Hermanos, no somos profesionales
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Hermanos, no somos profesionales

El mundo determina la agenda del profesional, Dios la del hombre espiritual

  1. 304 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Hermanos, no somos profesionales

El mundo determina la agenda del profesional, Dios la del hombre espiritual

Descripción del libro

Clasificado entre "Los 10 mejores libros que todo predicador debería leer" por la revista Preaching Magazine. Con verdadero tono profético el autor hace un llamado general a recuperar la dimensión espiritual del ministerio cristiano, que, debido a confusiones de términos y roles, peligra por una malentendida profesionalidad. Improvisación, superficialidad y descuido caracterizan muchas actividades de la iglesia, ya sea a la hora de hacer un programa de radio o de organizar una campaña de testimonio, o de presentar un programa de acción ante las autoridades civiles, cuando lo que se necesita es profesionalidad, esmero y dominio de la materia. En estos campos de actividad comunitaria sí que es preciso, imprescindible, ser profesionales, manejar adecuadamente los asuntos pertinentes. El error es extrapolar virtudes necesarias para actividades de corte social, político o administrativo, y aplicarlas al ministerio cristiano, la predicación del Evangelio y el cuidado pastoral. Aquí, el profesionalismo lejos de remediar males, crea problemas, antes que dar vida, mata. El ministro cristiano no es un ejecutivo, ni un administrador de empresas religiosas, para eso hay ancianos, secretario y consejo de iglesia, es, ante todo, un siervo de Dios para la extensión del Evangelio y la edificación de los creyentes. La obra de Dios es muy diferente de la obra de los hombres. Es una obra de persona a personas, inspirada y guiada por la persona sublime de Jesucristo. Está más allá de lo profesional, porque, paradójicamente, tiene que ser más que profesional. Exige una dedicación completa en pensamiento, palabra y obra. Para esto no hay técnica que sea suficiente, excepto la comunión y el trato íntimos con Dios y los hombres. "Los objetivos de nuestro ministerio son eternos y espirituales. No son comunes a ninguna otra profesión.

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Información

Año
2011
ISBN del libro electrónico
9788482675817
El predicador... no es un hombre profesional;
su ministerio no es una profesión; es una
institución divina, una devoción divina.
E. M. BOUNDS
Somos insensatos por amor de Cristo, pero los profesionales son sabios. Somos débiles, pero los profesionales son fuertes.
A los profesionales se les honra, a nosotros se nos desacredita. No tratamos de conseguir un estilo de vida profesional, pero estamos listos para padecer hambre y sed e ir mal vestidos y no tener techo.
JOHN PIPER

