vuestras manos mi voluntad, mis afectos, mis deseos y todo cuanto soy y puedo. De hoy en adelante haced, Señor, de mí todo lo que os agrade; lo que yo quiero, y lo que os pido es vuestro santo amor, la perfecta obediencia a vuestra santísima voluntad y la perseverancia final; os recomiendo las almas del purgatorio, especialmente las más devotas del Santísimo Sacramento y de María Santísima, y os ruego también por todos los pecadores. En fin, mi amado Salvador, deseo unir todos mis afectos y deseos con los de vuestro amorosísimo corazón, y así unidos, los ofrezco a vuestro Eterno Padre, y le pido por vuestro nombre que por vuestro amor los acepte y despache.
VISITA PRIMERA
He aquí, alma devota, la fuente de todo el bien, Jesús en el Sacramento, el cual dice: quien tiene sed venga a Mí. ¡Oh cuán abundantes gracias han sacado los santos de esta fuente del Santísimo Sacramento, donde el amoroso Jesús liberalmente concede todos los merecimientos de su Pasión! Como predijo el profeta: Iréis con gusto a buscar agua en las fuentes del Salvador (Is 12, 3). La condesa de Feria, aquella grande discípula del V. P. M. Ávila, que siendo religiosa de Santa Clara se llamó esposa del Sacramento por el mucho tiempo que pasaba en su presencia, preguntándole qué hacía en tantas horas como allí se detenía, respondió: “De buena gana estaría yo allí por toda la eternidad. ¿Acaso no está allí la esencia de Dios, que será por toda la eternidad el alimento y la gloria de los bienaventurados?”. ¡Ah! y ¿qué haremos, preguntáis algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente cristalina?
¡Oh Jesús mío, amabilísimo, vida, esperanza, tesoro y único amor de mi alma! ¡Oh, cuánto os costó el quedaros con nosotros en ese divino Sacramento! Cuando vos le instituisteis conocíais ya las ingratitudes, las injurias, los desacatos con que os habían de tratar los hombres; pero vuestra ardiente caridad para con nosotros fue todavía mayor que nuestra maldad y miseria; sí, todo lo venció aquel grande amor que nos tenéis y el excesivo deseo de ser amado de nosotros.
Venid, pues, Señor; venid, entrad dentro de mi corazón y cerrad la puerta para siempre, para que no entre en él criatura alguna a tomar parte en el amor, que todo quiero emplear solo en Vos. ¡Ah, mi amado Redentor! Hablad a mi corazón, que ya vuestro siervo escucha: mandad, Señor, que quiero fielmente obedeceros; y si alguna vez no os obedezco perfectamente, castigadme, a fin de que quede advertido y resuelto a agradaros como Vos queréis: haced que yo no desee otra cosa, ni busque otro contento que el de serviros, de visitaros muchas veces sobre los sagrados altares, y de recibiros en la sagrada Comunión. Quien quisiere, procure enhorabuena otros bienes, que yo no amo ni deseo otra cosa que el tesoro de vuestro amor: esto es lo que siempre he de pedir delante de los santos altares. Haced que me olvide de mí para que no me acuerde sino de vuestra infinita bondad. Serafines bienaventurados, yo no os tengo envidia por el sublime ser de que gozáis; pero sí por el amor que tenéis a mi Dios. Enseñadme lo que he de hacer para servirle y amarle.
Luego concluirá con la comunión espiritual. Después hará una Visita a María Santísima, delante de alguna imagen suya.
A María Santísima
¡Oh Inmaculada! ¡Oh enteramente pura Virgen María, Madre de Dios! Vos sois superior a todos los santos; sois la esperanza de los pecadores, después de vuestro hijo Jesucristo, y la alegría de los justos. Por vuestra mediación somos reconciliados con Dios. ¡Oh gran Princesa! Cubridnos con las alas de vuestra misericordia, tened piedad de nosotros; y, pues nos hemos entregado a vuestro servicio y consagrado a vuestro obsequio, admitidnos en el número de vuestros siervos y no permitáis que Lucifer nos arrastre al infierno. ¡Oh Virgen Inmaculada! Nosotros nos acogemos a la sombra de vuestra protección, y por eso, con una filial confianza, os rogamos intercedáis con vuestro Hijo, provocado de nuestros pecados, para que no nos desampare y abandone al poder del demonio, nuestro enemigo.
