«La inteligencia es una capacidad mental genérica que, entre otras aptitudes, habilita para razonar, planificar, solucionar problemas, comprender ideas complejas, pensar de manera abstracta, aprender con rapidez y derivar conocimiento de la experiencia…; no es el mero aprendizaje de los libros de texto, ni un destilado de aptitudes académicas o de habilidades para superar los test de aptitud…; la inteligencia refleja, en realidad, la capacidad para entender el entorno, para atrapar lo esencial dando sentido a lo que ocurre y para hacerse una idea cabal de lo que conviene hacer...»
gottfredson n (1997)
«mainstream science on intelligence»,
intelligence, 24, 13-23. (40)
Incluso algunos talentos absolutamente excepcionales (en la interpretación musical, la habilidad numérica o la memorística, por citar algunos ámbitos en los que hay superdotados que son muy poco o nada lúcidos), cuando esas destrezas particularísimas no se acompañan de un cierto grado de agudeza cognitiva global, no consiguen dejar trazos genuinos. Sus logros devienen curiosidades irrelevantes: meras hazañas de circo perfectamente prescindibles.
Los psicómetras han elaborado y pulido baterías de pruebas o test para medir el grado de inteligencia general de modo aproximado, aunque muy fiable y consistente. Hay pruebas muy populares que se utilizan en todo el mundo, una vez adaptadas y ajustadas a cada cultura local (los test de QI), y las hay también de uso más restringido en algunos ámbitos o instituciones. Al vector genérico que representa esa capacidad o agudeza cognitiva global que anda detrás de las diferentes aptitudes para solucionar los problemas de la vida cotidiana y también los de la esfera laboral o profesional, se lo denomina «factor G». Esas medidas tomadas al culminar la infancia o en los albores de la adolescencia muestran una vinculación muy potente con el éxito y los rendimientos que se alcanzan luego en los diferentes entornos profesionales (figura 1).
Figura 1. Correlaciones entre la capacidad cognitiva global y el rendimiento profesional posterior en distintos ámbitos. Esos índices provienen de multitud de estudios, son bastante robustos (cercanos a 0,6) en todas las medidas, e incluso en creatividad y liderazgo superan el 0,3 (rango de 0 a 1). (Adaptada de 59.)
Figura 2. Puntuaciones en el «Moray House Test» de capacidad cognitiva global en la cohorte de nacimientos de Lothian (Edimburgo) de 1921, relacionando los puntajes obtenidos a los 11 años con los realizados a los 90, en el mismo test, en los ancianos disponibles (N= 106). El coeficiente de correlación fue 0,54, que alcanzaba un 0,67 al corregirlo por el tamaño reducido de la muestra estudiada. Las relaciones de esa prueba con otras, más universales, que también se administraron a los 90 años, fueron todavía más potentes. (Adaptada de 21.)
Los puntajes de agudeza cognitiva que se obtienen en el pórtico de la pubertad muestran, además, una firme tendencia a mantenerse estables con el paso de los años, de modo que el grado de vivacidad o de torpeza mental detectable al culminar la infancia suele mantenerse a
lo largo de la juventud, la madurez y la senectud. La figura 2 muestra esa constancia con los datos del seguimiento más duradero y fiable que se conoce, en una muestra de población de Escocia que pudo evaluarse a los 11 y a los 90 años, además de en otros hitos intermedios.
A base de acumular cantidades ingentes de datos con la ayuda de genetistas y biólogos de distintas especialidades, se ha conseguido reunir un cuerpo de evidencia muy sólido, que indica que esa capacidad mental genérica («g»), que adorna a cada cual, se asienta en propiedades del sistema nervioso y que arrastra un considerable peso de la influencia génica. Es decir, que el grado de inteligencia global que distingue a todo el mundo depende, en gran medida, de su constitución biológica (45, 67, 78, 81).
Hay multitud de estudios que avalan dicha conclusión, pero quiero ilustrarlo aquí, para empezar, con uno en particular que reúne todos los ingredientes para ser considerado un «clásico», puesto que se llevó a término con ancianos de edades muy avanzadas.
4.1 gemelos y mellizos provectos en suecia
A mediados de 1997 un equipo de investigadores suecos, británicos y norteamericanos comunicó los hallazgos de un ambicioso estudio en gemelos octogenarios suecos, que supuso un hito para el conocimiento de la agudeza mental durante la vejez (64). Se evaluó el rendimiento cognitivo más allá de la barrera de los 80 años, en las parejas de gemelos y mellizos nacidos en Suecia durante el período 1894-1913. Eso implicó tener que bucear en los registros estatales para intentar localizar a todas las parejas-diana que seguían estando vivas. Contactaron con el 96% de esos ancianos, 737 pares plausibles, aunque solo 351 fueron viables, por no presentar déficits sensoriales, motores o cognitivos que pudieran comprometer las pruebas. Al final, los datos válidos restringieron la muestra definitiva a 240 parejas de gemelos, 110 monocigóticos (MZ) y 130 dicigóticos (DZ). Los test de rendimiento cognitivo se llevaron a cabo entre 1991 y 1993.