1
HERMANOS, NO SOMOS PROFESIONALES

LOS PASTORES estamos siendo asesinados por el profesionalismo del ministerio pastoral. La mentalidad del profesional no es la mentalidad del profeta. No es la mentalidad del siervo de Cristo. El profesionalismo no tiene nada que ver con la esencia y el corazón del ministerio cristiano. Mientras más profesionales anhelemos ser, mayor será la estela de muerte espiritual que dejemos a nuestro paso, pues no existe la inocencia profesional (Mt. 18:3); no existe la misericordia profesional (Ef. 4:32); no existe el clamor profesional por Dios (Sal. 42:1).
Pero nuestra primera tarea es la de clamar por Dios en la oración. Nuestra tarea es la de llorar por nuestros pecados (Stg. 4:9). ¿Existe el llanto profesional? Nuestra tarea es la de proseguir a la meta de la santidad de Cristo y al premio del supremo llamamiento de Dios (Fil. 3:14); golpear nuestro cuerpo y someterlo no sea que seamos eliminados (1 Co. 9:27); negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz salpicada de sangre cada día (Lc. 9:23). ¿Cómo se lleva una cruz profesionalmente? Hemos sido crucificados con Cristo; pero ahora vivimos en la fe de aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros (Gá. 2:20). ¿Qué es fe profesional?
No nos llenaremos de vino, sino del Espíritu (Ef. 5:18). Somos amadores de Cristo ebrios de Dios. ¿Cómo podemos embriagarnos de Dios profesionalmente? Entonces, maravilla entre las maravillas, recibimos el tesoro del evangelio para llevarlo en vasos de barro para mostrar que la excelencia del poder es de Dios (2 Co. 4:7). ¿Hay alguna forma en que podamos ser un vaso de barro profesional?
Estamos afligidos en todo, pero no abatidos; desconcertados, pero no llevados a la desesperación; perseguidos, pero no destruidos; siempre llevando en el cuerpo la muerte de Jesús (¿profesionalmente?) para que la vida de Jesús también se manifieste (¿profesionalmente?) en nuestros cuerpos (2 Co. 4:9-11).
Pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los predicadores como postreros de todo en el mundo. Somos insensatos por amor de Cristo, pero los profesionales son sabios. Somos débiles, pero los profesionales son fuertes. A los profesionales se les honra, a nosotros se nos desacredita. No tratamos de conseguir un estilo de vida profesional, pero estamos listos para padecer hambre y sed e ir mal vestidos y no tener techo. Cuando nos maldicen, bendecimos; cuando somos perseguidos, resistimos; cuando nos difaman, tratamos de conciliar; nos hemos convertido en la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas (1 Co. 4:9-13). ¿O no?
¡Hermanos, no somos profesionales! Somos parias. Somos extranjeros y desterrados en el mundo (1 P. 2:11). Nuestra ciudadanía está en los cielos y esperamos impacientemente al Señor (Fil. 3:20). No se puede profesionalizar el amor por su venida sin matar ese amor. Y se está matando.
Los objetivos de nuestro ministerio son eternos y espirituales. No son comunes a ninguna otra profesión. Es precisamente por la incapacidad de ver esto que estamos muriendo.
El predicador vivificante es un hombre de Dios, cuyo corazón siempre tiene sed de Dios, cuya alma siempre está apegada a Dios, cuyo ojo sólo está atento a Dios y en quien, por el poder del Espíritu de Dios, la carne y el mundo han sido crucificados y su ministerio es como el torrente generoso de un río vivificante.1
De ninguna manera somos parte de un grupo social que comparte objetivos con otros profesionales. Nuestros objetivos son una ofensa; son locura (1 Co. 1:23). La profesionalización del ministerio constituye una amenaza constante a la ofensa del evangelio. Es una amenaza a la naturaleza profundamente espiritual de nuestro trabajo. Lo he visto a menudo: El amor por el profesionalismo (semejante a los profesionales del mundo) mata la creencia del hombre de que ha sido enviado por Dios para salvar a las personas del infierno y hacerlas extranjeras espirituales que exalten a Cristo en el mundo.
El mundo establece el programa del hombre profesional; Dios establece el programa del hombre espiritual. El fuerte vino de Jesucristo hace estallar el odre del profesionalismo. Hay una diferencia infinita entre el pastor que está resuelto a ser un profesional y el pastor que está resuelto a ser el aroma de Cristo, la fragancia de la muerte para algunos y de la vida eterna para otros (2 Co. 2:15-16).
¡Dios, líbranos de los profesionalizadores! Líbranos de la «vocación mezquina, controladora, conspiradora y maquinadora que existe entre nosotros».2 Dios, danos lágrimas por nuestros pecados. Perdónanos por ser tan superficiales en la oración, tan escasos en nuestra comprensión de las verdades sagradas, tan conformes en medio de vecinos que mueren, tan faltos de pasión y de sinceridad en toda nuestra conversación. Devuélvenos el inocente gozo de nuestra salvación. Haz que temamos la formidable santidad y poder de aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno (Mt. 10:28). Haz que llevemos la cruz con temor y temblor como nuestro árbol de la vida ofensivo y lleno de esperanza. No nos des nada, absolutamente nada, del modo en que el mundo ve las cosas. Que Cristo sea el todo y en todos (Col. 3:11).
Destierra el profesionalismo de nuestro medio, oh Dios, y en su lugar pon la oración apasionada, la pobreza de espíritu, el hambre de Dios, el estudio riguroso de las cosas sagradas, la devoción ardiente por Jesucristo, la total indiferencia hacia todos los beneficios materiales y la labor infatigable para rescatar a los que mueren, perfeccionar a los santos y glorificar a nuestro Señor soberano.
Humíllanos, oh Dios, bajo tu poderosa mano, para que nos exaltes, no como profesionales, sino como testigos y participantes de las aflicciones de Cristo. En su maravilloso nombre. Amén.
1. John Piper y Wayne Grudem, Recovering Biblical Manhood and Womanhood: A Response to Evangelical Feminism (Wheaton, Ill.: Crossway Books, 1991), 16.
2. Richard Cecil citado en E. M. Bounds, Power through Prayer (Grand Rapids, Mich.: Baker Book House, 1972), 59.
Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte... Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro
ISAÍAS 48:9, 11
El fin principal de Dios es el de glorificar a Dios y gozar de su gloria por siempre.
JOHN PIPER
Dios ama su gloria más que lo que nos ama a nosotros y que esa es la base de su amor por nosotros.
JOHN PIPER