Súplica que se debe hacer todos los días a María Santísima al fin de la Visita
Inmaculada Virgen y Madre mía, María Santísima: a Vos que sois la Madre de mi Salvador, la reina del mundo, la abogada, la esperanza y el refugio de los pecadores, recurro en este día yo, que soy el más miserable de todos. Os adoro., oh gran reina, y humildemente os agradezco todas las gracias y mercedes que hasta ahora me habéis hecho, especialmente la de haberme librado del infierno, tantas veces merecido por mis pecados; os amo, Señora amabilísima, y por el amor que os tengo propongo siempre serviros y hacer todo lo posible para que de todos seáis servida. En Vos, oh Madre de misericordia, después de mi Señor Jesucristo, pongo todas mis esperanzas; admitidme por vuestro siervo y defendedme con vuestra protección; y ya que sois tan poderosa para con Dios, libradme de todas las tentaciones y alcanzadme gracia para vencerlas hasta la muerte. Os pido un verdadero amor para con mi Señor Jesucristo, y por Vos espero alcanzar una buena muerte. ¡Oh Señora y Madre mía! Por el grande amor que tenéis a Dios, os ruego que siempre me ayudéis, pero mucho más en el último momento de mi vida; no me desamparéis hasta verme salvo en el cielo, alabándoos y cantando vuestras misericordias por toda la eternidad. Amén.
VISITA II
Dice un devoto Padre que siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene. San Pablo dice que Dios, tomando la forma de siervo, se abatió a sí mismo. Mas ¿qué diremos nosotros, viendo que por nuestro amor está todos los días sobre nuestros altares tomando la forma de pan? Ninguna lengua es bastante, dice San Pedro de Alcántara, para declarar la grandeza del amor que Jesús tiene a cualquier alma que está en su gracia; y por eso, queriendo este dulcísimo esposo partir de este mundo para su Eterno Padre, para que su ausencia no nos fuese ocasión de olvidarnos de Él, nos dejó por memoria este Santísimo Sacramento, en el cual Él mismo se quedaba por prenda de su amor y para despertar nuestra memoria.
¡Oh Jesús mío! Ya que Vos estáis aquí en esta custodia para oír las súplicas de los miserables, oíd ahora los ruegos del pecador más ingrato que vive entre los hombres. Ya vengo arrepentido a vuestros pies, conociendo el grave mal que he hecho en disgustaros. Primeramente os pido me perdonéis todos mis pecados. ¡Ah, quien nunca os hubiera ofendido! Ahora, aquí en vuestra presencia, conociendo vuestra gran bondad, me siento vivamente excitado a amaros y serviros. Mas si Vos no me ayudáis, no tengo fuerzas para ejecutarlo: haced, oh gran Dios, haced conocer a toda la corte celestial vuestro gran poder y vuestra infinita misericordia; haced de este gran pecador un gran amante vuestro. Vos lo podéis hacer; hacerlo así, Dios mío; suplid de vuestra parte todo lo que me falta, para que llegue a amaros muy mucho, o a lo menos tanto cuanto os tengo ofendido: os amo, mi Jesús, os amo sobre todas las cosas; os amo más que a mi propia vida, Dios mío, amor mío y todo mi bien.
La comunión espiritual, etcétera.
A María Santísima
¡Oh Reina del universo y Señora nuestra! Vos sois la más poderosa abogada de los pecadores, después de Jesucristo que es nuestro principal abogado para con el Padre. Vos sois en el mismo Señor el puerto seguro de los que naufragan; sois la consolación del mundo, el rescate de los cautivos, la alegría de los enfermos, la recreación de los afligidos, el refugio de toda la tierra. ¡Oh llena de gracia! Alumbrad mi entendimiento. Soltad mi lengua para cantar vuestros loores, principalmente la salutación angélica, tan digna de Vos. Os adoro, oh paz, oh salvación, oh consolación de todo el mundo. Os adoro, paraíso de delicias, fuente de gracias, medianera entre Dios y los hombres.
VISITA III
He aquí nuestro Jesús, que no contento con dar la vida por nuestro amor, quiso también, después de su muerte, quedarse con nosotros en el Santísimo Sacramento, declarando que entre los hombres hallaba sus delicias. ¡Oh, hombres!, exclama Santa Teresa, ¿cómo podéis ofender a un Dios, el cual dice que entre vosotros tiene sus delicias? Jesús tiene sus delicias en estar con nosotros, y ¿nosotros no las tendremos en estar con Jesús? ¿Nosotros, a quienes se ha concedido la honra de estar en su palacio? ¡Ah, cómo se tienen por honrados aquellos vasallos a quienes el rey da lugar en su palacio! Pues, ved aquí el palacio del rey de los reyes; esta es la casa donde habitamos con Jesucristo; sepamos serle agradecidos y hablémosle con amor y confianza. Aquí me tenéis, Dios mío y Salvador mío, delante de este altar, donde Vos estáis de día y de noche por mi amor. Vos sois la fuente de todo el bien; Vos, el médico de todos los males; Vos, el tesorero de los pobres. Pues aquí tenéis ahora a vuestros pies un pecador, entre todos el más pobre y el más enfermo, que os pide misericordia; tened, Señor...

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