La edad media de ese contingente de abuelos era de 82,3 años. La mayoría de ellos, concretamente el 74%, se hallaba en la franja de edad de 80-84 años, con el 22% entre los 85 y 89 años, el 3% entre los 90 y 94, y solo dos parejas mayores de 95 años. Las abuelas dominaban el grupo de estudio: 64% (frente a 36% de abuelos), y casi todos (90%) aún residían en su propio domicilio. Se obtuvo, además, la esperada vinculación inversa entre la edad y el rendimiento cognitivo (cuanto más ancianos, menor eficiencia mental), pese al estrecho margen de edades que oscilaba entre los 80 años (los más jóvenes) y los 97 (los más ancianos). Las baterías duraban unos 90 minutos y se administraron en las casas particulares por parte de enfermeras que habían sido entrenadas a tal efecto.
Figura 3. Grados de concordancia (correlaciones) entre las parejas de gemelos idénticos (MZ: barras negras) y las parejas de mellizos (DZ: barras grises), en aptitudes cognitivas. Las medidas corresponden al Cociente de Inteligencia global (las dos primeras: general PC y WAIS), y a diferentes aptitudes específicas (verbal, espacial, velocidad cognitiva, memoria). (Adaptada de 64.)
La figura 3 resume las estimaciones de concordancias entre esas parejas gemelares en las aptitudes mentales globales («g»), así como en la velocidad para resolver problemas, las habilidades verbales y de memoria, además de la orientación y la resolución espacial. Puede apreciarse que la concordancia entre los mellizos es menor que entre los gemelos idénticos: en los primeros (DZ, barras grises), oscila entre el 0,3 y el 0,45 (0= mínimo y 1= máximo), mientras que en los segundos (MZ, barras negras), la concordancia es francamente superior y oscila entre el 0,5 y 0,75. Ello indica que si uno de los miembros de la pareja MZ preservaba la testa lúcida, el otro también lo hacía, por regla general, y que si uno cometía fallos reiterados, su pareja también los acusaba.
En cambio, el rendimiento en las parejas disímiles (mellizos, DZ) variaba bastante: uno podía tener resultados pobres mientras el otro alcanzaba los niveles superiores, o al revés. Ese perfil de consistencia o discrepancia en la agudeza mental de las parejas gemelares MZ y DZ permite estimar el peso o la «carga» relativa de la herencia génica y las influencias ambientales en la lucidez mental, porque los MZ comparten un 99,99% de su ADN mientras que en los DZ esas similitudes de ADN solo alcanzan el 50%. Esa distancia de base en las correspondencias génicas permite establecer los pesos relativos de la herencia, el ambiente y el error o la variabilidad de las medidas.
La figura 4 ilustra los pesos relativos de los rasgos heredados o las influencias del entorno sobre los rendimientos cognitivos en edades avanzadas. La relevancia de la lotería genética es formidable: alrededor del 60% de la agudeza cognitiva global de los abuelos suecos cabe atribuirla a sus genes. Es decir, a las prescripciones de base que arrastraban desde que fueron concebidos. Las influencias ambientales también cuentan lo suyo, en torno al 40%, aunque lo que de verdad importa, en ese aspecto, son las experiencias que cada uno de los componentes de la pareja gemelar vivió por su cuenta. Es decir, el ambiente particular, el que no se ha compartido con nadie. Las vivencias personales e intransferibles. Finalmente, los ingredientes de la crianza en común (familia, escuela, barrio, cultura compartida) tienen un papel casi subsidiario (alrededor del 10%, en algunas aptitudes), o nulo incluso en ámbitos como la velocidad de procesamiento y la memoria.
Figura 4. Estimaciones de los porcentajes de variación en inteligencia debida a la herencia génica (franjas negras), al ambiente compartido por los miembros de las parejas gemelares (franjas grises) y por el ambiente no compartido entre ellos (franjas blancas). Son estimaciones derivadas de aplicar modelos de ajuste probabilístico en gemelos suecos de edad avanzada. (Adaptada de 64.)
Las hermanas Ruth y Annié Nyström, gemelas idénticas (MZ) con 93 años cumplidos al finalizar ese sondeo, fueron las encargadas de anunciar los hallazgos al mundo. Protagonizaron la portada de Science el 6 de junio de 1997 y aparecieron en los noticiarios de las cadenas televisivas y la prensa de mayor tirada. Todavía se las puede ver vivarachas y vestidas con distinción y un punto de coquetería, si se visita ese ejemplar en «Sciencemag.org». La lucidez que la fotografía revelaba era mucho más explícita en las entrevistas que concedieron. Fueron un escaparate de la viveza mental y la fortaleza de ánimo que puede subsistir en los nonagenarios a pesar del desgaste y las fragilidades que el organismo suele arrostrar cuando se ha superado, de largo, ese umbral cronológico.
Que esas virtudes derivaran, sobre todo, de la calidad de los materiales biológicos prescrita desde el nacimiento, era algo que se venía sospechando desde hacía mucho tiempo; pero que fuera posible rastrear su influencia hasta las edades más provectas y que la lotería biológica resultara el vector decisivo para explicar las diferencias de lucidez cognitiva a tan la...