2
HERMANOS, DIOS AMA SU GLORIA

YO ME CRIÉ en un hogar donde 1 Corintios 10:31 era casi tan fundamental para nuestra familia como Juan 3:16. «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Pero no fue hasta que cumplí veintidós años que oí a alguien decir que el primer compromiso de Dios es hacia su propia gloria y que esto constituye la base de la nuestra. Nunca había oído a alguien decir que Dios todo lo hace para su gloria también y que es por eso que debemos hacerlo nosotros. Nunca había oído a alguien explicar que el papel del Espíritu Santo es hacer que arda en mí lo que ha estado ardiendo en Él toda la eternidad: El amor de Dios por Dios. O más exactamente, el deleite de Dios el Padre en el panorama de sus propias perfecciones reflejadas como una imagen perfecta en su Hijo.
Nadie nunca me había preguntado: «¿Quién es la persona más centrada en Dios en el universo?» Para después responder: «Dios». O: «¿Es Dios un idólatra?» Y después responder: «No. Él no tiene ningún dios ante Él». O: «¿Cuál es el fin principal de Dios?» Y luego responder: «El fin principal de Dios es el de glorificar a Dios y gozar de su gloria por siempre». Así que nunca me vi enfrentado activamente a la centralidad de Dios en Dios hasta que asistí a las clases de Daniel Fuller y me orientó estudiar los escritos de Jonathan Edwards.
Desde aquella época explosiva de descubrimiento de fines de los años sesenta, he luchado por entender las implicaciones de la pasión de Dios por su gloria. Ese es el título de un libro que escribí en homenaje a Jonathan Edwards, la mitad del cual es una reproducción de su libro titulado, The End for Which God Created the World. La tesis que plantea Edwards en ese libro es la siguiente:
[Dios] tenía respeto por sí mismo, como su último y cimero fin, en esta obra; porque es merecedor en sí mismo de ser así, al ser infinitamente el más grande y mejor de todos los seres. Todo lo demás, en cuanto a merecimiento, importancia y excelencia no son absolutamente nada en comparación con Él… Todo de lo que se habla en las Escrituras como fin supremo de la obra de Dios está contenida en esa única frase: La gloria de Dios.1
¿Por qué es tan importante asombrarse ante la centralidad de Dios en Dios? Porque muchas personas están dispuestas a estar centradas en Dios siempre que sientan que Dios está centrado en el hombre. Este es un peligro sutil. Podemos pensar que estamos centrando nuestra vida en Dios, cuando realmente estamos convirtiendo a Dios en un medio hacia el amor propio. Contra este peligro, hermanos, los insto a que reflexionen sobre las implicaciones de que Dios ama su gloria más que lo que nos ama a nosotros y que esa es la base de su amor por nosotros.
«Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?» (Is. 2:22). «No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación» (Sal. 146:3). «Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo» (Jer. 17:5). «He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas... Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es» (Is. 40:15, 17).
El compromiso supremo de Dios es con Él mismo y no con nosotros. Y en eso estriba nuestra seguridad. Dios ama su gloria por encima de todo «Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte... Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro» (Is. 48:9, 11).
Dios lleva a cabo la salvación por amor de Él. Dios justifica al pueblo llamado por su nombre para que Él pueda ser glorificado.
«Por tanto, di a la casa de Israel [y a todas las iglesias]: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová... No lo hago por vosotros, dice Jehová el Señor, sabedlo bien; avergonzaos y cubríos de confusión por vuestras iniquidades, casa de Israel» (Ez. 36:22-23, 32).
Esta no es una nota aislada en la sinfonía de la historia redentora. Es el tema siempre reiterado del Compositor todo suficiente. ¿Por qué Dios nos predestinó en amor para ser sus hijos? Para que la gloria de su gracia pudiera ser alabada (Ef. 1:6, 12, 14). ¿Por qué Dios creó un pueblo para Él? «Para gloria mía los he creado» (Is. 43:7). ¿Por qué creó de la misma masa vasos de honra y vasos de deshonra? Para mostrar su ira y hacer notorio su poder y revelar las riquezas de su gloria para con los vasos de misericordia (Ro. 9:22-23). ¿Por qué Dios puso a Faraón y endureció su corazón y liberó a Israel con su potente brazo? Para que fuera glorificado sobremanera sobre Faraón (Éx. 14:4) y para que su nombre fuera anunciado en toda la tierra (Éx. 9:16).
¿Por qué Dios perdonó al Israel rebelde llevándolo al desierto y finalmente a la tierra prometida? «Actué a causa de mi nombre, para que no se infamase a la vista de las naciones» (Ez. 20:14). ¿Por qué Dios no destruyó a Israel cuando lo rechazaron como rey y exigieron ser como todas las naciones (1 S. 8:4-6)? «Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre» (1 S. 12:22). El amor de Dios por la gloria de su propio nombre es el manantial de gracia libre y la roca de nuestra seguridad.
¿Por qué Dios sacó a los israelitas del cautiverio en Babilonia? Porque Daniel oró: «Haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor» (Dn. 9:17). ¿Por qué el Padre envió al Hijo encarnado a Israel? «Para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia» (Ro. 15:8-9). ¿Por qué el Hijo fue a su hora final? «Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre» (Jn. 12:27-28). Cristo murió para glorificar al Padre y para reparar toda la difamación que habíamos traído a su honor. Nuestra única esperanza es que la muerte de Cristo satisfizo los justos reclamos de Dios de recibir la verdadera gloria de sus criaturas (Ro. 3:24-26).
¡Hermanos, Dios ama su gloria! Él está consagrado con todo su infinito y eterno poder a mostrar esa gloria y guardar el honor de su nombre.
Cuando Pablo dice en 2 Timoteo 2:13: «Si fuéremos infieles, él permanece fiel», no significa que somos salvos a pesar de ser infieles, pues el versículo anterior dice: «Si le negáremos, él también nos negará». Más bien, como se explica en el versículo, «Él permanece fiel» significa que «Él no puede negarse a sí mismo». La lealtad más fundamental de Dios es hacia su propia gloria. Está comprometido a ser Dios antes de comprometerse con ser cualquier otra cosa.
¿Conocen esto sus feligreses? ¿La respuesta a sus oraciones depende del amor de Dios por su propia gloria? ¿Ellos exponen sus argumentos ante su trono sobre la base de que Dios lo hace todo por amor a su nombre? «Oh Jehová, actúa por amor de tu nombre» (Jer. 14:7). «Ayúdanos, oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre; y líbranos, y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre» (Sal. 79:9). «Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande» (Sal. 25:11). ¿Nuestros fieles realmente saben que «...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Prólogo
  5. Agradecimientos
  6. 1. Hermanos, no somos profesionales
  7. 2. Hermanos, Dios ama su gloria
  8. 3. Hermanos, Dios es amor
  9. 4. Hermanos, vivan y prediquen la justificación por la fe
  10. 5. Hermanos, tengan cuidado con la ética del deudor
  11. 6. Hermanos, díganles que no sirvan a Dios
  12. 7. Hermanos, tengan en cuenta el hedonismo cristiano
  13. 8. Hermanos, oremos
  14. 9. Hermanos, tengan cuidado con los sustitutos sagrados
  15. 10. Hermanos, luchen por sus vidas
  16. 11. Hermanos, interroguemos el texto
  17. 12. Hermanos, Bitzer era banquero
  18. 13. Hermanos, lean biografías cristianas
  19. 14. Hermanos, muéstrenles a sus fieles por qué Dios inspiró textos difíciles
  20. 15. Hermanos, salven a los santos
  21. 16. Hermanos, debemos sentir la realidad del infierno
  22. 17. Hermanos, llévenlos al arrepentimiento por medio de su deleite
  23. 18. Hermanos, magnifiquen el significado del bautismo
  24. 19. Hermanos, nuestra aflicción es para Él consuelo de ellos
  25. 20. Hermanos, hagan que el río sea profundo
  26. 21. Hermanos, no combatan los tanques de la carne con reglas de cerbatana
  27. 22. Hermanos, no confundan la incertidumbre con la humildad
  28. 23. Hermanos, díganles que con cobre basta
  29. 24. Hermanos, ayuden a su pueblo a resistir y servir en medio de las calamidades
  30. 25. Hermanos, denles la pasión de Dios por las misiones
  31. 26. Hermanos, corten el racismo de raíz
  32. 27. Hermanos, hagan sonar el clarín por los que aún no han nacido
  33. 28. Hermanos, centren la atención en la esencia de la adoración, no en la forma
  34. 29. Hermanos, amen a sus esposas
  35. 30. Hermanos, oren por los seminarios
  36. Índice de personalidades
  37. Índice de temas
  38. Índice de textos bíblicos
  39. Ministerios Desiring God